La muerte… ¿y luego qué?


person Autor: Matthias BILLETER 1

flag Temas: El hombre y la muerte La muerte y el cristiano


Todos los seres humanos acaban muriendo, nadie puede discutirlo. Sin embargo, nos gusta alejar este pensamiento. Pero si pensamos en ello, nos surgirán muchas preguntas: ¿Qué pasa después? ¿Dónde irá nuestra alma después de la muerte? ¿Hay una resurrección? ¿Hay quien va al cielo? La Biblia da respuestas claras a estas importantes preguntas.

Para transmitir el pensamiento bíblico sobre este tema de la forma más sencilla y clara posible, trataremos los siguientes puntos por orden:

1 - La muerte

La muerte pone fin a nuestra vida en la tierra. Ya sea emocionante o aburrida, exitosa o no, rica o pobre, con la muerte todo se acaba. Pone fin a la vida en la tierra. Todo lo que el hombre tiene en la tierra está perdido para siempre para él.

«No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria» (Sal. 49:16-17).

La muerte significa para el ser humano el fin de toda esperanza, de todo plan y de toda intención de vida en la tierra. Abandona el escenario en el que se desarrolla la vida humana. Todos los contactos están cortados. Ahora es la muerte la que hace valer sus horribles derechos.

«Pues sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos» (Sal. 146:4).

Nadie sabe cuándo morirá. «No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte» (Ecl. 8:8).

Solo Dios conoce nuestra hora final. Es él quien decide la duración de nuestra vida en la tierra. Moisés oró una vez: «Vuelves al hombre hasta ser quebrantado, y dices: Convertíos, hijos de los hombres» (Sal. 90:3).

1.1 - ¿Por qué morimos?

«Por un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por el pecado la muerte, así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Rom. 5:12).

«Porque la paga del pecado es muerte» (Rom. 6:23).

A Adán, el primer hombre, Dios le ordenó: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Gén. 2:17) Pero fue desobediente y comió del fruto prohibido. Entonces Dios le pidió explicaciones y le mostró las consecuencias: «Pues polvo eres, y al polvo volverás» (Gén. 3:19).

Por la transgresión de Adán, la muerte entró en el mundo. Toda la creación se corrompió. Todo ser humano lleva la semilla de la muerte en su interior y un día morirá.

Todos los hombres han pecado personalmente y se han colocado bajo la sentencia de muerte. Es la conclusión de Romanos 5:12, que lo deja claro. «Así también la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron».

La muerte es, pues, un castigo de Dios por nuestros pecados. Demuestra que el Creador no puede pasar por alto nuestros malos actos, palabras y pensamientos, sino que debe castigarlos de una vez por todas (eternamente). La muerte es para el pecador lo que la policía para el delincuente: lo alcanza un día u otro, es la prueba de su culpabilidad y es la puerta al juicio futuro.

La muerte es, pues, un horror para el hombre incrédulo. Su conciencia le acusa a causa de su culpabilidad de pecado. Por eso teme la muerte, la paga del pecado. Además, teme que lo que nunca quiso creer se haga realidad después de la muerte: ¡el juicio eterno de Dios! Muchas personas hacen todo lo posible para olvidar y no pensar en este miedo, o se engañan imaginando que los muertos cuidan de nosotros.

Pero para todos los que creen en Jesucristo, la muerte ha perdido su horror. ¿Por qué?

  • Porque el Señor Jesús llevó el juicio por sus pecados con su muerte en la cruz. «El castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados» (Is. 53:5).
  • Porque tienen vida eterna por la fe en su Redentor. El mismo Jesús dijo: «Quien oye mi palabra, y cree a aquel me envió, tiene vida eterna, y no entra en condenación, sino que ha pasado ya de muerte a vida» (Juan 5:24).
  • Porque Jesucristo ha resucitado, ellos también resucitarán un día. «Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús» (1 Tes. 4:14).

1.2 - Hay dos formas de morir

Jesús dijo: «A menos que creáis que yo soy, moriréis en vuestros pecados» (Juan 8:24).

«Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor» (Apoc. 14:13).

Cual fuere la causa de la muerte, la Biblia solo conoce dos formas de morir:

1.2.1 - Morir en la incredulidad

Todos los que no han creído en Jesucristo durante su vida mueren en la incredulidad. Ya sea que hayan vivido religiosamente o con buena conducta, sin la fe personal en el Redentor, la muerte se llevará toda su culpa pecaminosa a la otra vida. Jesucristo lo deja claro: «A menos que creáis que yo (Jesús, el Hijo de Dios) soy, moriréis en vuestros pecados».

El que muere de esta manera tendrá que comparecer con todas su culpabilidad ante el Dios santo y será juzgado por Él.

1.2.2 - Morir en la fe

Hoy Dios ofrece a todos la salvación gratuita frente al juicio. Aquel que le confiesa sus pecados y acepta a Jesucristo como su Salvador personal será liberado de toda culpa. Ya no tiene que temer el castigo porque el Salvador lo llevó por él en la cruz.

Además, Dios ya no lo ve como pecador, sino «en Cristo». Esto le da seguridad más allá de la muerte: «No hay, pues, ahora ninguna condenación para los [que están] en Cristo Jesús» (Rom. 8:1). Si se duerme, muere en la fe en el Señor Jesús.

1.2.3 - Resumen

  • No son los hombres más culpables los que entrarán en el juicio después de la muerte, sino los que ahora no creen en Jesucristo.
  • No son los más sabios los que tendrán un lugar en el cielo, sino solo aquellos que ahora ponen su confianza en el Señor Jesús.

1.3 - El incrédulo muere; el creyente se duerme

El Nuevo Testamento utiliza la palabra «dormir» para referirse a la muerte de los creyentes.

«Los sepulcros se abrieron; y muchos cuerpos de santos, que habían dormido, resucitaron» (Mat. 27:52).

«Mirad, os digo un misterio: no todos dormiremos, pero todos seremos cambiados» (1 Cor. 15:51).

«Los que vivimos, los que quedamos hasta el advenimiento del Señor, de ninguna manera precederemos a los que duermen» (1 Tes. 4:15).

Jesucristo dijo a sus discípulos: «Lázaro duerme» y un poco más tarde «Lázaro ha muerto» (Juan 11:11, 14). Lo añadió porque los discípulos no habían entendido su primera palabra. Pensaron que estaba hablando del sueño de su mejoría física. Pero él estaba hablando de la muerte. La expresión «sueño» no se refiere al «sueño del alma» sino a la muerte del cuerpo.

La palabra «dormir» conlleva un pensamiento consolador: ¿Se puede hablar de la muerte de un ser humano si un día (quizás pronto) resucitará gloriosamente? El creyente se «duerme» con la perspectiva de la resurrección para estar eternamente con Jesucristo en la gloria con un cuerpo nuevo.

En cambio, el incrédulo «muere» sin esperanza. Aunque él también resucitará, solo será para ser juzgado. «Y como está reservado a los hombres morir una sola vez, y después de esto el juicio» (Hebr. 9:27).

1.4 - Jesucristo murió

En el Nuevo Testamento, los términos «muerte» o «morir» rara vez se utilizan en relación con el creyente. Pero se encuentran repetidamente en referencia a nuestro Señor. ¿Por qué? Porque Él tomó sobre sí la muerte que nosotros merecíamos. Como creyentes lo sabemos:

«Cristo murió por nuestros pecados» (1 Cor. 15:3).

«Porque en cuanto murió, murió al pecado una vez por todas» (Rom. 6:10).

El Hijo de Dios encontró la muerte bajo todos sus aspectos. Entregó su vida en la cruz y resucitó a los tres días.

1.4.1. Cristo soportó el juicio de Dios

«Porque la paga del pecado es muerte» (Rom. 6:23).

«Vemos al que fue hecho inferior a los ángeles, a Jesús… por causa del sufrimiento de la muerte, para que por la gracia de Dios gustase la muerte por todos» (Hebr. 2:9).

Todos los pecadores merecen el juicio de Dios. Jesucristo tomó sobre sí el castigo que merecían todos los creyentes. Soportó todo durante las tres horas de tinieblas. El Señor Jesús fue abandonado por el Dios santo, cuando expiaba nuestros pecados en la cruz. Cargó con todo el castigo divino por los pecados de sus redimidos, ya no hay juicio para ellos.

1.4.2 - Cristo ha destruido el poder de la muerte

«Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a luz la vida y la incorruptibilidad» (2 Tim. 1:10).

El Señor Jesús murió, pero resucitó tres días después. La muerte no pudo retenerlo en su poder, al justo y puro (sin pecado). Así, el Salvador venció el terrible poder de la muerte.

Puesto que los creyentes están unidos a Jesucristo la muerte ha perdido su poder sobre ellos también. Sin embargo, pueden morir. Pero ya no es la paga de sus pecados, sino que se reúnen con Cristo. Puesto que el Señor Jesús murió y resucitó, he aquí la vida y la incorruptibilidad para los redimidos. Poseen la vida eterna y reciben un nuevo cuerpo, que ya no puede morir ni corromperse.

1.4.3 - Cristo ha destruido el poder del diablo

«Para que, por medio de la muerte, redujera a impotencia a aquel que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librara a todos los que, por temor a la muerte, estaban sometidos a esclavitud durante toda su vida» (Hebr. 2:14-15).

El diablo empuja al hombre hacia el pecado, pero luego lo aterroriza con la muerte. Le hace creer: puesto que has pecado debes morir. No hay esperanza para ti. Así es como el diablo mantiene al hombre en su poder.

Pero Jesucristo lo derrotó en la cruz. ¿Cómo lo hizo? Muriendo sin haber pecado nunca y, por tanto, sin haber merecido la muerte. Con su muerte liberó a todos los creyentes del poder de Satanás. Ya que Jesucristo tomó sobre sí el castigo por sus pecados, la muerte ha perdido su terror para ellos. Satanás ya no puede someterlos a su poder.

1.4.4 - Resumen

Jesucristo, que una vez murió, tiene «las llaves de la muerte y del Hades» (Apoc. 1:18). Esto le da el poder de resucitar a todos los hombres, sean creyentes o no.

Jesucristo murió y resucitó. La muerte, la paga del pecado, el fin desesperado de la vida terrenal y el medio de poder de Satanás, fue así vencida por él para nosotros los creyentes.

Estamos infinitamente agradecidos a nuestro Salvador que murió por nosotros. ¿Puede la muerte seguir haciéndonos daño? Pronto la victoria del Señor Jesús sobre la muerte será visible para todos. Los creyentes dormidos resucitarán con un cuerpo incorruptible. Nosotros cuerpos, los vivos, serán transformados en un cuerpo inmortal. Entonces se cumplirá la palabra: «La muerte ha sido sorbida por la victoria» (1 Cor. 15:54).

2 - Entre la muerte y la resurrección

«El polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio» (Ecl. 12:7).

La muerte no hace que el hombre deje de existir. Su cuerpo muere, es depositado en una tumba y se corrompe. Pero su alma y su espíritu siguen vivos. Están en el lugar que les corresponde después de la muerte física esperando la resurrección del cuerpo. El hombre se encuentra entonces en un estado intermedio entre la muerte y su destino final y eterno. Cuando se dice «el espíritu vuelve a Dios», no se trata del destino final.

2.1 - ¿A dónde van los muertos?

Desgraciadamente, hay muchos conceptos erróneos en relación con esta cuestión. Por eso es importante investigar lo que dice la Biblia sobre este punto.

El Antiguo Testamento habla generalmente del «Seol». Este es el lugar de los muertos donde van las almas de los que han fallecido.

Cuando Jacob lloró por su hijo José, al que creía muerto, dijo: «Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol» (Gén. 37:35).

«Jehová mata, y él da vida; él hace descender al Seol, y hace subir» (1 Sam. 2:6).

En el Nuevo Testamento Dios da más información sobre este lugar de los muertos. En Lucas 16, el Señor Jesús ilustra y explica con una historia lo que sucede a los creyentes y a los incrédulos cuando mueren.

«Había un hombre rico que se vestía de púrpura y de lino fino, y se divertía cada día con esplendidez. Había también un pobre lleno de llagas llamado Lázaro, que estaba echado a la puerta de aquel, y deseaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y hasta los perros venían y le lamían las llagas. Sucedió que murió el pobre y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham; el rico también murió y fue sepultado. Y en el Hades, al alzar sus ojos, atormentado como estaba, vio a Abraham de lejos y a Lázaro en su seno; entonces clamó: ¡Padre Abraham, ten piedad de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua; porque estoy angustiado en esta llama! Pero Abraham contestó: Hijo, recuerda que en tu vida recibiste tus bienes, como Lázaro sus males; pero ahora él es consolado aquí, y tú atormentado. Además, entre nosotros y vosotros se interpone un gran abismo, de modo que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco pueden pasar de allí a nosotros. Entonces le dijo: Te ruego padre, que le envíes a casa de mi padre; porque tengo cinco hermanos; para que les advierta y no vengan ellos también a este lugar de tormento. Respondió entonces Abraham: Tienen a Moisés y a los Profetas; que los escuchen. Él dijo: ¡No, padre Abraham; pero si alguien va a ellos de entre los muertos, se arrepentirán! Entonces él le dijo: Si no escuchan a Moisés y a los Profetas, tampoco se persuadirán si alguien se levanta de entre los muertos» (Lucas 16:19-31).

El hombre rico describe a los hombres que han vivido sin Dios y de forma egoísta. Nunca se han arrepentido y, en consecuencia, mueren en sus pecados.

El pobre Lázaro, en cambio, representa a las personas que, en su angustia, se dirigieron a Dios con confianza. Fueron salvos y murieron en el Señor.

Esta historia nos enseña 4 hechos importantes:

1) Incluso después de la muerte, las almas de los redimidos (Lázaro) y las almas de los incrédulos (el hombre rico) siguen existiendo.

2) Las almas de los redimidos están en un lugar de descanso y felicidad, representado por el seno de Abraham. Las almas de los incrédulos, sin embargo, están en un lugar de tormento (Hades). Están atormentados.

3) Hay un abismo infranqueable entre estos dos lugares. El destino del hombre está sellado por la muerte. Después de eso, no puede cambiar nada.

4) A través de la Biblia, Dios advierte a los seres humanos del juicio venidero y los llama a arrepentirse de sus pecados. Si no quieren creer, ni siquiera un acontecimiento sobrenatural como la resurrección de los muertos los llevará al arrepentimiento.

2.1.1. Resumen

  • La Biblia enseña claramente que el alma del hombre sigue existiendo después de la muerte. No se destruye.
  • La Biblia no sabe de un “sueño del alma” después de la muerte, ni de una “evolución progresiva” hacia el bien, ni de un tiempo de purificación.
  • La Biblia habla de un estado intermedio en el que el alma espera la resurrección del cuerpo después de la muerte. El alma del creyente está en el paraíso, el lugar de la felicidad; el alma del incrédulo está en el Hades, el lugar del tormento.

2.2 - El paraíso

La Biblia habla del paraíso tres veces y nos da alguna información sobre este lugar.

2.2.1 - Los creyentes dormidos están en el paraíso

«Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años –si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe– fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y sé que este hombre –si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe– fue arrebatado al paraíso, y oyó palabras inefables que no le es permitido al hombre expresar» (2 Cor. 12:2-4).

Aquí Pablo relata aquí un acontecimiento que tuvo lugar 14 años antes: durante un momento fue llevado al tercer cielo y allí escuchó palabras inefables. Por su informe sabemos dónde está el paraíso: en el tercer cielo. Este es el cielo más alto donde se encuentra el trono de Dios. Allí se encuentran las almas de los redimidos dormidos.

2.2.2 - Los creyentes que duermen están con Cristo

«Jesús le respondió: En verdad te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lucas 23:43).

Estas palabras fueron pronunciadas por el Señor Jesús al malhechor que estaba junto a él en la cruz. Se convirtió y creyó en la salvación que preserva del juicio de Dios. Gracias a esta fe, después de su muerte, iría con Jesucristo al paraíso. Los creyentes dormidos están entonces con el Señor Jesús, su Salvador, que los ama. El apóstol Pablo lo confirma:

«Por ambas partes me siento apremiado, tengo el deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor» (Fil. 1:23).

«Estamos confiados y preferimos mejor ausentarnos del cuerpo y estar presentes con el Señor» (2 Cor. 5:8).

2.2.3 - Los creyentes dormidos se regocijan de la vida eterna

«El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias. Al que venciere le daré a comer del árbol de la vida, que está en el paraíso de Dios» (Apoc. 2:7).

Después de la caída, Dios bloqueó el camino hacia el árbol de la vida en el jardín del Edén (Gén. 3:22-24). Pero a través de la redención los creyentes tienen acceso a la vida de Dios.

Ya en la tierra poseen la vida eterna. En el paraíso disfrutan de esta vida. Pero el sabor perfecto de la vida eterna solo se hará realidad cuando sean revestidos de un nuevo cuerpo y vean a su Salvador en la casa del Padre.

2.2.4 - Resumen

A través de la muerte los redimidos dejan la tierra con todos sus problemas y dificultades. Su alma va a Cristo en el paraíso. Allí todavía no están glorificados, pero están con Cristo y por lo tanto están mucho mejor que durante su vida en la tierra. Él será su todo. Allí arriba ya no hay nada que separe a los creyentes del Señor Jesús.

Entonces podrán disfrutar de la comunión con él que hoy se ve interrumpida con frecuencia. Sin embargo, este es un estado transitorio, pues los redimidos esperan la resurrección.

3 - La resurrección

«No os maravilléis de esto; porque viene la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y saldrán; los que hicieron bien, para resurrección de vida, y los que hicieron mal, para resurrección de condenación» (Juan 5:28-29).

Todos los hombres resucitarán un día. Esto nos parece imposible. Pero es el Hijo de Dios, el Creador del cielo y de la tierra, quien lo dice y lo hará posible: Todos los muertos serán vivificados. Su cuerpo estará conectado con su espíritu y su alma. Aquí también hay dos grupos: los creyentes serán resucitados para la vida y los incrédulos para el juicio.

3.1 - ¡Jesucristo ha resucitado!

Ya en el Antiguo Testamento se profetizó la resurrección del Señor Jesús: «Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción» (Sal. 16:10).

Su alma no permaneció en el lugar de los muertos y su cuerpo no comenzó a corromperse porque fue resucitado por Dios después de tres días.

Los cuatro evangelistas (Mateo, Marcos, Lucas y Juan) nos informan de su resurrección. Las mujeres que, según la costumbre judía, querían embalsamar su cuerpo, encontraron una tumba vacía.

«Encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro; entraron, y no hallaron el cuerpo del Señor Jesús» (Lucas 24:2-3).

Jesucristo apareció varias veces como resucitado a sus discípulos. Muchos de los que creyeron en él pudieron testificar que él vive. Así escribió Pablo a los corintios, que no lo conocieron en vida como nosotros:

«Porque en primer lugar os comuniqué lo que también recibí, que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; que fue sepultado, y que fue resucitado al tercer día, conforme a las Escrituras; y que fue visto por Cefas, y luego por los 12; después fue visto por 500 hermanos a la vez, de los que la mayoría permanecen hasta ahora, aunque algunos duermen; después fue visto por Jacobo, luego por todos los apóstoles; y después de todos, como a uno nacido fuera de tiempo, me apareció también a mí» (1 Cor. 15:3-8).

Después de la resurrección, el cuerpo del Señor Jesús tenía características diferentes que antes:

• Por nacimiento se hizo hombre como nosotros, de sangre y carne (Hebr. 2:14), pero sin pecado (1 Juan 3:5). Como tal, podía morir por nosotros. Pero después de su resurrección fue un hombre de carne y hueso (Lucas 24:39). Tenía un cuerpo espiritual e inmortal.

• Como resucitado, ya no estaba limitado por el espacio y el tiempo. Podía estar en medio de los suyos de inmediato, sin haber pasado por la puerta (Juan 20:19). Los dejó de la misma manera que vino (Lucas 24:31).

Estos cambios muestran claramente que ahora tenía un cuerpo para el cielo. Las contingencias terrenales ya no le importaban. Así que dejó a sus discípulos después de 40 días y fue recibido en el cielo como un hombre con un espíritu y un alma (Marcos 16:19).

La resurrección de Jesucristo forma parte de los fundamentos de la fe cristiana:

• Es la prueba de la validez de la obra de redención en la cruz. Dios muestra a través de la resurrección de Jesucristo que la muerte de su Hijo es la base sobre la que todo creyente puede ser salvado.

«Sino también con respecto a nosotros, a quienes será contada, a los que creemos en el que levantó de entre los muertos a Jesús, Señor nuestro, el cual fue entregado a causa de nuestras ofensas, y fue resucitado para nuestra justificación» (Rom. 4:24-25).

• Garantiza la resurrección de los que han dormido. Jesucristo fue el primero en resucitar de entre los muertos, para no volver a morir (Hec. 26:23). Así que todos los que le pertenecen resucitarán.

«Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también Dios traerá con él a los que durmieron en Jesús» (1 Tes. 4:14).

3.2 - La resurrección de los creyentes

Job, un creyente del Antiguo Testamento, ya estaba convencido de la resurrección de su cuerpo: «Yo sé que mi Redentor vive, y al fin se levantará sobre el polvo; y después de deshecha esta mi piel, en mi carne he de ver a Dios» (Job 19:25-26).

A Daniel, el profeta, se le anuncia: «Y tú irás hasta el fin, y reposarás, y te levantarás para recibir tu heredad al fin de los días» (Dan. 12:13).

En el Nuevo Testamento Dios da más información:

«Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y todo aquel que vive y cree en mí, jamás morirá» (Juan 11:25-26).

«Mirad, os digo un misterio: No todos dormiremos, pero todos seremos cambiados, en un instante, en un abrir y cerrar de ojo, en la última trompeta; porque sonará la trompeta, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos cambiados» (1 Cor. 15:51-52).

«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero» (1 Tes. 4:16).

La resurrección de los redimidos tendrá lugar en el arrebato. Jesucristo vendrá personalmente desde el cielo para resucitar a todos los que han dormido. El Hijo de Dios revelará su poder y todos los que han puesto su confianza en él resucitarán con un cuerpo nuevo.

Adán, Abraham, Moisés, David, Pedro, María Magdalena, todos los que se durmieron hace miles de años revivirán. Pero también resucitarán todos los creyentes a los que hemos conocido personalmente, a los que hemos querido y a los que echamos de menos.

1 Corintios 15:42-44 describe el contraste entre el luto por el entierro de un ser querido y la gloria de la resurrección del creyente:

  • Se siembra en corrupción, se levanta en incorrupción;
  • Se siembra en deshonra, se levanta en gloria;
  • Se siembra en debilidad, se levanta en poder;
  • Se siembra en cuerpo animal, se resucita en cuerpo espiritual.

Aunque el cuerpo ya se haya convertido en polvo, esto no impedirá que el gran Creador del cielo y la tierra encuentre los granos de polvo para formar un cuerpo glorioso.

La resurrección de los que han dormido se llama en la Biblia «resurrección de entre los muertos» o «primera resurrección». ¿Por qué? Porque los incrédulos permanecen en la muerte. De todos los muchos muertos, solo los redimidos volverán a la vida. En los últimos tiempos, después del arrebato de la Iglesia, muchos creyentes conocerán la muerte como mártires. Ellos también participarán en la primera resurrección.

«¡Dichoso y santo es el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre estos la segunda muerte no tiene autoridad, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él 1000 años» (Apoc. 20:6).

Después de la resurrección los creyentes se encuentran en el estado eterno. Su espíritu, alma y cuerpo serán entonces reunidos para siempre.

3.3 - El nuevo cuerpo del creyente

«Porque sabemos que si nuestra casa terrenal, esta tienda de campaña, es destruida, tenemos un edificio de Dios, una casa no hecha con manos, eterna, en los cielos» (2 Cor. 5:1).

«Porque nuestra ciudadanía está en los cielos; de donde también esperamos al Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará nuestro cuerpo de humillación en la semejanza de su cuerpo glorioso, conforme a la eficacia de su poder, con el que también puede someter todas las cosas a sí mismo» (Fil. 3:20-21).

En la resurrección, los redimidos dormidos recibirán un nuevo cuerpo. El cuerpo mortal de los creyentes vivos será transformado en un nuevo cuerpo en el arrebato de la Iglesia. Este cuerpo será mucho mejor que el actual. La Biblia lo compara con «una casa… eterna… en los cielos». Concluimos:

  • El nuevo cuerpo es eterno. Nunca volverá a estar enfermo o viejo, ya que es inmortal.
  • El nuevo cuerpo es celestial. Nos permite habitar en el cielo, porque corresponde a las contingencias celestiales.

El nuevo cuerpo de los creyentes será conforme al cuerpo glorioso del Señor Jesús. Tendrá los mismos atributos. Pero la personalidad de cada individuo se mantendrá.

Esto se demuestra con la ilustración que Pablo utiliza para la muerte y la resurrección: se pone un grano de trigo en la tierra, pero lo que crece no es una planta de cebada, es una planta de trigo. Del mismo modo, en la resurrección, Dios dará a cada individuo su propio cuerpo con su propia identidad (1 Cor. 15:37-38).

3.4 - La resurrección de los incrédulos

Después del reinado de 1000 años, los incrédulos también serán resucitados de la muerte. Pero será una resurrección para el juicio. El Hijo de Dios los encontrará a todos:

«Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno conforme a sus obras» (Apoc. 20:13).

El cuerpo se unirá al espíritu y al alma para que el hombre completo pueda comparecer ante su juez.

4 - La gloria o el juicio

La gloria eterna en el cielo seguirá a la resurrección para el creyente mientras que para el incrédulo será el castigo eterno en la Gehena.

No podemos entender en nuestra mente, ni expresar con palabras, lo que es la «eternidad». Es la intemporalidad. Para unos es una felicidad permanente y para otros un tormento sin fin.

4.1 - El cielo

«En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, yo os lo habría dicho; porque voy a prepararos un lugar. Si voy y os preparo un lugar, vendré otra vez, y os tomaré conmigo; para que donde yo estoy, vosotros también estéis» (Juan 14:2-3).

«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:16-17).

Cuando el Señor Jesús regrese, se llevará con él al cielo a todos los redimidos –los que serán resucitados y los que estarán vivos en ese momento. Mediante esta acción, todos los redimidos alcanzarán en un instante el estado perfecto y eterno.

¿Por qué el cielo será tan glorioso para nosotros los cristianos? Porque:

• Seremos retirados de todas nuestras dificultades. En algunas situaciones de la vida esta perspectiva da valor. Dejaremos todos los sufrimientos, todas las angustias de la tierra. Y Dios… «enjugará toda lágrima de sus ojos; y ya no existirá la muerte, ni duelo, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apoc. 21:4, véase también 2 Cor. 5:2).

• Nos reuniremos con todos los demás creyentes. Los discípulos reconocieron a Moisés y a Elías en la montaña cuando aparecieron en gloria y hablaron con Jesucristo (Lucas 9:30). Del mismo modo, también nosotros nos veremos y reconoceremos en el cielo. Todos los que son redimidos por la sangre del Señor Jesús serán entonces reunidos.

• Siempre estaremos con nuestro Señor. Para redimirnos pagó un precio muy alto: murió por nosotros. Por eso quiere que estemos con él para siempre. Estaremos con Jesucristo, en quien hemos depositado nuestra confianza y a quien seguimos todavía hoy. Disfrutaremos de nuestra relación con él, sin cesar.

• Veremos a Jesucristo tal y como es. Cuando vivía aquí en la tierra, oraba: «Padre, deseo que donde yo estoy, también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria que me has dado» (Juan 17:24). Esta petición se cumplirá. Lo veremos como el Hijo eterno de Dios, como es amado por su Padre. Pero también veremos sus manos y su costado traspasados. Esto nos recordará siempre que se hizo hombre y murió por nosotros en la cruz.

• Alabaremos y adoraremos a Jesucristo y a Dios, nuestro Padre, libremente y sin obstáculos. Profundamente impresionados por la gloria del Señor Jesús, le agradeceremos su obra de redención y gritaremos en adoración: «¡Eres digno!» Estaremos eternamente agradecidos a nuestro Padre celestial que no perdonó a su único Hijo, sino que lo entregó por nosotros en la muerte. En cálida admiración le adoraremos por medio de Jesucristo.

• Reinaremos con el Señor Jesús sobre el cielo y la tierra. Es con nuestro Redentor que, como herederos de Dios y coherederos con Cristo, comenzaremos el reinado sobre el universo.

Nota: No es el cielo ni los ángeles los que nos llamarán la atención y nos harán felices, sino Jesucristo que ya ahora quiere ser el centro de nuestra vida.

4.2 - La Gehena

«Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado sobre él: la tierra y el cielo huyó de su presencia, y no fue hallado lugar para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, en pie delante del trono; y libros fueron abiertos; y otro libro fue abierto, que es el libro de la vida; y los muertos fueron juzgados por lo que había sido escrito en los libros conforme a sus obras» (Apoc. 20:11-12).

Por desgracia, muchas personas mueren sin estar reconciliadas con Dios. Todos serán resucitados para comparecer ante el gran trono blanco. Jesucristo juzgará allí todas sus vidas. Todos los pecados –incluso los olvidados o minimizados, saldrán a la luz.

¡Qué montaña de deudas se pondrá ante sus ojos cuando sus vidas sean desenrolladas ante el justo Juez!

Esta sentencia divina será tanto más terrible para ellos cuanto que han rechazado la gracia de Dios durante su vida. Todo esto podría haberse evitado, ¡pero no quisieron! Su nombre no está en el libro de la vida. Por eso el juez infalible los condenará a la perdición eterna en el lago de fuego.

«Y el que no fue hallado escrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego» (20:15).

«Pero los cobardes, los incrédulos, los abominables, los homicidas, los fornicarios, los hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la segunda muerte» (Apoc. 21:8).

Allí, en el lago que arde con fuego y azufre, estarán eternamente separados de Dios y sufrirán un tormento permanente.

5 - Conclusión

Cada ser humano decide en su vida cuál será su destino eterno:

• Si creemos en Jesucristo estaremos con él eternamente en el cielo con un nuevo cuerpo.

No lo merecemos en absoluto, es pura gracia. Dios entregó a su Hijo voluntariamente por nosotros en la muerte para salvarnos y hacernos eternamente felices. Nunca comprenderemos esta gracia divina sin límites.

• Pero quien rechaza a Jesucristo como Salvador será castigado eternamente por Dios por sus pecados. Pero ahora todavía existe la posibilidad de conversión, pues Dios dice: «¿Quiero yo la muerte del impío? dice Jehová el Señor. ¿No vivirá, si se apartare de sus caminos?» (Ez. 18:23).

Por Dios invita a cada cual individualmente: «Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven! Y el que oye, diga: ¡Ven! Y el que tiene sed, venga. Y el que quiera, tome gratuitamente del agua de la vida» (Apoc. 22:17).