4 - Job 22 al 31

Job


4.1 - Job 22

Job había dicho francamente a sus amigos que su consuelo era falso y sin valor. Esto naturalmente incitó a Elifaz a comenzar su tercer discurso con una nota aún más amarga. Ciertamente, Job se había defendido a sí mismo, pero ¿la justicia y la perfección que reclamaba aportaban algún beneficio al Todopoderoso? ¿Entraría Dios en juicio con él como si fuera su igual? Solo había una respuesta a estas preguntas, y a Job le convenía conocerla. Como dijo el Señor a sus discípulos, todos debemos confesar: «Siervos inútiles somos; lo que debíamos hacer hemos hecho» (Lucas 17:10).

Pero después de estas sabias palabras, Elifaz lanza una serie de acusaciones contra Job que, a la luz del testimonio que Dios le había dado al principio, debían ser totalmente infundadas. Las acusaciones de los versículos 5 al 9 nos dan una idea de lo que impulsó a Job a jactarse en el capítulo 29. Elifaz no se contenta con vagas insinuaciones, sino que afirma que Job ha cometido agravios contra los necesitados, los que estaban desnudos, los cansados, los hambrientos, las viudas y los huérfanos. En el capítulo 29, Job refuta estas afirmaciones y es igual de enfático al declarar que se comportó bien con estas personas.

En el versículo 13, Elifaz supone que el mal se hizo sobre todo en secreto y que Job pensaba que Dios no sabía nada de su maldad –otra suposición errónea. Los versículos 15 al 18 mencionan el diluvio. Job acababa de hablar de los malvados que decían a Dios: «Apártate de nosotros», y Elifaz le pregunta si realmente se toma a pecho estas mismas palabras, que se manifestaron en el mundo antediluviano. Lo que los hombres hicieron después del diluvio, cayendo en la idolatría, es exactamente lo que se hizo antes del diluvio. Elifaz tiene razón cuando dice que la causa de la horrible maldad de ellos fue distanciarse de Dios y excluirlo de sus vidas e incluso de sus pensamientos.

En este punto, detengámonos y consideremos nuestra época. En el capítulo anterior Job decía que cuando, como sucede a menudo, Dios hacía prosperar a los malvados, estos querían que Dios se retirara de ellos porque no amaban sus caminos. Ahora Elifaz dice que los malvados que, en otro tiempo, mantuvieron a Dios fuera de sus pensamientos y de sus vidas fueron aniquilados por el diluvio. El pensamiento de Job es que Dios suele hacer prosperar a los malvados y que su juicio llega solo al final, mientras que Elifaz insiste en que Dios interviene en juicio, como atestigua el diluvio. Parece que ambos tienen razón; y hoy podemos ver los desastrosos resultados de la exclusión de Dios del pensamiento y de la vida de los humanos: aparecen todas las formas del mal.

¡Cuán cierta es la exhortación de Elifaz en el versículo 21! El conocimiento de Dios conduce al final a la paz y la felicidad, pero comienza por producir profundos desconciertos, como los que experimentó Job. Antes de alcanzar la felicidad que se relata al final del libro, tuvo que experimentar la angustia del juicio propio (véase 39:37 y 42:6).

Pero este versículo, como los siguientes, insinúa como hipótesis de partida que Job no conocía a Dios, que se ha alejado de él, que necesita volver y eliminar su iniquidad, lo que explica todos estos castigos. Termina con una viva descripción de todas las ventajas que Job tendría al hacer esto. «Él libertará al inocente»; y al final Elifaz parece decir que, si Job tiene las manos limpias, también librará a otros.

El discurso de Job que sigue ocupa los capítulos 23 y 24, y es notable porque no hace ninguna referencia directa a lo que Elifaz acaba de decir.

4.2 - Job 23

Este capítulo es un lamento muy patético. Job está lleno de amargura; el peso del golpe que ha recibido es tan grande que ni siquiera puede gemir. El golpe venía de Dios, pero no sabe dónde está ni cómo encontrarlo. Si tan solo pudiera encontrarlo y exponer su caso ante él, está seguro de que se sentiría aliviado y liberado: «Allí el justo razonaría con él; y yo escaparía para siempre de mi juez». Una vez más, Job presume de su propia rectitud y se queja de ser molestado por el Todopoderoso, a quien no puede alcanzar y ante quien no puede presentarse.

Sin embargo, sigue confiando en que Dios conocía su doloroso camino, que está siendo probado en él y que al final saldrá de él como oro (v. 10). Confiando aún en su propia justicia, esperaba que Dios lo aprobara. Salió, en efecto, como oro, pero solo después de humillarse en el juicio de sí mismo ante Dios; solo entonces fue exaltado y abundantemente bendecido.

El versículo 12, citado a menudo, es sorprendente. Preguntémonos si estamos dispuestos a dejar a un lado «las palabras de su boca» y someterlas a las palabras de Dios.

4.3 - Job 24

El primer versículo plantea una pregunta cuya fuerza exacta no es fácil de discernir. En el resto del capítulo, Job parece estar hablando del mal que llenaba la tierra en sus días y que no era juzgado hasta que la tumba ponga un término a la vida de los malvados. Esto es lo que da sentido y fuerza a su pregunta. Así, la segunda parte del versículo 1 significaría: “Los que temen a Dios, ¿por qué no ven caer los días del juicio de Dios sobre la cabeza de los impíos?”. Una pregunta muy pertinente, similar a la que se hace en el Salmo 73. Al final del capítulo, como el salmista, Job ve que el juicio caerá sobre ellos, al final. Pero hasta que llegue el juicio, Job reta a cualquiera a que le contradiga y demuestre que es un mentiroso.

4.4 - Job 25

Bildad habla por tercera vez. Al igual que con Elifaz, cada discurso es más breve que el anterior, lo que demuestra que su capacidad de compasión y de argumentación se había agotado. Además, no parece referirse a lo que dijo Job. Su descripción de la grandeza y la gloria de Dios es hermosa, casi poética; lo que dice sobre el pecado, la impureza y la insignificancia del hombre, que es como un gusano ante su Creador, también es cierto. Repite la pregunta de Job: «Pero, ¿cómo se justificará el hombre con Dios?» (9:2), pero sin intentar responderla y sin expresar el deseo de un mediador, como hizo Job. Era una pregunta sin respuesta para Bildad; tal vez pensaba que le serviría de excusa para el pecado del que él y sus amigos acusaban al desdichado Job.

4.5 - Job 26

Esto lleva a Job a abrir la boca por novena vez, en un discurso más largo que todos los otros. Mientras los argumentos de la acusación se reducen, los de la defensa se multiplican. Las breves palabras de Bildad habían sido más amables, pero antes de mostrar que él también puede hablar en términos elogiosos de la grandeza de Dios, Job da paso al sarcasmo (v. 2 y 3). Parece claro que las palabras de los amigos no eran útiles, sabias ni saludables, pero Job, siendo hombre, no perdió la oportunidad de burlarse de ellos. Otras traducciones traducen las primeras palabras del versículo 4 como «A quién» en lugar de «Para quién». Esto significaría que Job quería que supieran que, aunque le estaban hablando a él, en realidad habían hablado en presencia de Dios, no con buen ánimo.

Job hace una viva descripción del poder creador de Dios. El versículo 7, en particular, muestra cómo estos primeros santos, que vivían en el temor de Dios tal como se revelaba entonces, tenían un conocimiento verdadero y sencillo de las cosas creadas, muy alejado de las ideas fantasiosas de los hombres –incluso de los sabios– cuyas mentes habían sido nubladas por la idolatría.

Job sabe que Dios había actuado por su Espíritu al crear los cielos, algo que los eruditos incrédulos no admiten hoy en día; al mismo tiempo, era consciente de que en su época Sus caminos se conocían solo en parte, lo que le llevó a decir: «¡Y cuán leve es el susurro que hemos oído de él!». Dejémonos conmover por este grito patético. Solo había un «susurro» acerca de Dios. Israel conoció algo del “trueno de su poder” cuando la Ley fue dada en el Sinaí por medio de Moisés. Nosotros tenemos el gran privilegio de conocer y disfrutar “la gracia y la verdad” que vinieron por medio de Jesucristo, y de caminar en la luz del «conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Jesucristo» (2 Cor. 4:6). ¡Bendigamos a Dios por sacarnos de las tinieblas a su luz maravillosa!

Este libro –uno de los más antiguos del mundo– contiene un testimonio sorprendente de los hechos que se desprenden claramente del Nuevo Testamento. Estos santos de la época de los patriarcas, que vivían solo unos siglos después del diluvio, conocían a Dios según su revelación primitiva. Los hombres no salieron del paganismo para acceder al conocimiento de Dios, fue al revés. Romanos 1 dice: «Habiendo conocido a Dios, no lo glorificaron como a Dios», y «como no aprobaron tener en cuenta a Dios, los entregó Dios…» (v. 21, 28). Por muy obstinados que estuvieran Job en su propia justicia y sus amigos en sus pensamientos, no habían excluido a Dios de su conocimiento, estaba muy presente en sus pensamientos.

4.6 - Job 27

Las palabras iniciales indican que Job se detuvo un momento (como también al final del capítulo 28), esperando que Zofar hablara; pero no hubo respuesta. Esto no es sorprendente, porque un hombre que confía en su intuición tiene pocos argumentos. Un hombre que argumenta basándose en sus propias observaciones puede tener un amplio campo de visión y, por lo tanto, puede tener mucho que argumentar. Lo mismo cabe decir de quienes basan sus argumentos en la historia pasada y la tradición. Pero quien expresa las ideas que tiene intuitivamente puede hacerlo con fuerza y suficiencia; pero cuando se las refutan, poco más tiene que decir.

Así que Job reanuda en un tono muy solemne, como si hiciera un juramento ante Dios. Afirma ser veraz y honesto; acusa a sus amigos de engaño y mentira, mientras mantiene resueltamente su justicia. Esta «justicia» se refería a su conducta exterior (véase cap. 29), porque la luz de Dios aún no había penetrado en su alma. Estaba acusado de ser un embustero y un hipócrita, y, sabiendo que no era así, no se declararía culpable ni por un momento. Nosotros también sabemos que no era así, pero la justicia exterior, en sí misma, no cuenta para nada ante la justicia ante Dios. Las propias palabras de Job lo demuestran aquí, pues la forma en que se queja a Dios en el versículo 2 muestra que su corazón no era recto a Sus ojos.

En el resto del capítulo, Job desarrolla la forma en que Dios juzga a los hipócritas. Puesto que acaba de llamar hipócritas a sus amigos que le acusaban, parece estar advirtiéndoles de que les podría llegar un destino similar al suyo.

4.7 - Job 28

Job prosigue su discurso con unas palabras notables sobre la búsqueda de la sabiduría. En su época, existía la minería. Se buscaba hierro, cobre, oro, plata o piedras preciosas. Se excavaban, se desviaban cursos de agua subterráneos y se cavaban túneles que ni las bestias más poderosas ni los pájaros de ojos más agudos podían recorrer. Pero estas búsquedas nunca conducían a la sabiduría. Esta es la pregunta que Job hace en el versículo 12, y afirma con toda razón que ella no se puede encontrar en estas actividades humanas. Los hombres han descubierto muchas cosas, y desde la época de Job, han descubierto aún más, pero la sabiduría se les escapa. Si Job hubiera podido vislumbrar la actividad y los descubrimientos del hombre en nuestra era del átomo, diría lo mismo, pero aún más enfáticamente.

«¿Dónde se hallará la sabiduría?» (v. 12). Job comienza a responder a esta pregunta en el versículo 23. Dios conoce el camino y lo ha revelado al hombre: «He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, y el apartarse del mal, la inteligencia» (v. 28). De todas las afirmaciones hechas en esta larga discusión, no se ha dicho nada más cierto ni más sabio. En Proverbios 9:10, Salomón hace una afirmación similar; está confirmada en la historia de la Iglesia primitiva (véase Hec. 9:31).

Cuanto más pierde el corazón del hombre el temor de Dios, tanto más aumenta su propia voluntad, lo que conduce a una locura sin fin. Hoy, cuando el conocimiento y la inteligencia del hombre alcanzan cotas inimaginables que no se imaginaba hace un siglo, su locura destructiva amenaza con llegar a profundidades insospechadas. El Salmo 36:1, citado en Romanos 3:18, revela la raíz de esto.

4.8 - Job 29

Job continúa su alegoría. Le gustaría volver a sus días de prosperidad y, recordando las acusaciones de Elifaz en el capítulo 22, empieza a jactarse de sus méritos de entonces. ¡Qué prestigio tenía! ¡Cuánta estima y respeto se le tributaba! Luego habla de sus actos de caridad, de justicia y de juicio, que, en su opinión, le daban derecho a un trato preferente en cuanto a la bendición de Dios.

Este capítulo es uno de los grandes «yo» de la Biblia. Eclesiastés 2 es el capítulo del «yo» de Salomón: este pronombre personal aparece 16 veces en los 9 primeros versículos: es el típico capítulo del «yo» que se felicita. Job 29 es el capítulo del «yo» auto satisfactorio. Romanos 7 es el capítulo del «yo» que se condena a sí mismo. Condenarse es mucho mejor que estar autosatisfecho, pero lo mejor, es sí mismo ponerse a un lado, como hace Pablo en Filipenses 3, donde dice «yo» varias veces.

Pero nuestro capítulo relata cómo le fue permitido a Job entregarse a ensalzar sus propios méritos, revelándonos la suficiencia y el orgullo enterrados en lo más profundo de sí mismo, ocultos a todas las miradas salvo a la de Dios. Fue para sacar esto a la luz, y para hacer que Job lo juzgara él y a sí mismo en presencia de Dios, que Dios permitió que Satanás lo sometiera a estas pruebas extremas.

4.9 - Job 30

Por el momento, Job está lleno de las cosas grandes y excelentes que había hecho, y de la autoridad que le daban entre sus semejantes. Esto no hace sino acentuar el contraste con su situación actual, a la que vuelve con una dolorosa queja. Se había convertido en el hazmerreír de los hombres más viles, incluso de los más jóvenes; componían canciones sobre su miseria e incluso le escupían en la cara, un insulto cruel en verdad. Pero se dirige a Dios (v. 20), y se queja amargamente a él, e incluso de él. Estima que Dios se ha opuesto a él, lo ha rechazado, ha desatendido sus oraciones y súplicas, y se «ha vuelto cruel» con él. ¡Pobre Job! Los hombres se han vuelto crueles con él, y ahora siente que Dios también. En los últimos versículos del capítulo, describe el miserable estado de corrupción y extrema debilidad de su cuerpo. Dios había permitido que Satanás de hacer lo peor, salvo quitarle la vida. Con maligna habilidad, Satanás redujo su cuerpo a un estado tan repulsivo que nadie, ni antes ni después, ha sufrido tanto, pues quienquiera que fuese la víctima, habría muerto antes de llegar a tal estado. No juzguemos duramente a Job. En una situación tan espantosa como la suya, probablemente habríamos dicho cosas peores que él.

4.10 - Job 31

Tras su doloroso lamento, Job concluyó su largo discurso con una serie de afirmaciones a modo de juramento. Sus amigos lo habían acusado de pecados y faltas concretos. En cuanto a estas cosas, su conciencia estaba tranquila, aunque admitía que no era puro a los ojos de Dios. Por eso afirma con rotundidad que no cometió el mal reprochado o insinuado.

Este capítulo atestigua que, antes de que se estableciera la Ley, los hombres que temían a Dios seguían teniendo un alto nivel de moralidad, tanto más cuanto que se tiene en cuenta no solo el acto exterior, sino también el motivo interior que hace obrar: habla, por ejemplo, de lo que codiciaba o no (v. 1); de su corazón andando tras sus ojos (v. 7); de que su corazón fue seducido en secreto (v. 27); de ocultar su iniquidad y encubrir su transgresión, como Adán (v. 33). Esto nos trae a la memoria el sermón del Monte, comparando en particular el versículo 30, donde se da cuenta de que desear simplemente una maldición al enemigo sería pecado, con lo que dice el Señor en Mateo 5:24

Sabía que el engaño y el falso testimonio eran malos (v. 5); que el adulterio era malo (v. 9); que la idolatría era mala (v. 26-28) (la adoración del sol y la luna era la forma más primitiva de idolatría). También sabía que no debía codiciar lo que tenía su prójimo, sino darle lo que necesitaba (v. 13-22).

Está claro, pues, que la línea de conducta que Job se imponía era muy alta y que tiene el sentimiento de haberla observado rigurosamente. También sabe que un día Dios se levantará para visitarle, y pregunta: «¿Qué le responderé yo?» (v. 14). Repasando todas estas cosas, Job considera que podría incurrir en la maldición si no las hubiera observado: que en su tierra “crecerían espinos en lugar de trigo, y cizaña en lugar de cebada”. Sobre esto, Job a su vez guardó silencio.

El final a la que el Señor llega con Job es tanto más sorprendente cuanto que, en conjunto, sus afirmaciones eran correctas. Jehová había atestiguado desde el principio que Job era perfecto y recto, y cuando finalmente interviene, no se contradice. Esto es precisamente lo que da tanta fuerza al hecho de que Job se humilla totalmente y se condena a sí mismo, antes de ser bendecido al final.