Índice general
5 - Job 32 al 37
Job
5.1 - Job 32
Cuando se hace el silencio entre los 4 contendientes, aparece un nuevo orador. Está presentado de un modo que demuestra que se trata de una historia y no de una leyenda. Es descendiente de Buz, sin duda sobrino de Abraham (Gén. 22:21), pues en los primeros tiempos después del diluvio, al ser la población pequeña, la duplicación de nombres no debía ser frecuente.
El nombre Eliú significa: «Él es Dios». Como el versículo 6 del capítulo 33 lo presenta como un hombre, vemos que intervino para desempeñar el papel de mediador, convirtiéndose así en un tipo –aunque débil– del verdadero mediador, el Señor Jesucristo, que es Dios mismo. Eliú era verdaderamente un hombre, “formado de barro”, que se presentaba ante Job en nombre de Dios, de acuerdo con el deseo de Job (9:33).
En este capítulo Eliú se disculpa por hablar; siendo mucho más joven solo había escuchado todas las controversias. Estas le hacen ahora enfurecerse contra los 4. Job se había justificado sin justificar a Dios, y los otros habían condenado a Job sin poder responder a sus argumentos. Reconoce que el hombre, a medida que avanza en edad, debería normalmente ganar en sabiduría e inteligencia, pero ni la fama ni la edad son una garantía, pues la sabiduría llega al hombre a través de su espíritu y es fruto del «soplo» del Todopoderoso. Si los 3 amigos hubieran logrado convencer a Job, se habrían sentido orgullosos de su propia sabiduría; solo Dios podía convencerlo. El versículo 13 termina así: «Lo vence Dios, no el hombre».
Eliú tenía otra ventaja, que menciona en el versículo 14. Como no había participado en las rivalidades verbales, podía ser imparcial y hablar sin halagar a ninguno de los contendientes. Por otra parte, al haber escuchado todo lo que se había dicho, le bullían tantas palabras dentro que tenían que salir.
5.2 - Job 33
Eliú dice 2 cosas en los versículos iniciales de este capítulo. Primero, que sus palabras estarán marcadas por la justicia y la pureza, como corresponde a alguien cuyo ser y vida son de Dios. En segundo lugar, que, aunque hable en nombre de Dios, él está formado «de barro», igual que Job; por lo tanto, como Job había dicho de Dios: Que «su terror no me espante» (9:34), lo que él dirá, como intérprete de los caminos de Dios, no traerá ningún terror a la mente de Job; igual que el Señor Jesús, habiendo sido hecho hombre, «trajo» a Dios hasta nosotros, sin aterrorizarnos.
En el versículo 8, Eliú comienza a desafiar directamente a Job. Había oído lo que Job había argumentado, y lo resume diciendo que Job rechazó toda acusación de transgresión e iniquidad presentada contra él, lo que necesariamente implicaba, directa o indirectamente, acusar a Dios de dureza, incluso de injusticia hacia él. Abreviando toda la situación, podemos decir que Eliú no se equivoca. Siendo el mundo lo que es, si el hombre puede pretender a la perfección, entonces todo el mal que existe debe ser imputado a Dios.
Al responder a Job, Eliú insiste primero en la grandeza suprema de Dios. Por tanto, es inútil luchar contra él. Es el hombre que es responsable ante Dios, no Dios ante el hombre. Esto no debemos olvidarlo nunca hoy en día.
Pero, en segundo lugar, aunque Dios no da cuenta de sus asuntos, sí habla al hombre, aunque con demasiada frecuencia el hombre no lo percibe. Dicho esto, señala las formas en que Dios habla al hombre: puede hablar en sueños o en visiones. Las Escrituras registran que él ha hecho esto a menudo, y está claro que todavía lo hace, especialmente con los santos que saben poco de la Biblia y que pueden tener pocas porciones de la Biblia en su lengua materna. Cuando los santos están instruidos en las Escrituras –una forma superior de ser guiados– los sueños en los que Dios habla son relativamente raros. ¿Y con qué propósito habla Dios en sueños a un hombre? Para corregir sus caminos y humillar su orgullo en el polvo (v.17) –una palabra saludable para Job y para todos nosotros.
Dios también puede hablar a un hombre amenazado por el desastre, liberándolo misericordiosamente (v. 18). Muchos de nosotros podemos recordar ocasiones en las que tal misericordia nos ha sido acordada, e inmediatamente estábamos conscientes de que Dios tenía algo que decirnos.
Dios también puede hablar a través del dolor y la enfermedad, hasta el punto de poner al enfermo ante la muerte. Esto está descrito de forma sorprendente (v. 19-22). Podemos ver que la descripción de Eliú se ajusta exactamente al caso de Job, y de hecho al de muchos de entre nosotros, aunque no hayamos experimentado condiciones tan extremas como las de Job. Los pecadores descuidados, golpeados de esta manera, a menudo han sido llevados a volverse a Dios y despertarse, ¡para su salvación eterna! ¡Los santos también han recibido a menudo grandes bendiciones espirituales al recordar un período de grave enfermedad!
Para el que Eliú llama «ángel [mensajero]» y «mediador», estos tiempos críticos son una oportunidad para mostrar lo que Dios tiene que decir a través de estas cosas. Estos mensajeros no son comunes, lo sabemos, pero tienen un gran valor; Eliú los llama «uno entre mil» (LBLA), tan raros son. Muchas personas pueden compadecerse, o a veces condenar al afligido, como los 3 amigos de Job; dar el pensamiento de Dios es algo más grande.
Cuando llega el intérprete, ¿qué tiene que decir? Le muestra al hombre su rectitud, que consiste, por supuesto, en juzgarse a sí mismo y ocupar así honestamente su lugar ante Dios confesándose pecador. Esto es lo que Job aún no había hecho, pero es a lo que fue conducido al final. Ese es el final al que todos tenemos que llegar si queremos tener algo que ver con Dios. ¿Lo hemos alcanzado todos?
Cuando se llega a ese punto, ¿cuál es el resultado? Dios muestra su gracia, liberando al hombre de entrar en la fosa, porque ha encontrado una propiciación, o rescate; la palabra tiene el significado de «cubrir». Antes de la venida de Cristo, Dios cubría con su santa mirada el pecado del pecador arrepentido, esperando el momento en que se realizaría la propiciación plena mediante el sacrificio perfecto de Cristo. De ahí la expresión «los pecados pasados… durante la paciencia de Dios» (Rom. 3:25). Estos pecados pasados eran los de los santos antes de la cruz, incluidos los de Job.
El versículo 25 se aplica particularmente a Job, pero los versículos 26 al 30 tienen una aplicación más amplia. El pecador redimido está ante Dios, justificado, feliz y puede confesar con gozo su pecado y su liberación ante los hombres (v. 28). Eliú da aquí instrucciones que pretenden llevar a Job a una confesión honesta ante Dios. También son válidas para nosotros, y de una manera mucho más perfecta, si miramos a la obra cumplida de Cristo.
Con estas notables palabras, Eliú está actuando seguramente como intérprete de Job, mostrando cuál es el buen propósito de Dios en sus maneras aparentemente tan adversas con los hombres. Quiere liberarlos del «sepulcro» de la confianza en sí mismos y de la auto satisfacción en esta vida, y del «sepulcro» del juicio y de la condenación en la vida venidera. Después de haber interpretado los caminos de Dios hasta aquí, Eliú hace una pausa, obviamente para ver si Job deseaba decir algo sobre este punto.
5.3 - Job 34
Ante la falta de respuesta de Job, Eliú reanuda su discurso y se dirige también a los 3 amigos y a los demás testigos (v. 2), preguntándoles si tienen la sabiduría y el conocimiento que les permitirían poner «a prueba» las palabras y elegir lo que es bueno y justo. Es muy consciente de que el pecado distorsiona el juicio del humbre y lo ciega ante lo que es justo.
Dirigiéndose a un público más amplio, empieza a hablar de Job en vez de a Job como antes. No parece que Job haya dicho realmente «soy justo», sino que lo ha insinuado, ensalzando sus virtudes, como en el capítulo 29. Pero sí ha dicho: «Dios, me ha quitado mi derecho» (27:2). Así que sí tenía esta actitud: «¿He de mentir contra mi razón?» Sostenía que tenía «derecho» a ser liberado de estas calamidades, y no tenía intención de decir otra cosa. Su herida parecía incurable, pero afirmaba que no se debía a ninguna transgresión por su parte. Los versículos 5 y 6 resumen como Eliú ve la posición de Job: Job no afirma estar libre de pecado, pero afirma que no es culpable de ninguna transgresión que justifique las desgracias que Dios le está infligiendo. En efecto, está diciendo que él tiene razón y Dios está equivocado.
Eliú muestra entonces que en todo esto Job se ha aliado de hecho con los malvados. Si puede beber la burla de los hombres como si fuera agua, no puede tratar así el juicio de Dios. Eliú afirma la absoluta perfección y rectitud de todos los caminos de Dios –un asunto de la mayor importancia, ya que Él tiene la supremacía sobre toda la tierra. Él tiene “cuidado de la tierra”, y «todo el mundo le pertenece”. Por eso, «si pensara en retirarnos su espíritu, en quitarnos su aliento de vida» (NVI), entonces «toda carne perecería juntamente y el hombre volvería al polvo» (v. 14) Tal es la grandeza y el derecho de Dios.
De ahí el argumento de los versículos siguientes. ¿Estará el gobierno en manos de los injustos? Y si está en manos del Justo por excelencia, ¿se impugnaría lo que él ordena? Los hombres no hablarían así a los reyes ni a los príncipes. Menos aún a Dios. Lo que él ordena es necesariamente correcto.
Eliú continúa hablando del juicio escrutador de Dios, que es absolutamente imparcial; tanto los ricos como los pobres están sujetos a él. Además, no hay «tinieblas ni sombra de muerte» donde puedan esconderse los malhechores. Continúa diciendo que los juicios de Dios son siempre justos, y que actúa según lo que es bueno a sus ojos, quebrantando y derribando a los poderosos y escuchando los gritos de los afligidos. Si da tranquilidad a los afligidos, ¿quién puede perturbarla? Si oculta su rostro a los malvados, ¿quién podrá verlo? Esto es tan cierto para una nación como para un individuo.
El resto del capítulo se dirige más directamente a Job. Habría sido más apropiado que aceptara el castigo con humildad, que admitiera que hay una iniquidad en él de la que no es consciente, y que dejara que Dios le enseñara al respecto, para corregir lo que está mal. En cambio, impugnó el juicio de Dios, aferrándose a sus propios pensamientos y, al hacerlo, aumentaba su pecado de rebelión contra Dios.
5.4 - Job 35
Parece que en este punto Eliú vuelve a hacer una pausa, y como no hay respuesta, continúa revelando la deriva de los argumentos de Job. Al afirmar que no había cometido ningún pecado que justificara el extremo sufrimiento que le había sobrevenido, había elevado su propia justicia por encima de la de Dios y había deducido que una vida de piedad carecía de sentido. La respuesta a esta pregunta es tan beneficiosa para Job como para sus 3 amigos.
La respuesta de Eliú se basa en la grandeza suprema de Dios como Creador. No puede subir más alto, pero este conocimiento es común a todos los hombres después del diluvio. Toda la humanidad se alejó pronto de este conocimiento primitivo (véase Rom. 1:20-21). Sin embargo, los hombres de quienes oímos hablar en este libro son una excepción a esta triste regla, han conservado este conocimiento, y su argumento se basa en él.
Dios está muy por encima de su cielo; es tan grande que ningún mal cometido por el insignificante hombre, puede dañarle, y ninguna de sus “justicias” puede serle útil. En cuanto a nuestros semejantes, nuestras faltas pueden perjudicarles, y nuestras buenas acciones pueden beneficiarles. Si les perjudicamos, se quejan, pero se olvidan de Dios (v. 10). Nadie piensa que Dios, el Creador, pueda levantar el espíritu y dar canciones incluso en la noche del dolor.
El Dios que da cantos en la noche, enseña al hombre que ha creado; este ser es de un orden muy superior al de las bestias y las aves, y puede tener relaciones con Él, ya sea mediante cantos de gozo (v. 10) o gritos de angustia (v. 12). ¿Por qué claman los hombres y no obtienen respuesta? Se debe al orgullo. Para Eliú, la causa principal de todo esto es la vanidad, que es odiosa para Dios y que Él desprecia totalmente (v. 13). ¿No nos enseña esto algo? ¿No es la explicación de tantos clamores y oraciones sin respuesta?
Eliú dice esto para grabarlo en el corazón de Job, como en el último versículo: Job había abierto su boca «en vanidad», y aunque sus palabras eran abundantes, carecían de conocimiento. La excelencia de la vida exterior de Job delataba un espíritu vanidoso que le impedía conocerse a sí mismo. Job lo confesará al final (42:3).
5.5 - Job 36
Eliú parece haberse detenido de nuevo un momento para ver si Job tenía alguna respuesta que dar; pero como Job no la tenía, continúa su discurso hasta el final del capítulo 37. Comienza diciendo que todavía tiene palabras de parte de Dios –la lectura de estos 2 capítulos nos muestra que ya no tiene mucho que decir a Job sobre sus palabras; en su lugar, hace hincapié en la grandeza y el poder de Dios, y en sus justos caminos hacia los hijos de los hombres. Da «justicia» a su Creador.
Luego alaba la forma en que Dios, perfecto en conocimiento, trata a los malvados y a los justos. No aparta sus ojos de los justos, los observa siempre y acaba por elevarlos al rango de reyes. Pero antes de que lleguen a ese final feliz, puede permitir que estén «prendidos en grillos» y «aprisionados en las cuerdas de aflicción», como lo estaba el pobre Job en aquel momento. Lo permite con un propósito (v. 9-11). Nótese que son los justos los que son tratados de esta manera. Un Abraham y un Job, aunque justos, no estaban libres de pecado, y por eso Dios disciplina a esas personas; no disciplina a quienes lo excluyen de sus vidas.
Los argumentos de los 3 amigos conducían a la conclusión de que Job no era un hombre justo. En cambio, Eliú parece admitir que era justo y que, por serlo, Dios permitió que cayera sobre él esta severa disciplina. En el versículo 16, aplica lo que dice a Job, porque el orgullo y la vanidad, profundamente arraigados en el corazón humano, son, después de todo, la mayor ofensa de todas.
El versículo 18 está dirigido a Job. Recordemos que, en aquella época remota, casi 2.000 años antes de la venida de Cristo, la vida y la incorruptibilidad no habían aparecido (2 Tim. 1:10), por lo que no se conocía la salvación eterna que hoy conocemos. Si hoy citáramos este versículo, lo haríamos a un incrédulo.
La advertencia de Eliú a Job es oportuna, especialmente en el versículo 21. Al rehuir la «aflicción», Job se había vuelto hacia la «iniquidad» al mantener su propia justicia. Pero hay que preferir la aflicción a la iniquidad; Pedro recuerda a los primeros cristianos que podían liberarse del sufrimiento pecando: «El que padeció en la carne, ha roto con el pecado» (1 Pe. 4:1). Lo mismo se aplica a nosotros, en lo que podamos sufrir a manos del mundo, de la carne o del diablo.
Tras advertir así a Job, Eliú vuelve de nuevo a la grandeza de Dios manifestada en la creación, y permanece en este tema hasta el final de su discurso. En particular, considera el control del Creador sobre lo que el hombre no tiene absolutamente ningún control: las nubes, el viento, el trueno, el relámpago, la lluvia, la nieve, la escarcha.
5.6 - Job 37
Cuando estas cosas vienen a su mente, Eliú admite que su corazón tiembla y se estremece. Los hombres han hecho muchos descubrimientos hoy en día, pueden dominar algunas de las leyes físicas de la maravillosa creación de Dios, pero no pueden dominar lo que Eliú menciona. Cuando «del sur viene el torbellino, y el frío de los vientos del norte» (v. 9), el más inteligente de los hombres solo puede aceptar la situación y buscar refugio o calor.
Eliú reconoce que Dios ordena el tiempo con sabiduría; lo que envía puede ser «por azote», es decir, para disciplinar, en el caso de una falta; o «por causa de su tierra», es decir, para que produzca su fruto; o «por misericordia» (v. 13), es decir, para efectuar una liberación misericordiosa. Esto también se aplica al caso de Job. Job no sabía, como tampoco sabemos nosotros, cómo ejerce Dios su poder supremo. El Señor Jesús lo ejerció cuando calmó el viento y las olas en el lago de Galilea. Lo hizo con misericordia.
Eliú termina su discurso diciendo que la majestad de Dios Todopoderoso es «grande en poder», y que todas sus acciones se hacen en justicia. Por lo tanto, cual sea la sabiduría que creamos tener, debemos permanecer en reverencia ante Él y no criticar ni cuestionar las cosas, como hizo Job.
Habiendo ocupado el lugar de «mediador» de los caminos de Dios, para que Job pudiera reconocer lo que requería la «justicia», Eliú termina su discurso con el elevado tema de la majestad y la justicia de Dios, de modo que había llegado el momento de la intervención divina.