Preguntas y respuestas sobre la muerte y la resurrección

¿Sepultura o incineración?


person Autor: Christian BRIEM 26

flag Tema: La muerte y el cristiano


Traducido del alemán "Antworten auf Fragen zu biblischen Themen", editado por Christliche Schriftenverbreitung, Hückeswagen, 2005. ISBN 3-89287-088-8

Pregunta

¿Importa si un cristiano es enterrado o incinerado después de muerto?

Respuesta

Sí, absolutamente. En general, la incineración (o cremación) era una costumbre pagana nacida de la idolatría (Deut. 12:31), y hasta cierto punto lo sigue siendo hoy en día. Es una abominación a Dios, como nos muestra Amós 2:1. Es cierto que Dios mismo, en ciertos casos de delitos particularmente graves en Israel, mandaba quemar al culpable (Lev. 20:14; 21:9), pero esto no hace más que subrayar el carácter especial y solemne de la incineración, y muestra que era una vergüenza y un castigo ser quitado así de en medio del pueblo. Aparte de estos casos, la sepultura es la forma de enterramiento de Dios, como lo es en todas partes, tanto en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.

Después de la caída, Dios dijo al hombre: «Polvo eres y en polvo te convertirás» (Gén. 3:19). “Volver al polvo” no significa, por supuesto, “ser quemado”.

Los patriarcas han enterrado a sus esposas y ellos eran enterrados por sus hijos. Dios había dicho de Abraham que iría en paz con sus padres y que sería ¿quemado? ¡Imposible!, sino antes enterrado en buena vejez (Gén. 15:15). No ser enterrado era un juicio de Dios y una deshonra en Israel (1 Reyes 14:13; Jer. 16:4, 6). Josías, aquel rey piadoso, fue el último de los reyes de Judá que tuvo una tumba adecuada (2 Cr. 35:24). ¡Qué solemne es esto!

Enterrar a los muertos está muy en consonancia con los pensamientos de Dios: lo confirma el hecho de que Dios mismo enterró a su siervo Moisés, y nadie sabe de su tumba hasta hoy (Deut. 34:6). ¿Y qué podemos decir cuando pensamos que, «según las Escrituras», nuestro Señor y Redentor Jesucristo también no solo murió, sino que fue sepultado (1 Cor. 15:3-4)? Estuvo con el rico en su muerte (Is. 53:9), es decir, en la tumba de José de Arimatea.

Ananías y Safira fueron llevados ante los ojos del apóstol Pedro para ser enterrados (Hec. 5:6, 10), y cuando Esteban fue apedreado, hombres piadosos –evidentemente judíos– vinieron y lo enterraron (Hec. 8:2). ¿No deberían bastar estas indicaciones bíblicas para impedirnos actuar de otro modo?

Me viene a la mente otra reflexión importante: ¿tiene derecho la criatura a mutilar, o incluso quemar, el cuerpo creado por Dios? Y en lo que respecta a nosotros, los creyentes, ¿no es también nuestro cuerpo templo del Espíritu Santo (1 Cor. 6:19)? No somos nuestros, sino que hemos sido comprados por precio. Esto también se aplica a nuestro cuerpo. ¡Alabado sea Dios! Si es su voluntad que alguno de nosotros le glorifique a través de la muerte (aunque esperemos la venida del Señor para ser arrebatados), entonces el cuerpo del creyente (¡no sus cenizas!) está plantado como semilla de resurrección, para ser resucitado al regreso de nuestro Salvador (1 Cor. 15:35ss.). Lo que sembramos en la tierra es una «mera semilla», «el cuerpo de nuestra humillación», pero el Señor Jesús lo transformará en la conformidad del cuerpo de su gloria (Fil. 3:21).

Por eso, en el hecho mismo de que cada vez más personas se hagan incinerar en la cristiandad, es fácil reconocer al verdadero autor de esta forma de incredulidad: Satanás, el que siempre trata de corromper la obra de Dios, ya sea en la creación o en la redención.

 

Nota del T: Durante mucho tiempo la cremación fue practicada por los no creyentes para escapar de Dios, como una proclamación de que Dios no los atraparía para el juicio: esto es una ilusión; de hecho, la Palabra de Dios dice que incluso los muertos que han desaparecido en el mar serán resucitados para comparecer en el juicio (Apoc. 20:13).


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