Índice general
Principios de la Asamblea
Autor:
¿Qué es la Asamblea? Como reunirse hoy en dia de acuerdo con el pensamiento de Dios
Temas:1 - Introducción del Editor de la edición inglesa de 1977
El escrito «Principios de Asamblea» del Sr. Frank B. Hole ha sido escogido como el cuarto volumen de «Christian Update Series» debido a su enfoque lógico, completo y único de la verdad de la Asamblea –la verdadera Iglesia de Dios compuesta por todos los creyentes de esta dispensación.
La verdad de la Asamblea, tal como la Escritura la presenta, casi se ha perdido hoy en día en lo que respecta a las masas del amado pueblo de Dios. Los creyentes están tan atrapados en las diferentes denominaciones –las iglesias de los hombres– que la verdad de la Asamblea como Dios la ve y como es presentada en su Palabra, parece fuera de lugar e incluso extraña.
Aun aquellos de nosotros que tenemos algún conocimiento de la Asamblea, tenemos la tendencia a deslizarnos en pensamientos y prácticas que no son respaldados por la Escritura. Necesitamos que nuestros pensamientos se alineen con los pensamientos de Dios acerca de su Asamblea y yo creo que este folleto escrito por el Sr. Hole nos ayudará a ver claramente los pensamientos de Dios, así como ayudará a otros a aprender la verdad básica de la Asamblea.
El Sr. Hole nació en Inglaterra el 2 de febrero de 1874 y falleció el 25 de enero de 1964.
Fue muy conocido por su enseñanza sobre temas bíblicos, amado y respetado, a lo largo de muchos años entre las asambleas inglesas. Durante el transcurso de su vida, el Sr. Hole escribió varios folletos tales como Principios de Asamblea (el cual se publicó por primera vez en 1920). Escribió también tres libros muy conocidos, La gran salvación, fundamentos de la fe y bosquejos de verdad. La gran salvación es el volumen 5 de «Christian Update Series». Fundamentos de la fe y bosquejos de verdad serán el tema, si Dios lo desea así, de futuros volúmenes.
El Sr. Hole utiliza la palabra Iglesia y Asamblea de manera intercambiable, lo cual podría causar alguna confusión. La palabra griega ecclesia es utilizada en el Nuevo Testamento para describir tanto a la verdadera Iglesia universal de Dios, que incluye a todos los creyentes, como a la iglesia o asamblea local. La palabra significa: llamados a salir afuera. De esta manera, la palabra española asamblea es una mejor traducción de ecclesia que la palabra iglesia. Pero en la medida que conozcamos su verdadero significado, tanto iglesia como asamblea pueden ser utilizadas sin problemas. El problema principal con la palabra iglesia es que la gente la confunde con algún edificio eclesiástico o con alguna denominación (por ejemplo: la iglesia Bautista, etc.). Ninguno de estos últimos es un uso correcto de la palabra griega ecclesia.
Ruego al Señor que utilice aún más esta edición editada de 1977 de Principios de Asamblea para ayudar a muchos del amado pueblo del Señor a ver más claramente la verdad de la verdadera Asamblea (Iglesia) y si la posición eclesiástica de ellos es agradable o no a Dios como parte de su Asamblea.
Se han hecho todos los esfuerzos para incluir muchas referencias a través de todo el opúsculo. Por consiguiente, lean por favor, este opúsculo con una Biblia abierta. Ustedes no desean obtener la opinión del Sr. Hole, o la mía propia, acerca de la Biblia sino la verdad clara de la Escritura que se puede obtener solamente asegurándose de que todo lo que ustedes leen está respaldado sólidamente por la Palabra de Dios, tal como le es revelada mediante la oración y el estudio por el Espíritu Santo.
Nota de la última revisión: Todas las citas de la Escritura son de la Versión Moderna revisada 2020 (para el NT) y RVR1960 (para el AT), y se incluyen entre comillas dobles (« »), excepto donde se indica el uso de otra traducción al español.
2 - Principios de la Asamblea
La pregunta acerca de sobre qué terreno deberíamos congregarnos en nuestras reuniones de iglesia fue muy importante para muchos cristianos del siglo 19 (años 1800 al 1900). Al mismo tiempo, la parte de la Palabra de Dios que presenta los pensamientos y propósitos de Dios con respecto a la Iglesia llegó a ser notablemente clara para ellos, y ellos obedecieron la verdad que descubrieron. Pero, como resultado del fracaso que caracteriza a todo lo que está confiado a la responsabilidad del hombre, muchas de esas verdades tempranas se han perdido para muchos. Así, hoy en día, la misma pregunta está siendo formulada con urgencia. Por lo tanto, trataremos de responderla nuevamente en lo que sigue a continuación.
Nuestra respuesta debe ser, todavía, la antigua. Nosotros debemos congregarnos sobre el terreno de la verdad revelada completa en cuanto a la Iglesia de Dios, considerada tanto en su aspecto universal como local. Estas son palabras muy fáciles de leer, pero no son tan fáciles de poner en práctica. Por consiguiente, nos proponemos investigar el asunto paso a paso, dividiendo lo que tenemos que decir en secciones claramente marcadas.
3 - Dios nos revela la verdad para que la obedezcamos
Dios no nos revela la verdad para satisfacer nuestra curiosidad o para darnos tópicos para discutirlos, o aun sencillamente para esclarecer nuestras mentes, sino para que nosotros, siendo esclarecidos, podamos obedecer lo que aprendemos. Si el evangelio es predicado, es «para obediencia a la fe» (Rom. 1:5). Si el misterio de la Iglesia es revelado, es «para que los hombres obedezcan a la fe» (Rom. 16:26). Si los creyentes se vuelven a la ley después de haber comenzado en la gracia, la pregunta que se formula es «¿quién os estorbó para que no obedecieseis a la verdad?» (Gál. 5:7).
Este hecho debería hacernos solemnes. Nosotros podemos entender, de este modo, por qué nuestro Señor dijo, «Mirad, pues, cómo oís; porque al que tiene, le será dado, y al que no tiene, aun lo que parece tener le será quitado» (Lucas 8:18). Existe un sentimiento de regocijo cuando la verdad de la Escritura se abre a nuestras mentes, pero tal regocijo se atenúa hasta llegar a ser un ejercicio sobrio y aun profundo cuando enfrentamos la responsabilidad de una conducta que exprese la verdad en la práctica. La verdad puede ser tan dulce como la miel para nuestras bocas, pero cuando es digerida, se sienten el poder y aun la amargura de ella (Apoc. 10:9-10).
Una parte considerable de la verdad de Dios trata con la Iglesia de Dios, y nosotros debemos obedecer esta parte tanto como cualquier otra parte de la Biblia
Mucha verdad bíblica se refiere a nosotros como individuos y estamos individualmente (pero no solos) muy relacionados con ella. Por ejemplo, cada uno de nosotros es un hijo de Dios, aunque somos, también, parte de la familia de Dios. Llegó un momento, según el propósito de Dios, que todos sus hijos fueron traídos a una nueva unidad. La inconsciente profecía de Caifás (Juan 11:51-52) habló de ello. Él profetizó que «Jesús iba a morir por la nación; y no solo por la nación, sino para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos». Este hecho de unir, o congregar, tuvo lugar mediante la venida del Espíritu Santo poco después de la ascensión de Jesús (Hec. 1 y 2).
La Iglesia de Dios fue formada así. Nosotros fuimos traídos dentro de ella mediante la recepción del Espíritu de Dios y pertenecemos así a la Iglesia, ya sea que lo comprendamos o no. Las epístolas del Nuevo Testamento nos revelan el llamamiento, los privilegios, el orden de la Iglesia, y nuestras responsabilidades inherentes a ella. Ese llamamiento, esos principios, su orden y nuestras responsabilidades deben ser respondidos de una manera práctica por cada uno de nosotros. Ninguna epístola es simplemente una exposición (una presentación) de la verdad. Cada epístola aplica la verdad expuesta y la da a conocer de una manera práctica. En algunos casos, se dice mucho más mediante una enseñanza práctica a la luz de la verdad que en la presentación de la verdad misma.
Hacemos parte de esta magnífica institución, la Iglesia de Dios. Por lo tanto, debemos procurar diligentemente aprender acerca de aquella a la cual pertenecemos y entonces obedecer la verdad en cuanto a ella.
Nosotros no necesitamos apartarnos de la Biblia para cualquier detalle de la verdad que demanda nuestra obediencia. Toda verdad se halla en las Sagradas Escrituras
Sin tener en cuenta lo que algunas “iglesias” pueden decir, la Biblia dice que «Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para convencer, para corregir, para instruir en justicia; a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16-17). La Biblia es plenamente suficiente para perfeccionar (equipar completamente) a los creyentes que, incluso, estarán tan avanzados espiritualmente como para ser llamados «hombres de Dios». Si el versículo se hubiera detenido en «a fin de que el hombre de Dios sea apto», los hombres podrían haber argumentado que la Escritura perfecciona en cuando a doctrinas amplias, pero no en cuanto a los detalles de la conducta práctica. Pero no es así, la Escritura equipa completamente al hombre de Dios en una manera detallada para toda buena obra. Esto abarca toda obra que Dios puede llamar «buena».
Esto es muy importante porque algunos establecerían estándares para la Iglesia de Dios que trascienden cualquier cosa indicada en la Escritura. Pero incluso un amor que va más allá de lo que manda la Escritura, o una santidad más santa que la ordenada en la Escritura no son ni amor verdadero ni santidad verdadera.
4 - La verdad bíblica en cuanto a la Iglesia de Dios puede ser clasificada bajo dos aspectos: el Cuerpo de Cristo y la Casa de Dios
El primero de estos dos aspectos es completamente una revelación del Nuevo Testamento; el segundo ya se encuentra en el Antiguo Testamento. La primera mención de la Casa de Dios está en Génesis 28:17, aunque aquella casa no fue establecida ni siquiera típicamente (a manera de imagen) entre los hombres en la tierra hasta que la redención fue llevada a cabo típicamente (Éx. 15:2, 13; 25:8). Desde el momento en que los hijos de Israel fueron redimidos como una nación, la Casa de Dios se halló en medio de ellos y cuando la Casa dejó de estar en medio de ellos, la existencia nacional de Israel dejó de existir. Luego, poco antes de que los ejércitos romanos destruyesen la Casa de Dios (el templo) sobre el monte Moria en Jerusalén en al año 70 d.C., Dios formó su Casa de una manera totalmente nueva. Creyentes en Cristo, recibiendo el Espíritu Santo, llegaron a ser piedras vivas, edificadas «como casa espiritual» (1 Pe. 2:5). Ellos (judíos y gentiles) eran «juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efe. 2:22).
La Casa de Dios implica ahora una cercanía a Dios y una intimidad con él que no fue posible en tiempos más tempranos. Nosotros leemos, «Así, pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y de la familia de Dios» (Efe. 2:19). Aquellos que son de la Casa son también de la familia de Dios y, por su Espíritu, Dios mora ahora en su Casa de una manera más íntima y vital que nunca fue posible anteriormente.
En los tiempos del Antiguo Testamento, no hubo ninguna referencia acerca del Cuerpo de Cristo porque Cristo no se había revelado todavía. No obstante, Cristo ha venido ahora y, habiendo muerto y resucitado, el Espíritu Santo vino y bautizó a judíos y a gentiles creyentes en un Cuerpo –el Cuerpo de Cristo. Previamente, el Señor Jesús pudo decir, «un cuerpo me preparaste» (Hebr. 10:5) y él sufrió en aquel sagrado cuerpo. Hubo «la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez» (Hebr. 10:10). Ahora, él está sentado en el cielo en un cuerpo espiritual, y el único cuerpo que él reconoce aquí en la tierra es el un Cuerpo producido por el bautismo de un solo Espíritu, el cual procedía de él mismo, su Cabeza glorificada. Cristo va a ser manifestado en ese Cuerpo, en sus rasgos morales en este mundo.
5 - Tanto el Cuerpo de Cristo como la Casa de Dios expresan lo que la Iglesia es realmente, prácticamente en la tierra, y no como una idea mística y teórica para el cielo
Nosotros oímos o leemos comúnmente las frases: el cuerpo místico de Cristo y la iglesia invisible. Quienes utilizan estas palabras pueden querer decir lo que es correcto, pero las frases inducen a error, ya que ellas oscurecen, o niegan, la verdad de que el Cuerpo de Cristo es un hecho real. Este Cuerpo existe en la tierra hoy en día, de la misma manera que existía en la época apostólica, aunque su manifestación se ha estropeado por la intrusión de la voluntad y los modos de obrar del hombre. Es verdad que el Cuerpo de Cristo no puede ser señalado en una forma concreta como en el tiempo de los apóstoles (cuando también uno en la práctica), y de este modo nosotros debemos pensar en él en forma abstracta. Pero, estos pensamientos deben ser formados por lo que nosotros encontramos en la Escritura, puesto que la verdad que solo puede ser percibida en forma abstracta es tan verdadera y real como la verdad que puede ser vista en forma concreta. Por consiguiente, la verdad de la Iglesia está pensada para regular nuestras relaciones con el Señor Jesús, con Dios, y con los santos en el mundo.
6 - La verdad en cuanto al Cuerpo de Cristo pone especial énfasis sobre la supremacía de Cristo como Cabeza y sobre la energía penetrante del Espíritu Santo como poder, con los consiguientes unidad, amor y crecimiento del Cuerpo
Lo expresado arriba es evidente en los versículos donde el Cuerpo de Cristo es mencionado. El primer pasaje es Romanos 12. Aquí, se alude solo brevemente a la verdad del Cuerpo, para enfatizar la variedad del don espiritual hallado entre sus miembros.
En 1 Corintios 12, el Cuerpo de Cristo es explicado en detalle. Mediante la ilustración y la analogía del cuerpo humano, se demuestra que la Iglesia es una unidad orgánica compuesta de varios miembros. Ella fue formada por el bautismo del Espíritu Santo. Los que eran traídos a ella se sometían en cuanto a sus características humanas (fuesen ellas naturales o sociales) y, por consiguiente, eran hechos uno en la energía totalmente penetrante de un solo Espíritu. Obviamente que aquellos formados de este modo en unidad permanecían también como individuos. Así, el don del Espíritu Santo significa también un «beber de» un solo Espíritu de modo que cada miembro es poseído y controlado por el un solo Espíritu, que es quien anima el todo. De esta manera, en 1 Corintios 12, nosotros vemos al Espíritu Santo manifestado en el Cuerpo. Los varios dones son manifestaciones del Espíritu (1 Cor. 12:7, 13).
Pero el Espíritu Santo, que es quien hace que todo esto suceda, es el Espíritu de, y de parte del, Cristo ascendido. Por lo tanto, el Cuerpo es el de Cristo (1 Cor. 12:12, 27) y el Espíritu gobierna en él. En el siglo venidero (el Milenio) su administración como Señor cubrirá toda la tierra. Sin embargo, la Iglesia es, actualmente, la esfera de su gobierno en lo que respecta a la tierra.
La voluntad de Dios es manifestada en la Iglesia en la tierra (1 Cor. 12:5).
La aplicación práctica de la norma de Cristo en la Iglesia se contempla en el cuidado, la consideración, y la compasión vistos en la última parte de 1 Corintios 11, en el amor de 1 Corintios 13, y en las instrucciones de 1 Corintios 14, las cuales regulan el uso del don en la Asamblea. 1 Corintios 12 nos presenta el poder del Señor y del Espíritu Santo residiendo en la Asamblea. 1 Corintios 13 nos presenta el amor gobernando el Cuerpo, y el capítulo 14 nos presenta el dominio propio o templanza (véase 2 Tim. 1:7). Todo esto coloca ante nosotros el Cuerpo de Cristo funcionando divinamente aquí en la tierra.
En Efesios, nosotros tenemos el Cuerpo de Cristo contemplado a la altura de sus privilegios, conforme al propósito eterno de Dios. La cruz es la base de su formación (Efe. 2:16). Su función es ser «la plenitud del que todo lo llena en todo» (Efe. 1:23), es decir, ser el complemento, o el equivalente, de Cristo –aquello en que él se expresa plenamente. La altura de los privilegios de la Iglesia será exhibida públicamente cuando Cristo sea manifestado como «cabeza sobre todas las cosas a la iglesia» (Efe. 1:22). Hubo un tipo (imagen) de esto cuando Adán fue establecido como cabeza sobre la creación natural y cuando él también llegó a ser cabeza respecto a Eva (siendo ella formada de su cuerpo), como compartiendo su dominio.
En Efesios 4, obtenemos más aplicaciones prácticas de estas verdades. Dice: «con toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos unos a otros en amor; solícitos en guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (v. 2-3). De ahí que nosotros creceremos «en todo hasta él, que es la cabeza, Cristo» y de quien el Cuerpo irá aumentando «para su edificación en amor» (v. 15-16).
Por último, en Colosenses se habla solo brevemente del Cuerpo, ya que el gran tema de Colosenses es la gloria de la Cabeza. No obstante, se insiste sobre la responsabilidad que tiene cada miembro de tenerse «con firmeza a la Cabeza» (Col. 2:19). Vemos también al apóstol Pablo, como un miembro del Cuerpo, gozarse en padecimientos por causa del Cuerpo (Col. 1:24) y hallamos los amables y hermosos rasgos de Cristo, culminando en amor y paz, manifestándose en los santos.
De esta manera, la verdad del Cuerpo de Cristo incluye a todos los santos. Hay unidad absoluta en unión con Cristo, y en sujeción a él, de modo que él como Cabeza, se exprese en su Cuerpo.
7 - La verdad en cuanto a la Casa de Dios pone especial énfasis sobre la presencia de Dios por su Espíritu en la Iglesia y, por consiguiente, sobre el orden, la piedad y la santidad que conviene a su morada, porque la Casa debe conformarse a aquel a quien ella pertenece
Lo expresado arriba se puede ver a partir de los versículos donde se nos presenta el aspecto de Casa de la Iglesia. Se utilizan dos expresiones: casa y templo. Hay un matiz de diferencia entre ellas, pero ambas presentan la misma idea general y tienen así un significado práctico similar.
En 1 Corintios 3, los santos son el «templo de Dios» porque el Espíritu de Dios mora colectivamente en ellos. Por consiguiente, la santidad es imperativa (1 Cor. 3:16-17). Este pensamiento de santidad es expandido grandemente en 2 Corintios 6:14 a 2 Corintios 7:1. Estos versículos demandan santidad sin ningún yugo desigual –una clara separación del mundo contaminante, sin siquiera tocar lo inmundo. Esto involucra el rechazo de toda inmundicia, tanto de carne como de espíritu.
En los versículos finales de Efesios 2, el único adjetivo usado con respecto al templo es «santo».
En 1 Timoteo 3:15, la Iglesia es llamada «la casa de Dios… columna y cimiento de la verdad», y toda la epístola está llena de enseñanza en cuanto al orden y a la piedad que conviene a aquellos que pertenecen a ella. El carácter de Dios debería ser visto en aquellos que componen su Casa.
Por último, en 1 Pedro 2:5, la casa es llamada «casa espiritual», compuesta de todos quienes, habiendo venido a la Piedra viva, son ellos mismos piedras vivas. Cada uno es un Pedro (una piedra pequeña) edificada sobre la Roca (Cristo).
La verdad de la Casa de Dios excluye todo mal que difamaría, o comprometería, el carácter de la santidad de aquel a quien pertenece la casa. La exclusión puede tener que involucrar a personas pecadoras como se muestra en 1 Corintios 5 (que sigue a continuación de la verdad en cuanto al templo de Dios en 1 Cor. 3). El mismo resultado de una acción práctica que sigue a una verdad es vista en 2 Timoteo 2:15-22, esta sigue a continuación de la verdad de la casa de Dios presentada en la primera epístola a Timoteo: solo que aquí, en lugar de quitar al malhechor (1 Cor. 5) la acción práctica consiste en limpiarse uno mismo de malas asociaciones.
8 - Cuando nosotros vemos la verdad de la Iglesia tal como es presentada en la Escritura y pensamos en ponerla en práctica, caemos en la cuenta de que la actual condición general de la cristiandad (el cristianismo profeso) es una negación total de estas verdades eclesiásticas
Algunas cosas no son, obviamente, conforme a la Escritura, tales como la multiplicidad de denominaciones lo cual niega la unidad de la Iglesia, la unión deliberada de las iglesias del estado con el mundo, el hecho de poner a un lado al Señor para que el hombre no se ocupe de la Biblia y luego pretenda nombrar santos entre los personajes que se han distinguido, como también liberar almas del purgatorio –un lugar que no existe, inventado por la religión católica romana– y la casi total falta de disciplina de manera que toda clase de mal doctrinal y moral tienen lugar bajo el manto del cristianismo nominal.
Otras cosas no son tan obvias. El pecado distintivo de esta dispensación actual ha sido ignorar de forma práctica y, posteriormente, dejar a un lado la presencia y las operaciones del Espíritu Santo en la Iglesia. Los servicios cristianos son conducidos de modo que demuestran una completa incredulidad en su presencia en la Iglesia (admitiendo a la vez, quizás, que él está presente en los individuos). Por ejemplo, un hombre es designado como el vocero de la congregación. Mediante tales acciones, los capítulos de 1 Corintios 12 y 1 Corintios 14 son reducidos a palabras muertas. Los efectos de la redención sobre nuestro acercamiento a Dios son negados mediante la construcción de lugares santos en la tierra con altares y sacerdotes que sirven a un laicado o a personas comunes que están excluidas de Dios y, a menudo, mantenidas en mayor ignorancia de la que los judíos conocían antes de que Cristo viniese. El orden y los arreglos humanos han desplazado la sencillez del orden divino que fue establecido por los apóstoles al comienzo de la Iglesia. Para el hombre, este orden humano puede ser muy ordenado y un freno a cualquier desorden que pudiera resultar de un intento de seguir lo que los apóstoles establecieron, pero todo orden que no es un orden divino, es desorden.
La mayoría de denominaciones e iglesias se basan en ciertas verdades (el bautismo, por ejemplo) o ciertas opiniones acerca de la verdad, o como estando identificadas con hombres piadosos de tiempos pasados. Por consiguiente, estas iglesias carecen de una integración divina ya que ellas buscan solamente creyentes que compartan sus opiniones o que se hayan convertido en seguidores del líder en cuestión. Estas iglesias carecen también de exclusividad divina porque ellas son, generalmente, tan celosas para construir su sistema, que la falsa enseñanza o la infidelidad a Cristo y a su verdad son tratadas, a menudo, con una tolerancia acomodadiza.
9 - Siendo estas cosas así, ¿estamos nosotros obligados aún a poner la verdad de la Iglesia en práctica? ¿No sería simplemente mejor sostener la verdad mentalmente y evitar toda complicación ulterior permaneciendo justo donde estamos en nuestras relaciones eclesiásticas?
La respuesta de la Escritura a estas preguntas es sí a la primera y no a la segunda. Las epístolas que contemplan días de dificultad no suponen, ni por un momento, que la verdad ha llegado a ser un asunto de mera teoría, divorciada de cualquier expresión práctica de ella.
Por ejemplo, en 2 Timoteo 3:16-17, Pablo habla de la utilidad de la Escritura, no solo para enseñar sino para corregir e instruir en justicia. Si alguno piensa que tanto la corrección como la instrucción son solo aplicables a la mente, nosotros lo dirigimos al versículo siguiente (2 Tim. 3:17), donde se declara que el objetivo de toda la corrección e instrucción es «a fin de que el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra» (2 Tim. 3:17). Esto es extremadamente práctico: ¡se trata de nuestras acciones!
En 2 Juan y 3 Juan, el apóstol dice mucho acerca del andar del creyente. Él habla de andar en la verdad y conforme a sus mandamientos. Andar en algo es poner ese algo en práctica. Dios enfatiza este punto justo cuando maestros anticristianos se estaban haciendo comunes y Diótrefes se estaba imponiendo a sí mismo y causando confusión en la iglesia.
El hecho es este: Mientras más proliferen esa confusión y esa defección, más importante es andar en la verdad –poner toda la verdad en práctica, aun si solo unos pocos lo harán.
10 - ¿Puede la verdad de la Iglesia ser practicada bajo las actuales condiciones? ¿Cómo es posible hacerlo hoy en día?
Sería imposible entrar en cualquier edificio, donde los servicios religiosos fuesen conducidos conforme a una liturgia (un orden formal de servicio), o por medio de un ministro ordenado, y tratar de reunirse conforme a los principios establecidos por el Espíritu Santo en 1 Corintios 12 y 14. Cualquiera que lo intente sería considerado desordenado. La única manera de practicar la verdad en cuanto a la Iglesia es dejando de practicar lo que no es la verdad. Esto se puede hacer solamente retirándose de todo lo que no tiene la aprobación de la Escritura. Liberándonos de la desobediencia nosotros podemos, entonces, ser obedientes. De este modo, nosotros debemos primeramente dejar de hacer lo malo y aprender a hacer lo bueno. Cualquier intento de continuar con los dos sería un gran perjuicio para la causa de la verdad. Ello sería decir, en efecto, que no existe diferencia básica, real, entre lo que es puramente humano y lo que es divino y, por consiguiente, nosotros podemos continuar con cualquiera de los dos o con ambos.
Algunos sostienen que retirarse del mal termina solamente en la formación de una secta más. Pero no hay nada sectario [1]en reunirse de la manera que es obedecer a la verdad.
[1] Organización, generalmente religiosa, que se aparta de las doctrinas tradicionales u oficiales y toma carácter secreto para los que no pertenecen a ella; especialmente cuando se considera que es alienante o destructiva para sus seguidores. Obedecen a uno o más lideres… (N. del Ed.).
11 - ¿Tenemos autoridad de la Escritura para retirarnos de organizaciones eclesiásticas a menos que ellas defiendan o toleren fundamentalmente doctrinas falsas?
Déjenme responderles con una pregunta. ¿Es una organización, o sistema humano, introducido en el orden de Dios para su Iglesia, suficientemente mala como para que debamos abandonarla aun si cuesta mucho hacerlo?
Muchos de los sistemas religiosos actuales contienen una forma muy presuntuosa de infidelidad basado en grandes pretensiones de erudición, llamada modernismo. Pero, existe una gran cantidad de organizaciones más pequeñas, y más o menos independientes, que se sustentan sobre la base de sana (correcta) verdad fundamental, aunque ignorando el orden de la Iglesia tal como es presentado en la Escritura. Quienes apoyan estas organizaciones son, generalmente, personas serias y piadosas. ¿Debemos permanecer apartados de tales organizaciones?
Ante todo, la intrusión de cualquier sistema u organización humana en el orden divino, en donde el orden divino está, eventualmente, extinto, ¡es un pecado muy grave! No es un pecado que deba ser atribuido a algún individuo en particular, puesto que este pecado ha entrado encubierta y lentamente: con todo, es un mal muy serio. Es asombroso el hecho de que al final de un largo pasaje acerca del orden divino para la actual reunión de la Iglesia en 1 Corintios 14, Pablo advierta que, «Si alguno piensa ser profeta o espiritual, reconozca lo que os escribo, porque es mandamiento del Señor». (1 Cor. 14:37). De esta manera, el Espíritu Santo anticipó la descuidada tendencia que invariablemente sale a la luz dondequiera la acción de la carne (los modos de obrar naturales, humanos) prevalece, tendencias que son prominentes hoy en día.
Cuando el poder espiritual es bajo y los principios mundanos entran en la Iglesia, la tendencia es encontrar molesto el orden divino porque hace ciertas demandas acerca de una buena condición espiritual –una condición que no está presente. Este orden divino expone, también, la mundana debilidad que está presente. Entonces, la fuerte tentación es ser descuidados en cuanto a las instrucciones de la Escritura: útiles en muchas ocasiones, interesantes, instructivas pero opcionales –algo que puede ser obedecido y no algo que debe ser obedecido. Todo esto, sin embargo, es barrido completamente por el hecho de que estas instrucciones son «mandamiento del Señor». De este modo, nosotros no tenemos libertad para alterarlos según nuestros gustos y sentimientos.
Como una analogía, piensen ustedes en lo que fue instituido en relación con la ley de Moisés que dio solo una «imagen y prefiguración de las cosas celestiales» (Hebr. 8:5). Moisés siguió estrictamente el modelo de Dios. Después, cuando la casa permanente iba a ser edificada en Jerusalén, «David dio a Salomón su hijo… el plano de todas las cosas que tenía en mente para los atrios de la casa de Jehová… Todas estas cosas, dijo David, me fueron trazadas por la mano de Jehová» (1 Crón. 28:11-19). Una vez más, cada detalle fue divinamente ordenado por escrito. Nosotros tenemos por escrito, en el Nuevo Testamento, las instrucciones divinas en cuanto al orden de la Casa espiritual de Dios. ¿Se nos da a nosotros más libertad para manipular estas instrucciones de la que se permitió antiguamente en cuanto a las instrucciones para la casa material, terrenal? ¡No, ciertamente!
En una fecha posterior, los judíos añadieron a los reglamentos divinos para la casa material. ¿Cuál fue el resultado? El Señor Jesús, cuando la visitó, dijo: «Está escrito: Mi casa será casa de oración; pero vosotros la habéis hecho una cueva de ladrones» (Lucas 19:46). Ellos también manipularon, generalmente, la Palabra divina. Por consiguiente, el Señor los acusó de invalidar «la palabra de Dios al transmitir vuestra tradición. Y muchas cosas semejantes a estas hacéis» (Marcos 7:13). El fuerte lenguaje utilizado por el Señor en estas ocasiones nos demuestra cómo se sintió él acerca de estos pecados.
A continuación, consideremos las claras instrucciones de la Escritura en cuanto a la posición del creyente en relación con un sistema de religión exterior.
La Epístola a los Hebreos fue escrita justo antes de que toda la economía religiosa judía fuera barrida por la destrucción de Jerusalén. En la Epístola a los Hebreos, el Espíritu Santo anima a los creyentes judíos demostrándoles que el anterior sistema de símbolos religiosos visibles (judaísmo), instituido en conexión con la Ley, era solo un sistema de sombras. Quienes se habían vuelto a Cristo poseían las realidades mediante la fe. El Espíritu Santo finaliza con un llamamiento a que ellos corten sus últimos lazos con el sistema agotado de religión terrenal y, después, él coloca ante ellos el Cristo que «padeció fuera de la puerta». La exhortación del Espíritu Santo es, «Salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:12-13).
Nosotros hemos de ir a Cristo fuera del campamento, no fuera de la ciudad. La Epístola a los Hebreos se refiere constantemente al orden de cosas relacionadas con el peregrinar de Israel en el desierto –el tabernáculo y el campamento. La Epístola a los Hebreos contempla a los cristianos como una compañía con asociaciones celestiales yendo en su camino a un reposo celestial pero aún en condiciones desérticas en la tierra. Las circunstancias de Israel en el desierto fueron tipos de nuestro peregrinaje actual.
Además, en el tabernáculo en el desierto, Dios expuso su propósito de morar en medio de un pueblo redimido y de reunir aquel pueblo a su alrededor. Así, el campamento era Israel, en una manera ordenada, rodeando la morada de Dios –Israel contemplado religiosamente.
Cuando la Epístola a los Hebreos fue escrita, la nube (shekinah) que había sido la gloria del campamento de Israel, hacía tiempo que se había apartado. Con todo, el campamento –el judaísmo, el sistema religioso de Israel– aún permanecía. No obstante, este sistema había sellado su destrucción al crucificar a Jesús fuera de la puerta. De esta manera, el tiempo había llegado para todo creyente fiel judío de cortar su último lazo con aquel sistema de religión terrenal, aunque en su comienzo, fue instituido divinamente. No quedaba nada ahora sino «débiles y pobres (sin valor) elementos» (Gál. 4:9).
De este modo, si en el primer siglo de cristianismo, fue la voluntad de Dios que los creyentes que habían estado dentro de un sistema religioso terrenal divinamente comenzado cortasen sus últimos lazos con él y salieran fuera de él a Cristo, la voluntad de Dios para los creyentes no puede ser, hoy en día, que permanezcan dentro de sistemas religiosos terrenales que son puramente humanos en su origen y que ¡jamás fueron, en ninguna época, instituidos por Dios!
Cristo está, de tal manera, fuera de cualquier sistema religioso de origen humano (aunque, obviamente, él puede ser muy amado por muchos queridos santos, y puede estar muy cerca de ellos, siendo ellos santos que permanecen enredados en el sistema humano). De este modo, nosotros tenemos autoridad divina para retirarnos de cualquier organización religiosa de origen humano para que podamos andar conforme al orden divino, tal como está establecido en la Escritura.
12 - La separación del mal y de hombres malos es siempre el deber de todo aquel que teme al Señor y que invoca su nombre
Este hecho es declarado poderosamente, con plena autoridad apostólica, en 2 Timoteo 2:14 al 3:5, donde la separación es ordenada seis veces bajo seis diferentes términos, como sigue a continuación:
• Evita las charlas vanas y profanas.
«Pero evita las profanas y vanas charlas» (2 Tim. 2:16).
• Apártese de iniquidad.
«Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor» (2 Tim. 2:19).
• Si alguien se purifica de estos.
«Si, pues, alguien se purifica de estos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» (2 Tim. 2:21).
• Huye también de las pasiones juveniles.
«Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22).
• Evita las cuestiones necias e insensatas.
«Pero evita las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas» (2 Tim. 2:23).
• De estos Apártate.
«Teniendo apariencia de piedad, pero negando el poder de ella; de estos apártate» (2 Tim. 3:5).
Si algo se te presenta y lo esquivas, te limpias completamente de ello, huyes de ello, lo evitas y te apartas de ello, has adoptado, ciertamente, una actitud de separación inquebrantable
Abramos nuestras Biblias y consideremos este pasaje en 2 Timoteo 2 en detalle.
«Recuérdales esto, rogándoles encarecidamente ante Dios, que no contiendan sobre palabras, que para nada es útil, sino para ruina de los que oyen. Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, exponiendo justamente la palabra de la verdad».
Pablo le dice a Timoteo que recuerde a los creyentes la verdad y que les encargue que no discutan sobre puntos que para nada aprovechan y que tienen, meramente, el efecto de trastornar a los creyentes. Entonces, ser un obrero hábil al servicio de Dios debía ser el objetivo personal de Timoteo, manejando la Palabra de Dios con entendimiento y precisión.
«Pero evita las profanas y vanas charlas; porque los que se dan a ellas conducirán más y más a la impiedad; y su palabra se extenderá como gangrena; de los que son Himeneo y Fileto, los cuales se desviaron de la verdad, diciendo que la resurrección ya tuvo lugar, y trastornan la fe de algunos».
Timoteo debía esquivar también un mal aún peor –conversaciones profanas (comunes), sin valor, que conducen a más impiedad, impiedad que se extiende como gangrena o cáncer. Tales malas conversaciones aumentarán tanto en intensidad como en extensión si se les permite continuar sin control. De modo que nadie pudiera malinterpretar aquello acerca de lo cual él estaba hablando. Pablo nombra dos hombres que lideraban en estos discursos profanos –Himeneo y Fileto. Ellos estaban diciendo que la resurrección ya había sucedido. Pablo señala la gravedad de este error: algunos habían atendido a dicho error y la fe de ellos se había derrumbado. El error era fundamental y subversivo para la fe de quienes lo aceptaban.
«Pero el sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor».
En oposición a la falsa enseñanza humana, el sólido fundamento de Dios permanece firme. Todo lo que es realmente fundado por Dios es inamovible. El fundamento de Dios tiene un doble sello: el primero se relaciona con la soberanía y la omnisciencia (que es todo el poder) que garantiza la seguridad eterna de los suyos, y el segundo se relaciona con la responsabilidad de todos los que profesan sometimiento a Cristo como Señor para apartarse de iniquidad.
Todo lo mencionado arriba está declarado en términos generales, pero parece que es una alusión a Coré, Datán y Abiram en Números 16. Ellos se levantaron contra la Palabra de Dios, presentada por Moisés y Aarón, y derribaron la lealtad de algunos. El mensaje del Señor en aquella ocasión fue también doble: «Mañana mostrará Jehová quién es suyo» (Núm. 16:5) y, «Apartaos ahora de las tiendas de estos hombres impíos» (Núm. 16:26).
De este modo, este pasaje del Antiguo Testamento arroja luz sobre nuestro asunto. Sin embargo, nuestros versículos declaran simplemente principios generales; con todo, el creyente debe apartarse siempre de iniquidad. La iniquidad asume diferentes formas, así que el «apartarse» necesario puede ser llevado a cabo en diferentes maneras según la Escritura, pero el creyente no ha de continuar jamás con cualquier clase de mal. Él debe apartarse del mal en todas sus formas.
«Pero en una casa grande no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honor, y otros para deshonor».
Habiendo dejado establecido los principios generales que gobiernan la actitud del creyente hacia todo mal, Pablo ilustra ahora el asunto. En una casa grande, hay muchos vasos hechos de varios materiales y utilizados de muchas maneras diferentes. Algunos están hechos de oro y plata; otros de madera y barro. Algunos son para uso honroso y otros para uso deshonroso. La imagen es de la Iglesia (profesa) que ha llegado a ser como una casa grande conteniendo en su interior hombres como Himeneo y Fileto –hombres que eran como vasos puestos para uso deshonroso.
«Si, pues, alguien se purifica de estos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» (2 Tim. 2:21).
Pablo aplica ahora el principio general del versículo 19 al caso de Himeneo y Fileto presentado en los versículos 17-18; una aplicación hecha a la luz de la ilustración de la casa grande presentada en el versículo 20. Consideremos el versículo 21 en detalle.
«Si… alguien». Estas palabras demuestran que Pablo tenía la aplicación de la ilustración delante de él con respecto a la triste condición manifestada, en ese entonces, en la Iglesia. El término «alguien» es utilizado debido a que, aunque el mandamiento es aplicable a todos, la responsabilidad de obedecer personalmente a Dios reposa sobre cada creyente individual.
«Si, pues, alguien se purifica de estos». La palabra griega traducida significa limpiarse completamente. Su única otra ocurrencia es en 1 Corintio 5:7 donde es traducida «quitad» y es aplicable a la labor normal de limpiar y quitar el mal de la Iglesia. Aquí, en 2 Timoteo, nosotros vemos la labor anormal de un hombre limpiándose completamente sí mismo (a saber, separándose) de una asociación que ha llegado a estar dominada por el mal.
«De estos». Nosotros creemos que «estos» se refiere a Himeneo, a Fileto y a sus asociados. No obstante, si alguno cree que «estos» se refiere a los vasos para deshonra del versículo anterior, el significado permanece sin alterar porque los vasos para deshonra ilustran simplemente estos hombres pecadores.
El resto del versículo 21 adopta claramente el lenguaje de la ilustración del versículo 20. Un creyente que se limpia completamente de toda comunión y complicidad con los maestros de doctrina fundamentalmente falsa es como un vaso para honra, santificado y útil para el Maestro y preparado para toda buena obra.
«Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor».
«Huye de las pasiones juveniles» es otra aplicación del principio general de apartarse «de iniquidad». Pero esta exhortación demanda santidad personal, sin la cual la separación de los hombres malos sería mera hipocresía. La frase «pasiones juveniles» es usada debido a que Timoteo era un joven. Obviamente, nosotros debemos huir de toda pasión pecaminosa y seguir, entonces, «la justicia, la fe, el amor y la paz». El mundo está lleno de pecado, ceguera espiritual, odio y contienda, y el santo, estando en medio del mundo, se ha de vestir del cuádruple carácter de Cristo mencionado arriba. Por otra parte, estas cosas buenas se han de seguir de una manera práctica «con los que de corazón puro invocan al Señor».
«Con» significa compañerismo, no aislamiento. Invocar «al Señor» significa profesarle sometimiento. Hacer esto de «corazón puro» (o limpio; esencialmente la misma palabra que aparece en el versículo 21) significa hacerlo sinceramente con el hombre completo limpiado completamente del mal, tanto por medio de santidad personal como por medio de santidad en las asociaciones.
Tomen nota de que no se nos dice que sigamos con todos los que invocan al Señor con corazón puro. Eso sería imposible bajo las presentes condiciones. Por ejemplo, muchos cristianos piadosos que se ajustan a esta descripción, rehúsan la compañía de otros que se ajustan igualmente a la descripción debido a un prejuicio o a una información equivocada o incompleta. No obstante, nosotros podemos seguir… «con los que de corazón puro invocan al Señor» –con tantos como estén disponibles; y, ciertamente, mientras más haya disponibles, más nos regocijaremos.
«Pero evita las cuestiones necias e insensatas, sabiendo que engendran contiendas. Un siervo del Señor no debe altercar, sino ser amable con todos, apto para enseñar, sufrido, instruyendo a los opositores con afabilidad; por si acaso Dios les concede arrepentimiento para conocer la verdad, y recuperen el sentido para hacer su voluntad; escapando del lazo del diablo que los capturó».
Estos versículos demuestran que el santo que obedece las instrucciones arriba detalladas debe evitar cuestiones necias que causan contienda. A la vez, debe esperar oposición y entonces enfrentarla en el espíritu humilde de Cristo para que él pueda ser usado para bendición y recuperación de los que se oponen.
Aunque el Espíritu Santo tomó la oportunidad creada por la falsa enseñanza de Himeneo y Fileto para dar estas instrucciones, parece que el mal no había alcanzado la etapa que obligó a Timoteo a retirarse de la masa de creyentes profesos. Parece, más bien, que el mal fue enfrentado mediante la energía del Espíritu Santo y que algunos fueron recuperados «del lazo del diablo» (2 Tim. 2:26), mientras los falsos maestros, repelidos en sus esfuerzos, «salieron de nosotros» (1 Juan 2:19). No obstante, las instrucciones dadas por Dios permanecen y, desde hace tiempo, retirarse ha llegado a ser necesario. De hecho, perseguir la unión a expensas de la verdad es traición contra el Señor porque ninguna unión que involucra complicidad con el mal es de Dios. La unidad de Dios se encuentra únicamente en separación del mal.
Recuerden ustedes que la separación arriba mencionada es una responsabilidad individual, aunque el individuo que obedece fielmente a Dios en esto, es guiado, en el versículo 22, a esperar encontrar asociados en la posición que él asume de este modo.
13 - Los creyentes que van a Cristo fuera del campamento, y que se limpian completamente de falsos maestros y de sus enseñanzas, deben reunirse ahora conforme a toda la verdad de la Iglesia, recordando, a la vez, que ellos son solo unos pocos de aquellos que pertenecen a ella
Los creyentes que se han separado del mal, lo han hecho como resultado de un ejercicio y una acción individuales, pero no se los deja a que sigan solos como si todo lo que es de una naturaleza corporativa haya dejado de existir. El Cuerpo de Cristo y la Casa de Dios aún son realidades y los creyentes son, hoy en día, tanto como lo han sido siempre, de aquel Cuerpo y piedras vivas en esa Casa. De ahí que los privilegios y responsabilidades que están unidos al Cuerpo y a la Casa son de ellos tanto como siempre lo han sido.
Cuando creyentes que se han limpiado y se han separado se reúnen, deberían reunirse conforme a lo que ellos son y, luego, actuar dirigidos por la Palabra de Dios. Ellos deberían hacer esto, aun si son solamente dos o tres y todos los demás cristianos en su localidad permanecen en el «campamento» o en complicidad con el mal. Cristo es aún Cabeza de ellos y se puede contar con él para dirección. El Espíritu Santo está aún allí y se puede contar con él con seguridad para el poder. Además, aún se puede contar con la Biblia para enseñanza.
Por consiguiente, los creyentes que se han separado pueden aún disfrutar una medida de comunión conforme al modelo apostólico. Ellos se pueden regocijar considerando a los demás creyentes sencillamente como miembros del Cuerpo de Cristo y pueden recibir, conforme a la Palabra, a todo aquel que desee ser recibido, siempre que no estén descalificados por mala práctica, mala doctrina o malas asociaciones. Toda secta recibe a santos que están preparados formalmente para «unírseles», pero recibir a santos sencillamente porque ellos son miembros de Cristo (y no están descalificados por la Escritura) es recibir a personas conforme a la verdad.
Sin embargo, una parte del modelo apostólico ya no está disponible. Esto es, la designación oficial de ancianos y diáconos para el gobierno y el servicio en la asamblea. Nosotros carecemos, en la actualidad, de autoridad apostólica para designarlos. Pero, ancianos oficialmente designados no son esenciales para una asamblea. Evidentemente, no había ninguno en Tesalónica cuando Pablo les escribió la segunda epístola. Él dijo, «Os rogamos, hermanos, que apreciéis a los que trabajan entre vosotros, y os dirigen en el Señor» (1 Tes. 5:12-13). Esta instrucción sería posible solo si existieran verdaderos ancianos, pero allí donde existieran sin designación oficial. Aun en la actualidad, se puede reconocer ancianos donde ellos existen. Noten que en 1 Corintios (la epístola del orden de la asamblea), obispos y ancianos ni siquiera son mencionados. Además, al corregir los desórdenes en Corinto, Pablo no sugiere, ni siquiera una vez, que se debería designar ancianos.
14 - Desde hace algún tiempo, los creyentes se han esforzado en reunirse del modo arriba mencionado. Pero la experiencia les ha demostrado que ciertos peligros amenazan con alejarlos de la verdad. Algunos de estos peligros son:
Sectarismo
Es muy fácil deslizarse hacia el sectarismo (la adhesión a un conjunto particular de puntos de vista y calificaciones para la membresía). Aquellos que han procurado reunirse como la Escritura recomienda se han encontrado, necesariamente, fuera de las organizaciones religiosas de hoy en día y, por consiguiente, separados exteriormente de la gran masa de sus semejantes creyentes que adhieren a tales organizaciones. ¡Cuán fácil es, entonces, llegar a estar enteramente separados de ellos en corazón y afecto! ¡Cuán fácil es decaer hasta convertirse en una comunidad selecta, compacta y autónoma, y sin ningún interés en nada que quede fuera de los límites de la comunidad!
Este peligro de sectarismo ha aumentado por el gran conocimiento de la Escritura dado, completamente por gracia, a aquellos que se han reunido en obediencia práctica a la Palabra de Dios. Por consiguiente, la tendencia natural ha sido utilizar este gran conocimiento del mismo modo en que los creyentes Corintios usaron (o abusaron) de sus dones en época temprana. Ellos usaban sus dones para ellos mismos, en lugar de usarlos para beneficio de todo el Cuerpo. Un gran conocimiento de la Escritura puede ser mal empleado del mismo modo: a saber, dar crédito y distinción a la comunidad que lo posee en lugar de usarlo para el bien de todos los santos. Tal conocimiento se convierte, entonces, en la credencial de una secta y la comunidad se vuelve sectaria y la luz se vuelve tinieblas. Entonces la luz (o aquello que es tenido por luz en cualquier época dada) llega a ser la prueba de comunión, y la disposición a convertirse en un miembro de la comunidad es la cosa de suma importancia. Entonces, todo pensamiento acerca de recibir santos (no descalificados por mala conducta, mala doctrina o mala asociación, o complicidad con cualquiera de ellas) sencillamente como miembros de Cristo es descartada, y nosotros nos encontramos de regreso sobre terreno sectario, solo que con mucha más exactitud en nuestro modo de reunirnos y en nuestro conocimiento de la Escritura, pero, por ese mismo motivo, ¡más condenados por nuestro sectarismo!
Los santos que se reúnen en obediencia a la verdad son acusados, a menudo, de ser una mera secta, ¡y una secta pequeña, en lo que a eso se refiere! Siendo solamente una pequeña parte de la Iglesia, ellos pueden encontrar imposible rechazar la acusación. Pero, que ellos huyan del sectarismo tanto en su espíritu como en el principio de su reunión, independientemente de lo que los demás los acusen.
Laxitud de principio y de práctica
Esta laxitud es el peligro opuesto a lo que hemos estado considerando. El sectarismo es el peligro especial para los que son rígidos, estrechos e intelectuales, mientras que la laxitud es el peligro de aquellos que tienen ideales grandes y universales, y de corazones amables y generosos. El primer tipo de persona tiende a preservar la verdad y a mantener la santidad mediante la exclusión de todos excepto los más selectos, mientras que el segundo tipo de persona tiende a promover el amor, la armonía y la unión mediante una tolerancia relajada (laxa) de cosas incorrectas.
Semejante laxitud es fatal para la asamblea fiel, porque debilita seriamente el conjunto al asumir el lugar con Cristo «fuera del campamento», ya que compromete y se aferra a los alrededores del campamento con el objetivo de ganar más personas. Adicionalmente, la laxitud debilita o destruye un rechazo claro e inflexible tanto de la doctrina fundamentalmente defectuosa como de la separación de quienes la propagan (2 Tim. 2:15-26; 2 Juan 7-11). La laxitud permite una tolerancia impropia y permite así (mientras toma, en última instancia, acción contra el mal manifiesto) que el mal esté presente en una forma modificada o disfrazada.
Cuando la laxitud es permitida, el camino está pavimentado para el abandono de un andar conforme a la verdad, no por un paso decisivo, sino por etapas lentas. La historia nos proporciona muchas ilustraciones acerca de la manera en la cual la laxitud trabaja. Siempre que la Iglesia se ve confrontada a un mal fundamental, algunos lo han enfrentado vigorosamente sin componenda, pero otros han implorado tolerancia y componenda y cuando sus súplicas fueron oídas, muchos se desviaron de la verdad.
El apropiamiento eclesiástico
El peligro de apropiamiento eclesiástico (autoridad eclesiástica) es, principalmente, una excrecencia del sectarismo. Despreocupadas del estado caído de la iglesia profesante, las personas pueden asumir una autoridad para la cual no existe autorización divina –autoridad que se percibe, quizás honestamente, como siendo necesaria para preservar la comunidad en su forma apropiada. Las decisiones y acciones de carácter asambleario, aunque hayan sido concebidas precipitadamente y ejecutadas bajo presión individual o grupal, pueden recibir gran inviolabilidad y pueden convertirse en tema de demandas extravagantes. La autoridad puede ser establecida en ciertas localidades o en ciertos grupos y, de este modo, se puede introducir subrepticiamente un sistema de supervisión central, de una sede central metropolitana, de un control burocrático (o de cualquier otra forma que ustedes puedan llamarlo), y entonces ¡ay del santo individual que tiene la temeridad de cuestionar lo que es arreglado o decidido bajo tales condiciones!
Independencia eclesiástica
El péndulo puede oscilar al extremo opuesto, lejos de las elevadas demandas del apropiamiento eclesiástico. Para evitar los males relacionados con el apropiamiento eclesiástico, el sistema de independencia puede ser restaurado. En independencia, cada reunión de creyentes llega a ser una unidad autónoma, sosteniéndose sobre su propia base, independiente de cualquier otra reunión de creyentes. La Iglesia como Cuerpo de Cristo, Casa de Dios, una unidad compuesta de todos los santos en todas partes, fuera de toda cuestión acerca de la localidad, es enteramente pasada por alto o es tratada solamente como un ideal, no demandando, de esta manera, una práctica en conformidad con eso. Pero, adoptar un orden de cosas que nos da varias asambleas locales independientes, estén o no afiliadas cercanamente, de modo que la medida más grande posible de libertad personal sea permitida, ¡es practicar algo que incumple la Escritura!
Disciplina extravagante, que no es según la Escritura
La disciplina extravagante es el resultado natural del sectarismo y del apropiamiento eclesiástico. Una posición sectaria provoca, casi siempre, un arrebato de celo en su defensa. Ningún espíritu es más fiero que un espíritu de facción y, bajo su influencia, las más extremas medidas de defensa son adoptadas. Aun en los días de los apóstoles, la Iglesia se vio amenazada por toda clase de mal interno. Por consiguiente, Dios dio instrucciones disciplinarias claras y detalladas por medio de sus apóstoles. Ahora bien, implementar una disciplina más severa que la demandada por la Escritura puede tener la apariencia de gran santidad y celo, pero ello es realmente solo presunción y obstinación, como si nosotros fuésemos más sabios que Dios. La sustitución de la disciplina severa por el cuidado pastoral y el fiel trato en amor (cosas que ponen a prueba nuestros poderes espirituales) ha sido una causa principal de grave fracaso.
Disciplina laxa
La disciplina laxa, descuidada, es la consecuencia natural de la laxitud e independencia generales. Si la universalidad es lo más importante, uno debe ser muy tolerante. Si la asamblea local independiente, autónoma, está delante de la mente, entonces cualquier disciplina está limitada a esa comunidad local e incluso esa disciplina puede ser fácilmente hecha inútil por la acción contraria de otra asamblea independiente cercana. Cuando Pablo escribió a los Corintios e instó urgentemente a una severa disciplina (1 Cor. 5), él dirigió su carta a «la iglesia de Dios que está en Corinto… con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 1:2). La asamblea local en Corinto era primariamente responsable de la disciplina, pero la Iglesia toda estaba implicada en ella. Por consiguiente, si los santos que procuran reunirse en el terreno de la asamblea y andar en la luz de la verdad son llamados a hacer uso de la disciplina, ellos actúan conforme a esta Escritura.
Si los santos están afuera de organizaciones religiosas humanas y están andando separados del mal, y están practicando la verdad y el andar conforme a la verdad de la Iglesia tal como se halla en la Escritura, nosotros creemos que ellos serán aprobados por Dios en cuanto a la posición que toman ya que se están reuniendo sobre terreno divino. No obstante, todo lo mencionado arriba, que nunca se olvide que la cosa más importante es nuestra condición personal y espiritual. Una posición eclesiástica correcta sin una condición espiritual correcta es un espectáculo tan triste como uno se lo puede imaginar. Así, por encima de todo lo demás, busquemos la piedad práctica, lo que no es mundano, la comunión con Dios y la consagración a Cristo y a sus intereses. Solamente estas cosas harán que una posición correcta sea un testimonio a la verdad y algo para la gloria de Dios.
15 - Aquellos que han intentado reunirse sobre el terreno de la Escritura han fracasado y han dado lugar a divisiones. Estas divisiones han ocultado la expresión exterior de la verdad de la Iglesia y, por consiguiente, han hecho surgir preguntas acerca de “un círculo de comunión”. ¿Cuál es la verdad en cuanto a un círculo de comunión?
En primer lugar, debemos comprender cómo eran las cosas al comienzo de la Iglesia. Había solamente tres cosas que tenían un estatus definido (o posición definida) –solo tres entidades distintivas, según la Escritura. Estas eran:
1. El santo individual.
2. Las varias asambleas locales en Jerusalén, Antioquía, Corinto, etc. Estas asambleas locales conservaban cada una el carácter del Cuerpo de Cristo. Pablo dijo a los Corintios: «Vosotros sois cuerpo de Cristo» (1 Cor. 12:27 ), y no “el cuerpo de Cristo” como rezan casi todas las versiones de la Biblia en Español además de la traducción King James de la Biblia en inglés. La Iglesia toda es el Cuerpo, pero cada iglesia conserva el carácter del Cuerpo en su propia localidad. Cada asamblea local tiene, también, su propio estado (su propia condición) y responsabilidad delante del Señor y puede ser escudriñada por él separadamente de otras asambleas locales (Apoc. 1:11 al 3:22). En resumen, cada asamblea local tiene su propio estado definido.
3. La Iglesia toda en la tierra en cualquier momento dado, la cual es el un Cuerpo de Cristo, animado por un único Espíritu Santo (Efe. 4:4).
En lo que sigue a continuación, nos referiremos a estas tres cosas como el santo individual, la asamblea local y la Iglesia toda. Consideremos ahora varios puntos para ayudar a responder la pregunta arriba mencionada.
Punto 1
Al comienzo de la Iglesia, cuando las cosas eran aún conforme al pensamiento divino, no existía ninguna otra entidad que tuviese estatus según la Escritura entre el santo individual y la asamblea local. El intento de crear círculos más pequeños que la asamblea local en Corinto («Yo soy de Pablo; etc.») fue severamente reprendido (1 Cor. 1:11-13; 3:1-8). Existían asambleas en las casas de diferentes santos (Rom. 16:5; Col. 4:15, etc.). Nosotros no sabemos si estas eran las asambleas locales en sus localidades o sencillamente un número de santos en alguna parte de una gran ciudad reuniéndose así por conveniencia práctica. Quizás aquellos que estaban orando en casa de María (Hec. 12:12) eran una asamblea, pero, de haber sido así, no tenían estatus salvo como siendo una parte de «la iglesia (o asamblea) que estaba en Jerusalén» (Hec. 11:22).
Tampoco había nada allí que tuviera su propio estatus según la Escritura definido entre la asamblea local y la Iglesia toda. Nosotros leemos acerca de las «iglesias en Galacia» (1 Cor. 16:1; Gál. 1:2) y de que «la iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria» (Hec. 9:31) –la iglesia o iglesias dentro de ciertos límites geográficos. Pero no hay tal cosa como “las iglesias de Galacia”, lo cual podría servir como precedente para la iglesia del estado, tales como la “iglesia de Inglaterra”.
Punto 2
Cuando consideramos hoy las cosas, no es muy difícil encontrar al santo individual. No obstante, tanto la asamblea local como la Iglesia toda han retrocedido (exteriormente) al reino de la verdad abstracta. No se las puede encontrar en ninguna forma definida, clara, que pueda ser vista y a la cual se pueda recurrir.
En los tempranos años de 1800, muchos cristianos, alrededor del mundo, se retiraron de varias conexiones que no eran según la Escritura y mundanas, para reunirse como miembros del Cuerpo de Cristo sobre el sencillo terreno de la Iglesia de Dios y de sus principios originales. Como resultado, se pudo ver en varios lugares una reunión definida de santos que se congregaban y eran formados conforme a los principios de la Escritura sobre la asamblea local. Con todo, ellos solos no eran, de ninguna manera, la asamblea local en sus varias localidades ya que la mayoría de creyentes en esas localidades no se congregaban con ellos.
A medida que esas reuniones locales crecieron en número, ellas se pusieron en contacto y procuraron gozar de comunión práctica unas con otras conforme al modelo de la Iglesia apostólica. Ellos se recomendaban unos a otros por medio de cartas, etc. De este modo, tal como había santos reuniéndose localmente y actuando conforme a los principios de la asamblea local (aunque no constituían ellos solos la asamblea local), los santos tenían, asimismo, comunión unos con otros por todo el mundo y estaban, de esta manera, actuando conforme a los principios de la Iglesia toda, aunque no eran ellos solos la Iglesia toda.
Las cosas continuaron de este modo por algún tiempo. Luego obró Satanás, y ello resultó en división con sus efectos de dispersión, tanto con respecto a la reunión local andando conforme a la verdad de la asamblea local, como con respecto al gran número de santos andando conforme a la verdad de la Iglesia toda.
Debido a la confusión y a la angustia causadas por la división, algunos cristianos condenan ahora el pensamiento acerca de santos intentando andar en la luz de la verdad de la Iglesia toda. Ellos consideran ese intento como una forma de mantener meramente un círculo de reuniones o círculo de comunión. Ellos, a la vez, aprueban y apoyan su reunión local, aunque esa reunión esté lejos de ser la asamblea local ya que es solo una de varias otras reuniones en la misma localidad, teniendo cada una poca, o ninguna, comunión práctica con otras, debido a las divisiones que han ocurrido. Ellas, entonces, aducen que, puesto que no hay ninguna entidad en la Escritura entre la asamblea local y la Iglesia toda, el remedio para nuestras dificultades es abandonar cualquier idea de un círculo más grande que el pequeño círculo de una reunión local. En cuanto a cualquier cosa más grande, cada reunión y cada individuo en una reunión debe ser libre para formar su propia “comunión” o “círculo” en la medida que ellos lo juzguen correcto delante del Señor.
Es cierto que no hay nada en la Escritura entre la asamblea local y la Iglesia toda si el término “la asamblea local” no significa alguna pequeña reunión sino la asamblea local que, no obstante, no tiene actualmente forma definida. También es cierto que no existe ninguna entidad según la Escritura entre el creyente individual y la asamblea local (pero quienes defienden la idea que estamos considerando jamás enfatizan este hecho). Pero, ¿por qué no ser consistentes? El razonamiento que prohíbe generalmente a los santos tener cualquier comunión claramente reconocida con otros a través del mundo, de modo que ellos puedan andar juntos conforme a la verdad de la Iglesia toda, es igualmente válido contra unos pocos santos intentando disfrutar localmente de cualquier comunión claramente reconocida, a fin de andar conforme a la verdad de la asamblea local. Así, el razonamiento que estamos considerando, obligaría concluir que todo el movimiento de los primeros años de 1800 fue un error y, de este modo, no fue aprobado por Dios.
Si nosotros no tenemos ninguna autoridad para andar conforme a la verdad de la Iglesia toda, ¿qué autoridad tenemos para reunirnos conforme a la verdad de la asamblea local? Recuerden que, actualmente, podemos decir que la asamblea local es accidental y no esencial: es provisional debido a la condición actual de la Iglesia [2]. En el momento del arrebato, cada asamblea local dejará de existir instantáneamente y solo la Iglesia toda, que comprende a todos los santos desde Pentecostés hasta aquel momento, permanecerá. La Iglesia toda es la cosa permanente relacionada con los propósitos eternos de Dios.
[2] Nota del Editor del artículo en inglés: Esta declaración de accidental–esencial demuestra sencillamente la situación tal como existe en la actualidad con la descomposición que ha entrado en la profesión eclesiástica (a la cual el Sr. Hole denomina accidental). Esta descomposición no es conforme al aspecto perfecto y sin defectos de la Iglesia (al cual el Sr. Hole denomina esencial) como es contemplada a través de los ojos de Dios.
Punto 3
Algunos pueden preguntar si acaso Mateo 18:20 es la autoridad según la Escritura para una reunión local de santos que podría no incluir a todos los santos de la localidad. Nosotros creemos esto con gratitud. Aunque este pasaje no es primariamente profético de los postreros días, con todo, el Señor enmarcó de tal modo sus palabras que ellas dan, incluso a dos o tres, la autoridad para reunirse a su nombre en los días de ruina que han entrado durante su ausencia.
Con igual gratitud, nosotros creemos que 2 Timoteo 2:22 es la autoridad según la Escritura, en modo general, para que el santo que se ha limpiado ande con santos de pensamiento similar. («sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor»). Ese pasaje no tiene una aplicación local. No fue escrito a una asamblea local sino a un dotado siervo de Cristo. Timoteo, obviamente, debe haber estado en alguna localidad, pero él no tenía ningún cargo local (tal como un anciano) sino que era un hombre investido con un don (lo cual es universal, para la Iglesia toda, y no local). La «casa grande» de 2 Timoteo 2:20 ilustra aquello en lo la iglesia profesa (la cristiandad) se estaba convirtiendo rápidamente. De ahí que todo el pasaje, incluyendo el versículo 22, debe ser leído en un sentido universal. Noten, no obstante, que tanto en Mateo 18 como en 2 Timoteo 2, se encuentra una condición. En Mateo es «en mi nombre» (o, «a mi nombre»), y en 2 Timoteo es «de corazón puro». Estas cláusulas están diseñadas para causar ejercicio de corazón y de conciencia.
Punto 4
Se nos puede preguntar, también, si nosotros afirmamos que todos aquellos santos con quienes gozamos comunión poseen ese corazón puro, y si todos los que están fuera carecen de él, y si afirmamos que solamente quienes se reúnen localmente con nosotros, se reúnen a su nombre. Nosotros no hacemos ninguna de tales afirmaciones sino más bien hacemos que nuestra meta sea satisfacer personalmente ambas condiciones mientras esperamos el día del examen cuando el Señor determinará la medida en que nosotros hemos tenido éxito en nuestro objetivo. Ninguna de las dos preguntas debe asustarnos por el hecho de hacer que nuestro objetivo sea andar conforme a la verdad tanto de la asamblea local como de la Iglesia toda.
Punto 5
Se nos puede pedir, también, que proporcionemos un claro «sí» o «no» como respuesta a si nosotros creemos en un círculo de reuniones o de comunión. Nuestra respuesta es «no» debido a que nosotros creemos en algo mucho más grande que un círculo de reuniones o de comunión – nos referimos a la verdadera Iglesia de Dios.
Los trabajos de Pablo en el primer siglo produjeron lo que tuvo la apariencia de ser un círculo de asambleas cristianas, sin embargo, aquello no era eso porque era más que eso: él estaba siendo usado para llevar al Cuerpo de Cristo a una clara evidencia.
Los trabajos de hombres piadosos en los primeros años de 1800 produjeron, también, lo que tuvo la apariencia de ser solo un pequeño círculo de reuniones, sin embargo, aquello no fue eso porque ellos creyeron que estaban siendo usados por Dios para guiar a algunos santos de regreso a la obediencia práctica de la verdad de la Iglesia, tanto en sus aspectos locales como generales. Mucha confusión y división ha ocurrido desde entonces, pero nosotros no deseamos actualmente ningún objetivo diferente o menor. Nuestro deseo es andar conforme a esa verdad y no formar o mantener un mero círculo de reuniones o de comunión.
Punto 6
Si consideramos ahora a aquellos que afirman haber abandonado completamente la idea de un círculo de reuniones (a favor de la independencia, etc.), ¿qué encontramos? Nosotros encontramos que, en la práctica, ellos no se pueden escapar de algún tipo de círculo. Existen tantas y tal variedad de reuniones que, independientemente de lo altamente inclusivo que un creyente pueda ser, probablemente él no puede abrazar a todas ellas y se debe satisfacer, de este modo, con un círculo de algún tipo. Lo que ellos han abandonado es la idea de resolver colectivamente cuestiones acerca de la comunión a favor de resolverlas individualmente. Sea que los santos se reúnan aquí o allá, ellos deberían ser reconocidos como reuniéndose en la verdad y, de este modo, estar en comunión es, ellos juzgan, una decisión individual independientemente cuán conflictivas puedan ser las decisiones posteriores. Abandonando un círculo de reuniones (o de comunión), ellos están abandonando cualquier intento de obedecer y practicar la verdad en cuanto a la Asamblea toda [3].
[3] Nota del Editor del artículo en inglés: Ustedes pueden estar confundidos por la aparente contradicción entre los puntos 5 y 6. Ambos puntos consideran un círculo desde el aspecto abstracto, teórico, doctrinal. Nosotros no encontramos un círculo en la Escritura: solamente la asamblea local y la Iglesia toda. Así, nuestros pensamientos y objetivos no deberían restringirse a algún círculo. Pero, como se ve en el Punto 6, debido a que todos los santos no caminarán por la senda según la Escritura, o no estarán de acuerdo con nosotros acerca de algo, existen aquellos que están con nosotros y aquellos que no están con nosotros. De este modo, aunque ello no debería –no debe– ser nuestro objetivo, no podemos, en la práctica, escaparnos del hecho de un círculo de reuniones (o de comunión).
Punto 7
Somos plenamente conscientes de que existe un considerable terreno para que alguien diga que nos hemos deteriorado de tal manera en cuanto a la comprensión y a la práctica de la verdad, que todos nosotros hemos llegado a ser simplemente muchos círculos de comunión –simplemente facciones en pugna, cada una contendiendo por su propio punto de vista de la verdad, o de sus propias acciones y decisiones eclesiásticas. Si eso fuese verdad, la senda de fe sería bastante clara. Una persona tendría que estar fuera de todos los grupos de este tipo.
En 1 Corintios, donde todas las escuelas de opinión estaban dentro de la única asamblea (no única en cuanto a local de reunión sino la que estaba compuesta por todos los santos de la ciudad. –N. del T.), los que son aprobados serían aquellos que, con exclusión de los perversos (como en 1 Cor. 5), se movían libremente entre todos los santos, enteramente por encima de todos los grupos y fuera de ellos. Pero actualmente, la situación es mucho más seria porque las divisiones internas de Corinto se han convertido ahora en abiertas divisiones que, si no son aprobadas por el Señor, son un pecado muy grave. De este modo, moverse actualmente entre todos sería excusar todo el pecado que ellos representan.
Nosotros no creemos que todos hayan caído tan bajo como para que existan solamente facciones en pugna. El considerable ejercicio que existe en muchos corazones hacia los demás demuestra lo contrario. Pero, si lo pensáramos así, no podríamos adoptar el remedio, por así decirlo, de “inter circulación” (como el actual “inter denominacionalismo”). Si nosotros nos hemos enredado en lo que ha llegado a ser solamente un círculo de reuniones, abandonemos el círculo con arrepentimiento (porque el arrepentimiento abre siempre “una puerta de esperanza”) (Apoc. 2:5, 16, 21; 3:3, 19) pero no abandonemos el objetivo de andar conforme a la verdad de la Iglesia toda a favor de cualquier persona que esté haciendo, en asuntos de comunión, lo que es correcto a sus propios ojos.
Punto 8
Por último, nos damos cuenta que muchas cosas han arrojado, en general, mucho descrédito sobre la verdad de la Iglesia y sobre cualquier intento de practicar esta verdad. Por consiguiente, hay una tendencia cada vez mayor en los creyentes de reunirse fuera de las denominaciones organizadas, en grupos pequeños, debido, a menudo, a las labores de algún evangelista honesto. Estas reuniones tienen vínculos con cualquier grupo de cristianos con el que el evangelista está relacionado, pero tales vínculos son, a menudo, débiles en la historia temprana de la reunión. Nosotros creemos, si se abre la oportunidad para ello, que se puede rendir un servicio especial a tales creyentes enseñándoles para que ellos puedan estar «firmes, perfectos y bien asegurados en toda voluntad de Dios» (Col. 4:12). Pero cualquier siervo que valora la comunión debería ser cuidadoso en cuanto a actuar, en la medida de lo posible, en acuerdo con aquellos con quienes él está caminando.
Un punto final debe ser planteado debido al surgimiento del eclecticismo [4]. Entre los antiguos filósofos griegos, los Eclécticos eran aquellos que rechazaban suscribir cualquier sistema filosófico reconocido, pero preferían seleccionar ciertas ideas sacadas de varios sistemas y juntar estas ideas seleccionadas en sus propios sistemas. Nosotros utilizaremos esta palabra para describir a cristianos que seleccionan y reúnen a las personas más deseables para formar una compañía selecta. ¿Es según la Escritura reunir una compañía selecta de personas más deseables y espirituales aparte de personas menos deseables y menos espirituales?
[4] Escuela filosófica que procura conciliar las doctrinas que parecen mejores o más verosímiles, aunque procedan de diversos sistemas. (Fuente: Diccionario de la Lengua Española –N. del T.).
Cualquiera que esté bien informado acerca del movimiento guiado por el Espíritu que comenzó a comienzos de 1800 (el cual hemos mencionado varias veces), sabe que ello resultó en la clara recuperación y enseñanza de la verdad en cuanto a la naturaleza, carácter, actuales privilegios, actual responsabilidad y destino futuro de la Iglesia de Dios. Asimismo, se reunieron santos fuera de muchos sistemas que no eran según la Escritura, de modo que ellos pudieran reunirse en reconocimiento práctico de la verdad así recuperada, y en obediencia a ella. Si cualquier persona argumenta que el objetivo de estos hermanos fue reunir en un cuerpo a todos los más seleccionados y espirituales que se encontraban en la cristiandad, la contención de ellos debe fracasar ante la presencia de la aún abundante disponibilidad de escritos de aquel período [5].
[5] Nota del Editor del artículo en inglés: Este movimiento piadoso que comenzó en todo el mundo a comienzos y hasta mediados de los años 1800, llegó a ser conocido como el movimiento de los hermanos (con minúscula en el original, como es lo apropiado –N. del T.) y creció rápidamente. Los escritos de sus hombres dotados por Dios y piadosos tales como J.N. Darby. William Kelly, C.H. Mackintosh, F.W. Grant, etc., circulan aún ampliamente y son leídos incluso en círculos denominacionales. Aunque son llamados, a menudo, hermanos de Plymouth, estos hermanos (con «h» minúscula – Nota del autor en inglés) rechazan cualquier título o nombres que pertenecen realmente a todos los creyentes. Ellos se consideran a ellos mismos sencillamente como siendo hermanos en Cristo que se reúnen al nombre del Señor Jesucristo (Mat. 18:20) y que están procurando obedecer la verdad de la Iglesia y las verdades de toda la Palabra de Dios.
Pero, ¿qué dice la Biblia? Nosotros creemos que la Escritura indica que la única senda aprobada por Dios para los últimos días es regresar, en la medida de lo posible, a los principios y a las prácticas originales que caracterizaron a la Iglesia en su comienzo. La historia de pasadas dispensaciones ilustra este principio, tal como veremos. Dios establece siempre aquello que es conforme a su pensamiento. De ahí que cualquier desviación de sus principios, involucra la corrupción de ellos. Contrariamente, los inventos del hombre comienzan de une forma rudimentaria y son mejorados mediante el cambio.
Hace miles de años, Dios dio a conocer su pensamiento por medio de Moisés y todo fue perfecto, así como fue dado. Israel, sin embargo, desobedeció constantemente. Muchos profetas fueron enviados para recordarles las cosas que Dios había establecido al principio. El profeta Jeremías, por ejemplo, profetizó, «Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma» (Jer. 6:16). Pero Israel rehusó y, por consiguiente, fue sometido a la cautividad babilónica.
Más tarde, bajo Zorobabel, Esdras y Nehemías, muchos judíos regresaron a la tierra. Ciro, el rey persa, abrió la puerta para cualquier judío diciendo, «Quién haya entre vosotros de todo su pueblo, sea Dios con él, y suba a Jerusalén» (Esd. 1:3). Ahora bien, esta proclamación tuvo un efecto selectivo. Aquellos «cuyo espíritu despertó Dios» (Esd. 1:5) fueron los que respondieron y subieron. Estos fueron, indudablemente, los judíos más piadosos, pero el movimiento no fue deliberadamente diversificado, sino simplemente un regreso a la tierra y al conocimiento y a la práctica de la Ley dada por Moisés (Neh. 8:1-13; 9:3; 10:29).
El remanente que regresó se deterioró pronto espiritualmente de una manera sutil. Ellos no volvieron a la idolatría ni desatendieron la «letra» de la Ley. Antes bien, a la vez que veneraban la letra, ellos evadieron el espíritu de la Ley. Se llenaron de una autosatisfacción orgullosa por poseer la Ley. Este estado deplorable fue expuesto por el profeta Malaquías. Aun entonces hubo unos pocos que «temían a Jehová» (Mal. 3:16). Este fue un remanente dentro del remanente, pero Dios les dijo, «Acordaos de la ley de Moisés mi siervo, al cual encargué en Horeb ordenanzas y leyes para todo Israel» (Mal. 4:4). Este remanente del remanente fue remitido de regreso a todas las palabras de Dios dadas originalmente a través de Moisés y se les recordó que toda la Palabra era para todo el pueblo de Dios y no solamente para ellos.
Esta fue la última palabra de parte de Dios en la antigua dispensación. A partir de ella, es claro que la senda de la voluntad de Dios al final de una dispensación implica un regreso a los principios que la caracterizaron al principio, aun si solo unos pocos lo harán.
Encontramos la misma cosa en el Nuevo Testamento, especialmente en las epístolas finales de Pablo, Pedro y Juan. Entre las instrucciones de despedida de Pablo a Timoteo estaba esta: «Guarda el buen depósito por el Espíritu Santo que habita en nosotros» (2 Tim. 1:14). Él dice también a Timoteo que toda la Escritura es nuestra única salvaguardia (2 Tim. 3:16-17). Pedro escribe: «Busco despertar con advertencias vuestro limpio entendimiento, para que recordéis las palabras dichas antes por los santos profetas, y el mandamiento del Señor y Salvador enseñado por vuestros apóstoles» (2 Pe. 3:1-2).
Juan habla de lo que era «desde el principio» y dice: «Lo que oísteis desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que desde el principio oísteis permanece en vosotros, vosotros también permaneceréis en el Hijo y en el Padre» (1 Juan 2:24). Él advierte también, diciendo: «Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios» (2 Juan 9).
Los santos más esclarecidos y los más piadosos serán, en general, quienes discernirán y responderán a la voluntad y al propósito originales de Dios para su Iglesia. Aquellos que discernirán y obedecerán las instrucciones de 2 Timoteo 2:16-26 estarán, indudablemente, entre los creyentes más espiritualmente dispuestos, pero eso es un rasgo incidental y no esencial de tal movimiento. La base del movimiento de principios de 1800 fue, y es, la separación para la justicia, la fe, el amor, la paz, en asociación con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro. La justicia comienza al dar a Dios y a su Palabra su lugar apropiado de supremacía y autoridad. La fe adopta todo el consejo y toda la voluntad de Dios. Así, el movimiento del cual hablamos no es básicamente un intento de juntar a cierta clase espiritual de creyentes (aunque eso puede ocurrir en la práctica). Se trata de un movimiento conforme a la santidad de Dios, de modo que pueda haber algo definido que pueda ser visto y al cual se pueda recurrir. El alcance de su sumisión es obedecer a toda la Palabra revelada de Dios, y tal obediencia es justicia práctica.
En vista de todo lo arriba expuesto, cuando nos reunimos con unos pocos santos al nombre del Señor, ¿hemos de considerarnos como una compañía ecléctica, ligados por la lealtad a ciertos procedimientos, o a ciertas decisiones religiosas, o a un testimonio que nosotros creemos que nos ha sido confiado, o por una condición mental superior de la cual pensamos que nos ha hecho más espirituales que los demás? ¿O nos reunimos como unos pocos santos que valoran el nombre del Señor y desean reconocer su autoridad, y andar en obediencia práctica a toda la verdad, asumiendo así el verdadero terreno de la Asamblea mientras esperamos su regreso?
Ahora bien, no se trata de una cuestión de mero interés teológico o académico. Asuntos muy importantes dependen de ello. Nuestra conducta y nuestras acciones para reunirnos son muy influenciadas por nuestra respuesta. Los malentendidos acerca de este punto han sido la causa de muchos lamentables errores en el pasado.
El asunto de la disciplina ilustra bien las diferencias entre las dos posiciones en el asunto arriba expuesto. Hay considerable enseñanza acerca de la disciplina en las epístolas donde se manda ejercer disciplina de varios grados de severidad, culminando algunos casos en excomunión (lo cual es realmente la admisión de que toda disciplina apropiada para detener el mal ha fracasado).
Desde el principio de la historia de la Iglesia, ha existido debilidad en su medio. Las epístolas nos muestran que las iglesias establecidas por Pablo no fueron modelos de todo lo que una asamblea debería ser, sino que en ellas habías muchos «niños», muchos cuyas manos estaban caídas, y cuyas rodillas estaban paralizadas, y cuyos pies, probablemente, se saldrían del camino (véase Hebr. 12:12-13).
Había, asimismo, «insubordinados, vanos palabreros» (Tito 1:10), hombres que predicaban a Cristo «por envidia y rivalidad» (Fil. 1:15), y aun maestros judaizantes que trataban de llevar a los santos de regreso a la esclavitud de la Ley y del judaísmo. De esta manera, no sorprende que hoy en día, dondequiera que los santos se reúnan sobre el terreno de la Asamblea, pronto se manifieste un estado similar de cosas en medio de ellos. ¿Qué es lo que se debe hacer?
La respuesta es sencilla para aquellos que están sobre un terreno ecléctico. Cualquiera que no esté de acuerdo con su asociación ecléctica es, de este modo, indeseable y, de ser posible, ha de ser puesto fuera. Por ejemplo, puede darse el caso que un hermano no esté de acuerdo con cierta acción, o con cierta decisión eclesiástica, y él protesta contra ella. Como resultado de esto, no se puede permitir que él permanezca en comunión, aunque, habiendo aliviado su conciencia por medio de su protesta, él está dispuesto a permanecer en comunión. O algún otro hermano es incapaz de aceptar alguna enseñanza muy propugnada como siendo una exposición sana y balanceada de la verdad según la Escritura. Puesto que la asociación ecléctica está entregada a esta verdad, no puede haber descanso hasta que él sea removido de estar «dentro» y puesto «fuera». De este modo, la excomunión, sea ella directa o mediante muchas maneras solapadas y tortuosas, se convierte en el remedio para todo mal en un sistema ecléctico. Si usted no pertenece completamente al sistema de ellos, su lugar está afuera. Esto es sumamente simple y tiene una apariencia de gran santidad. No llama a ningún ejercicio. No pone a prueba la paciencia de nadie. No hay expresión de la gracia de Cristo. Esto apela al sentido del hombre de su propia importancia y permite libertad a la voluntad de cualquiera que es parte del sistema ecléctico. No sorprende, por tanto, que el eclecticismo haya llegado a establecerse bien en muchas mentes y que algunos sean incapaces de apreciar algo más.
La cuestión, no obstante, no es tan fácil para quienes están sobre el terreno de la Asamblea. La base misma de su posición es que los principios de la Asamblea deben regirlos a ellos. Ahora bien, la Asamblea es el lugar donde el Señor administra y el Espíritu Santo opera (1 Cor. 12:4-11). Es el lugar donde la Palabra inspirada de Dios gobierna y dirige. En Hechos 15:13-29 leemos: «Simón ha referido… con esto concuerdan las palabras de los profetas, según está escrito… Por lo cual, yo juzgo… nos ha parecido bien, de común acuerdo…» (léase Hec. 15:13-29). La asamblea es el lugar donde la voluntad de Dios en su Palabra es la única cosa que cuenta. De ahí que nunca es permisible ejercer una disciplina que sea más rigurosa de lo que la Escritura dicta. La pregunta no es “¿Qué le conviene a nuestra compañía?”, sino “¿qué es lo conveniente para la casa de Dios a la cual pertenecemos, y qué es conforme a los principios en los cuales deseamos andar?” Esa pregunta solo puede ser respondida a la luz de la Palabra de Dios.
Todo esto exige mucho ejercicio para que la Escritura sea aplicada correctamente. Nuestra paciencia será probada a menudo, debido a que encontraremos casos para los cuales no tenemos instrucciones claras de la Escritura. Entonces, más que tomar la ley en nuestras manos y actuar sin el Señor, nosotros tendremos que esperarlo en oración, con el fin de que su voluntad pueda ser conocida. Se clamará por gracia continuamente. Todo será hecho para sentir la propia insignificancia de ellos y la mera voluntad propia será reprendida. Después de todo, la autoridad para usar disciplina en la casa de Dios viene solamente de Dios mismo. Como estando reunidos al nombre del Señor, nosotros tenemos autoridad (Mat. 19:18-20) pero podemos actuar solo en su Nombre cuando somos dirigidos por su Palabra.
El eclecticismo, a menudo, ha entrado precipitadamente y ha actuado donde aquellos que tiemblan ante la Palabra de Dios han temido actuar porque no tenían autoridad para hacerlo. La compañía ecléctica, o su causa, debía ser defendida, de modo que ellos sintieron que se necesitaba una acción drástica y si no tenían autorización de parte del Señor, ellos usaban algunos pasajes con una aplicación remota u obscura según el caso. Así, una y otra vez, aquello que ha sido denominado la disciplina de la Casa de Dios ha sido utilizado solamente para apoyar fines personales o de grupo –¡siendo esto un pecado muy grave! Mediante tales actos, el eclecticismo se delata a sí mismo como siendo solamente un claro sectarismo bajo un disfraz muy pretensioso.
16 - Observaciones finales
Cuando los santos, independientemente de lo poco o lo débil que ellos sean, se reúnen realmente sobre el terreno de la Asamblea (o Iglesia) de Dios, ellos andan conforme a la santidad de la Casa de Dios tal como es presentada en su Palabra. Sin embargo, ellos nunca aíslan sus corazones y afectos de toda la Iglesia de Dios. Reconocen a Cristo como Cabeza de ellos en lo alto y al Espíritu Santo como el poder de ellos aquí en la tierra. Saben que jamás necesitan ir más allá de las instrucciones de la Palabra para preservar aquello que es de Él (2 Tim. 3:16-17). En realidad, ellos no se ocupan mayormente de “sacar adelante” una causa o “el testimonio” porque comprenden que el Señor sabe cómo mantener hasta el final su propia causa y preservar su propio testimonio. La preocupación de ellos es obedecer toda la Palabra de Dios. Mediante tal obediencia, ellos aseguran santidad práctica tanto para ellos mismos como para aquellos que los oyeren (1 Tim. 4:15-16).
Al igual que el salmista, nosotros hacemos bien si podemos decir: «Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; ni anduve en grandezas, ni en cosas demasiado sublimes para mí» (Sal. 131:1 – VM). Hay grandes asuntos que son demasiado elevados para nosotros y que el Señor mantiene en sus propias manos. Él prosigue con su obra. Él dirige su testimonio y lo preserva cuando es necesario. Él ordena y controla a sus siervos. No obstante, cuando hombres bien intencionados intentan hacer estas cosas que jamás se les pidió que hicieran, ¡ellos terminan, por lo general, fracasando en lo que Dios tenía la intención que ellos hicieran!
Dios quiere que nosotros hagamos la obra menos pretenciosa, pero más práctica, de andar en obediencia a su pensamiento revelado. Nosotros somos dejados aquí para obedecer la verdad, cosa que es un asunto suficientemente grande y elevado para nosotros. Toda verdad ha salido a la luz en Cristo: Él es la verdad. Toda verdad nos es revelada en la Escritura, de modo que la Palabra es verdad. El Espíritu Santo nos es dado para que podamos conocer y obedecer la verdad: Él es el Espíritu de verdad. De esta manera, ¡que nosotros podamos tener gracia suficiente para dirigir nuestra energía espiritual en esta instrucción de obedecer la verdad!