Inédito Nuevo

El lugar invisible y el estado del alma después de la muerte


person Autor: Bibliquest 10

flag Tema: La muerte y el cristiano


(La primera mitad de este artículo contiene muchos elementos que han sido tomados de un tratado de Henri Rossier titulado: “El lugar invisible y el estado del alma después de la muerte”).

1 - ¿Por qué tantas ideas falsas?

La Biblia, o Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, es clara sobre lo que sucede después de la muerte. Pero los hombres tienen toda clase de ideas propias, especialmente ideas falsas, porque no tratan de seguir la enseñanza de esta Palabra de Dios. De hecho, el apóstol Pablo nos advierte que en los malos tiempos de los últimos días los hombres no soportarán la sana enseñanza, sino que se volverán a las fábulas (2 Tim. 4:3-4).

También sucede que las personas que enseñan a otros, los «maestros» que deberían poner la enseñanza de la Palabra de Dios delante de las almas, la distorsionan. Esto se debe principalmente a que han perdido la convicción de la autoridad de las Escrituras, y las sustituyen por los productos de su imaginación. «Si alguno enseña algo distinto», dice el apóstol, «y no está de acuerdo con estas sanas palabras, las de nuestro Señor Jesucristo, y con la enseñanza que es según la piedad, está hinchado de orgullo, nada sabe, sino que delira acerca de cuestiones y disputas de palabras…» (1 Tim. 6:3-4). La Palabra de Dios llama a estas fantasías «diferente doctrina», «fábulas profanas propias de viejas», «ingeniosas fábulas» (1 Tim. 1:3; 4:7; 2 Pe. 1:16).

El propósito de este artículo es de afirmar a los queridos hijos de Dios en lo que dice la Palabra de Dios. Para aquellos que, por ignorancia o confianza equivocada en quienes les enseñan, se inclinan a dar oídos a palabras falsas, es importante que comprueben lo que se les dice por medio de las Sagradas Escrituras.

2 - El olvido de la resurrección de entre los muertos

Un hecho explica en cierta medida por qué tantas personas, incluso las que profesan ser cristianas, aceptan fácilmente falsas doctrinas: ignoran u olvidan la gran verdad de la resurrección de entre los muertos.

Esta «primera resurrección» es contemporánea de la venida del Señor para arrebatar consigo a sus santos (1 Cor. 15:51-55; 1 Tes. 4:15-18; véase Apoc. 20:5-6). La resurrección de entre los muertos, verdad central del cristianismo, es siempre una resurrección del cuerpo.

Comprende 3 actos:

  • En primer lugar, la resurrección de Cristo, primicia (primeros frutos) de los que durmieron,
  • en segundo lugar, la resurrección de todos los santos en su venida (1 Cor. 15:20-23),
  • por último, la resurrección de los mártires, después de los tiempos terribles del Apocalipsis (cap. 4 al 19), pero antes del reinado milenario de Cristo (Apoc. 20:4-6).

Estos 3 actos se llaman «la primera resurrección», o «la resurrección de entre los muertos». La resurrección de los muertos, de los hombres que no han creído, solo tendrá lugar después del reinado de 1.000 años (Apoc. 20:5), en vista del juicio final, por lo que no se llama segunda resurrección, sino muerte segunda (Apoc. 20:11-15).

Mientras esperan la venida del Señor, los cristianos que viven en la tierra son considerados como muertos y resucitados con Cristo, en virtud de su unión con él, por medio del Espíritu Santo (Col. 2:20; 3:4).

3 - Cuando se desconoce la resurrección (en beneficio del estado del alma después de la muerte)

Al no dar a la resurrección de entre los muertos el lugar que le corresponde, la mayoría de los cristianos han llegado a interesarse especialmente por el estado del alma después de la muerte –tema importante, que veremos más detenidamente a continuación, pero que no es la gran verdad cristiana, como lo es la resurrección de los santos. Decimos verdad cristiana, porque el Antiguo Testamento hace poca distinción entre ambas. Ve el futuro en términos de las bendiciones terrenales traídas por el Mesías. Esto explica hasta cierto punto cómo la herejía de los saduceos podía subsistir junto a la ortodoxia de los fariseos. No que fuera excusable, pues el Señor les dijo, citando Éxodo 3:6: «Erráis, no conociendo las Escrituras, ni el poder de Dios… Dios no es el Dios de muertos, sino de los que viven… porque para él todos viven» (Mat. 22:29; Lucas 20:38). Ya en la antigüedad, Job estaba convencido de la resurrección de su cuerpo: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios; al cual veré por mí mismo, y mis ojos lo verán, y no otro» (Job 19:25-27). También encontramos en Daniel 12:13: «Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días».

En cuanto al Nuevo Testamento, es fácil probar que está lleno de esta verdad de la resurrección. Resulta del hecho de que el Salvador «abolió la muerte y sacó a la luz la vida y la incorruptibilidad por el Evangelio» (2 Tim. 1:10). Introdujo esa condición de vida eterna que coloca el alma y el cuerpo más allá de la muerte y de su poder. La incorruptibilidad se realizó plenamente en él, pues Dios no permitió que su carne viera corrupción (Hec. 2:31); pero, si nuestro propio cuerpo se «siembra en corrupción», resucita «en incorrupción», pues «sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles… es necesario que esto corruptible revista la incorrupción» (1 Cor. 15:42, 52-53).

La resurrección es, pues, el estado definitivo del cristiano. La resurrección de entre los muertos fue inaugurada por Cristo, que es él mismo la primicia, y es nuestra parte asegurada, en virtud de nuestra unión con él.

4 - Un estado intermediario: el estado del alma después de la muerte

El estado del alma después de la muerte no es, pues, más que un estado intermediario, sin duda de gran valor para el cristiano, pero sin nada de definitivo. Por eso la Escritura habla relativamente poco de él, aunque sí nos habla de las bendiciones que este estado comporta. No olvidemos, en primer lugar, que una de esas bendiciones, la vida eterna, es común a todas las fases de la existencia del cristiano:

  • Como hombre en la tierra, tiene vida eterna,
  • como alma, separada del cuerpo, goza de esta misma vida en una nueva esfera,
  • como ser resucitado o transmutado, la poseerá y disfrutará en la gloria.

5 - La «muerte», es dormir para el cristiano

5.1 - Para el cristiano, la muerte del cuerpo se llama dormir

El estado intermedio del que hablamos se compone de 2 elementos. El cuerpo muere, el alma vive. Para el cristiano, la muerte del cuerpo se llama dormir. El Antiguo Testamento utiliza constantemente esta palabra para expresar la muerte. «Durmió con sus padres» es el término habitual para referirse a la muerte de los reyes buenos o malos de Israel. En el Nuevo Testamento, la palabra morir, muerte, suele caracterizar a los no creyentes, mientras que la palabra dormir, dormirse, solo se utiliza para los creyentes. El Señor dijo a sus discípulos: «Lázaro duerme» y luego añadió: «Lázaro ha muerto» solo porque no entendieron lo que quería decir (Juan 11:11-14).

Este mismo pasaje demuestra que dormir no significa la inactividad del alma, sino la muerte del cuerpo.

5.2 - La palabra «muerte» se utiliza habitualmente para referirse al Señor Jesús.

Es notable que, aunque el Nuevo Testamento utiliza la palabra «muerte» muy excepcionalmente para el «deceso» de los cristianos, esta misma palabra se aplica continuamente al Señor mismo, porque él tomó sobre sí, para anularla, la muerte que nos correspondía. «Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras» (1 Cor. 15:3). «Murió por todos» (2 Cor. 5:14-15; véase también Juan 12:24, 33; 18:32; Rom. 5:6, 8, 10; 8:34; 1 Cor. 11:26; 1 Tes. 5:10; Hebr. 2:9). Dejó sin poder, mediante la muerte, al que tenía el poder de la muerte, es decir, al diablo (Hebr. 2:14). Al entrar en la muerte, la anuló (2 Tim. 1:10). Ahora está muerto… y tiene las llaves de la muerte y del Hades, es decir, el lugar invisible adónde van las almas después de la muerte (Apoc. 1:18). Ni el Hades ni la muerte pueden retener ya nuestras almas ni nuestros cuerpos. A los que no han creído se les sigue llamando muertos. Lo que les espera a los hombres es «morir una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebr. 9:27). «Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años» (Apoc. 20:5). «Vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono» (Apoc. 20:12; véase también: 1 Cor. 15:22; Rom. 5:12, 17; 6:23).

5.3 - La certeza de la resurrección

Del creyente no se dice que muere, sino que duerme (1 Tes. 4:13-15; Mat. 27:52; Juan 11:11-12; 1 Cor. 11:30; 15:20, 51). ¿Podemos hablar de la muerte de un hombre que, tal vez, en el momento en que lo bajan a la fosa, saldrá resplandeciente de vida? Sin duda, desde la muerte del primer creyente en la tierra, miríadas de muertos en Cristo esperan el momento en que sus almas se reunirán con sus cuerpos resucitados. Pero, ni para ellos, ni para nosotros que esperamos al Señor, hay demora, pues conocemos la causa: Dios espera pacientemente, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos lleguen al arrepentimiento (2 Pe. 3:9). Aunque nuestros cuerpos se conviertan en polvo, que este polvo sea esparcido a los 4 vientos, nada impedirá al Creador del cielo y de la tierra vuelva volverlo a encontrarlo y formar con él, en un abrir y cerrar de ojos, cuerpos gloriosos, de los que se dice: «Sabemos que si nuestra casa terrenal, esta tienda de campaña, es destruida, tenemos un edificio de Dios, una casa no hecha con manos, eterna en los cielos» (2 Cor. 5:1).

Dormir es, pues, el término utilizado para designar la muerte del cristiano, en lo que se refiere a su cuerpo. Saldrá de este estado en la resurrección, con un cuerpo glorioso como el de Cristo, para verlo tal como es y estar siempre con él. El creyente nunca será juzgado, mientras que el incrédulo será resucitado para comparecer inmediatamente ante el gran trono blanco, donde será juzgado (Apoc. 20:11-15).

5.4 - El alma del cristiano dormido está con Cristo

Si el cristiano se ha dormido, si es despojado temporalmente de su morada terrenal, que no es más que una tienda de campaña, ¿qué ocurre con su alma desalojada? La Palabra es tan clara como puede serlo sobre este tema. El alma está con Cristo. Deseo ser desalojado y estar con Cristo, dice el apóstol, «lo cual es mucho mejor» (Fil. 1:23). También dice: «Preferiríamos mejor ausentarnos del cuerpo y estar presentes con el Señor», aunque no desea ser despojado de su cuerpo mortal, sino revestido de uno glorioso, «para que lo mortal sea absorbido por la vida» (2 Cor. 5:4-8). ¡Qué perspectiva tan feliz! Llena de paz a los cristianos de edad que han crecido en el conocimiento del Señor, que han gozado de su comunión a lo largo de su vida, y cuyo lema ha sido: «Vivir es Cristo». Anima, sostiene y alegra a las almas jóvenes en la fe que, sin tener todavía mucha experiencia, se confían, como corderos, a los brazos del buen Pastor. Pero, por otra parte, ¡cuán angustiosa es esta perspectiva para quienes, siendo hijos de Dios, han vivido con el mundo y para él, sin comprender que su única tarea era vivir para el Señor!

5.5 - El alma separada del cuerpo no es todavía un estado de perfección

Estar con Cristo es la primera y suprema bendición del alma cristiana separada de su cuerpo. Cristo es ahora su único objeto. Nada viene a interponerse entre ella y su Salvador; la comunión con él, tan fácilmente destruida aquí, es en adelante ininterrumpida. Pero esto no es todavía la perfección, que solo puede ser alcanzada por la resurrección de entre los muertos (Fil. 3:11-12). Ningún creyente la alcanzará aisladamente o adelantándose a los demás, sino que todos entrarán juntos en ella. Hablando de los creyentes de la antigua alianza, el apóstol dice que ellos «no alcanzaron la promesa, habiendo previsto Dios algo mejor para nosotros, para que no lleguen a la perfección sin nosotros» (Hebr. 11:39-40). Ahora bien, la perfección es alcanzar, por la resurrección de entre los muertos, la misma gloria que Cristo, ser «semejantes a él, porque le veremos tal como él es» (1 Juan 3:2). Este no es el estado del alma después de la muerte, pero lo que sí sabemos es que está con Cristo.

¿Nos basta con eso cuando pensamos en la posibilidad de morir? ¿Necesitamos algo más? ¿Quisiéramos sustituir la suprema bendición de estar con él por las miserables ensoñaciones que oímos? Si les hacemos caso, es porque el Señor no ocupa en nuestro corazón el lugar que le corresponde, porque no nos hemos puesto en práctica las palabras del apóstol: «Para mí el vivir es Cristo» (Fil. 1:21).

6 - El Seol, el Hades, el Paraíso. El alma no duerme

«En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43). Estas palabras dirigidas al malhechor convertido nos llevan a hablar del lugar donde se encuentran las almas después de la muerte.

En el Antiguo Testamento, este lugar está incluido en el término muy vago de Seol o lugar invisible, sin distinguir el lugar adónde van las almas de los bienaventurados y el lugar para las almas de los réprobos. Esta vaguedad se explica por la naturaleza de las promesas hechas a Israel, con vistas a la gloria terrena y no a la gloria celestial e invisible.

Cuando Jesús aparece en la tierra, su misma presencia es la revelación de las cosas invisibles. En un momento dado (Lucas 16 a partir del v. 19), le vemos descorrer el velo que ocultaba el Seol (o Hades), el lugar adónde van las almas después de la muerte. Muestra en un relato (si algunos lo ven más como una parábola, da lo mismo), que algunas almas están consoladas en un lugar de descanso y deleite, mientras que las almas de los que «recibieron sus bienes en vida» están en un lugar de tormento, en el Hades.

El lugar de delicias se llama “seno de Abraham”, porque así era como podían entenderlo, en su época, los oyentes judíos del Señor; era el mejor lugar que un judío podía desear. Para nosotros, este lugar es el seno de Jesús, ya que, terminada su obra, fue a sentarse en las alturas.

El Señor muestra también que el alma separada del cuerpo no duerme, y que el alma de los que han pasado por la muerte está bienaventurada o atormentada, pero en modo alguno durmiendo (inactiva).

Finalmente, el Señor muestra que no hay comunicación posible entre estos 2 lugares, y que el destino de los que se encuentran allí está irrevocablemente fijado. No se trata, pues, de un desarrollo gradual, del paso de una esfera a otra superior. La Palabra destruye estas teorías insensatas con una sola frase: «Además», dice: «Entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; y tampoco pueden pasar de allí a nosotros».

7 - El Paraíso y el tercer cielo

En la cruz, donde se realiza la expiación, el Señor no presenta el lugar invisible en forma de parábola. Lo abre, en todo su esplendor, a los ojos del pobre malhechor convertido: «Hoy estarás conmigo en el paraíso». El Paraíso es el tercer cielo (2 Cor. 12), al que corresponde, en sentido figurado, el lugar santísimo del templo, pues el templo estaba dividido en 3 partes, el atrio, el lugar santo y el lugar santísimo.

No existe un cuarto cielo, y menos aún un séptimo cielo, según la expresión común francesa, cuyo origen, en este sentido, no es bíblico, sino coránico.

El Paraíso es, pues, el cielo más alto, el cielo de Dios, «el paraíso de Dios» (Apoc. 2:7). Aquí es donde fue llevado Pablo. ¿Pero cómo? Solo Dios lo sabía, pero Pablo estaba seguro de que pudo haber estado allí como alma separada del cuerpo, así como en el cuerpo. «Conozco a un hombre en Cristo», dijo, «que hace catorce años –si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe– fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre –si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe– fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que no le es permitido al hombre expresar» (2 Cor. 12:2-4). En este estado, el apóstol era como los discípulos en el monte santo, en que solo había oído y no visto, pero era más que la voz del Padre, que decía: Escuchad a mi Hijo amado; eran palabras inefables, absolutamente inexpresables en lenguaje humano. Pablo no podía revelárselas a nadie, porque nadie las habría entendido. Lo mismo sucede con las almas que están en el Paraíso con Jesús. Nuestra curiosidad no encuentra alimento en la Palabra para ellas; las cosas que se dan a entender no son para nuestro ámbito.

8 - El Paraíso no es la gloria

Note de nuevo que el Paraíso no es la gloria. Algunos cristianos hablan de un creyente que ha muerto como habiendo alcanzado la gloria. Pero eso no es lo que dice la Palabra. La gloria está indudablemente en el Paraíso, puesto que Cristo está allí, pero nosotros mismos solo podemos entrar en la gloria como seres completos y definitivos, espíritu, alma y cuerpo reunidos, y no en un estado intermediario. El concepto erróneo común de la gloria es que se trata de un lugar. La gloria es una manifestación. Es la totalidad de las perfecciones divinas –majestad, magnificencia, sabiduría, verdad, poder, santidad, justicia, amor –puestas en evidencia. Contemplaremos en Cristo esta gloria que tenía cerca del Padre antes de que el mundo fuera, y que recibió de él como hombre glorificado; pero cuando seamos semejantes a Cristo, seremos partícipes de su gloria, y ella será también manifestada en nosotros (Juan 17:22, 24). El Paraíso, pues, no es la gloria, sino un lugar invisible de delicias.

9 - Reconocer a los que hemos conocido y se han dormido

Los cristianos hablan mucho de reconocer en el cielo a quienes les han dejado. No lo dudo, pero también reconoceremos a los que no hemos conocido en la tierra. Así fue como los discípulos reconocieron en el monte santo a Moisés y a Elías, a quienes nunca habían visto. Estos últimos, aparecidos en la gloria, solo estaban ocupados en hablar con Jesús.

Pero si se nos dice muy poco acerca de reunirnos, después de nuestro deceso, con aquellos a quienes hemos amado (2 Sam. 12:23), se nos dice, por otra parte, no que ellos se hayan adelantado a nosotros, sino que no nos adelantaremos a ellos, nosotros, los vivos transmutados, cuando estemos arrebatados con nuestros seres queridos, resucitados de entre los muertos, al encuentro del Señor. En un momento, todos los santos serán reunido en la tierra, para estar arrebatados a Él (1 Cor. 15; 1 Tes. 4). Los vínculos y los afectos, tal como los hemos conocido en la tierra, ya no tienen lugar en la gloria. Un mismo amor, un mismo pensamiento, concentrado en un solo y mismo objeto (Cristo), se ha apoderado de todos los poderes, de todas las aspiraciones de nuestro ser.

Al que conoce mal al Salvador, puede imaginarse que encontrará en el cielo temas más interesantes que Él. El cristiano inteligente sabe que Jesús llena el tercer cielo con su presencia, así como en el pasado, ante el profeta, los pliegues de su manto llenaban el templo (Is. 6:1). «Estas cosas dijo Isaías porque vio su gloria y habló de él» (Juan 12:41).

10 - Lo que es más importante en el cielo

Sin duda, el cielo contiene muchos objetos diferentes, cuya lista se alargaría indefinidamente si alguien quisiera contarlos. En forma de símbolos, los capítulos 2 al 5 y 19 al 22 del Apocalipsis hacen una lista interminable de ellos, sin agotarla. Debemos buscar las cosas invisibles que están arriba, que solo los ojos de la fe pueden distinguir (2 Cor. 4:18). Debemos pensar en esas cosas y no en las terrenales (Col. 3:2).

Pero recordemos que la Palabra de Dios las resume en una sola palabra, cuando dice: «Las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col. 3:1).

Esta debe ser nuestra ocupación en la tierra, esta es la ocupación de las almas desalojadas, y esta será la ocupación eterna de todos los redimidos, resucitados y glorificados, reunidos en perfecta unidad de amor y alabanza en torno a su Salvador.

Cristianos, ¡que nadie les distraiga de pensar solo en él!

11 - Falsas ideas, falsas doctrinas

11.1 - Los pasajes del Eclesiastés

En Eclesiastés 3:19-20, parece que el hombre no tiene ninguna ventaja sobre la bestia, que ambos tienen el mismo aliento o espíritu, y que todo va al mismo lugar, lo que lleva a algunos a pensar que el espíritu o el alma permanece en la tumba. Tal reflexión, que se limita a ver la apariencia de las cosas, corresponde al carácter del libro del Eclesiastés, que relata las palabras de un sabio («Eclesiastés» significa “el Predicador”) que no tiene una revelación directa de Dios. Sobre lo que ocurre después de la muerte, solemos citar otro versículo de este mismo libro: «El espíritu vuelve a Dios que lo dio» (12:7). Este versículo ya muestra que no todo acaba con la muerte, y que existe un Dios, y que tendremos que tratar con él. Pero algunas personas utilizan este versículo para acallar la conciencia de los pecados.

Pero otro versículo del Eclesiastés va más allá para arrojar luz sobre el futuro, el último versículo del libro (12:14): «Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala», lo que concuerda plenamente con el Nuevo Testamento, donde Hebreos 9:27 nos dice: «Está reservado a los hombres morir una sola vez, y después de esto el juicio». Esto es lo que ocurre cuando el espíritu «vuelve a Dios». Ya no puede esconderse.

Estos pasajes del Eclesiastés también subrayan el hecho de que solo hay un Dios, como se enseña en toda la Biblia. Es cierto, hay 3 Personas divinas (Padre, Hijo y Espíritu Santo), pero sigue siendo un solo Dios. Esto descarta toda idolatría (multitud de dioses) y panteísmo (ver una manifestación de Dios en todas las criaturas animales o vegetales). Este Dios es un Dios vivo que sabe lo que hacemos, porque todo está registrado en los libros (Apoc. 20:12).

11.2 - El alma separada del cuerpo no está en un letargo inconsciente

Algunas personas dicen que cuando el alma está separa del cuerpo, se duerme y permanece en este estado de sueño inconsciente hasta la resurrección. Esta enseñanza, que se basa principalmente en algunas expresiones mal entendidas del Antiguo Testamento, es bastante errónea. Como hemos visto en relación con Lucas 16, las almas de los muertos no duermen, sino que van al Hades, para los impíos, y al seno de Abraham, para los hijos de Dios, y esto desde que el Señor Jesús vino a la tierra y realizó la obra que Dios le había encomendado. Estas almas tienen plena conciencia de su estado y un claro recuerdo de lo que sucedió en la tierra; uno está en paz y reposo; el otro en sufrimiento y tormento. Por tanto, hay en esos 2 lugares sea gozo o sea dolor. Sin embargo, el Hades no es el estado final para los injustos. Designa el estado intermediario en el que se encuentran las almas de los que han muerto en sus pecados.

Cuando Jesús murió, su alma también fue al Hades (comp. Hec. 2:27; Sal. 16:10), durante 3 días, y luego resucitó; pero el Hades era para él el Paraíso de Dios. «Hoy –dijo al malhechor que estaba a su lado– estarás conmigo en el paraíso». ¿No es eso muy distinto de: “Hoy te dormirás y ya no sabrás nada de mí ni de ti mismo”? Eso no habría sido mucho consuelo para el pobre malhechor. Pablo también habla en el mismo sentido: «Tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor» (Fil. 1:23). Si solo hubiera esperado el sueño para su alma, habría preferido seguir vivo; porque una vida consciente con Cristo, aunque en medio de muchas tribulaciones exteriores, era infinitamente más valiosa para un hombre, para quien Cristo lo era todo, que un sueño inconsciente, un sopor sin gozo y sin Cristo.

Si un hombre muere en sus pecados, su alma no se duerme, sino que pasa a la eternidad, sin duda no todavía al lugar de su destino eterno, sino al Hades, en este estado intermediario. Para los que se han dormido en Cristo, el seno de Abraham significa descanso profundo y gozo –están con Jesús. Para los que han muerto en sus pecados, un estado de tormento sin esperanza; porque, dice Abraham: «Entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo; de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco pueden pasar de allí a nosotros» (Lucas 16:26). El destino de estas 2 clases está fijado para siempre. Oh, qué será para los réprobos recordar entonces las muchas ocasiones en que se les proclamó el mensaje de la gracia, pero cuando el deseo de los placeres de la vida, el temor de los hombres, el amor del mundo y lo que le pertenece, la búsqueda de placeres y cosas semejantes llenaron sus corazones y sofocaron en ellos todo pensamiento serio acerca de la muerte y de la eternidad.

11.3 - No hay reencarnación

La idea de la reencarnación no tiene fundamento en la Biblia, sino solo en diversas religiones idólatras, como el hinduismo y las doctrinas basadas en el ocultismo o el espiritismo.

En los círculos occidentales, la reencarnación se presenta como algo bueno, que enriquece, con la experiencia y los recuerdos de nuestras diversas vidas pasadas; la preocupación por lo que nos encontraremos después de la muerte se desvanece.

En los círculos hindúes, la reencarnación es una carga de aflicciones, un ciclo de tormentos del que se intenta escapar; en la India, la ceremonia de incineración de los cadáveres en una pira al aire libre pretende contribuir a esta evasión.

Semejante contradicción –es considerada como algo bueno en Europa, pero fuente de tormentos sin fin en otros lugares– es típica de las falsas doctrinas.

La Biblia muestra constantemente que, tras la muerte, el destino ante Dios queda fijado de inmediato. Los pasajes que ya hemos visto en Lucas 16 o 23 muestran o un sufrimiento inmediato o un lugar de deleite. Hebreos 9:27 nos dice que está establecido que los hombres mueran una vez, literalmente, «una sola vez» y después el juicio: toda noción de recomenzar una existencia ligada a la tierra queda, pues, formalmente excluida.

Los únicos casos de seres que han sido vueltos a ver en la tierra después de su muerte son casos de creyentes, que aparecieron brevemente (Samuel, 1 Sam. 28; Moisés y Elías en el monte santo, Lucas 9:30-31; santos en gran número en la resurrección del Señor, Mateo 27:52-53), pero de ninguno de ellos se nos dice que comenzaran una nueva existencia en la tierra.

La reencarnación es una doctrina extremadamente peligrosa que Satanás utiliza para desviar la atención del juicio anunciado por la Palabra de Dios. Los pretendidos recuerdos de vidas pasadas no son más que mentiras o ilusiones de la imaginación.

11.4 - El culto a los antepasados y la “comunión” de los santos

La idea de que los espíritus de los muertos permanecen en las proximidades de las viviendas, circulan entre los vivos, se ocupan de sus asuntos y necesitan ser apaciguados, es una idea pagana clásica en muchos países. Está en total oposición con el pasaje de Lucas 16 que ya hemos visto.

Se podría haber pensado que estas ideas de adoración de los antepasados eran ideas paganas anticuadas, que ya no eran actuales en un mundo civilizado. Desgraciadamente, cuando miramos de cerca, vemos que el culto a los santos y la “comunión de los santos” introducidos por la Iglesia católica no difieren en principio de este culto a los antepasados. Los santos en la Biblia son creyentes que viven en la tierra, mientras que en la doctrina católica son espíritus en el cielo (o en el purgatorio). En la doctrina católica, también podemos orar a estos “santos”, hablar a nuestros seres queridos fallecidos, para pedirles que intervengan en favor de los vivos. De este modo, que tienen la capacidad de inmiscuirse en los asuntos de los vivos. Esta relación mutua entre los “santos” muertos y los vivos en la tierra se conoce como “comunión de los santos”.

Si hay espíritus que circulan, incluso que corren de un lado a otro, y que influyen en alguna medida en los asuntos de los vivos, no son más que los demonios instigados por Satanás, su jefe (Job 1:7), y en absoluto los espíritus de los antepasados. El creyente ha sido liberado del poder de las tinieblas (Col. 1:13), pero debe revestir toda la armadura de Dios para tener firme y resistir contra el poder espiritual de la maldad que está en los lugares celestiales (Efe. 6:10-18).

¿Cuál es la influencia de estos “espíritus” de los antepasados, es decir, prácticamente de sus almas? Lucas 16 mostró claramente que el alma o espíritu está en el Hades, y en absoluto en el entorno de los vivos, y que estos espíritus o almas ¡no pueden intervenir de ninguna manera!

11.5 - ¿Castigos eternos para los incrédulos?

La Biblia utiliza varias expresiones para describir la realidad de lo que espera a los que no están en regla con Dios:

  • «La Gehena, al fuego inextinguible (que no se puede apagar) … donde su gusano no muere y el fuego no se apaga» (Marcos 9:43-48).
  • «atormentado… en una llama»: Lucas 16:23-24, 28. Este pasaje muestra que los que han muerto en sus pecados están sufriendo incluso después de su muerte, y son conscientes de su estado de sufrimiento lejos de Dios.
  • «El lago de fuego que arde con azufre» (Apoc. 19:20; 20:15; 21:8). El recuerdo de que esta es la porción de los impíos está hecho justo cuando se acaba de decir que todas las cosas son hechas nuevas, y que Dios enjugará toda lágrima de los ojos de su pueblo (Apoc. 21:4-8). Este mismo pasaje nos recuerda también que ahora (y no después) es el tiempo de la gracia: «Al que tenga sed, le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida».
  • Allí será el llanto y el rechinar de dientes» (Mat. 8:12).

La vida eterna con el Señor será compartida por todos los redimidos. Se trata de creyentes de todas las edades, a los que se añaden los irresponsables, incluidos innumerables niños pequeños. Todos habrán participado, como resucitados o transmutados, de la «primera resurrección», la «resurrección de vida», en sus diversas fases: la venida del Señor según 1 Tesalonicenses 4, y la resurrección de los muertos de la gran tribulación (Apoc. 20:4). Ciertamente, al «final», después del reinado, habrá una transmutación de los creyentes del milenio.

«¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad» (Apoc. 20:6). Así que no todos los hombres “participarán” en esta primera resurrección; no todos tendrán vida eterna con el Señor. Sin embargo, la ilusión de una reconciliación de todos los hombres, es decir, la doctrina de la salvación universal, está muy extendida entre los que quieren ignorar las Escrituras. Se trata de un error fatal. Es perfectamente cierto que Cristo «murió por todos», pero solo «el que cree» se beneficia de su obra (Rom. 1:16). Los que han rechazado la gracia en algún momento, se han excluido a sí mismos de ella. «A menos que creáis que yo soy», dijo Jesús a sus adversarios, «moriréis en vuestros pecados» (Juan 8:24). Para los que así han “muerto en sus pecados”, habrá la «resurrección de condenación» (Juan 5:29). «Los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron los mil años» (Apoc. 20:5), dice tras el anuncio de la primera resurrección, la de los «dichosos»; y los «muertos» son resucitados para comparecer ante el gran trono blanco, «los muertos, grandes y pequeños», y fueron «juzgados por lo que había sido escrito en los libros conforme a sus obras» (Apoc. 20:12). La Escritura es positiva: no puede haber salvación sin propiciación, y para los que rechazan a Cristo, «ya no queda sacrificio por los pecados» (Hebr. 10:26). Hablar de salvación universal es negar la justicia de Dios por la idea imperfecta que pretendemos tener de su amor. Es derrocar el Evangelio. Así que vayan y prediquen el Evangelio a personas a las que les dice al mismo tiempo que pueden salvarse después de todo, ¡mientras que al mismo tiempo rechazan a Cristo!

11.6 - ¿Anonadamiento de los incrédulos?

Tampoco se puede hablar de que los incrédulos dejen de existir con la muerte corporal (como afirman los Testigos de Jehová y muchos otros). Esto es lo que desearía el hombre natural. «Comamos y bebamos, porque mañana moriremos» (Is. 22:13). Aquí también la Palabra es explícita: «Está reservado a los hombres morir una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebr. 9:27). La resurrección de juicio, el gran trono blanco, la sentencia final: son realidades, temibles sin duda, pero realidades ciertas.

El lector sincero de las Escrituras no puede sustraerse a la convicción de que, así como hay vida eterna para los creyentes, también hay «ira» divina que viene sobre los demás (Rom. 1:18), un juicio terrible para los que han «muerto en sus pecados», tanto si han pecado sin Ley, o bajo la Ley (Rom. 2:12), como si han rechazado el Evangelio de la gracia. Cada uno de ellos será juzgado según sus obras, y recibirá un castigo medido a la magnitud de su ofensa, según la perfecta sabiduría de Dios.

«Destruir tanto el alma como el cuerpo en la gehena» (Mat. 10:28) equivale sin duda a la muerte segunda, pero no significa en modo alguno anonadamiento: la destrucción no es aniquilación, y menos aún “destrucción eterna”, pues el término implica la duración sin fin de la destrucción. La muerte, ya sea la primera o la segunda, no es el cese de la existencia. Moralmente, todos estábamos muertos en nuestros delitos y pecados (Efe. 2:1), pero existíamos, vivos al pecado; los muertos que esperan el juicio existen; los muertos juzgados existirán, pero privados de la vida eterna con Jesús, bajo la «ira de Dios». ¿Por qué el fuego se llamaría eterno si lo consumiera todo en un instante? El fuego inextinguible y el gusano que no muere son figuras, por supuesto; pero estas figuras están encargadas de traducir lo que no podríamos concebir de otro modo: ¿cómo podrían hablarnos de un fuego inextinguible al que no le quedaría nada que quemar, de un gusano que no muere y al que no le quedaría nada que roer? Estas figuras son tomadas del Antiguo Testamento por el Nuevo Testamento, pero se encuentran en boca de Jesús y en el lenguaje del Espíritu Santo por los apóstoles, y son aplicadas por ellos a duraciones distintas de aquellas, temporales, de la primera creación.

La eternidad de los castigos, una doctrina espantosa. Que así sea. Que sea lo bastante aterradora como para hacer temblar para salvación a los pecadores: Félix estuvo «aterrado» al oír a Pablo hablar del juicio venidero (Hec. 24:25), y para su desgracia resistió a este espanto. ¡Que ella lo sea bastante para que los creyentes se tomen a pecho la salvación de los pecadores! Pero ¿cómo olvidar que, para que «Jesús… nos libra de la ira venidera» (1 Tes. 1:10), hizo falta nada menos que su muerte en la cruz? Él experimentó todo el horror de la muerte, cuando esta proyectó su terrible sombra sobre él, hecho pecado por nosotros, durante las 3 horas de tinueblas en el Gólgota; antes de entrar como vencedor, habiendo pagado el salario del pecado. Experimentó el abandono de Dios por nosotros antes de clamar «a gran voz: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!» (Lucas 23:46).

11.7 - Otras falsas doctrinas

Hay tantas ideas y doctrinas falsas que es imposible considerarlas todas. De hecho, no nos haría ningún bien considerarlas, porque examinarlas siempre mancilla. Además, varían de un país a otro.

El purgatorio: La idea de un fuego purificador después de la muerte no tiene base en la Biblia. Solo la sangre de Cristo puede lavar al pecador de sus pecados. Si esto no se hace, por fe, mientras aún estamos vivos, es demasiado tarde para hacerlo después.

Del mismo modo, la idea de un desarrollo gradual del alma, después de haber abandonado el cuerpo, no tiene fundamento bíblico y es contraria a los pasajes que ya hemos visto.

12 - Conclusión

Retengamos la bendita esperanza (Tito 2:13) que era la de los tesalonicenses, que se habían vuelto «de los ídolos a Dios… para esperar de los cielos a su Hijo, al que ha resucitado de entre los muertos, a Jesús quien nos libra de la ira venidera» (1 Tes. 1:9-10). Y mientras tanto, si alguno de nuestros queridos hermanos o hermanas en Cristo «se duerme», recordemos que «estar con Cristo… es mucho mejor» (Fil. 1:23) y que la resurrección de entre los muertos es una certeza.

«Cuando esto corruptible se revista de incorrupción, y esto mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que ha sido escrita: ¡La muerte ha sido sorbida por la victoria!» (1 Cor. 15:54; véase Is. 25:8).