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La estrella de la mañana


person Autor: Edward DENNETT 47

flag Temas: La esperanza personal del regreso del Señor La esperanza de la Iglesia


En este artículo queremos examinar algunos detalles de lo que dicen las Escrituras sobre la Estrella de la Mañana y el Sol de Justicia. Estamos seguros de que todo el mundo está de acuerdo en que, si el Espíritu Santo ha llevado a los escritores de las Escrituras a dar diferentes títulos a nuestro Señor, deben significar algo. Por tanto, es de suma importancia que tratemos de comprender su significado, y así adquirir un conocimiento más profundo del Señor mismo, captando el pensamiento del Espíritu. En efecto, para fortalecer nuestras almas, es necesario conocer mejor los pensamientos de Dios acerca de su Hijo amado, y entrar así en comunión con su propio corazón. Solo así podremos ocupar el lugar que nos corresponde como sus representantes en este mundo, mientras esperamos su regreso. En este primer capítulo, examinamos lo que las Escrituras enseñan sobre la Estrella de la Mañana.

1 - La Estrella de la Mañana en 3 menciones en las Escrituras y 2 términos diferentes en el original

En las Escrituras, este nombre se da a nuestro Señor solo 3 veces –en 2 Pedro 1, en Apocalipsis 2, y Apocalipsis 22. En Pedro, la palabra traducida como «Estrella de la Mañana» no es la misma que en Apocalipsis. La palabra utilizada por Pedro (phosphoros) es el nombre propio de la estrella de la mañana y significa “portador de luz”, mientras que la palabra utilizada por Juan, que también se aplica a la estrella de la mañana, se refiere al momento de su aparición en la madrugada. Ambas se refieren a lo mismo, y ambas se aplican a Cristo en el mismo carácter, como veremos claramente cuando consideremos este símbolo en los diversos pasajes en que se utiliza.

Señalemos primero que en la naturaleza este símbolo solo puede significar una cosa: que la estrella de la mañana precede al día y lo anuncia. Así que es fácil comprender el significado de su aplicación a Cristo. Cuando se usa este nombre para presentarlo, debe significar también que él es el precursor del día. Así como el que vela de noche tiene la seguridad, cuando ve el lucero de la mañana, de que la noche pasará y que el sol saldrá pronto para inundar el mundo con sus brillantes rayos, así, cuando la Estrella de la Mañana ha surgido en nuestros corazones, tenemos la seguridad de que «la noche está muy avanzada» y que «el día se acerca» (Rom. 13:12), que aquel a quien hemos recibido como Estrella de la Mañana aparecerá pronto como Sol de justicia, saliendo «como esposo que sale de su tálamo, se alegra cual gigante para correr el camino. De un extremo de los cielos es su salida, y su curso hasta el término de ellos; y nada hay que se esconda de su calor» (Sal. 19:5-6).

2 - La Estrella de la Mañana en 2 Pedro 1:15-19

Al meditar sobre este tema tomaremos los pasajes en el orden en que se presentan, pues no dudamos de que hay una razón divina para este orden, y por lo tanto un desarrollo de la enseñanza sobre este tema. Es útil dar el pasaje completo de Pedro. Dice: «Y me esforzaré con empeño para que después de mi partida siempre os podáis acordar de estas cosas. Porque no os dimos a conocer el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo con ingeniosas fábulas, sino que fuimos testigos visuales de su majestad. Porque él recibió de parte de Dios Padre honra y gloria, cuando una voz vino a él desde la magnífica gloria: Este es mi amado Hijo, en quien me complazco. Y nosotros oímos esta voz venida del cielo, estando con él en el santo monte. Tenemos más firme la palabra profética, a la cual hacéis bien en estar atentos (como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro) hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana se levante en vuestros corazones» (2 Pe. 1:15-19).

2.1 - La transfiguración: una manifestación de la gloria del Señor

Para comprender el pensamiento del Espíritu, hay que señalar varios puntos en este texto sorprendente. El primero es que el apóstol quiere que el poder y la venida de nuestro Señor Jesucristo se inscriban en el alma de los creyentes a los que escribe (y también en la nuestra). Para convencerles de ello, les recuerda que fue testigo ocular en el monte de la transfiguración, y que oyó la voz que procedía de la gloria magnífica: «¡Este es mi amado Hijo, con quien estoy muy complacido!». En una palabra, vio y oyó: esa es la cualificación de un testigo competente. En vísperas de llevarlos al «santo monte», el Señor les había dicho: «Hay algunos de los que están aquí, que de ninguna manera probarán la muerte, hasta que hayan visto al Hijo del hombre viniendo en su reino» (Mat. 16:28); también se dice que los 3 discípulos privilegiados «vieron su gloria» (Lucas 9:32). Pedro era, pues, repetimos, un testigo competente del poder y de la venida de nuestro Señor Jesucristo, pues la escena del monte santo era, como dijo el mismo Señor, una anticipación de aquel glorioso acontecimiento –una muestra de lo que se manifestará cuando él venga, como Hijo del hombre, en su gloria y en la del Padre y de los santos ángeles (Lucas 9:26).

2.2 - Dios confirma las profecías del Antiguo Testamento mediante la transfiguración del Señor

El siguiente punto por destacar es que la palabra profética, que había anunciado el reino venidero de nuestro Señor Jesucristo, se hizo más firme, o se confirmó (este es sin duda el significado de las palabras del apóstol), por lo que los discípulos vieron, cuando el Señor se transfiguró ante sus ojos. Cualquiera que haya leído atentamente el Antiguo Testamento habrá notado los brillantes anuncios y descripciones del reino venidero del Mesías. David, por ejemplo, dijo: «Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán» (Sal. 72:7-11; vean también Is. 9 - 12; 25-27; 51-59; 60-62, y muchos otros pasajes de los profetas). El sentido de lo que dice Pedro es, como hemos dicho, que todas estas profecías fueron confirmadas, a los 3 testigos oculares de la gloria de Cristo y a los que recibieron su testimonio, por el honor y la gloria que el Señor recibió de Dios Padre, cuando le llegó esa voz en magnífica gloria: «Este es mi amado Hijo, con quien estoy muy complacido». El testimonio de los profetas fue y sigue siendo suficiente como fundamento de la fe; pero, así como Dios se complació, por consideración a la debilidad de su siervo Abraham, en añadir un juramento para confirmarle su promesa (comp. Hebr. 6), así, teniendo en cuenta la debilidad de Pedro, Santiago y Juan, y la de su pueblo, les permitió ver al Señor transfigurado, y oír la expresión de la complacencia de Dios en su Hijo amado y la proclamación de que toda autoridad le había sido confiada, para que pudieran establecerse en la certeza de la futura manifestación de la gloria de Cristo en su reino.

Noten que antes la luz de la profecía era la única guía hacia el reino venidero; ahora es la única luz, a menos que el día haya comenzado a amanecer y la Estrella de la Mañana haya brillado en nuestros corazones. Por eso Pedro dice que, hasta que eso ocurra, hacemos bien en prestar atención a la profecía como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro.

2.3 - El Señor es la brillante Estrella de la Mañana, Cristo escrito en nuestros corazones

Esto nos lleva directamente a la cuestión de lo que significa la aparición de la Estrella de la Mañana en nuestros corazones. En primer lugar, el Señor mismo dice que él es la Estrella resplandeciente de la mañana (Apoc. 22:17). Esta es la clave de interpretación. Solo puede significar que Cristo ha sido recibido o acogido en el corazón, consagrado en los afectos del corazón, y así entronizado allí en la luz del día de su gloria –la luz del mundo venidero, o de la manifestación de su reino en poder.

Hay que sopesar cuidadosamente estas afirmaciones, pues muchas cosas dependen de lo que ellas implican. En primer lugar, debemos preguntarnos si realmente hemos recibido a Cristo en nuestros corazones; si, por gracia, le hemos cedido, y le seguimos cediendo, plena autoridad sobre ese trono que él reclama; si deseamos que nuestros corazones sean un lugar

Donde solo se escucha a Cristo,
Donde solo Jesús reina”.

Una vez resuelta esta pregunta, la siguiente es si Cristo es el garante para nuestros corazones de la llegada del día de su gloria. Si es así, no solo tenemos la certeza de ese reino en gloria, sino que también está establecido en nuestros corazones como un precursor seguro de aquel tiempo en que todas las cosas estarán sometidas a su gloriosa autoridad. El resultado es que, aunque tenemos la certeza de cada afirmación de los escritos proféticos, no necesitamos, por así decirlo, su luz, porque la Estrella de la Mañana ha surgido en nuestros corazones y el día ya ha amanecido. Así pues, vivimos –pues la fe es siempre la certeza de lo que se espera– a la luz de la gloria venidera del Señor; y en nuestra medida podemos decir con el apóstol Pablo: «Los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que debe sernos revelada» (Rom. 8:18).

Puede ser útil decir unas palabras sobre un concepto erróneo acerca de la aparición de la Estrella de la Mañana. Este concepto puede ilustrarse con 2 estrofas de un conocido himno:

Con esperanza alzamos nuestros ojos,
esperando ver salir la Estrella de la Mañana”.

2.4 - La salida de la Estrella de la Mañana no es la venida del Señor…

Este lenguaje deja claro que la salida de la Estrella de la Mañana se ve concretamente, no por la vista del alma. De hecho, es probable que se sugiera que la salida de la Estrella de la Mañana corresponde al Señor descendiendo del cielo con un grito de mando, con la voz de un arcángel y con la trompeta de Dios, para venir a buscar a sus redimidos, dormidos o vivos. Nunca debemos olvidar, como hemos dicho, que la Estrella de la Mañana es Cristo mismo, pero nunca se insistirá demasiado en que el único pasaje de la Escritura que habla de su resurrección de este modo no habla del regreso de Cristo por su pueblo, sino de su resurrección en nuestros corazones, y ello a la luz del día de su gloria y como garantía de esta. También puede decirse, ciertamente, que hasta que no se cumpla en nosotros aquello de lo que habla Pedro, no estaremos esperando realmente la venida de Cristo. Esperarla diligentemente es una obra del corazón, por lo que es de la mayor importancia que nos ejercitemos en esta enseñanza de Pedro. Si no lo hacemos, podemos creer en la venida de Cristo como doctrina sólida, y conocer los escritos proféticos al dedillo, mientras que, al mismo tiempo, como en Laodicea, Cristo puede tratar en vano de ser admitido en nuestros corazones. Hay, por lo tanto, una razón divina para la forma en que Dios se ha complacido en presentar el tema en las Escrituras; este orden no puede ser descuidado sin pérdida y daño espiritual.

El apóstol concluye esta parte de su tema con una advertencia. Nos advierte que ninguna profecía de la Escritura es de interpretación particular, porque no vinieron por voluntad del hombre, sino que «hombres de Dios hablaron guiados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:21). Por tanto, no podemos determinar la mente del Espíritu en los profetas por declaraciones aisladas, como si transmitieran pensamientos humanos, ni siquiera estudiando un solo libro. Un mismo Espíritu habló a través de muchos canales –este fue elegido para comunicar un aspecto y aquel otro–, por lo que hay que captar el alcance de todos sus escritos para comprender el objeto que Dios tenía en mente. Lo mismo ocurre con el Nuevo Testamento. Los Evangelios que presentan a Cristo son 4, y ninguno de ellos puede pasarse por alto si queremos conocer los pensamientos de Dios respecto a su Hijo, el Hombre Cristo Jesús, tal como estuvo en el mundo. Así pues, todo lo que los profetas enseñan acerca de Cristo en un día futuro debe tenerse en cuenta si queremos captar la mente divina acerca de su reino en el día de su gloria. Pero, como se ha dicho, en cuanto Cristo ha resucitado como Estrella de la Mañana en nuestros corazones, el día ha amanecido para nosotros y, sabiendo que somos hijos del día, vivimos a la luz de su gloria y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Rom. 5:2).

3 - La Estrella de la Mañana en Apocalipsis 2:26-28

Veamos ahora el segundo pasaje donde aparece el mismo símbolo. Se encuentra en la carta a Tiatira; para ayudar al lector, lo damos íntegro: «Y al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones, así como yo también la he recibido de mi Padre (y las regirá con vara de hierro; como vasos de alfarero serán desmenuzadas); y le daré la estrella de la mañana» (Apoc. 2:26-28).

3.1 - El mensaje se dirige únicamente al vencedor de Tiatira

El lector notará, en primer lugar, que estas palabras no se dirigen a todos los creyentes de Tiatira, sino solo al vencedor. Unas pocas observaciones sobre el carácter general de Tiatira facilitarán la comprensión de su significado. Las 3 asambleas anteriores –Éfeso, Esmirna y Pérgamo– representan períodos sucesivos de la Iglesia que han desaparecido; pero Tiatira llega hasta el final (comp. v. 25). Por tanto, sigue existiendo hoy en día. Por eso es importante comprender su carácter y tomar nota de la instrucción dada al ángel. Tiatira representa sin duda una de las 2 fuerzas opuestas al cristianismo de las que habla el apóstol Pablo en Colosenses 2, a saber, el ritualismo, ejemplificado por el romanismo u otras llamadas «iglesias». Hay que señalar que, sin embargo, si vemos aquí el romanismo y sus aliados, son el producto de la enseñanza de Jezabel. El ángel era el responsable; su culpa residía en el hecho de que había dejado que esta mujer (su “esposa”, según otra lectura), que se hacía llamar profetisa, «ella enseña y seduce a mis siervos a cometer fornicación y a comer de lo sacrificado a los ídolos» (Apoc. 2:20). Las doctrinas aceptadas por algunos en Pérgamo habían sido ahora formalmente adoptadas y caracterizaban a la Asamblea. Como resultado, la verdadera naturaleza del cristianismo fue anulada, los ritos legales fueron reinstaurados, y así el fin del hombre en la carne fue negado. ¿De dónde proceden estas amargas aguas corruptas, que siembran la desolación por donde fluyen? La fuente de todo esto es Éfeso, que había abandonado su primer amor. Por eso, el sabio puede darnos este mandato: «Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón; porque de él mana la vida» (Prov. 4:23).

3.2 - Un remanente fiel en Tiatira

Otro punto exige nuestra atención. En el desierto moral de Tiatira, hay un pequeño oasis de refrigerio y gozo en el Señor. Lejos de la omnipresente corrupción, un remanente, como el de Malaquías, se esforzaba por permanecer fiel a Cristo. Esto atraía las calumnias de Jezabel y sus seguidores, que los acusaban de tratar con Satanás y sus iniquidades. Viendo todo esto, el Señor dirigió palabras especiales de aliento a su pobre pueblo afligido, y lo protegió de las acusaciones del enemigo. «Pero a vosotros, a los demás que están en Tiatira, a cuantos no aceptan esta enseñanza, y que no han conocido las profundidades de Satanás (como dicen ellos), os digo: No echo sobre vosotros otra carga. Sin embargo, retened lo que tenéis hasta que yo venga» (v. 24-25).

3.3 - Cuatro clases distintas en Tiatira

Así que hay 4 clases distintas en Tiatira: el ángel –compuesto por ancianos y maestros– que no ha logrado mantener la autoridad de Cristo sobre su pueblo; la corrupta Jezabel y sus discípulos; un débil remanente que procura guardar la Palabra de Cristo, y así mantener la separación; y finalmente, aquellos que, proviniendo de este piadoso remanente, pueden ser vencedores. Es esta última categoría la que ahora nos ocupa, porque las promesas, y especialmente la de la Estrella de la Mañana, se hacen a aquellos que, por la gracia de Dios, tendrán el título de vencedores y, por tanto, la aprobación del Señor.

3.4 - Las promesas solo se hacen a los vencedores de Tiatira

Por lo tanto, es necesario explicar qué hace que alguien sea un vencedor, especialmente porque a menudo se plantea la pregunta de si todos los cristianos heredarán estas promesas en particular. Hacer la pregunta de esta manera es hacer la pregunta equivocada. En nuestra opinión, el vencedor es aquel que, en medio de las corrupciones que se puede ver que existen en la asamblea, permanece fiel al Señor a través de un caminar santo, gracias a la energía del Espíritu. Consciente de que las exigencias del Señor tienen prioridad, busca a toda costa ser nazareno, cualesquiera que sean las críticas, el oprobio o la persecución que encuentre. Es, como dice el Señor: «Al que venciere y guardare mis obras hasta el fin». Hay, pues, por una parte, separación absoluta del mal no juzgado en la asamblea y, por otra, diligencia para guardar, en el poder del Espíritu Santo, “las obras de Cristo”, para entregarse de hecho a él, como instrumento de su voluntad. Tal es, pensamos, un vencedor, como lo fueron en su día los Simeón y Ana.

Es a ellos, y solo a ellos, a quienes se les dan estas promesas, y se les dan para animar sus corazones, para estimular su energía y animarlos a dedicarse más y más al camino de separación en el que se han embarcado. También se dan como muestra de la aprobación del Señor, y para producir en sus corazones el santo objetivo de ganar la corona del vencedor. Así, a todos aquellos cuyos corazones son fieles al Señor se les recuerda que Su ojo está sobre ellos, y que nada le agrada más que serles fiel en un día malo. Por lo tanto, no está de acuerdo con su pensamiento que nos sentemos aquí complacientes e indiferentes, bajo la ilusión engañosa de que todas estas cosas serán nuestras en algún día futuro, perdiendo así la gran ganancia presente de su favor y bendición. Es muy cierto que no podemos detener la marea de corrupción que ha devastado toda la cristiandad; pero podemos apartarnos de la iniquidad, invocando el nombre del Señor, y proseguir la justicia, la fe, el amor y la paz con aquellos que invocan al Señor con un corazón puro. Hacer esto es seguir el camino del vencedor.

3.5 - ¿Cuáles son las promesas asociadas con la Estrella de la Mañana?

Ahora podemos ver las promesas especiales asociadas con el don de la Estrella de la Mañana: «Y al que venciere y guardare mis obras hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones, así como yo también la he recibido de mi Padre (y las regirá con vara de hierro; como vasos de alfarero serán desmenuzadas); 28 y le daré la estrella de la mañana» (v. 26-28). Cuando leemos el Salmo 2, comprendemos inmediatamente la naturaleza de la primera parte de estas promesas. Dice así: «Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás» (v. 8-9). El Señor menciona muy claramente este pasaje, que nos ayuda a comprender el sentido de su promesa al vencedor: nos concede su propio poder, que le ha sido dado por el Padre. Estaremos, pues, asociados a él cuando salga a juzgar a las naciones de la tierra y a someterlas, cuando se establezca su reino.

Esta es la perspectiva que el Señor ofrece a los suyos para animarlos a mantenerse firmes hasta que él venga, y así ser vencedores. Es una manera sorprendente de revelar la gracia y el amor que tiene por los suyos: los hace partícipes de su gloria y exaltación, no solo ante el Padre (Juan 17:22, 24), sino también (como prevé este mismo pasaje) en la manifestación de su gloria en su reino. Nótese la expresión «como yo también la he recibido de mi Padre» (Apoc. 2:27). Recordemos la tentación en el desierto, cuando el diablo, habiéndole mostrado todos los reinos del mundo, le dijo: «Te daré toda esta autoridad y la gloria de estos reinos… Si tú, pues, te postras ante mí, todo será tuyo». Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: ¡Al Señor tu Dios adorarás y solo a él servirás!» (Lucas 4:5-8). Así venció al tentador permaneciendo fiel a Aquel cuya voluntad había venido a hacer, rechazando todo lo que venía de la mano de Satanás y recibiendo solo lo que venía del Padre. El camino hacia su exaltación pasaba por la cruz, y allí, habiendo glorificado a Dios en todo lo que él es, venciendo a la muerte y al sepulcro, dejó de lado para siempre las pretensiones y el poder de Satanás, y estableció los derechos de Dios, que reclamará en su propio tiempo, cuando ejerza su poder y afirme su soberanía sobre todas las naciones de la tierra.

Pero antes de que pueda asociarse con Cristo en su glorioso reinado, el vencedor tendrá que esperar. ¿No tendrá nada mientras espera? Sí, durante este tiempo de paciencia, el Señor le dará la Estrella de la Mañana –esa es la porción presente del vencedor, esperando el día en que el Señor saldrá para abolir todo principado, toda autoridad y todo poder, «porque es menester que él reine hasta que ponga a todos los enemigos debajo de sus pies» (1 Cor. 15:24-25). Así que vemos que el vencedor tiene ahora 2 bendiciones para sostenerlo en su lucha contra los poderes del mal y la corrupción que lo rodean, y para aferrarse a lo que tiene hasta que el Señor regrese. La primera es la perspectiva de la soberanía venidera de nuestro Señor sobre los reinos de este mundo (vean Apoc. 11:15), y de estar asociado con Cristo en ese día; la segunda es el don de la Estrella de la Mañana.

3.6 - Lo que significa poseer la Estrella de la Mañana

Queda por ver cómo se posee la Estrella de la Mañana. Hemos dicho que la Estrella de la Mañana es Cristo mismo, en relación con el día de su gloria y como garantía de ese día. La Estrella de la Mañana anuncia la llegada del día y, cuando la vemos, sabemos que la noche desaparecerá pronto. Del mismo modo, el vencedor que posee la Estrella de la Mañana tiene la seguridad de que el día está cerca. Entonces, ¿cómo posee la Estrella de la Mañana? La única respuesta posible es: en su corazón. Ahí es donde se guarda el precioso don, y por eso el vencedor es superior a todo el poder del enemigo que le asalta, porque su corazón está inundado de la luz del día que espera. Para él han pasado las tinieblas de la noche; vive en la luz del día (vean 1 Tes. 5:5).

3.7 - Diferencias entre Apocalipsis 2:26-28 y 2 Pedro 2:15-19

El pasaje del Apocalipsis y el de Pedro difieren en este aspecto: en este último, cuando la Estrella de la Mañana ha surgido en nuestros corazones, la luz de la profecía, reforzada por lo que sucedió en el monte santo donde el Señor fue transfigurado, se ve en cierto modo superada, porque Cristo está en nosotros como la Estrella de la Mañana, garantizando todo lo que los profetas anunciaron. En una palabra, para aquellos en cuyos corazones ha comenzado a amanecer y ha surgido la Estrella de la Mañana, ya se han cumplido todas las profecías sobre el reino universal de nuestro Señor. En el pasaje del Apocalipsis, la Estrella de la Mañana también se da en relación con la gloria de Cristo, pero para apoyar al vencedor en sus batallas, y para asegurarle que en ese día compartirá la exaltación de Cristo, su juicio y su autoridad sobre las naciones. Como canta el salmista (solo los que tienen la Estrella de la Mañana pueden unirse al cántico ahora): «Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas. Exalten a Dios con sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos, para ejecutar venganza entre las naciones, y castigo entre los pueblos; para aprisionar a sus reyes con grillos, y a sus nobles con cadenas de hierro; para ejecutar en ellos el juicio decretado; gloria será esto para todos sus santos. Aleluya» (Sal. 149:5-9). Esto, sin duda, se aplica particularmente al pueblo terrenal, pero ilustra la promesa del Señor al conquistador de Tiatira de poder sobre las naciones. Y es como presagio y garantía de esto que el Señor da al vencedor la Estrella de la Mañana para que lo sostenga y disfrute de ella.

4 - La brillante Estrella de la Mañana en Apocalipsis 22:16

En el último pasaje sobre la Estrella de la Mañana, es el propio Señor quien habla: «Yo, Jesús, envié mi ángel para dar testimonio de estas cosas en las iglesias. Yo soy la raíz y la posteridad de David, la estrella resplandeciente de la mañana. Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y el que oye, diga: ¡Ven! Y el que tiene sed, que venga. Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apoc. 22:16).

4.1 - Observaciones preliminares: ¿A quién anuncia el Señor su venida? (v. 7, 12)

Para comprender el significado de la presentación de Cristo que se hace aquí, debemos fijarnos primero en el contexto. En el anterior, el Señor anuncia su inminente regreso en 2 ocasiones (22:7, 12); es esencial que comprendamos el período de tiempo del que habla. Así pues, quede claro que el arrebato de los santos antes de la aparición de Cristo no se menciona en este libro, a menos que esté representado por el hijo varón que es arrebatado a Dios y a su trono en el capítulo 12. La Iglesia será arrebatada de esta escena antes de que caigan los terribles juicios de la apertura de los sellos, las trompetas y las copas; porque las bodas del Cordero tienen lugar en el cielo antes de que el Señor salga con los ejércitos que estaban en el cielo (comp. cap. 19). No puede haber ninguna duda al respecto, por muy ingeniosos que sean los hombres para afirmar lo contrario; es de la mayor importancia señalar que a lo largo de este libro la venida de Cristo se refiere a la aparición en gloria de nuestro Señor. Así, en cuanto al anuncio de su inminente venida en el versículo 7, alguien ha dicho: “Los que guardan las palabras de la profecía de este libro son aquellos de quienes se habla en el libro y a quienes se advierte que Cristo pronto estará aquí”. Indudablemente, todos podemos beneficiarnos, pero no estamos en las escenas en cuestión»; y de nuevo: “El versículo 7 es una advertencia para guardar las palabras del libro, en forma de bendición, a los que se encuentran en las circunstancias mencionadas; pero el versículo 12 habla de la venida de Cristo para el juicio general de los vivos”. Si eso nos queda claro, estaremos mejor preparados para examinar el versículo 16.

Hay, sin embargo, 1 o 2 puntos más que señalar. Observamos que el Señor anuncia solemnemente su venida afirmando que es él quien existe eternamente: «Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin» (Apoc. 21:6). A continuación, hay un breve paréntesis en el que se menciona la bienaventuranza de los que tendrán derecho al árbol de vida y a entrar por las puertas en la ciudad, así como diferentes clases morales de personas que quedarán excluidas para siempre de este lugar perfecto y bienaventurado. Establecida la diferencia eterna entre el bien y el mal (aunque solo será en la sesión del gran trono blanco), el Señor vuelve a hablar: «Yo, Jesús, envié mi ángel para dar testimonio de estas cosas a las iglesias. Yo soy la raíz y la posteridad de David, la estrella resplandeciente de la mañana».

4.2 - Qué significa «la raíz y la posteridad de David»

Digamos primero unas palabras sobre el primer carácter dado: la raíz y la posteridad de David. 2 o 3 pasajes de la Escritura nos lo explican. En el profeta Miqueas se dice: «Pero tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre las familias de Judá, de ti me saldrá el que será Señor en Israel; y sus salidas son desde el principio, desde los días de la eternidad» (5:2). Encontramos aquí claramente los mismos 2 aspectos de los que habla Cristo. Del mismo modo, cuando el ángel Gabriel anunció a María el nacimiento de Jesús, dijo: «Será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David», etc. (Lucas 1:32). Finalmente, el Señor mismo dijo a los fariseos: «¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo? Ellos le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Cómo entonces, por el Espíritu, lo llama David Señor?, diciendo: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies. Pues, si David lo llama Señor, ¿cómo es su Hijo?» (Mat. 22:42-45). Estas preguntas encuentran respuesta en nuestro pasaje, en Miqueas y en Lucas, pues en los 3 casos queda claro que Aquel que ha de reinar sobre Israel, Aquel que se ha de sentar en el trono de David, su padre, es también el Señor de David. Como en nuestro pasaje, es la raíz, el origen de David, así como de su posteridad. Este es el misterio de Dios manifestado en carne, que es la base de la redención, tanto para Israel como para los cristianos. Además, obsérvese que la forma en que se presenta en este capítulo define el carácter de su venida. Muestra claramente que tiene en vista la instauración del reino, primero sobre Israel, luego sobre las naciones de la tierra, y que con su autoridad universal restaurará, en su reinado, todo lo que Dios es. De ahí el grito del salmista: «Decid entre las naciones: Jehová reina. También afirmó el mundo, no será conmovido; juzgará a los pueblos en justicia. Alégrense los cielos, y gócese la tierra; brame el mar y su plenitud. Regocíjese el campo, y todo lo que en él está; entonces todos los árboles del bosque rebosarán de contento, delante de Jehová que vino; porque vino a juzgar la tierra. Juzgará al mundo con justicia, y a los pueblos con su verdad» (Sal. 96:10-13). Entonces el conocimiento del Señor cubrirá la tierra de polo a polo, pues será un tiempo de bendición universal bajo la autoridad de la raíz y posteridad de David.

4.3 - Cristo desea atraer los afectos del corazón de la Esposa

Aunque nos ocupamos más especialmente de Cristo como la brillante Estrella de la Mañana, la consideración de los efectos de la llegada del día de Cristo nos ayuda bien a comprender el significado de este símbolo. Como también, en lo que se refiere a la promesa hecha al conquistador de Tiatira, el reino viene primero a la mente, al menos tal como es en el carácter de la raíz y posteridad de David. Es precisamente este hecho el que realmente da a la Estrella de la Mañana su importancia, enseñando que, como en la creación, es aquí el presagio del glorioso día venidero. Sin embargo, hay una diferencia entre este pasaje y los que ya hemos examinado. En Pedro y Apocalipsis 2, la Estrella de la Mañana se considera una posesión presente; en Pedro, esta posesión es posible para todos los creyentes; en Apocalipsis, es un don para el vencedor. En este pasaje es simplemente la presentación de Cristo en este carácter a la Asamblea – la Asamblea como esposa. Sin duda, la esposa apreciará y acariciará al Esposo en sus afectos, sobre todo porque aquí se ve a la Iglesia en su condición normal. Sin embargo, en este lugar Cristo llama la atención sobre sí mismo por medio de este símbolo, para atraer los afectos del corazón de su esposa, para animarla a esperar constantemente su regreso, y para confortar su corazón en medio de la creciente oscuridad en la tierra, ocupándolo con él mismo en este carácter, dando la seguridad de que las nubes pronto se dispersarán todas cuando él aparezca como el Sol de Justicia.

4.4 - ¿Por qué no se menciona aquí la salida de la Estrella de la Mañana?

También debe notarse que aquí no se menciona la salida de la Estrella de la Mañana. Cristo ha resucitado, y la esposa, estando como al final de la noche, lo contempla; está fascinada por su belleza y convencida de que la noche está muy avanzada y que se ha acercado el día, el día en que, compartiendo su exaltación y su trono, la mostrará revestida de su gloria y de su belleza. Sabemos que 2 acontecimientos precederán a ese momento: primero, la presentación privada de la esposa a sí mismo, una Iglesia «gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efe. 5:27), y la celebración pública de las bodas del Cordero en el cielo, descritas en Apocalipsis 19. Pero lo que aquí se contempla, en relación con la venida de Cristo, es lo que revela a Juan uno de los 7 ángeles: «Ven, te mostraré la novia, la esposa del Cordero. Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la santa ciudad, Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios, teniendo la gloria de Dios; su luz era semejante a una piedra muy valiosa, como una piedra de jaspe, cristalina» (21:9-11).

4.5 - Los efectos producidos en el corazón de la Esposa

El tema quedaría incompleto sin unas palabras sobre el efecto producido cuando Cristo se presenta a la Esposa: «El Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!». La respuesta es sencilla, pero es la correcta. No podría ser de otro modo, pues es el lenguaje del Espíritu y de la esposa. Pero ¿cómo es el lenguaje de ambos? Porque es producido por el Espíritu en el corazón de la esposa. Son sus palabras, aunque ella las habla (comp. Rom. 8:26-27). La respuesta es, pues, la que el Señor quería oír, y la única apropiada en aquel momento. Es importante notar que fue provocada cuando él se presentó al corazón de la esposa; y si su corazón se desbordó con la palabra «¡Ven»!, se debió a la poderosa acción del Espíritu. ¿Qué lección para todos aquellos que desean servir al pueblo de Dios? Si deseamos conducirlos a una mayor bendición despertando en ellos un afecto más ferviente por Cristo, este es el camino del Señor. Es presentarlo bajo el aspecto que satisface la necesidad. Pero para hacer esto, el siervo debe estar en comunión con el corazón de Cristo en cuanto a su pueblo, y debe estar lo suficientemente cerca de él para entender Su pensamiento en cuanto a ellos en el momento apropiado. Oh, que haya más siervos así entre los santos de Dios.

4.6 - El deseo del Señor es que cada santo, sin excepción, espere Su regreso.

«Y el que oye, diga: ¡Ven!». Así que no es solo la esposa la que, en el poder del Espíritu, levanta la vista y contempla el rostro del Esposo y dice, con un anhelo inexpresable: Ven; el Señor quiere que cada uno de los suyos que oiga el clamor, dondequiera que esté, se una individualmente. Qué podría revelar más claramente la mente del Señor para los suyos: él quiere que cada santo, sin excepción, espere su regreso; esto debe ejercitar nuestra alma a la perspectiva de ver al Señor cara a cara –una perspectiva que, cuando se acaricia, es el gran motivo de la santidad, como enseña el apóstol: «todo el que tiene esta esperanza en él se purifica, así como él es puro» (1 Juan 3:2-3).

4.7 - El último llamamiento de la Iglesia a los sedientos del mundo

El círculo se ha ampliado. La Iglesia es, por así decirlo, la depositaria de la gracia, y así el Espíritu de Dios, hablando a través de ella o de sus siervos, pensando en la multitud de almas sedientas esparcidas por el mundo, sabiendo que el día de gracia terminará cuando venga el Señor, hace el ferviente llamamiento: «El que tiene sed, venga». Así como el Señor dijo cuando estaba en la tierra: «Si alguno tiene sed, venga a mí y beba» (Juan 7:37), así el Espíritu repite ahora esta invitación. Oh, que todas las almas cansadas que han tratado de saciar su sed en cisternas humanas abran sus oídos para escuchar esta súplica; y que, al escucharla, recuerden las palabras del mismo Señor: «El que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que brota para vida eterna» (Juan 4:14).

4.8 - ¡Que reciban gratuitamente el agua de la vida!

Y eso no es todo. Todas las almas de esta tierra están concernidas, pues se añade: «Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida». Nada puede mostrar mejor que el agua viva que Cristo tiene reservada por su muerte y resurrección es “para todos” (vean 1 Tim. 2:6), es decir, que todo en el corazón de Dios es para el hombre; en consecuencia, el Evangelio debe ser anunciado a todos, pues a Dios le ha placido ser un Dios salvador; y puesto que Cristo murió por todos, quiere que todos los hombres sean salvos y lleguen al conocimiento de la verdad (1 Tim. 2). Que esta invitación de gracia sea proclamada en todo el mundo, ¡con mayor urgencia aún porque la vuelta del Señor es inminente!

Por último, llamamos la atención sobre el hecho, tantas veces mencionado, de que la presentación del Señor como raíz y posteridad de David, y como Estrella resplandeciente de la Mañana, es una oportunidad para describir todo el círculo de los afectos de la Iglesia. Como verdadera esposa, comienza por el Esposo; luego piensa en todos los suyos, pues los incluye; después piensa en todos los sedientos y angustiados; finalmente, va más allá y se hace intérprete de los pensamientos de su Señor para todos los hombres, en toda la tierra. Tengamos, pues, la gracia de no limitarnos a un círculo estrecho. Y recordemos que la esposa comienza por Cristo, no por las almas, por muy preciosas que sean. Del mismo modo, si queremos llegar a ser, en alguna medida, expresión del corazón de Cristo, debemos considerarle a él en primer lugar. Si, olvidando esto, empezamos por los santos o los pecadores, nuestro corazón se encogerá y ya no podremos representar su corazón y su voluntad. Démosle el primer lugar en nuestros afectos y seremos sus fieles representantes ante todos.