1 - Prólogo
Estudios sobre el libro de los Jueces
El contraste entre los libros de Josué y Jueces es inmenso. Josué, un sorprendente tipo del Espíritu de Cristo en poder [1], conduce a Israel a la conquista de la tierra prometida y lo mantiene allí en paz. El libro de los Jueces nos presenta una situación completamente distinta. Tomando como punto de partida las bendiciones conferidas por Jehová en Canaán y confiadas a la responsabilidad del pueblo, nos muestra lo que Israel hizo con ellas. ¿Justificaron la confianza que Dios depositó en ellos? ¿Estuvieron a la altura de sus privilegios? Este libro nos dará la respuesta.
La historia de Israel tiene su contrapartida en la historia de la Iglesia. La Epístola a los Efesios es como el libro de Josué en el Nuevo Testamento, pues nos presenta a la Asamblea llevada al cielo para gozar de todas las bendiciones espirituales en Cristo, y para luchar, ya no como Israel «contra sangre y carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los gobernadores del mundo de las tinieblas, contra las [huestes] espirituales de maldad en las regiones celestiales» (Efe. 6:12). La Segunda Epístola a Timoteo corresponde al libro de los Jueces. La Iglesia, no habiendo permanecido en su altura primitiva, tiene, como Israel, documentos divinos que registran su infidelidad, y muestran al pueblo de Dios, habiendo abandonado su primer amor, y descendiendo por el camino de la decadencia hasta el abismo de la ruina completa e irremediable. Esta historia de Israel y de la Iglesia es siempre rehecha por el hombre, quienquiera que sea. Sí, este es el camino del hombre bendecido por Dios, pero responsable. De Adán a Noé, de Noé a Israel, de Israel a las naciones, de las naciones a la Iglesia, se repite la misma lamentable historia. ¡Ah! cómo vemos, en esta Palabra divina, la imagen de lo que somos… pero, bendito sea Él, ¡cómo aprendemos también a conocer a Dios! Él nos exhorta, nos implora constantemente: ¡Cuidado, nos dice, con dejar que se escapen de vuestras manos las bendiciones con las que os he colmado! ¡Volved a mí cuando os hayáis extraviado! Pero no se limita a advertirnos; desplegando ante nosotros las riquezas de su gracia, nos muestra que él tiene recursos cuando lo hemos perdido todo, que su voz es poderosa para despertar al hombre dormido entre los muertos, su brazo para liberar a aquellos cuya infidelidad los había devuelto a la esclavitud; que hay una batalla de fe preparada para los malos tiempos; que hay, entre los escombros amontonados por el hombre, un camino desconocido para el ojo del águila, familiar para la fe, practicable para el más simple de los simples; nos muestra, en una palabra, que en un tiempo de ruina Dios puede ser tan plenamente glorificado como en los tiempos más prósperos de la Iglesia.