Advertencias y recursos para peregrinos


person Autor: Frank Binford HOLE 119

flag Tema: Las pruebas y las enfermedades


La Epístola a los Hebreos y la Primera Epístola de Pedro subrayan el carácter peregrino del cristianismo. Ellas se dirigen a los conversos del judaísmo. Esta religión establecida por Dios era una religión terrenal. Ella establecía en la tierra un sistema en el que los hombres no tenían el carácter de peregrinos. Teniendo esto en cuenta, queda clara la relevancia del contenido de estas Epístolas.

Puesto que la profesión cristiana ha descendido al nivel del judaísmo, y que la mayoría desea establecer sistemas en la tierra, o perpetuar los ya establecidos, Dios nos habla hoy con fuerza a través de estas Epístolas. Hacemos bien en prestar atención.

Hebreos 3 nos dice que Israel no entró en el reposo de Dios en Canaán a causa de su incredulidad. En el capítulo 4, se nos dice que, aunque Israel entró finalmente en Canaán con Josué, nunca entró en el reposo de Dios; esto demuestra, según los Salmos, que el reposo de Dios está aún por venir; un reposo cuyo alcance y significado se amplían enormemente, ya que es celestial y no terrenal.

En relación con esto, se nos dan 3 exhortaciones sorprendentes que establecen nuestra responsabilidad como peregrinos que van hacia el descanso, y 3 grandes recursos para el viaje, por medio de los cuales podemos triunfar.

1 - Advertencias

«Temamos, pues» (Hebr. 4:1). No se trata de un temor servil, sino reverente. El Evangelio de la gracia de Dios excluye el temor –«el amor perfecto echa fuera el temor» (1 Juan 4:18)– y no hay ningún «si» que empañe su brillo. La responsabilidad, por otra parte, está vinculada al gobierno de Dios marcado por la santidad. El camino del peregrino es una prueba: el mundo es seductor y la carne no solo es débil, sino traicionera. En un contexto así, interviene con razón un «si», y el temor se convierte en una necesidad. El temor de Dios no es una mancha en el carácter cristiano, sino más bien un ornamento.

«Esforcémonos, pues» (v. 11). La palabra empleada en el original también se traduce «solícitos» en Efesios 4:3 y «apresúrate» en Tito 3:12. La diligencia es un aspecto moral muy importante. Así como la diligencia y el esmero son más valiosos a la larga para un escolar que ser brillante, para un creyente estos caracteres son más valiosos que los dones brillantes. Recordemos que, si añadir los esfuerzos del hombre para adquirir la salvación perjudica la gracia de Dios, a la inversa, utilizar las doctrinas de la gracia para justificar la pereza cristiana es igualmente perjudicial.

«Retengamos nuestra confesión» (v. 14). Permanecer firmes en nuestra profesión es la antítesis misma de la apostasía, contra la que se dan solemnes advertencias en esta Epístola. Significa perseverar en mantener el nombre y el carácter cristianos frente a la oposición de Satanás y las seducciones del mundo.

Si escribiéramos a pecadores angustiados, les diríamos que, debido al carácter de la gracia de Dios, no tienen nada que temer ni nada que hacer, pues Cristo lo ha hecho todo; insistiríamos, no en que deben mantenerse firmes, sino más bien en que, estando sobre los hombros del Buen Pastor, él los sostendrá con firmeza. Pero las mismas cosas que los angustiados pecadores no tienen que hacer, las tenemos que hacer nosotros como santos y peregrinos. Nada más propio de tales que un temor piadoso producido por la conciencia de las dificultades del camino y el sentimiento de nuestra propia debilidad, al mismo tiempo que nos esforzamos por seguir en el camino y perseveramos en mantener nuestro carácter peregrino y confesar el nombre de Cristo en relación con él.

Para que la consideración de nuestras responsabilidades no nos desanime y produzca en nuestros corazones un temor indigno que deshonraría a Dios, el Espíritu de Dios dirige inmediatamente nuestros pensamientos a los recursos que nos corresponden para el camino.

2 - Recursos

El primero de estos recursos es la Palabra de Dios. Es viva y operante, más penetrante que cualquier espada de 2 filos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. La Palabra de Dios tiene muchas propiedades, como se afirma, por ejemplo, en Hechos 20:32 y 2 Timoteo 3:16; una de ellas se menciona particularmente aquí, y es su poder de cortar y discernir. Actúa sobre el alma como los rayos X sobre el cuerpo: los pensamientos y motivaciones más secretos quedan al descubierto.

Tal acción es muy beneficiosa para nosotros. ¿Nunca nos hemos dado cuenta de que nuestras mayores dificultades están relacionadas con nosotros mismos? A menudo hablamos de las dificultades del camino, olvidando a veces que la verdadera dificultad está en nosotros mismos.

Tarde o temprano, entonces, surgen cuestiones prácticas que requieren un auto juicio y un examen cuidadoso de nuestros motivos. Los que hacen este trabajo con cuidado saben mejor que nadie lo difícil que es. ¡Cuántos motivos carnales se esconden detrás de nuestros deseos más espirituales! ¡Cuán extrañas mezclas de principios opuestos yacen en nuestro interior!

Aquí es donde la Palabra de Dios viene en nuestro auxilio, exponiendo y desentrañando la maraña de nuestros pensamientos y motivos. Distingue infaliblemente el alma del espíritu, discierne los pensamientos y las intenciones del corazón y nos da la norma con la que podemos probarnos a nosotros mismos. También nos da, especialmente en el Antiguo Testamento, muchos episodios muy útiles de la vida de los santos de aquel tiempo, mostrando los principios según los cuales actuaron y los errores que cometieron. Así somos advertidos, instruidos y llevados conscientemente a la presencia de Dios. En los versículos 12 y 13, el Espíritu de Dios se desliza imperceptiblemente desde la Palabra de Dios hasta Dios mismo. ¿No nos enseña esto la gran importancia de leer la Palabra de Dios, no solo para informarnos o para poder ayudar a los demás, sino también para ponernos bajo la mirada vigilante de Dios, para ser sondeados, humillados y fortalecidos?

Si rehuimos este ejercicio, conviene recordar que la Palabra de Dios está estrechamente vinculada al sacerdocio de Cristo. Es evidente que este oficio se introduce aquí para subrayar 2 cosas en particular. El versículo 14 subraya la grandeza del sacerdote. En cuanto a su función, no es solo un sacerdote, sino un Sumo Sacerdote, incluso un gran Sumo Sacerdote. En cuanto a su posición, ha «pasado a través de los cielos». Los cielos están concebidos, por así decirlo, como cámaras, habitadas por ángeles u otras inteligencias, que conducen al cielo más alto, la presencia inmediata de Dios. El gran Sumo Sacerdote de nuestra confesión atravesó todos los cielos, pasando por delante de todos los seres creados, sin detenerse, hasta ocupar su puesto a la derecha de Dios. En cuanto a su persona, es Dios y hombre: Jesús, el Hijo de Dios.

En el versículo 15, se hace hincapié en la gracia del Sacerdote. Él simpatiza con nuestras debilidades. Notemos bien en estas 2 palabras. Dice debilidades, no pecados, porque aquí su tentación no tiene nada que ver con el pecado. Mientras que la debilidad merece simpatía, el pecado solo merece condenación. Además, él simpatiza con nuestras debilidades, y no solo es consciente de ellas. Si estamos en apuros y los hermanos expresan su simpatía, pronto distinguimos entre los que tienen mero conocimiento de nuestro caso y los que ya han estado en circunstancias similares. Aparte del pecado, él fue «tentado en todo conforma a nuestra semejanza». Por eso simpatiza con nuestras debilidades. No nos mira con el frío interés de un filósofo, sino con el cálido afecto de Aquel que ama nuestras almas. La cálida simpatía de nuestro gran Sumo Sacerdote se derrama siempre. ¿Qué podría ser más dulce que eso?

Por último, está el trono de la gracia. El efecto de la Palabra de Dios es hacernos conscientes de que él es necesario para nosotros. El efecto del sacerdocio de Cristo es animarnos a acercarnos a él y servirnos de él. Todos los hebreos estaban familiarizados con la idea de que Dios tenía un trono, pero para ellos era un símbolo de todo lo que inspiraba temor. Para nosotros, es el símbolo mismo de la gracia. ¿De dónde viene este cambio? El Sacerdote de Dios está sentado en este trono. Vino aquí como apóstol, declarando los derechos de ese trono, murió como garante, cumpliendo plenamente sus exigencias, y ahora, como sacerdote, ha ocupado su lugar en el mismo trono que justificó, coronado de gloria y honor. Ese trono se ha convertido en un trono de gracia. De este trono se dispensan la misericordia y la gracia que necesitamos, que son suficientes para llevarnos en nuestra peregrinación hacia el descanso de Dios. En esta peregrinación, tenemos necesidades; cuando entremos en el lugar de descanso, ya no volveremos a tener necesidades.

El recuerdo estas 3 exhortaciones nos hará utilizar con mayor diligencia los recursos de que disponemos. Por tanto, dejémonos sondear por la Palabra de Dios con mayor reconocimiento, cultivemos con más diligencia el hábito de estar en comunión en todo con nuestro gran Sumo Sacerdote, y acerquémonos al trono de la gracia con más audacia y más a menudo con una oración precisa, sin dudar. De este modo estaremos felizmente transportados de nuestra peregrinación al descanso de Dios.

Fuente: «Nuestra vocación» 1913, p. 43


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