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Permaneced en mí
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En sus últimas conversaciones con sus discípulos antes de su muerte, cuando estaba a solas con ellos en el aposento alto, el Señor Jesús insiste en el hecho de permanecer en él. Les muestra tanto la necesidad absoluta como los benditos resultados.
Les dijo: «Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como no puede el sarmiento llevar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco podéis vosotros, si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, este lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer. Si alguno no permanece en mí, es echado fuera como un sarmiento, y se seca; estos se recogen, se echan en el fuego, y arden. Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis, y os será concedido» (Juan 15:4-7).
El apóstol Juan, que escuchó estas palabras de la boca del Señor, nos da un eco de esto en su primera epístola: «El que dice permanecer en él, también debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6). «Y ahora, hijitos, permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos confianza y no seamos avergonzados por él en su venida» (2:28). «El que en él permanece no peca» (3:6).
1 - ¿Qué debe entenderse por esta expresión, «Permaneced en mí»?
Implica una conducta tan cerca de Cristo que el creyente encuentra placer en Su belleza y excelencia moral. Así, Cristo es su tesoro y modelo perfecto.
También implica un corazón en comunión con Cristo, que encuentra placer en confiar en él y aprender de él.
Sobre todo, implica una vida bajo la influencia de su presencia, vivida a través de la fe. Si un cristiano, con todas las características de Cristo, fuera un huésped en nuestra casa, ¿no tendría su presencia una influencia santificante? Probablemente estaríamos más atentos que de costumbre a nuestras palabras y acciones. Entonces, si podemos pensar que la presencia de un hombre así en nuestra casa tendría tal efecto, ¿qué debería ser cuando se trata de la presencia de Cristo mismo? A veces se han producido escenas tristes, incluso entre los hijos de Dios, y a las que podemos haber contribuido de manera humillante, en las que se han manifestado los celos y otros malos sentimientos. Los creyentes se han herido unos a otros, consciente o inconscientemente, con palabras duras y amargas. Podemos tratar de encontrar excusas para nuestras palabras, pero haríamos mejor en preguntarnos: ¿Qué habría pasado si el Señor hubiera estado visiblemente presente? ¿No deberíamos confesar que, bajo la influencia de esta presencia, nunca se habrían pronunciado muchas palabras amargas e hirientes?
Recordemos siempre que, aunque el Señor no sea visible, lo oye todo y lo ve todo. Él lo sabe todo. El salmista pregunta: «¿El que plantó el oído, no debe oír? ¿El que formó el ojo, no debe ver?» (Sal. 94:9).
Conducirnos sabiendo que él escucha nuestras palabras, ve nuestras acciones y lee nuestros pensamientos es conducirnos bajo la influencia de su presencia, y permanecer en él.
Los pasajes que nos exhortan a permanecer en Cristo también nos enseñan cuáles serán los resultados.
2 - Fruto producido
En primer lugar, aprendemos que al permanecer en Cristo daremos fruto (Juan 15:4-5). Este importante hecho se presenta tanto de forma positiva como negativa. Se nos dice que a menos que permanezcamos en Cristo, no podemos dar fruto (v. 4), y que, si permanecemos en Cristo y él permanece en nosotros, daremos mucho fruto (v. 5). En otro pasaje, aprendemos que «El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio» (Gál. 5:22). ¿Cuáles son estas hermosas cualidades, sino la descripción del maravilloso carácter de Cristo? El fruto del que habla el Señor es, por lo tanto, la reproducción de su propio carácter en la vida de los suyos.
El fruto no es un servicio, ni el ejercicio de un don, tan importante como estas cosas puedan ser en su lugar. Los dones pueden ser la parte de unos pocos, pero pertenece a todos, jóvenes y mayores, manifestar algo de la belleza de Cristo en sus vidas. La más pequeña manifestación de sus caracteres se presenta como un fruto ante Dios y como testimonio ante el mundo. Este es el gran propósito por el que nos quedamos en la tierra. Es para brillar como luminarios, manifestando algo de la maravillosa persona de Cristo. Pero esto solo es posible si permanecemos en él. No asumiremos los caracteres de Cristo tratando o esforzándonos por ser como él. Por el contrario, si buscamos su compañía y vivimos bajo su influencia al permanecer en él, seremos transformados a su imagen de gloria en gloria (comp. 2 Cor. 3:18).
3 - Oraciones contestadas
Jesús dijo a sus discípulos: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis, y os será concedido» (Juan 15:7). Bajo la influencia de su presencia y de sus palabras que habitan en nuestros corazones, nuestros pensamientos serán formados por él. Así, nuestras oraciones estarán de acuerdo con su pensamiento y se nos concederán.
4 - Una conducta como la de Cristo
Leemos en la epístola de Juan: «El que dice permanecer en él, también debe andar como él anduvo» (1 Juan 2:6). ¿Cómo caminó Cristo? «Ni aun Cristo se agradó a sí mismo» (Rom. 15:3). Hablando del Padre, podía decir: «Hago siempre las cosas que le agradan» (Juan 8:29). ¡Un modelo perfecto para nosotros! El apóstol Pablo escribe: «De la manera que aprendisteis de nosotros cómo debéis andar y agradar a Dios» (1 Tes. 4:1). Y nos exhorta a «andad en amor, como también Cristo nos amó» (Efe. 5:2).
Los rasgos característicos de la conducta del Señor son la completa ausencia de propia voluntad para hacer la voluntad del Padre, y la dedicación a servir a los demás por amor. La única manera de seguir hasta cierto punto este camino de perfección es permanecer en Cristo. Podemos sentarnos a sus pies, como lo hizo María una vez, y escuchar sus palabras. Así, bajo su influencia, podemos recordar su camino, mirar sus pasos, escuchar sus palabras de amor y de gracia. Seremos capaces de discernir el espíritu de Aquel que siempre dejó de lado todo pensamiento de egoísmo para servir a los demás en el amor.
Podemos conocer la doctrina cristiana y retener firmemente las verdades esenciales de la fe, pero ningún conocimiento, ni siquiera el más extenso, ninguna comprensión, ni siquiera la más exacta, puede grabar en nuestras almas el espíritu del Señor Jesús. Si deseamos llevar el carácter de Cristo, si queremos tener un verdadero conocimiento de lo que es, debemos vivir en su compañía y caminar con él. Todo hombre está formado por las personas con las que se asocia. El carácter de aquel en cuya compañía caminaremos es el carácter que reflejaremos. Permanezcamos en Cristo, y así caminemos con Cristo, para que seamos como Cristo y caminemos como Él caminó.
5 - No avergonzados en su venida
El apóstol Juan también nos dice: «Permaneced en él para que, cuando se manifieste, tengamos confianza y no seamos avergonzados por él en su venida» (1 Juan 2:28). Si permanecemos en Cristo, nuestra conducta será tal que no nos avergonzaremos ante Cristo en su venida. Puede que haya muchas cosas en nuestra conducta, nuestras palabras y nuestra manera de ser, que son normales para la gente del mundo e incluso para algunos cristianos, pero que, a la luz de la gloria venidera y de la aparición de Cristo, deberían ser juzgadas y condenadas como estando muy lejos de la medida divina.
Solo permaneciendo en Cristo, bajo la influencia de su presencia, y caminando en el juicio de nosotros mismos seremos preservados de todo lo que sería una causa de vergüenza en el día de la gloria.
6 - Una vida lejos del pecado
El apóstol Juan también nos dice: «El que en él permanece, no peca» (1 Juan 3:6). El versículo 4 nos enseña lo que es el pecado: «El pecado es la iniquidad», es decir, «andar sin ley, sin freno». La esencia del pecado es hacer la propia voluntad sin referir a Dios o a los hombres. El mundo que nos rodea está cada vez más marcado por esta independencia, cada uno se considera libre de hacer lo que es bueno a sus propios ojos. A pesar de la civilización, de la educación y de las leyes, el sistema mundial se desintegra cada vez más. Donde el espíritu de iniquidad reina, la destrucción llega, ya sea en el mundo o en el pueblo de Dios. Y corremos el riesgo de ser influenciados por el espíritu del mundo que nos rodea. Por desgracia, debido a la falta de vigilancia, este mismo principio de iniquidad ha traído división y dispersión entre el pueblo de Dios.
Si cada estudiante de una escuela hace lo que quiere, inevitablemente la escuela ya no funciona. Si cada miembro de una familia hace lo que le place, la familia está arruinada. De la misma manera, si cada creyente hace su propia voluntad, las dificultades fluyen. Y cuanto mayor es la sinceridad de los que siguen su propia voluntad, mayor será el daño que causan.
¿Cómo podemos escapar de este mal principio de independencia? ¡Permaneciendo en Cristo! El apóstol dijo: «El que en él permanece, no peca». Solo podemos escapar de nuestra propia voluntad, que es la esencia misma del pecado, permaneciendo bajo la constante influencia de Aquel que pudo decir: «Descendí del cielo no para hacer mi propia voluntad, sino la voluntad de aquel que me envió» (Juan 6:38).
7 - Conclusión
Si respondemos a la invitación urgente del Señor y permanecemos en él,
- nuestras vidas darán fruto expresando algo de su maravilloso carácter,
- nuestras oraciones, estando de acuerdo con su pensamiento, serán concedidas,
- nuestro comportamiento reflejará algo de la belleza de su conducta,
- nuestros caminos estarán en consonancia con el día de gloria que viene,
- y estaremos protegidos de la voluntad de la carne que es la raíz de la ruina del hombre.
Recordemos bien las palabras del Señor: «Permaneced en mí… porque separados de mí nada podéis hacer». Podemos tener dones, gran conocimiento, mucho celo, una larga experiencia, pero sigue siendo cierto que sin Cristo no podemos hacer nada. Los dones, el conocimiento, el celo, la experiencia no son el poder, y no nos permiten vencer la carne, rechazar las tentaciones del mundo o escapar de las trampas del diablo. Aunque tengamos todas estas cosas, pero sin Cristo, estamos listos para caer a la menor dificultad.
Por lo tanto, busquemos permanecer en él y no nos atrevamos a vivir un solo día o a dar un solo paso sin él.
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2012 (página 164)