Índice general
Comentario diario sobre Nahúm
Autor: Serie:
1 - Nahúm 1:1-15
Nahum parece ser, como Jonás, originario de Galilea1). Es prueba de que los judíos conocían mal sus propias Escrituras cuando afirmaban que “de Galilea nunca se ha levantado profeta” (Juan 7:52). Otro punto común con Jonás: esta profecía concierne a Nínive. “Aquella gran ciudad”, perdonada en otros tiempos a causa de su arrepentimiento, había vuelto a su maldad. La obra que Dios había hecho en el corazón de los padres no se había renovado en el corazón de los hijos. Y ahora, después de más de un siglo de paciencia (en lugar de 40 días), ese Dios “tardo para la ira” (v. 3; Jonás 4:2) confirma su irrevocable juicio. ¡Qué contraste entre la manera en que Dios se revela a sus adversarios y aquella en que lo hace a los “que en él confían”! (v. 7). Cada uno de estos últimos es conocido personalmente por Él. El lector ¿forma parte de ellos? (2 Timoteo 2:19).
Al citar el versículo 15: “He aquí sobre los montes los pies del que trae buenas nuevas, del que anuncia la paz” (comp. Isaías 52:7), la epístola a los Romanos (10:15) lo aplica a la buena nueva por excelencia, el Evangelio de la gracia. Nosotros, que nos desplazamos hoy con tanta facilidad, ¿sentimos en el corazón el deseo de propagar la verdad, de anunciar la salvación y la paz? Consideremos a Jesús haciendo a pie un largo y cansador viaje para encontrar a la samaritana junto al pozo de Sicar (Juan 4).
2 - Nahúm 2:1-13
Nínive, capital del reino de Asiria, parece haber sido fundada —poco tiempo después del diluvio— por Nimrod el rebelde (Génesis 10:8-12). Animada por el mismo espíritu que el de ese “vigoroso cazador delante de Jehová”, ella se complacía en cazar a las naciones como a una presa (v. 11 a 13). El libro de Dios que ha consignado su orgulloso comienzo “desde su origen” (v. 8, V.M.), ahora nos hace asistir a su súbito fin. Irónicamente se intima a Nínive a defenderse contra el “destruidor” (v. 1). Pero “si el Señor no guardare la ciudad, en vano vela la guardia” (Salmo 127:1). Se cuenta que en el transcurso del sitio, el río Tigris —cuyas aguas hasta entonces aislaban y protegían la ciudad— se hinchó debido a una repentina crecida y arrastró una parte de la muralla. Por esa brecha se introdujeron los implacables soldados enemigos que vemos invadir las calles y las casas con fines de asesinato y pillaje (v. 3, 4, 8-10).
“Nunca más se oirá la voz de tus mensajeros” concluye el versículo 13. Nos acordamos de ese Rabsaces, insolente portavoz que el rey de Asiria había mandado a Ezequías, rey de Judá (2 Reyes 18:19-36). Sus amenazas nunca se cumplieron. Del mismo modo, para siempre pasará el mundo con su gloria, su arrogancia, sus menosprecios y sus blasfemias.
3 - Nahúm 3:1-19
En tanto que la Historia de los hombres se complace en describir la grandeza asiria y permanece casi muda acerca de su derrumbe, la Palabra de Dios consagra un libro a ese día fatal. Lo repetimos, la Biblia no es un manual de Historia. Los acontecimientos relatados en ella lo son sólo en función de su relación con Israel y bajo su aspecto moral. Para los historiadores, Nínive, debilitada, cayó bajo los golpes de una coalición de sus vasallos. Para Dios, el infortunio la alcanzó porque era una ciudad sanguinaria, llena de mentira, de violencia y de rapiña (v. 1). Al cosechar lo que ha sembrado, va a conocer la suerte que ella misma había hecho soportar a Tebas (Egipto) medio siglo antes. “¿Quién se compadecerá de ella?” (v. 7). Así es el egoísmo del mundo. Los que no son golpeados directamente se acomodan con facilidad al desastre de los demás. “¿Dónde te buscaré consoladores?” agrega Nahum, cuyo nombre significa precisamente consolador. En cambio, el creyente fiel es consolado por medio de la profecía al enterarse de que, pese a las apariencias, Dios dirige los acontecimientos del mundo. Él hará que todas las cosas concurran a Su propia gloria y al bien de los que le aman (Romanos 8:28).
“Es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús” (2 Tesalonicenses 1:6-9).