El primer amor

1 Tesalonicenses 1:2; Jeremías 2:1-3; Apocalipsis 2:1-7


person Autor: Henri ROSSIER 47

flag Tema: El amor por Dios y Jesucristo


Notas recogidas de una meditación

Estos tres pasajes nos hablan del primer amor, aquel amor que fue perdido tanto por Israel como por la Iglesia. En 1 Tesalonicenses 1, encontramos el cuadro más hermoso del primer amor en la Iglesia que nos dan las epístolas. Éfeso, por su parte, tenía las mismas características externas que los cristianos de Tesalónica; en esta asamblea el Señor se complace en señalar el trabajo, la obra, la paciencia, pero se había perdido el primer amor.

Veamos ahora cómo se manifiesta el primer amor. En los tesalonicenses había, como hemos visto, trabajo, labor y paciencia, pero todas estas cosas relacionadas con la persona del Señor Jesús. Hemos señalado a menudo que, en el versículo 3, las palabras «en nuestro Señor Jesucristo» se refieren no solo a la paciencia de esperanza, sino también a la obra de fe y al trabajo de amor. Así, el Señor Jesús era el punto de partida, el resorte, por así decirlo, de toda la actividad de estos jóvenes creyentes. Todo lo que hacían, lo hacían por él y a través de él. La razón de esta plenitud de la vida cristiana era sencilla: habían llegado a conocer el amor de Cristo; habían sido salvados para esperarlo del cielo; toda su vida transcurría en la presencia de Dios, con un único propósito: caminar para gloria y honor de Aquel que los había amado y que volvía para llevárselos, él, el Hijo de Dios, que les libraba de la ira venidera.

Cuando hay mucho amor por el Señor, hay mucho amor por los que son suyos (1 Tes. 4:9). Los corazones de estos jóvenes creyentes se entregaban por entero al Señor; solo tenían a Cristo ante sus ojos.

Esta manifestación del primer amor era muy dulce para el corazón del apóstol; por lo que siempre da gracias a Dios por todos ellos. Este hermoso momento de la historia de la Iglesia duró poco; 30 años después, todo se había perdido; el testimonio tan vívido se había oscurecido; ay, el primer amor se había perdido.

Vemos algo parecido para Israel en Jeremías 2:1-3: «Así dice Jehová: Me he acordado de ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí en el desierto, en tierra no sembrada. Santo era Israel a Jehová, primicias de sus nuevos frutos». Cuando el Señor habla así a su pueblo, no se refiere a lo que sucedió después del Sinaí; se refiere al primer amor que llenó el corazón de Israel cuando fue redimido de Egipto. Se habían puesto en camino, siguiendo a Aquel que los guiaba en la nube de día y en la columna de fuego de noche, caminando por el desierto hacia la tierra prometida. Había algo precioso para el corazón de Dios en este primer amor de su pueblo; él salía a su encuentro con deleite, disfrutando de los frutos de la obra de su Espíritu en los corazones que habían sido redimidos. Que nosotros, como ellos, comprendamos la necesidad de la santidad en la conducta, y de que todos los afectos de nuestro corazón se centren en Cristo y en los que le pertenecen.

En Apocalipsis 2:1-7, todo esto se pierde, aunque la apariencia permanece todavía. Estos cristianos de Éfeso habían alcanzado un estado muy elevado en el conocimiento de su posición celestial; y, sin embargo, es a ellos a quienes se dice: «Has dejado tu primer amor». Por lo tanto, el trabajo, la labor y la paciencia se habían debilitado. ¿No ocurre lo mismo con los cristianos de hoy? ¿No podemos aplicarnos el reproche hecho a Éfeso? En tiempos de despertares, en aquellos que han vuelto a conocer como de nuevo el amor de Cristo, se ve algo de ese primer amor, pero, como conjunto, nunca se repetirá aquí en la tierra. Debemos cargar con las consecuencias de lo que hemos destruido durante toda nuestra carrera en este mundo.

Sin embargo, queda una cosa. Leamos 1 Tesalonicenses 2. Aquí encontramos a un hombre, el apóstol Pablo, que no abandonó el primer amor. Toda su carrera fue una manifestación de ello a sus amados tesalonicenses. Encontramos en él una devoción sin reservas a Cristo, al Evangelio, a los hijos de Dios, y todo ello es reflejo del amor del propio Señor Jesús. «Como una nodriza cuida a sus propios hijos, así, siendo tiernamente afectuosos con vosotros, habríamos estado dispuestos a impartiros no sólo el evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas» (v. 7-8). He aquí un hombre que, movido por el amor, sacrificaba su vida; caminaba tras las huellas de Cristo, con todo su corazón preso de este objeto bendito. Solo tenía un deseo: que los tesalonicenses glorificaran a Dios y anduvieran de una manera digna de Él.

También nosotros podemos recuperar individualmente el primer amor. El juicio está a punto de caer sobre la iglesia profesa que no ha respondido al llamado de Dios, pero cada uno de nosotros puede darse cuenta por sí mismo de lo que ha sido perdido por el conjunto. Lo encontraremos teniendo nuestros ojos, nuestros corazones, nuestros pensamientos, fijos en nuestro precioso Salvador, para que él se convierta en nuestro todo, y él sea el centro de nuestra actividad. Si hay trabajo, que se haga para él; si hay paciencia, que sea por él. Este simple pensamiento es profundamente consolador y alentador cuando vemos el estado ruinoso de la iglesia profesa, un estado al que todos hemos contribuido. Si el Señor puede dirigirnos el mismo reproche que a la asamblea en Éfeso, no podemos sino reconocer nuestra culpa e inclinar la cabeza en profunda humillación. Pero hay un recurso: caminemos individualmente en el primer amor. ¿Tienen nuestros corazones el deseo de seguir al Señor? ¿Hemos expulsado todo lo que puede competir con él? ¡Que realicemos así el primer amor! Entonces comenzaremos a esperar al Señor de una manera mucho más real de lo que lo hemos hecho hasta ahora, y el mundo verá en nosotros a cristianos que manifiestan en su caminar «la paciencia de la esperanza de nuestro Señor Jesucristo ante nuestro Dios y Padre».

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1929, página 250


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