2 - Job 8 al 14

Job


2.1 - Job 8

Cuando Job termina de responder a Elifaz, comprendiendo que Dios vigila a la humanidad, confiesa: «He pecado». Podríamos pensar que Bildad habría aludido a esto al empezar a hablar, pero no parece ser así. En cambio, le acusa de pronunciar palabras como un viento violento y, mantiene que todos los juicios de Dios son justos insinuando que los hijos de Job habían tenido que ser suprimidos a causa de su transgresión. Esto fue sin duda un golpe amargo para Job, que tan regularmente había ofrecido sacrificios a favor de ellos. Sin embargo, Bildad aconseja a Job que sea recto y busque a Dios, para que al final sea bendecido.

En los versículos 8 al 10, Bildad revela su propio punto de vista en su argumento. Concede gran importancia a los tesoros de la sabiduría humana que han sido acumulados. Incluso, en aquellos tiempos remotos, se podía investigar los registros conservados de épocas aún más tempranas. Si Elifaz se basaba en su propia observación –lo que había visto personalmente–, Bildad se basaba en la tradición –lo que había aprendido de archivos más antiguos. Desconfiaba de las deducciones extraídas de la experiencia personal, porque los días de un hombre en la tierra no son más que una «sombra» (v. 9).

Por eso, en el resto del capítulo, resume lo que enseña la tradición, ilustrando su propósito con cosas de la naturaleza, como el junco y la tela de araña. Afirma que toda la historia demuestra que Dios devuelve al hombre lo que ha merecido. Si es malvado, es suprimido. Si es bueno, prospera. Diciendo a Job que «la esperanza del impío perecerá» (v. 13), esta vez no da un golpe contra sus hijos, sino contra el propio Job.

2.2 - Job 9

Esto hace que Job pronuncie unas palabras sorprendentes. Empieza reconociendo que la disciplina divina es justa, y luego plantea la pregunta esencial: «¿Cómo se justificará el hombre con Dios?». Hoy en día, la frase concisa: “Estar en regla con Dios” se utiliza para generar interés en el mensaje del Evangelio. Puede suscitar la respuesta: “Sí, pero ¿cómo hacerlo?” Esa es precisamente la pregunta que Job se hace en el versículo 2. El resto del capítulo revela que su pregunta es seria y sincera; sugiere y examina 4 posibles respuestas, cada una de las cuales empieza por «si».

La primera aparece en el versículo 3. Suponiendo que el hombre adopte una actitud de desafío y contienda con Dios, ¿cuál será el resultado? Un desastre, ¡y no una justificación! El pecado ha hecho del hombre un rebelde; su primer instinto es desafiar a Dios. Pero Job ve lo desastrosa que sería tal actitud. Ningún rebelde puede prosperar ante un Dios tan grande. Hasta el versículo 19, continúa este tema, mostrando que la tierra y los cielos con sus constelaciones proclaman la grandeza y la gloria del Creador.

En el versículo 20, Job sugiere otra posible respuesta a la pregunta: ¿cómo será justo ante Dios? ¿Y si se justificara a sí mismo? Esto significaría, al menos, abandonar la actitud de desafío y admitir tácitamente que está equivocado y que, por tanto, necesita justificación. Justificarse es una sugerencia muy seductora, pero Job solo la menciona para rechazar esta idea imposible. Sabe que, si abre la boca, se condena a sí mismo. Además, quien quiera justificarse ante la mirada escrutadora de Dios, debe ser capaz de establecer su propia perfección. El versículo 20 muestra que hace falta nada menos que eso. Continúa diciendo que, aunque fuera perfecto, Dios lo juzgaría y lo destruiría, porque tal perfección sería juzgada según criterios humanos.

Su tercer «si…» está en el versículo 27. No podía desafiar al Dios del cielo ni justificarse a sí mismo: ¿debe entonces perder la esperanza, abandonar su búsqueda de una respuesta y permitirse disfrutar de la vida despreocupadamente? La naturaleza humana no ha cambiado; muchos de nosotros hemos seguido el pensamiento que Job expresa aquí. Pero Job lo rechaza inmediatamente, comprendiendo que es vana. Si nosotros olvidamos por descuido, Dios no olvida. El pecador no escapará al juicio de Dios esquivando la pregunta.

El cuarto «si… [aunque]» se encuentra en el versículo 30. Job ha descartado 3 respuestas propuestas a su pregunta: desafiar a Dios, auto justificarse y olvidar por descuido. ¿Qué hay de mejorarse a sí mismo? ¿Ayudaría eso a resolver la cuestión? Solo tiene que decirlo para rechazarlo con la misma firmeza. Sabe que la nieve derretida produce el agua más pura y con mayor poder para eliminar la contaminación. La figura que utiliza es muy explícita. Si consiguiera algo parecido en sí mismo y en su vida, ¿qué ocurriría? Dios lo hundiría en una zanja fangosa como único lugar que le fuera adecuado. E incluso entonces, ¡estaría, él mismo, más sucio que su ropa! La mancilla está en él mismo, no en su entorno. Por eso rechaza firmemente la idea de ser justo ante Dios tratando de mejorarse a sí mismo.

Es evidente que Job sabía que era una criatura pecadora ante su santo Creador y que no disponía de medios para llegar a ser justo. En estas condiciones, su única esperanza residía en la intervención de un tercero; pero no conocía a ese «árbitro». Sus 3 amigos no podían desempeñar este oficio, ni tampoco ningún hombre, ya que el árbitro tenía que ser lo suficientemente grande como para «que ponga una mano» sobre Dios Todopoderoso, y lo suficientemente bondadoso como para poner la otra sobre el pobre, débil y pecador Job.

Las palabras finales de este capítulo son muy conmovedoras. Si hubiera un mediador eficaz, sería muy diferente; pero Job dice: «En este estado no estoy en mí». ¿Hemos agradecido alguna vez a Dios con suficiente fervor de que es así para nosotros? Aunque no lo sabía, Job anhelaba la venida de Cristo. Ahora podemos alegrarnos por tener «un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús» (1 Tim. 2:5). Fue por medio de él que el precio del rescate se pagó, de manera que es posible para un hombre ser justo ante Dios.

2.3 - Job 10

Job no tenía respuesta aparente a su pregunta. No es de extrañar, por tanto, que este capítulo esté lleno de quejas que expresan su dolor, acompañadas de conmovedoras apelaciones a Dios. Acaba de decir de Dios: «No es hombre como yo» (9:32); así que es consciente de que no es nada ante sus santos ojos, que le sondearon profundamente. En el versículo 2, apela a Dios para que le muestre por qué le impugna con estas calamidades. En el versículo 6, sigue reconociendo la «iniquidad» y el «pecado», pero en el versículo 7 dice: «Tú sabes que no soy impío», utilizando claramente la palabra en el sentido en que la emplea Elifaz en Job 22:15 (versión R.V.).

Por otra parte, sabe que las normas de Dios son mucho más elevadas que las suyas y que, por lo tanto, la desgracia se abatiría sobre él si fuera malvado, y que, aunque fuera justo, no podría levantar la cabeza en presencia de Dios. Está lleno de confusión; su aflicción aumenta; vuelve a quejarse de haber nacido, y en cuanto al futuro, no tiene ninguna luz. La muerte es para él como una «tierra de tinieblas» (v. 21-22). Hay que ir a los tiempos del Nuevo Testamento para encontrar una expresión como «la luz verdadera ya brilla» (1 Juan 2:8).

Sin embargo, aún hoy, demasiada gente ve la muerte como un “salto a las tinieblas”. Y es esto efectivamente, para quienes descuidan o rechazan a Cristo que les está presentado en el Evangelio. Para ellos no hay excusa, mientras que para Job sí la había. De nuevo, decimos que la angustia de este excelente santo del Antiguo Testamento debería hacernos dar gracias a Dios, que nos ha hecho pasar de las tinieblas a su «luz admirable» (1 Pe. 2:9).

2.4 - Job 11

Aquí tenemos el breve discurso de Zofar, el tercero de los amigos de Job. Notamos que su tono es un poco más áspero que el de Bildad. Puede que le irritara que Job no hubiera aceptado las acusaciones y argumentos de los otros 2, pero era exagerado y poco amistoso acusarle de multiplicar «las palabras», ser «hablador», proferir «falacias» y burlarse. Tampoco Job había pretendido ser «puro» a los ojos de Dios. Zofar no revela aún el punto de vista que le lleva a hablar, pero declara sentenciosamente que Job merece verdaderamente de Dios un castigo más severo que el que tenía. Dado que sus sufrimientos superan todos aquellos de los que tenemos noticia y que la discusión versa sobre las medidas disciplinarias de Dios en esta vida y no considera la eternidad, esta afirmación nos parece extremadamente dura y perentoria.

Sin embargo, a partir del versículo 7 dice algunas cosas sorprendentes que tienen algo de verdad, como demuestran otros pasajes de la Escritura. Es cierto que el hombre no puede encontrar a Dios tanteando. Es igualmente cierto que el hombre, siendo pecador, es «vano», o «necio», y que nace como «un pollino de asno montés» (v. 12). Claramente, Zofar cree que Job debe reconocer estas cosas, sin saber realmente cómo se aplican a sí mismo. Si los hombres las reconocieran hoy, su orgullo desmedido se haría añicos. Encuentran formas de destruir cientos de miles de vidas humanas, ¡pero no pueden encontrar a Dios! A Dios solo se le puede encontrar en Cristo, que lo ha revelado.

Las últimas palabras de Zofar (v. 13-20) también tienen algo de verdad. Dice en el versículo 14: «Si alguna iniquidad hubiere en tu mano»; supone, por tanto, como los otros, que Job es después de todo un hombre malvado, aferrado a sus pecados. En este punto, se equivoca, aunque su consejo de abandonar el mal y volverse hacia Dios sea bueno, y lo que describe como el feliz resultado de este enfoque es correcto.

2.5 - Job 12

El tono sentencioso tan perceptible de las palabras de Zofar indudablemente incitó a Job a comenzar a responder de una manera muy acerba. Sus palabras: «Ciertamente vosotros sois los únicos hombres, y con vosotros morirá la sabiduría», se han convertido casi en un proverbio contra la prepotencia de los engreídos. Job pretende igualar a sus amigos en inteligencia; en el versículo 5 les recuerda que él, que está listo para tropezar, es una advertencia para ellos, pero que es despreciado por aquellos que, como sus amigos, tienen circunstancias fáciles y cómodas.

En el versículo 6, Job cuestiona la postura general de sus amigos. Estos afirmaban que Dios siempre recompensa a los piadosos con la prosperidad terrenal y hace caer la desgracia sobre las cabezas de los malvados. Job afirma que no es así, sino que hay casos en que los ladrones prosperan y los que provocan a Dios están a salvo. Para demostrarlo, se refiere a lo que puede verse en la creación inferior: bestias, aves y peces. Sin duda se refiere al desorden que el pecado del hombre ha introducido incluso allí, de modo que Dios permite que los más débiles sean destruidos por los más fuertes. Como la boca percibe el sabor de la comida, así el oído prueba sus palabras y las encuentra sin valor.

Desde el versículo 13 hasta el final del capítulo, Job pasa revista a la manera en que Dios trata a las personas. Reconoce que «la sabiduría y el poder» y «el consejo y la inteligencia» son Suyos. Sin embargo, encuentra muy misterioso el modo en que Dios utiliza estas maravillosas cualidades. Los grandes y los sabios –consejeros, jueces, reyes, príncipes– son siempre arruinados y derrocados. Vivía en una época en la que, después del diluvio, aparecían las naciones. Las había visto crecer y luego ser destruidas. Hombres que habían sido tan sabios como para convertirse en dirigentes de pueblos, de repente perdían la inteligencia y andaban a tientas en la oscuridad sin ninguna luz, o se tambaleaban como un beodo. ¿Por qué sucedía esto?

2.6 - Job 13

Elifaz había condenado a Job basándose en sus propias observaciones. Pero Job también era un hombre observador, y veía todas las cosas de las que había hablado, como dice en los primeros versículos. No pretende ser superior a sus amigos, pero en cualquier caso no es inferior a ellos, aunque reconoce que la forma de actuar de Dios le asombra y está muy lejos de su alcance. Por eso quiere hablar con el Todopoderoso y razonar con Dios, en lugar de pasar el tiempo razonando con sus amigos (v. 3).

Pero sus amigos están allí, y vemos que Job se ve impulsado a responder con más mordacidad. Lo que quiere es verdad para su espíritu y curación para su cuerpo. Ellos solo eran «fraguadores de mentira» y «médicos nulos» (v. 4). Les aconseja que se callen y escuchen lo que tiene que decir. Continúa en esta línea hasta el versículo 13. Considera que han hablado como si hablaran en nombre de Dios y que, al hacerlo, Lo han traicionado. En este punto, Job tenía razón.

En los versículos 14 al 19, Job tiene ante sí a Dios, no a sus amigos. Podemos discernir 2 puntos contradictorios. Por un lado, tiene una fe notable, que le lleva a tomar todo lo que ha sucedido de Su mano, sin tener en cuenta los medios utilizados en sus calamidades, que terminaron justo antes de su muerte. Desea morir, y si Dios lo escucha y lo mata, no perderá la confianza, sino que siempre confiará en Él. Eso era, en efecto, muy bueno. Pero, por otra parte, Job muestra su debilidad en su determinación de “mantener” o “defender” sus propios caminos ante Dios. Así que vemos que un santo genuino puede tener una fe muy real en Dios que puede verse empañada por un fuerte amor propio. Esto es lo que hace tan valioso este notable libro, porque la carne en nosotros, que somos santos es la misma que había en Job hace unos 4.000 años.

Así es como Job proclama que Dios es su salvación y que al final será justificado. Pero en el versículo 20, se dirige a Dios más claramente. Acepta que sus sufrimientos vienen de la mano de Dios y le pide que la retire de encima de él, para poder presentarse ante Dios en mejores circunstancias. El versículo 23 muestra que Job se siente realmente ante Dios y que reconocía su iniquidad y sus pecados. Quiere saber el número de ellos porque, como muestran los versículos siguientes, siente que el castigo que está sufriendo va más allá de lo que realmente merece. Es como un hombre con los pies en el cepo y, por tanto, un blanco fácil para los que quieren apuntarle.

2.7 - Job 14

Al leer sus palabras, percibimos que son patéticas; su grito de lamento en los primeros versículos no nos sorprende. La vida humana en aquellos primeros tiempos era tal vez 3 veces más larga que

la de hoy; pero al fin y al cabo era «corto de días» y «hastiado de sinsabores», como lo es hoy, de modo que, visto a la luz del Dios eterno, el hombre no es más que una flor marchita o una sombra pasajera. Job es consciente de ello y sabe que no podrá resistir la inspección divina ni comparecer ante él en juicio. También sabe que no es puro a los ojos de Dios, y está seguro de que nadie puede producir lo puro de lo impuro.

En el versículo 4, Job hace otra de sus grandes preguntas; esta vez la responde, de forma muy justa. Nadie puede purificarse a sí mismo, y mucho menos hacerlo por los demás. Además, en el Nuevo Testamento, vemos que Dios no se propone hacerlo. Los gálatas estaban preocupados por la idea errónea de que la Ley había sido dada para purificar a los hombres y que, por tanto, incluso los cristianos debían someterse a ella y aceptar la circuncisión como signo de esa Ley, para llevar una vida sana. La Palabra corrige esto con contundencia: «Porque ni la circuncisión es algo, ni la incircuncisión, sino la nueva creación» (Gál. 6:15). El creyente no es el «viejo hombre» purificado, es creado «nuevo» en Cristo, con una naturaleza que, en esencia, «no puede pecar», como se afirma en 1 Juan 3:9.

Como el hombre que tiene pocos días, su vida en este mundo debe terminar con la muerte, y el momento en que se va lo determina Dios (v. 5). Pero, ¿qué ocurre entonces? Job tiene la impresión de ser como un jornalero que, con la jornada terminada, desea que Dios le dé un poco de descanso antes de que llegue el final. Pero una vez más, ¿qué hay después?

En el versículo 14 Job plantea la tercera gran pregunta que le rondaba por la cabeza; está claro que ya la tenía en mente cuando comenzó su argumentación en el versículo 7. No sabía cómo un hombre podía ser «justo» o «recto» con Dios. Sabía que ningún hombre podía producir lo puro de lo que es impuro. Y ahora viene la pregunta: «Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?». Sobre este punto, ninguna luz clara y decisiva brillaba ante él o en su corazón.

Así que comenzó a razonar. Tomó la analogía de un árbol que ha sido talado, pero cuya raíz ha permanecido en el suelo. Con el paso de los años, el tocón que quedaba había empezado a descomponerse. Sin embargo, algo había cambiado. Tal vez un terremoto había agrietado las rocas y abierto un nuevo camino para que el agua llegara a sus raíces; el árbol muerto había vuelto entonces a la vida y había crecido de nuevo. La esperanza de Job era que a la humanidad le esperaba algo parecido.

Era más que una esperanza, por supuesto, porque en el versículo 12 infiere que los hombres «no despertarán» ni «se levantarán de su sueño», pero eso no sucederá hasta que «no haya cielo». Apocalipsis 20:11-15 muestra cuán cierto es esto para muchos seres humanos que mueren en sus pecados. El hecho de que la resurrección de los justos se produzca 1.000 años antes que la de los injustos aún no se conocía en tiempos de Job. El versículo 13 deja claro que, en su mente, Job asocia la resurrección con la manifestación de la ira de Dios, de la que deseaba ser ocultado, deseando en cambio que Dios se acordara de él con misericordia.

En los versículos 14 y 15, las palabras de Job son muy notables. A menudo nos hemos preguntado cómo la fe de Abrahán podía abarcar cosas como las descritas en Hebreos 11:10 y 16, dado que en su época no hubo revelación pública de estas cosas celestiales, según lo que consta en las Escrituras. Lo mismo puede decirse de Job. Reconocía que tenía un “tiempo señalado” en el que se produciría su «liberación»; que había un «llamado» divino al que él «respondería», en la medida en que era una «obra» de las manos de Dios. Dicho de este modo, fue enseñado por Dios, como vemos a la luz del Nuevo Testamento.

¿Alguna vez hemos agradecido debidamente a Dios por caminar a la luz de la resurrección de entre los muertos de nuestro Señor Jesucristo? ¿Hemos ponderado suficientemente la declaración del apóstol Pablo?: «Nuestro Salvador Cristo Jesús, quien abolió la muerte y sacó a luz la vida y la incorruptibilidad por el evangelio» (2 Tim. 1:10). En tiempos del Antiguo Testamento, se creía que el alma del hombre sobrevivía a la muerte y que la resurrección estaba aún por llegar, como demuestran las palabras de Job y las del Señor en su controversia con los saduceos de su tiempo. Lo que no se sabía era que, para un santo, la resurrección significaba entrar en una nueva situación incorruptible. Esto se demostró cuando nuestro Señor resucitó de entre los muertos. Así que no tenemos que discutir y razonar como hace Job aquí. Toda la verdad ha sido claramente revelada.

Así pues, Job tenía cierta esperanza y expectación, pero, como muestran los últimos versículos del capítulo, todo estaba enterrado por el momento en las miserias de su situación actual. Una vez más, el discurso de Job termina con una nota sombría, con la palabra «tristeza».

Sin duda, los hombres “excelentes” que vivieron antes de Cristo veían la muerte bajo este prisma. Ezequías es un ejemplo sorprendente: léase lo que escribió en Isaías 38:9-14. Todavía no había llegado el día en que un santo podía mirar a la muerte a la cara y escribir que tenía «deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es mucho mejor» (Fil. 1:23). Una vez más, ¡qué gran privilegio es vivir en los días del Evangelio!