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6 - Job 38 al 42

Job


6.1 - Job 38

Los últimos versículos del capítulo 37 declaraban que Dios es el Todopoderoso; también es Jehová, y habla desde en medio del torbellino, del que ya había hablado Eliú (37:9). También habló de «truena él con voz majestuosa» (37:4). El viento es invisible, pero cuando se mueve violentamente lo sentimos y oímos su rugido. Cuando el torbellino se acerca y se hace sentir, el rugido es la voz del mismo Jehová. Sus palabras se dirigen específica y únicamente a Job. No se dice que fueran entendidas por otros. Enfrentado a Jehová, Job debe reconocer que sus muchas palabras han oscurecido, en lugar de iluminar, el punto que impugnaba.

Al principio del capítulo 23, Job, seguro de sí mismo, había expresado su deseo de encontrarse con Dios, convencido de que podría defender su causa ante él, llenar su boca de argumentos y conocer las palabras con las que Dios le respondería. Había llegado el momento de que se cumpliera su deseo; Jehová le dijo que se ciñera los lomos como un hombre y se dispusiera a responder a la voz de Dios. A partir del versículo 4, es Dios quien hace las preguntas.

Las palabras de Jehová ocupan 4 capítulos, con un breve paréntesis al final del capítulo 39. Pregunta tras pregunta, todas relativas al poder que ha actuado en la creación, Job está invitado a reflexionar y a responder, si puede. Una vez más, vemos que solo se tiene en cuenta la revelación primitiva de Dios. Si, como algunos piensan, Moisés escribió este libro, está hablando de cosas que sucedieron antes de que se diera la Ley o, al menos, de círculos en los que no se conocía la Ley. Esto nos recuerda lo que se dice en Romanos 2:12-15, al señalar que «la obra de la Ley» estaba escrita en el corazón de Job. Jehová lo juzga a la luz de lo que conoce, y al hacerlo veremos cómo la conciencia de Job da testimonio y veremos también que sus pensamientos excusadores comienzan a acusarlo. La Ley no hace responsable al hombre, solo aumenta su responsabilidad.

En este capítulo, a la luz de sus poderosos actos creadores, Jehová afirma su propia grandeza y la insignificancia de Job. Comienza con la creación de la tierra, que hizo estallar de júbilo a los seres angélicos que la presenciaron, y luego habla de la aparición de los mares, que aún estaban en tinieblas, y de la aparición de la luz, de modo que la aurora del día se situaba junto a las tinieblas. Luego habla de las maravillas de la nieve, del granizo y de la lluvia, así como de las maravillas desplegadas en las estrellas, las constelaciones y las ordenaciones del cielo. Esto solo puede recordarnos a Génesis 1:1-16. ¿Qué sabía Job de estas cosas? ¿Había ido a las fuentes del mar? ¿Le habían sido reveladas las puertas de la muerte?

6.2 - Job 39

Las preguntas se refieren ahora a los animales y a las aves, cuya creación está relatada en Génesis 1. También aquí, si nos fijamos bien, nos están presentadas innumerables maravillas; Job no puede responder a las preguntas planteadas. Jehová le llama (v. 35) y Job cede inmediatamente. Reconoce que ha hablado demasiado y que ahora debe callar. Ante su Creador, se da cuenta de que no es nada.

6.3 - Job 40 al 41

Pero la convicción que surgía en Job tenía que ser profundizada. Se le vuelve a interpelar. Había sido culpable de anular el juicio de Dios y condenarlo para mantener su propia justicia (v. 3). Este fue un gran pecado, por lo que es severamente condenado. En un lenguaje irónico, Dios le dice que podría salvarse si, en lugar de discutir con Dios, atacara a los hombres orgullosos y poderosos y los humillara (40:4-9).

Desde el versículo 10 hasta el final del capítulo 41, Jehová menciona otras maravillas de su creación. Llama la atención de Job sobre el behemot y el leviatán, probablemente el hipopótamo y el cocodrilo. Tienen fuerza bruta, pero no inteligencia humana. Sería más fácil domesticarlos que humillar a un hombre orgulloso. En la época de Job, los inventos humanos solo empezaban, por lo que estas poderosas criaturas no podían ser domadas fácilmente como lo son hoy en día –¡lo que no es el caso del hombre orgulloso!

Job no podía luchar contra el leviatán o el behemot, como tampoco podía dominar al hombre orgulloso. ¿Cómo podría entonces oponerse a Dios? Esto penetra en su corazón.

6.4 - Job 42

Cesa la voz de Jehová desde el torbellino, y Job se humilla por completo. Confiesa que sus declaraciones anteriores eran falsas. Se abomina de sí mismo y se arrepiente en el polvo y la ceniza, el lugar de la muerte. Estos momentos pasados en presencia de Dios habían producido un resultado que los discursos de los 3 amigos, e incluso de Eliú, no habían logrado. El hombre que era tan excelente entre los hombres, y que tenía el testimonio de Dios mismo, había descubierto su propio pecado en lo más profundo de su ser –¡un descubrimiento que todos tenemos que hacer también!

Hay una gran lección para nosotros en toda esta historia, que discernimos leyendo Santiago 5:11. Ahora vamos a ver «el fin del Señor» en todo esto; este fin revela que él es realmente «rico en misericordia y compasivo». Entonces, ¿cuál fue el fin del Señor al permitir que Job pasara por estas terribles pruebas?

En primer lugar, Job adquirió un conocimiento directo de Dios. Antes, lo había conocido de «oídas», es decir, por tradición. Pero ahora, dice, «mis ojos te ven», lo que significa que aprehende a Dios de un modo nuevo y vital. No lo ha “visto” en sentido literal (véase 1 Tim. 6:16), es su espíritu el que ha tomado conciencia; el ojo es solo el órgano de la vista. Decimos fácilmente: «Veo», cuando algo que no implica la vista se fija en nuestra mente. Job conocía ahora a Dios en su poder, su santidad, su justicia, en la medida en que podía ser conocido en aquel momento.

Nosotros, tenemos el privilegio de conocer a Dios revelado en nuestro Señor Jesucristo, y a través de ese conocimiento, nos ha dado «todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad», «las grandes y preciosas promesas», y tenemos día a día «gracia y paz» (2 Pe. 1:2-4). Sí, podemos decir que, para nosotros, como para Job, el conocimiento directo y experimental de Dios es la base de todo.

En segundo lugar, como resultado de este conocimiento de Dios, Job se ve a sí mismo bajo una luz completamente nueva. Antes presumía de sus méritos; ahora, la rectitud de su actitud exterior se desvanece de su mente y ve las profundidades de su naturaleza caída y vanidosa. Por eso, en un verdadero arrepentimiento, se aborrece a sí mismo.

Este espíritu de auto-juicio es parte de todos los que verdaderamente tratan con Dios. En la Escritura, abundan los ejemplos de lo que han dicho los que han estado en la presencia de Dios. Entre otros, Abraham dijo: «Soy polvo y ceniza» (Gén. 18:27); Isaías: «¡Ay de mí! que estoy muerto» (Is. 6:5); Daniel: «No quedó fuerza en mí, antes mi fuerza se cambió en desfallecimiento, y no tuve vigor alguno» (Dan. 10:8); Pedro: «Señor… soy hombre pecador» (Lucas 5:8); Pablo: «Pecadores, de los cuales yo soy el primero» (1 Tim. 1:15). Y todos estos hombres fueron santos eminentes en su tiempo. No habrían sido eminentes si no hubieran tenido tal experiencia. ¿La hemos tenido nosotros?

Luego viene otro aspecto del fin que el Señor tenía en vista. Los 3 amigos de Job son condenados por no haber hablado como convenía; no se habían humillado, justificando a Dios y condenándose a sí mismos, como había hecho Job. Se les ordena que vayan a ver a Job, de ofrecer sacrificios y le pidan que ore por ellos –seguramente un paso muy humillante para ellos. Aunque visitaron a Job para confortarlo y consolarlo, en el curso de las discusiones se vieron llevados a acusarlo y hacerle reproches, y, en el proceso, a desarrollar ellos mismos un espíritu de justicia propia. Como no se habían humillado como Job, son humillados públicamente por Dios.

Pero, ¿y Job? Jehová sabía que se había producido un cambio completo en su espíritu y que su pobre cuerpo seguía magullado. Dijo: «Mi siervo Job orará por vosotros; porque de cierto a él atenderé» (v. 8). No hace mucho, solía combatirlos con fiereza y sarcasmo. Ahora ora por ellos con bondad y gracia en su corazón. El hombre que ha adquirido un verdadero conocimiento de Dios y, en consecuencia, ha aprendido a aborrecerse a sí mismo, ha experimentado una metamorfosis en sus relaciones con sus antiguos adversarios. El resentimiento ha dado paso a la reconciliación. La ganancia espiritual es inmensa.

Es una escena extraordinaria. La restauración de la condición física de Job y de sus posesiones se produjo después de que él hubiera orado por sus amigos, no antes (v. 10). Ahí están los 3 amigos, figuras célebres de Oriente, con sus sacrificios, y Job, una figura demacrada cubierta de pústulas. Sin embargo, es esta pobre ruina humana la que tiene una relación con Dios, y puede levantar sus manos para interceder en gracia como sacerdote. ¿Cuándo se ha visto algo así en Oriente? No es de extrañar que la historia tuviera que escribirse y ocupar un lugar entre los oráculos de Dios.

No dejemos de aplicarlo a nosotros mismos. Si surgen diferencias entre hermanos en Cristo, y no hay presencia de Dios, el debate puede ser acalorado y puede sobrevenir la división. Si se realiza la presencia de Dios, si nos juzgamos a nosotros mismos y nos aborrecemos sí mismos, prevalece un espíritu totalmente distinto y se encuentra la solución correcta.

La oración de Job es eficaz porque ahora está en buenas relaciones con Dios y no solo con sus amigos. La confirmación de Jehová es clara: «Aceptó la oración de Job». El hombre que se condena y se niega a sí mismo es aceptado por Dios. Así ha sido siempre con Dios. Encontramos pruebas de ello en otros versículos del Antiguo Testamento, como Isaías 57:15; 66:2. Pero es en el Nuevo Testamento donde encontramos la base de nuestra aceptación. Hoy, el carácter de nuestra aceptación se encuentra en la frase: «Colmado de favores en el Amado» (Efe. 1:6). En tiempos de Job, esto aún no había salido a la luz.

Así que hemos notado lo que Dios hizo en Job, a través de todo lo que él pasó; ahora vemos a Dios obrando por él. Hasta entonces, había estado luchando con la terrible enfermedad enviada por Satanás. Ahora «Quitó Jehová la aflicción de Job, cuando él hubo orado por sus amigos; y aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job». La espectacular liberación de su cuerpo tiene lugar una vez alcanzado el fin del Señor en cuanto a su estado espiritual, pues con Dios lo espiritual tiene prioridad sobre lo físico o material. Satanás mismo fue eliminado de la historia al final del capítulo 2, ahora la cruel aflicción que él había enviado es eliminada, siendo cancelada para completar el propósito de Dios.

Esto ilustra de nuevo un gran principio de los caminos de Dios. Él hace que la malicia del diablo y la ira del hombre sirvan a Su propia alabanza y a nuestro bien. El gran e insuperable ejemplo de este principio es, por supuesto, la cruz. Para lograrlo, Satanás se introdujo en Judas Iscariote. El asunto era tan importante para él que ningún demonio menor podía sustituirlo. Pero contribuyó a su propia derrota, porque cuando el Señor Jesús habló de su cruz, dijo: «Ahora será echado fuera el príncipe de este mundo» (Juan 12:31). Otro ejemplo muestra que la acción del «mensajero de Satanás» enviado para abofetear a Pablo, se invirtió para preservar espiritualmente a Pablo (2 Cor. 12). Si nos sobrevienen aflicciones, recordémoslas y saquemos provecho de ellas.

Viendo «el fin del Señor», podemos decir con el apóstol Santiago que «el Señor es rico en misericordiosa y compasivo». Hemos observado al menos cinco puntos: (1) Job obtuvo un conocimiento directo de Dios, como nunca antes lo había tenido; (2) se conoció y se aborreció a sí mismo, como nunca antes; (3) su mente y su carácter fueron transformados, pasando de la ira y la dureza a la gracia; (4) obtuvo el conocimiento de su aceptación ante Dios; (5) fue liberado en su cuerpo del dominio al que Satanás fue autorizado a tener sobre él.

Hay un sexto punto: «Jehová… aumentó al doble todas las cosas que habían sido de Job». Job había sido anteriormente muy rico, según la forma en que se valoraba la riqueza en aquella época; ahora sus posesiones crecieron en proporciones dignas de un rey. Dios aumentó enormemente el número de animales que poseía, y también recibió regalos de sus hermanos y conocidos. Recupera la estima y la confianza de todos los que antes le conocían –un punto muy importante cuando recordamos su doloroso lamento por el trato que le habían dispensado (cap. 30).

En consonancia con la época en la que vivía, las bendiciones de las que se informa son materiales y le aseguran prosperidad terrenal para el resto de su vida. Se trata de bendiciones adicionales, mientras que el quinto punto, mencionado anteriormente, es una bendición sustractiva –la eliminación de las lesiones corporales. Los 4 primeros puntos son bendiciones espirituales de suma importancia, ya que una vez recibidas permanecen para siempre. Recordemos que, como cristianos, todas nuestras bendiciones son espirituales y celestiales (véase Efe. 1:3).

Después de capear esta tormenta sin precedentes, Job vivió hasta una vejez madura con el favor de Dios, enriquecido tanto espiritual como materialmente. Sus posesiones –ovejas, camellos, bueyes y asnos– se multiplicaron hasta duplicar su valor. Tuvo 7 hijos y 3 hermosas hijas que crecieron junto a él; Dios le dio así el doble de lo que tenía antes.

Pero ¿por qué no se duplicó el número de sus hijos e hijas? ¿No deberían haber sido 14 hijos y 6 hijas? Cuando su nueva familia de 7 hijos y 3 hijas dejó de crecer, debió de preguntarse lo mismo que nosotros. Sí, Dios le dio a Job el doble de lo que tenía antes, sin excepción. En efecto, el número de animales se duplicó, porque los que tenía antes de la prueba se perdieron para siempre, nunca los volvería a ver. Por otro lado, sus hijos e hijas antes del juicio no se perdieron para siempre.

Job siempre se había preocupado por estos niños, como muestra el primer capítulo del libro. Actuando como sacerdote de su familia, había ofrecido continuamente sacrificios en favor de ellos. Job no temía que hubieran maldecido a Dios con los labios, pero pensaba que podían haberlo hecho en sus corazones. Aun así, habían perecido todos juntos, en un instante. Este hecho sorprendente sugería que había otro mundo en el que sus espíritus habían entrado; que la resurrección, sobre la que Job había razonado en el capítulo 14, se realizaría a su debido tiempo; y que Job los volvería a ver.

No se dice precisamente que todo esto le quedara claro a Job, pero suponemos que Dios, que por gracia le dio esta indicación, se lo hizo percibir, lo cual debió de confirmar su fe en la resurrección y consolarlo. Estamos seguros de que consoló muchos corazones además del de Job. Cuando Job terminó su larga vida, saciado de días, debió de ver este periodo de pruebas sin parangón que había tenido que atravesar, como un túnel oscuro que conducía a un sol radiante –un periodo dramático por fuera pero enriquecedor por dentro. Así lo atestigua un versículo en el que se le presenta como un ejemplo luminoso a la altura de Noé y Daniel (Ez. 14:14).

Al cerrar este libro de Job, podemos elevar un cántico de alabanza y agradecimiento en nuestros corazones, habiendo aprendido, esperamos, algunas lecciones útiles. Puede que no suframos tanto como Job, pero ninguno de nosotros puede escapar a la disciplina de nuestro Dios y Padre. Cuando estemos bajo la disciplina, ejercitémonos con ella; y cuando caiga sobre otros, tengamos cuidado de cómo la interpretamos.

Sabemos por el Nuevo Testamento que la disciplina puede ser retributiva (véase 1 Cor. 11:30). Pero puede no serlo, como en el caso de Pablo, donde la espina en la carne era preventiva, para que no se ensoberbeciera y cayera (2 Cor. 12:7). También puede ser que no sea ni retributiva ni preventiva, sino formativa (véase Hebr. 12). El Padre adiestra y disciplina a sus hijos, e incluso los azota, pero todo con su propósito: «para que participemos de su santidad» (v. 10).

A este fin fue conducido Job, y a este fin somos conducidos también nosotros en todos los caminos del Padre hacia nosotros. Recordémoslo siempre y alabemos a Dios porque así sea.