El castigo eterno en oposición al universalismo y la exterminación

Juan 3:36


person Autor: Charles Henry MACKINTOSH 89

flag Temas: Las penas eternas en el Evangelio El universalismo y la exterminación La muerte y el cristiano


Últimamente he estado pensando mucho en el último versículo del tercer capítulo de Juan. Me parece que ofrece una respuesta muy contundente a 2 de las principales herejías de nuestros días, a saber, el universalismo, por un lado, y la exterminación, por otro: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que no obedece al Hijo, no verá la vida, sino que la ira de Dios permanece sobre él».

Los que niegan las penas eternas, como usted sabe, se dividen en 2 clases, que difieren muy marcadamente entre ellos. Una profesa la creencia de que todos serán finalmente restaurados y llevados a la bienaventuranza eterna; estos son los universalistas. La otra es de la opinión de que todos los que mueren aparte de Cristo son exterminados, alma y cuerpo, que han acabado con todo, que perecerán como las bestias.

Creo que usted estará de acuerdo conmigo en que Juan 3:36 echa por tierra completamente estos 2 errores fatales. Responde al universalista con la afirmación categórica y concluyente de que el incrédulo «no verá la vida». Deja completamente de lado la noción de que todos son restaurados y salvados eternamente. Los que se nieguen a creer en el Hijo morirán en sus pecados y nunca verán la vida eterna.

Pero si eso fuera todo, el que sostiene la exterminación podría decir: “Exactamente; eso es exactamente lo que yo creo. Solo los que creen en el Hijo vivirán para siempre. La vida eterna solo está en el Hijo y, por tanto, todos los que mueran separados de Cristo perecerán: alma y cuerpo serán exterminados”.

No es así, dice el Espíritu Santo. Es muy cierto que no verán la vida; pero –¡hecho extraordinario! «La ira de Dios permanece sobre él». Esto contradice categóricamente la exterminación. Si la ira de Dios permanece sobre el incrédulo, es del todo imposible acabar con él. La exterminación y el mantenimiento de la ira son totalmente incompatibles. Debemos suprimir la palabra «permanecer» de la página inspirada o abandonar por completo la noción de exterminación. Mantener ambas no es posible.

Por supuesto, solo me estoy refiriendo a este pasaje de la Escritura, y es cierto que por sí solo es suficiente para calmar cualquier mente que simplemente se incline ante la voz de Dios sobre la solemne cuestión del castigo eterno. Pero ahí está el problema. Los hombres no se someten a la enseñanza y autoridad de la Sagrada Escritura. Pretenden juzgar lo que es digno de Dios y lo que no lo es. Se imaginan que la gente puede vivir en el pecado, en la insensatez, en la rebelión contra Dios y en el abandono de su Cristo, y que después de todo quedarán impunes. Se encargan de decidir que es incompatible con la idea que se hacen de Dios permitir tal cosa como el castigo eterno. Atribuyen al gobierno de Dios lo que deberíamos considerar una debilidad de todo gobierno humano, a saber, la incapacidad de castigar a los malhechores.

Pero la Palabra de Dios está en contra de ellos. Habla de un «fuego inextinguible», de un «gusano que no muere», de un «abismo infranqueable», de una «ira que viene y permanece». Podría decirse que se trata de figuras. Ciertamente, el «fuego», el «gusano» y el «abismo» son figuras, pero ¿figuras de qué? ¿De algo efímero, de algo que tarde o temprano llegará a su fin? No, sino de algo eterno, si es que hay algo eterno.

Si negamos el castigo eterno, debemos negar la existencia de una cosa eterna, puesto que es la misma palabra la que se usa en todos los casos para expresar la idea de una continuación sin fin. En el Nuevo Testamento griego hay unos 70 pasajes en los que aparece la palabra «eterno». Se aplica, entre otras cosas, a la vida de los creyentes y al castigo de los malvados, como en Mateo 25:46.

Ahora bien, ¿en base a qué principio podemos tratar de eliminar los 6 o 7 pasajes donde se aplica al castigo de los impíos, y decir que en todos estos casos no significa para siempre, pero en todos los demás sí? Confieso que es imposible responder a esta pregunta. Si el Espíritu Santo, si el mismo Señor Jesucristo hubiera tenido a bien usar para hablar del castigo de los impíos una palabra distinta de la que usa para hablar de la vida de los creyentes, admito que podría haber algo que objetar.

Pero no; encontramos la misma palabra invariablemente utilizada para expresar lo que todos saben que es interminable; y por consiguiente, si el castigo de los malvados no es sin fin, nada es sin fin. Por tanto, no pueden detenerse en la cuestión del castigo, sino que deben llegar a negar la existencia misma de Dios.

De hecho, no puedo evitar creer que ahí se encuentra la verdadera raíz del problema. El enemigo quiere deshacerse de la Palabra de Dios, del Espíritu de Dios, del Cristo de Dios y de Dios mismo; hábilmente comienza por insertar el extremo delgado de su cuña fatal en la negación del castigo eterno; y cuando esto se admite, el alma ha dado el primer paso en el plano inclinado que conduce al oscuro abismo del ateísmo.

Esto puede parecer fuerte, duro y ultra; pero es mi convicción profunda y determinada; y me siento muy solemnemente impresionado por la necesidad de advertir a todos nuestros jóvenes amigos contra el peligro de admitir en sus mentes incluso la sombra de una pregunta o duda en cuanto a la verdad divinamente establecida del castigo sin fin de los impíos en el tormento eterno. El incrédulo no puede ser restaurado, porque la Escritura declara que «no verá la vida». Tampoco puede ser exterminado, porque la Escritura declara que «la ira de Dios permanece sobre él».

Cuánto sería preferible, más sabio y más seguro para nuestros semejantes huir de la ira venidera antes que negar que ella viene o que, cuando venga, será eterna.


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