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Comentario diario sobre 2 Tesalonicenses
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1 - 2 Tesalonicenses 1:1-12
Las persecuciones de las que los tesalonicenses eran víctimas habían aumentado su fe, habían hecho abundar su amor y manifestar su paciencia. ¿Entonces qué les faltaba? ¿Por qué el apóstol juzgó necesario dirigirles esa segunda epístola? Esta vez, la esperanza y el gozo del Espíritu Santo no son nombrados (comp. 1 Tesalonicenses 1:3 y v. 6, final). Pablo coloca ante ellos las verdades apropiadas para reanimar estos sentimientos en sus corazones. El triunfo de sus perseguidores y sus propios sufrimientos no son más que temporales: El “Dios de retribuciones, dará la paga” (Jeremías 51:56). Esta retribución, tanto de los fieles como de los impíos, tendrá lugar en el día del Señor. Está ligada con su gloriosa manifestación. El mismo castigo –“la eterna perdición”– alcanzará a los paganos que voluntariamente permanecieron en la ignorancia de Dios y a los cristianos que lo son sólo de nombre y desobedecen al Evangelio (v. 8). En cambio, los santos –“todos los que creyeron”– serán vistos en la compañía del Señor y asociados a su admirable gloria (v. 10; Mateo 13:43). Pero la voluntad de Dios y la oración del apóstol es que, desde ahora, el nombre de nuestro Señor Jesucristo sea glorificado en cada uno de los que le pertenecen.
2 - 2 Tesalonicenses 2:1-17
Un grave asunto turbaba a los tesalonicenses. ¿No era inminente el día del Señor? Sus tribulaciones podían hacerles creer tal cosa, y falsos maestros lo afirmaban. No, contesta el apóstol. Ese día debe ser precedido por tres acontecimientos:
1° El arrebatamiento de los creyentes para estar junto con el Señor. 2° La apostasía de la falsa iglesia y de los judíos mismos. 3° La aparición del Anticristo, llamado “el hombre de pecado, el hijo de perdición” (v. 3) y el “inicuo” (v. 8). Estos nombres subrayan, por contraste, los caracteres del Señor Jesús: justicia, salvación y entera obediencia a Dios.
En este terrible período un poder engañoso, enviado como castigo, oscurecerá la mente de los hombres. Como no creyeron la verdad, creerán la mentira. “El misterio de la iniquidad” (v. 7) ya está en acción, agrega el apóstol (compárese con 1 Juan 2:18). Sólo que “hay quien al presente lo detiene”, el Espíritu Santo; éste opone una barrera al despliegue del mal en el mundo. Cuando él haya dejado la tierra junto con la Iglesia, entonces la iniquidad no conocerá freno alguno. Pero, ¡qué contraste entre ese poder satánico (v. 1-12) y la obra de nuestro Dios y Padre! (v. 13-17). Él nos amó, nos escogió para salvación y nos llamó para alcanzar la gloria de nuestro Señor Jesucristo. Ahora no dejemos de darle las gracias (v. 13; 1:3).
3 - 2 Tesalonicenses 3:1-18
Pablo se encomienda a las oraciones de los santos: “Orad por nosotros” (v. 1 y 1 Tesalonicenses 5:25). Él mismo no cesaba de orar por ellos (1:11). Contaba con el fiel Señor para afirmarlos y guardarlos del mal. También contaba con la obediencia de ellos, y ésta abarcaba el muy simple cumplimiento de sus tareas cotidianas. Pero algunos en Tesalónica habían cesado de trabajar. Si el Señor viene –pensaban ellos– ¿para qué cultivar el campo y ocuparse en los negocios de la vida presente? Y, como triste consecuencia de ello, se entremetían en lo ajeno (véase 1 Timoteo 5:13). Pablo protestó con vehemencia. Nada en su enseñanza podía dar pretexto a semejante desorden (v. 6-7, 11). Al contrario, él había dado el ejemplo del trabajo manual “para no ser gravoso” a nadie. Y el ejemplo supremo es “la paciencia de Cristo” (v. 5) que permanece a la espera del momento en que ha de presentarse a su amada Iglesia.
Con las epístolas a los Tesalonicenses llegamos al final de las cartas que Pablo escribió a siete iglesias muy diferentes. En ellas trata los diversos aspectos de la vida y de la doctrina cristiana, desde la adquisición de la salvación en la epístola a los Romanos hasta la gloria próxima. Todas esas enseñanzas tienen un gran precio para nosotros. Que el Señor nos ayude a retenerlas con miras a permanecer “firmes” (2:15).