La paciencia cristiana en tiempos de prueba
Autor:
Las pruebas y las enfermedades
Tema:«Y llegaron (los hijos de Israel) a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas» (Éx. 15:23).
«La tribulación produce paciencia» (Rom. 5:3).
La prueba por la que nos hace pasar el Padre desagrada mucho al corazón natural. Pero el amor que nos ha asegurado las bendiciones eternas también debe obrar en nosotros. La prueba actúa en nosotros, para que seamos capaces, ya durante nuestra vida en la tierra, de experimentar estas bendiciones, y para eliminar todo lo que pueda impedirnos disfrutar de ellas. Muchos pueden tener la tentación de pensar que es suficiente tener paz con Dios en lo que respecta al pasado, su constante favor en el presente y una esperanza segura en el futuro. El Padre, en su insondable sabiduría, gracia y amor, tiene algo más planeado para nosotros, no allá arriba, sino en nuestra vida cotidiana.
Alegrarse de que hemos sido salvados y de que un día compartiremos la gloria del Señor es hermoso, pero alegrarse en las pruebas es algo muy diferente. Los israelitas entonaron un hermoso cántico de alabanza al Señor después de ser conducidos a través del mar Rojo. Pero apenas sonó la última nota de este cántico, llegaron a Mara, donde encontraron agua amarga, y allí murmuraron. ¿Y nosotros, su pueblo celestial? Ante la prueba, ¿murmuramos como Israel en Mara?
Elevarse por encima de nuestras circunstancias por el poder de la fe, para no desanimarse por las pruebas mirando más allá de ellas, es una cosa feliz. Pero otra cosa es doblegarse ante estas circunstancias, es decir, aceptar humildemente pasar por ellas con el Señor para aprender, a través de las pruebas, la paciencia cristiana; la aprenderemos en la escuela del Padre, la escuela de la prueba. La carne no aprecia el juicio, y el diablo suele susurrar: Dios está contra ti y actúa contigo como un juez. Pero el hijo de Dios puede decir: Mi Padre está por mí, y por eso mismo ha enviado estas pruebas. Actúa conmigo como un Padre, no como un juez.
«Hijo mío, no desprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor disciplina al que ama» (Hebr. 12:5-6).