Notas sobre Naamán

2 Reyes 5


person Autor: Edward DENNETT 41

flag Tema: Naamán


De la revista «Christian's Friend», vol. 7, 1880, p. 232.

1 - La riqueza de las Escrituras

Evangelistas de todo tipo se han complacido siempre en exponer esta sorprendente historia de gracia. Quizá no haya una historia más familiar en toda la Escritura. Sería un gran error, sin embargo, concluir que hemos aprendido todas las lecciones que se pretendía impartir: porque siempre debemos evitar el peligro de suponer de cualquier porción de la Palabra de Dios que la entendemos completamente. Nunca podremos, durante nuestra estancia en la tierra, sondear las profundidades, ni escalar las alturas, de la expresión del infinito pensamiento divino: «Porque ahora vemos borrosamente, como en un espejo, pero entonces veremos cara a cara. Ahora conozco en parte, pero entonces conoceré perfectamente, como fui conocido» (1 Cor. 13:12). Teniendo esto en cuenta, ofrecemos sin vacilar algunas notas sobre determinados puntos de este interesantísimo relato.

2 - Naamán, visto como un hombre

Con respecto a Naamán mismo, es evidente que es un tipo del hombre en su mejor estado; o más correctamente, está presentado primero bajo la estimación del hombre, y luego según la de Dios. Se hace hincapié en tres características personales. Era un «varón grande (ante su señor)»; era también un hombre de éxito, «en alta estima, porque por medio de él había dado Jehová salvación a Siria». Y tenía buena reputación por sus cualidades personales: «Era este hombre valeroso en extremo» (5:1). Estas tres cosas combinadas dan una imagen humana perfecta, y harían de quien las posee un objeto de admiración o envidia en cualquier círculo del mundo. Naamán, a los ojos de sus semejantes, había alcanzado la cumbre de la ambición humana. El mundo no tenía nada más que dar a este valiente, exitoso y recompensado soldado. Por lo tanto, debe ser, si es posible, un hombre sumamente feliz.

3 - Naamán, visto según Dios

Pero ¿qué pasa con él si miramos a Naamán desde el punto de vista de Dios, si lo juzgamos según la estimación de Dios? Se reduce a una palabra: es un leproso. ¡Ah, qué triste contraste entre los pensamientos de Dios y los del hombre! Aquel a quien los hombres admiran, adulan y envidian, está considerado por Dios como un pobre leproso: «Porque no hay diferencia, puesto que todos han pecado y están privados de la gloria de Dios» (Rom. 3:22-23). La lepra es el tipo del mal en la carne, que ha brotado y ha cubierto completamente al hombre con la contaminación y la culpa del pecado. Así, Naamán, a los ojos de Dios, no es más que un pobre pecador culpable; y es porque es tal que es el objeto apropiado de la gracia y misericordia soberanas de Dios.

4 - Un tiempo especial que prefigura el tiempo presente

Es evidente, podemos observar de paso, que tenemos en toda la narración una prefiguración de la dispensación actual. Una frase del primer versículo lo revela, en efecto. Dice que Jehová había obrado por medio de Naamán en favor de Siria, que era francamente enemiga del pueblo de Dios. Esto muestra la terrible condición en la que Israel había caído, y sin duda presagiaba los tiempos de las naciones. Este hecho da un carácter especial a los caminos de Dios hacia Naamán, relatados en este capítulo.

5 - El mensajero de la gracia

Así que primero tenemos al hombre como pecador, y luego al mensajero con la buena nueva de la salvación. Dos observaciones sobre este segundo punto. En primer lugar, el mensajero de la bendición a Naamán era una niña, llevada cautiva de la tierra de Israel, la cual servía a la mujer de Naamán. Por lo tanto, se encontraba en una posición humilde, tal vez despreciada, en cualquier caso, sin valor en la estimación del mundo. Siempre es así en el día de gracia. El predicador del Evangelio, si ocupa su verdadero lugar, debe ser siempre humilde y pequeño ante el orgullo del hombre. Un apóstol podría decir: «Hemos llegado a ser como la basura del mundo, el desecho de todos hasta hoy» (1 Cor. 4:13). Que fuera del pueblo elegido de Dios, bien puede prefigurar la misión de Israel hacia las naciones en un día futuro.

6 - El mensaje de la gracia

En segundo lugar, está el mensaje. Si es simple y breve, es sin embargo el anuncio hecho por nuestro Señor a la mujer de Samaria. La niña dijo: «Si rogase mi señor al profeta que está en Samaria, él lo sanaría de su lepra» (5:3). El Señor dijo: «La salvación es de los judíos» (Juan 4:22). El mensaje es el mismo. Es de nuevo de Pablo, pues habla del «evangelio de Dios… acerca de su Hijo, nacido de la descendencia de David, según la carne…» (Rom. 1:1-4).

7 - El hombre natural no entiende la gracia

El mensaje no fue inútil. Naamán fue a hablar con su señor y a partir de ahí tenemos el camino de un alma que va de las tinieblas a la luz. El primer efecto del evangelio (la buena nueva) que escuchó se ve en su deseo de poseer la bendición ofrecida. Satisface su necesidad al prometerle la curación de su lepra. Pero inmediatamente, como sucede con muchas almas, cae en el error de suponer que podría ganarla, o comprarla, la deseada bendición. La gracia nunca es comprendida por el hombre natural. Naamán se prepara con una carta del rey, 10 talentos de plata, 6.000 piezas de oro y 10 mudas de ropa. Seguramente, con la influencia de un rey que le apoya y con tanto dinero, conseguirá lo que quiere. ¡Ah!, ¿no recordamos todos el tiempo en el que hemos actuado siguiendo el mismo principio, solo para encontrarnos en una situación peor que nunca?

8 - Un apóstata no sabe dónde está la bendición

El siguiente error es dirigirse al rey de Israel. El rey, como líder responsable del pueblo de Dios, debería haber sido el canal de bendición. El hecho de que no lo era, solo revela el estado de la nación; y el hecho de que el rey no supiera dónde estaba la bendición, mostraba su propia condición apóstata. Pero ni el estado de la nación ni la ignorancia del rey pueden impedir que la gracia se derrame sobre este pobre pagano. Dios quiere glorificarse a pesar del fracaso de su pueblo, e incluso en medio de ese fracaso.

Cuando Eliseo, el hombre de Dios, «oyó que el rey de Israel había rasgado sus vestidos, envió a decir al rey: ¿Por qué has rasgado tus vestidos? Venga ahora a mí, y sabrá que hay profeta en Israel» (5:8). Eliseo en su ministerio es, en cierto sentido, un tipo del poder de Cristo en resurrección. Ungido para ser profeta en lugar de Elías (1 Reyes 19:16), el manto de Elías cayó sobre él con una «doble porción de su espíritu» mientras su maestro ascendía al cielo en un carro de fuego (2 Reyes 2:9-11). Se convirtió así, en su ministerio, en el único canal de bendición para aquellos cuyos corazones podían ser abiertos por la gracia en medio de la idolatría de Israel.

9 - El pecador necesita aprender que no vale nada

En respuesta al mensaje del profeta, «Vino Naamán con sus caballos y con su carro, y se paró a las puertas de la casa de Eliseo» (v. 9). El leproso está decidido a obtener la bendición; pero es obvio que aún no está en condiciones de recibirla. Los caballos y los carros son siempre símbolos de pompa y orgullo en las Escrituras. Así que Naamán tendrá que descender mucho más antes de poder ser curado. Había aprendido que la influencia del rey era inútil, y ahora debe aprender que su propio rango y grandeza eran más un obstáculo que una ayuda; porque no hay acepción de personas con Dios. Pero puesto que vino a la puerta de Eliseo, cualquiera que sea el estado de su alma, el mensaje de salvación no puede ser retenido. Era un alma que busca, y a las tales nunca se las rechaza. «Ve y lávate siete veces en el Jordán, y tu carne se te restaurará, y serás limpio» (v. 10). El profeta no podía salir hacia Naamán, pues eso habría distorsionado sus respectivas posiciones. Pero le envía este anuncio lleno de gracia sobre los medios de curación.

Fíjese en el efecto. «Y Naamán se fue enojado». ¿Por qué? Primero, porque Eliseo no lo trató con más consideración personal. Sentado al exterior en su carro, había pensado que el profeta saldría a su encuentro, invocaría entonces el nombre de Jehová, su Dios, pondría su mano sobre la llaga, y libraría al leproso (5:11). Naamán, como leproso, habría querido que Eliseo lo sanara como si fuera su siervo. ¡Oh, no! El pecador debe primero tomar el lugar de un suplicante, como no teniendo nada y no mereciendo nada, antes de que pueda disfrutar de la gracia. Además, ¿quién era Naamán para dictar al profeta el método a seguir? Siempre es lo mismo: el pecador espera salvarse a su manera.

10 - La necesidad del nuevo nacimiento ofende al hombre

Ahora Naamán se ofende por otra cosa. ¿Por qué debería ir al Jordán? El Abana y el Farfar, los ríos de Damasco, su propio país, eran «mejores que todas las aguas de Israel» en su estimación. ¿No podía lavarse y ser puro? Estos ríos representan los manantiales de la tierra, y así nos enseñan que Naamán estaba preparado para ser curado de forma humana y no divina. En otras palabras, como muchos pobres pecadores desde entonces, quería estar reformado en lugar de nacer de nuevo. ¡Cuántos caen en esta trampa! Aceptan la necesidad del cambio moral, pero no del nuevo nacimiento; en el cambio moral, todo viene del hombre, en el nuevo nacimiento todo viene de Dios. Así que Naamán no quiere ser curado en tales condiciones, y «se fue enojado» (5:12).

11 - El signo de la muerte como expresión del justo juicio de Dios sobre el pecador, y el tipo del poder de Cristo en resurrección

Sus sirvientes entran ahora en escena. No sabemos quiénes eran; pero quienesquiera que fuesen, tenían entendimiento divino. «Padre mío», dicen, «si el profeta te mandara alguna gran cosa, ¿no la harías? ¿Cuánto más, diciéndote: Lávate, y serás limpio?» (5:13). Estas palabras –que deben ser usadas una y otra vez dondequiera que se predique el Evangelio– tocaron el alma de Naamán con poder. El hombre fuerte y orgulloso está ahora humillado, y «descendió, y se zambulló siete veces en el Jordán, conforme a la palabra del varón de Dios» (5:14). El Jordán representa la muerte; y el significado del acto de Naamán es simplemente este: se inclinó bajo el justo juicio de Dios contra el pecado del hombre; aceptó la muerte como expresión del justo juicio de Dios sobre el pecador; y en el hecho de que se sumergió siete veces, aprendemos que lo hizo sin reservas –perfectamente, si se quiere– reconociendo todas las justas demandas de Dios sobre él, e inclinándose ante la sentencia de muerte que Él pronunció sobre el pecador. Era la sumisión del pecador a los derechos de un Dios santo. Como resultado –pues se recordará que Eliseo estaba actuando en el poder del Cristo resucitado, y por lo tanto en la eficacia de Su muerte ante Dios– la gracia se derrama sin obstáculos ni demoras. La carne de Naamán vuelve a ser como la carne de un muchacho joven, y es puro. Nace de nuevo por el agua de la Palabra (que trae la muerte a todo lo que somos como hombres en la carne) y por el poder del Espíritu Santo. Dios encontró y bendijo a Naamán en el ejercicio de Su gracia soberana (véase Lucas 4:27), porque desde el momento en que Naamán se sumergió en el agua de la muerte, Dios fue libre de actuar según Su propio corazón de amor y compasión.

12 - Las pruebas del cambio en Naamán. Su deseo de ser adorador y el obstáculo de los ídolos

Siguen varias evidencias claras del cambio que Naamán había experimentado. Solo las indicaremos brevemente. En primer lugar, «volvió al varón de Dios, él y toda su compañía, y se puso delante de él» (5:15). Anteriormente, como hemos señalado, se había quedado a la puerta del profeta. Ahora los caballos y el carro han desaparecido, y él está de pie ante Eliseo. En otras palabras, ha ocupado un lugar inferior, pues estar así en presencia de otro significa, en Oriente, ocupar el lugar de un siervo. La humildad de Naamán manifiesta así el cambio. En segundo lugar, confiesa con su boca. Habiendo creído de todo corazón, confiesa con su boca al Dios de Israel. En tercer lugar, desea expresar su gratitud a Eliseo, aunque el profeta no puede, sin distorsionar la gracia, recibir la bendición de manos de Naamán. En cuarto lugar, tiene la intención, a pesar de su ignorancia, de ser un adorador; o mejor dicho, está atenazado por el sentimiento de lo que le ha sido dado decir, que en adelante solo sacrificaría a Jehová. Por último, tiene un corazón ejercitado. El culto al Dios verdadero y el de los ídolos no pueden coexistir. Naamán siente de inmediato que el conocimiento y la adoración del Dios verdadero deben excluir necesariamente cualquier reconocimiento de dioses falsos. Por lo tanto, le cuenta a Eliseo su dificultad para estar con su amo en la casa de Rimón. Lo que todo lo manifiesta es la luz; y el verdadero carácter de la adoración de Rimón está ahora revelado al alma de Naamán. ¿Qué puede hacer? Debe ir con su amo: ese es su deber. Por tanto, trata de tranquilizar su conciencia, de calmar su alma ejercitada, diciendo: «En esto perdone Jehová a tu siervo». La respuesta de Eliseo ha sorprendido a muchos: «Vete en paz». Pero no debemos suponer ni por un momento que contiene una aprobación implícita de la entrada de Naamán en la casa de Rimón. Este no es en absoluto el caso. El profeta con sabiduría divina –que haríamos bien en imitar– se niega a anticipar la dificultad. Ve que Naamán está ejercitado; y sabe que, si Naamán sintió la dificultad antes de dejarlo, la sentiría mucho más al llegar a Siria. Esta respuesta significaba: “Vete en paz, el que te recibió con tanta gracia siempre estará contigo, y te dará gracia y fuerza cuando surja la necesidad”. En otras palabras, lo entrega y lo encomienda al Señor, y podemos estar seguros de que Naamán nunca entró en la casa de Rimón.

13 - La insensibilidad de Giezi a la obra de la gracia

La narración termina con la triste y lamentable conducta de Giezi. Con un corazón insensible a la muestra de la gracia y el poder de Dios hacia este extraño, solo pensó en cómo podría utilizarlo para sus propios fines egoístas. Lleno de codicia, consigue lo que busca mediante el engaño y la mentira, sin temor a que su mal comportamiento de confusión a Naamán sobre lo que entiende de la gracia, y así sin temor a deshonrar al Dios de Israel. Su pecado podría haber hecho pensar al sirio que, después de todo, el don de Dios podía pagarse, incluso comprarse. De ahí la severidad del castigo que cayó sobre él. «La lepra de Naamán se te pegará a ti y a tu descendencia para siempre».