Índice general
Lo que Jesús llevó
Autor: Tema:
Nos centraremos en cinco cosas que nuestro Señor ha llevado, preguntándonos también, brevemente, si tenemos algo semejante que llevar, siguiendo su ejemplo.
1 - Llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero
El verbo llevar se usa muchas veces en el Antiguo Testamento (y dos veces en el Nuevo) en relación con el pecado o la iniquidad. «Llevará su pecado» significa: es culpable y sufrirá las consecuencias de su pecado (ver por ejemplo Lev. 5:1, 17; 19:8; 22:9; Núm. 9:13; 14:34).
El propósito esencial de la venida de Jesucristo a la tierra fue resolver ante Dios la cuestión de nuestros pecados. Estábamos perdidos, culpables, y debíamos haber sufrido el castigo eterno que la justicia de Dios exigía. Pero Cristo «llevó en su cuerpo nuestros pecados sobre el madero» (1 Pe. 2:24). Fue «ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos» (Hebr. 9:28). Estos «muchos» son «los que creen» (Juan 1:12; Rom. 3:22). Para todos los que creemos en él, el sacrificio perfecto de Jesús es el fundamento de la salvación eterna. Jesús fue nuestro sustituto, o suplente, bajo el juicio de Dios que sufrió durante las horas de tinieblas de la cruz. Nuestros pecados estuvieron entonces sobre él; ya no están más sobre nosotros.
El Antiguo Testamento ya anunció esta gloriosa verdad. No solo en forma de figuras (p.ej., Lev. 16:21-22), sino también en forma de claras profecías. Leemos en Isaías 53: «Por su conocimiento mi siervo justo enseñará la justicia a muchos, y llevará sus iniquidades. Por eso le daré una parte con los grandes, porque ha entregado su alma a la muerte y ha cargado con el pecado de muchos» (v. 11-12).
¡Que nuestros corazones estén más ocupados con esta maravillosa obra realizada por nuestro Salvador, y los indecibles sufrimientos que tuvo que soportar mientras la cumplía! Esta es la obra que el Padre le había encomendado y que él realizó en perfecta obediencia, por amor a su Padre y por amor a sus redimidos (Juan 17:4; Fil. 2:8; Juan 14:31; 15:13). Sus resultados para nosotros son inestimables. Tenemos paz con Dios y la inmensa alegría de ser introducidos en su favor como sus hijos amados (Rom. 5:1-2; 8:16).
Jesús llevó nuestros pecados y los expió. Solo él podría hacer tal obra. En este sentido, no tenemos nada que llevar.
2 - Llevó nuestras debilidades y sufrió por nuestras enfermedades
El capítulo 8 de Mateo nos relata algunos de los milagros realizados por nuestro Señor al principio de su ministerio. «Sanó a todos los que tenían algún mal» (v. 16). Y el evangelista añade, «de modo que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras debilidades, y cargó con nuestras enfermedades» (v. 17). El Señor no solo desplegó su poder divino y sanó a los enfermos, sino que tomó sobre sí la carga moral de los sufrimientos de sus criaturas. ¡Maravillosa simpatía de Aquel que, siendo Dios, se hizo hombre!
Él es el mismo hoy: «Porque no tenemos un sumo sacerdote que sea incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo conforme a nuestra semejanza, excepto en el pecado» (Hebr. 4:15).
Los innumerables males que sufre la humanidad son, de hecho, las consecuencias del pecado que entró en el mundo. El Señor Jesús vino a la tierra no solo para quitar nuestros pecados (1 Juan 3:5), sino para liberarnos de todas las consecuencias del pecado. Es cierto que este resultado solo se logrará plenamente en un tiempo futuro. En una creación que «sufre dolores de parto», «gemimos interiormente, aguardando la adopción, la redención de nuestro cuerpo» (Rom. 8:22-23). Nos regocijamos en el glorioso día en que «la creación misma será liberada de la esclavitud de la corrupción, para gozar de la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (v. 21).
Pero mucho antes de que llegara ese día, el Señor Jesús, en el ejercicio de su poder de liberación, llevó en su corazón y en su mente la carga de los sufrimientos que encontró. Lo vemos movido por «la compasión» hacia los que sufren. Él sabe que va liberar, pero esto no le impide sentir el sufrimiento, consolar y animar, suspirar y hasta llorar (Marcos 7:34; Lucas 7:13; Juan 11:33-38).
También tenemos que llevar las penas y las enfermedades de los que nos rodean, como lo hizo el Señor. «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumpliréis así la ley de Cristo» (Gál. 6:2).
2.1 - Observaciones sobre el capítulo 53 de Isaías
Antes de considerar las otras cosas que nuestro Señor ha llevado, hagamos una pausa por un momento en este capítulo tan querido para el corazón de todos los redimidos.
Para presentarnos el desarrollo de poder y simpatía del Señor, Mateo se refiere a este capítulo profético, del cual solo cita el comienzo del versículo 4: «Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores». El texto de Isaías continúa: «Y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido; pero él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (v. 4-5). En estos dos versículos, y a lo largo de todo el capítulo, tenemos una descripción profética de los sufrimientos del Señor en sus diversos aspectos. No fue reconocido por los hombres a los que había venido a traer gracia y salvación, sufrió todos los sufrimientos que la maldad del hombre podía infligirle, y sufrió por parte de Dios porque llevó el pecado de muchos (v. 12).
Podemos notar que el profeta no distingue entre los diferentes tipos de sufrimientos que el Mesías tuvo que sufrir, como podemos hacerlo a la luz del Nuevo Testamento. Las cosas se consideran globalmente. Este también es el caso en muchas otras profecías de las Escrituras. Esto puede ilustrarse por la forma en que nuestros ojos perciben las cosas que están lejos de nosotros, como las montañas, por ejemplo. Desde la distancia, las cadenas montañosas se confunden, los detalles se desvanecen. En la mayoría de las profecías, las dos venidas de Cristo se presentan como un solo evento.
En el versículo 4, que Mateo cita en parte, es cuestión de la obra del Mesías en relación con el pecado y sus consecuencias. No es raro en el Antiguo Testamento que el pecado y sus consecuencias se presenten como una misma cosa. Por ejemplo, en Números 14:34, «llevaréis vuestras iniquidades cuarenta años» significa: llevarás el castigo de tus iniquidades durante cuarenta años.
El Señor ha llevado la carga de las consecuencias del pecado toda su vida. Y llevó el pecado para expiarlo durante las tres horas de tinieblas cuando fue abandonado por Dios.
¡Cordero de Dios! a través de tus dolores,
Llevaste nuestra miseria sobre ti.(Himnos y Cánticos N° 36, en francés)
3 - Jesús salió llevando la corona de espinas
La obra que el Señor había venido a hacer para redimirnos implicaba incontables e indecibles sufrimientos. En el inicuo juicio en el que fue injustamente condenado, fue agobiado con desprecio. Se burlaron de su gloria real. «Pilato tomó entonces a Jesús y mandó que lo azotasen. Los soldados entretejieron una corona de espinas y se la pusieron en la cabeza, y lo vistieron con un manto de púrpura; y acercándose a él, le decían: ¡Salve, Rey de los judíos! Y le daban bofetadas» (Juan 19:1-3). Entonces Pilato saca a Jesús fuera y proclama su inocencia de nuevo. «Salió Jesús llevando la corona de espinas y el manto de púrpura» (v. 5). Y todos gritaron: «¡Crucifícalo, crucifícalo!» (v. 6).
Su obra está terminada. Por la fe, lo vemos a la derecha de Dios coronado «de gloria y de honra» (Hebr. 2:7, 9). Pronto aparecerá ante los ojos de todos, con «muchas diademas» en su cabeza (Apoc. 19:12).
Y nosotros hoy, ¿qué tenemos que llevar? ¿Buscaremos la gloria que el mundo busca, las «coronas corruptibles» que se dan a los que se distinguen por sus características? (1 Cor. 9:25). A los creyentes hebreos, recientemente convertidos pero aún ligados al judaísmo, se les dirige la exhortación: «Jesús, para santificar al pueblo con su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Así que salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:12-13). Esto es lo que tenemos que llevar. Se trataba entonces del campamento judío, cuyos líderes habían rechazado al Mesías. Hoy en día también hay «campamentos» religiosos, sistemas que el hombre ha organizado. ¿Estamos dispuestos a salir de ellos y distanciarnos de todo lo que el hombre ha instituido en materia de religión, para reconocer la única autoridad del Señor y de su Palabra? Pero hagamos nuestra cuenta con esto: la separación por Cristo y hacia Cristo siempre implica un oprobio. ¿Estamos dispuestos a llevarlo?
4 - Y salió llevando su cruz
El Evangelio según Juan nos dice: «Él, llevando la cruz, salió al lugar llamado de la Calavera, y en hebreo, Gólgota» (19:17).
La cruz que llevaba un condenado a muerte anunciaba lo que ocurriría unos momentos después. Los hombres infligieron a Jesús, injustamente condenado, la vergüenza pública de llevar el instrumento de su tormento. Nuestro Señor aceptó todos los ultrajes y dolores. Había venido a cumplir la obra que el Padre le había encomendado, y nada podía desviarlo de ella.
Los evangelios nos muestran que la expresión llevar «su cruz» tiene un significado espiritual. Es muy sorprendente que el Señor lo usara, y en más de una ocasión, mucho antes de que los hombres se apoderaran de él para darle muerte. Dijo, por ejemplo, «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga» (Mat. 16:24). «El que no carga su cruz y me sigue, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14:27).
Llevar su cruz no significa, como a veces se piensa, seguir el camino de uno aceptando las dificultades y las penas de la vida. Es mucho más. Significa aceptar seguir a un Salvador que ha sido crucificado, aceptar ser incomprendido y odiado por el mundo. Pablo dice al respecto: «Pero lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14).
5 - El grano de trigo que lleva mucho fruto
Al anunciar los gloriosos resultados de su muerte, el Señor dijo: «Si el grano de trigo cayendo en tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). En esta imagen, él es el grano de trigo caído a tierra, y sus redimidos son los granos de la espiga que aparece cuando la semilla ha germinado y crecido.
El Salmo 126 nos presenta una imagen del mismo orden, aunque un poco diferente. Va «llorando el que lleva la preciosa simiente; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas» (v. 6). Sí, por el gozo puesto delante de él, Jesús «soportó la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la diestra de Dios» (Hebr. 12:2).
En cuanto a nosotros, es cierto que también estamos llamados a llevar fruto, como dijo el Señor en Juan 15. Pero para nosotros, esta expresión tiene un significado muy diferente. Por su muerte, Jesús nos dio la vida. Y ahora estamos vinculados a él como los sarmientos en su vid. Si permanecemos en él y él en nosotros, podemos dar «mucho fruto». Separados de él, no podemos hacer nada (v. 5). El fruto que podemos llevar, es el fruto de la vida divina en nosotros, llevado a cabo por el poder del Espíritu Santo (Gál. 5:22); estos son los caracteres de Cristo reproducidos en los suyos.
Cada uno de los cinco puntos que hemos considerado pone ante nosotros los sufrimientos de Cristo. ¡Que nuestros corazones sean sensibles a ellos y respondan a su maravilloso amor con un mayor compromiso y un verdadero deseo de seguir sus pasos!
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2011 (pág. 42 a 46)