1 - Job 1 al 7

Job


Consideramos una especie de milagro que este antiguo libro fuera aceptado por el pueblo de Israel como uno de los «oráculos de Dios» que les fueron «confiados» (véase Rom. 3:2). Job pudo ser contemporáneo de Abraham, pero ciertamente no era de su linaje, y por tanto un hombre gentil que, sin embargo, nos está presentado con palabras de alabanza como raramente se encuentran en los hijos de Israel. Es más, el libro no hace referencia alguna a la Ley de la que presumía el judío. Así pues, no hay nada que pudiera agradar especialmente al judío, sino más bien cosas que le ofenderían. Sin embargo, a lo largo de los siglos, se ha conservado allí y ha llegado hasta nosotros.

En el vemos no solo la sabiduría de Dios, sino también su misericordia. Tan pronto como el pecado entró en el mundo, surgió un problema desconcertante con el asesinato del justo Abel. ¿Por qué debe sufrir el justo? Si la vida de un hombre es verdaderamente agradable a Dios, ¿por qué no debería verse esto en el hecho de que este hombre es especialmente bueno en esta vida? Hay, por supuesto, la pregunta opuesta: ¿Por qué debería prosperar el impío?, tratada en el Salmo 73. Pero mucho antes de la época de los salmistas, Dios consideró oportuno, en su gracia, resolver el enigma para nosotros al permitir que Job sufriera una calamidad extrema, y luego disponer que esta historia se escribiera y se conservara en las Escrituras inspiradas. La solución se dio en cuanto empezaron a aparecer los «oráculos de Dios».

1.1 - Job 1

Desde el primer versículo, el autor inspirado subraya el carácter excepcional de Job. En el versículo 8, informa de que el propio Jehová hace una descripción muy similar, pero añade que Job superaba a sus contemporáneos en su piedad, pues no había «otro como él en la tierra» (v. 8). De todos los hombres, por tanto, era el único que agradaba al Todopoderoso.

En efecto, la providencia de Dios lo había hecho muy próspero. Tenía una familia privilegiada y poseía muchos animales, que constituían la riqueza de la época. De todos los hombres de Oriente, era el más grande y el más piadoso. Su piedad se repercutía sobre su familia, pues ofrecía holocaustos por ellos cuando hacían banquetes, por temor que hubieran pecado de alguna manera. Este es el retrato de este hombre extraordinario.

Los versículos 7 al 12 nos permiten echar una mirada entre bastidores de este mundo. Satanás, aunque una criatura caída, todavía tenía permiso para acceder a la presencia de Dios. Solo será arrojado a la tierra en un tiempo venidero, como se dice en Apocalipsis 12, donde se le llama «el acusador de nuestros hermanos»; eso es exactamente lo que le vemos hacer aquí: no cambia. Acusa a Job de buscar su propio interés, bajo una aparente piedad: en otras palabras, era un hipócrita, que es lo que los 3 amigos insinuarán más tarde. Prácticamente desafía a Dios a probarlo por medio de una catástrofe, y asegura que cuando la superficial piedad de Job se rompa, maldecirá al Dios que fingía temer.

Jehová acepta el desafío de Satanás y le permite actuar contra todo lo que Job poseía, excepto contra el propio Job. Satanás actúa con rapidez y las calamidades caen con un efecto devastador.

Es una escena muy instructiva. Vemos 3 causas y 2 efectos. La primera gran causa es Dios; la segunda, inferior, es Satanás; la tercera, aún menos importante –o más bien las causas– son las de Sabá, los caldeos y lo que los hombres llamarían las fuerzas de la naturaleza. El primer efecto es la pérdida completa de toda la familia y las posesiones de Job; el segundo efecto es el terrible golpe que recibió Job.

Lo que ha debido ser tan terrible para Job fue el hecho de que se emplearan 4 agentes diferentes. Si una calamidad enorme se hubiera tragado todo, el efecto en su mente probablemente no habría sido tan grande. Pero 4 calamidades separadas en un solo día, 2 de las cuales llamaríamos “acciones de Dios”, deben haber hecho la acción de Satanás particularmente impresionante. Es probable que tal serie de calamidades que, cayendo sobre un hombre en un solo día, nunca haya sido igualada en la historia del mundo.

La piedad de Job demostró no ser meramente superficial. Dios supo apoyar a su verdadero siervo; resistió la prueba y no maldijo a Dios. Se demostró que Satanás era un mentiroso y fue derrotado. Las palabras de Job: «Jehová dio y Jehová quitó», han sido repetidas millones de veces por santos afligidos, que también bendijeron a Dios como hizo Job, en lugar de maldecirlo.

1.2 - Job 2

Satanás, sin embargo, volvió a la carga, a pesar de que Dios había vuelto a dar testimonio del notable carácter de Job. Sabía muy bien que el cuerpo de un hombre es más íntimo y querido que cualquier cosa que pueda poseer, y por eso dijo: «Piel por piel, todo lo que el hombre tiene dará por su vida». Esta observación del diablo fue citada una vez en un tribunal por un abogado que deseaba promover su causa, prologándola con: “Una gran autoridad ha dicho…”, creyendo estar seguro de su autoridad, ¡ya que citaba la Biblia! El juez, que conocía la Biblia mejor que el abogado, dijo tranquilamente: “¡Tengo curiosidad por saber qué “gran autoridad” cita el abogado!”.

Por lo tanto, vale la pena recordar a nuestros lectores que este libro cita palabras de Satanás, así como muchas palabras de hombres, algunas de las cuales son bastante ciertas, como muestran otros pasajes de las Escrituras, y otras muy cuestionables. Ninguno de estos hombres que hablan estaban inspirados en lo que dijeron, aunque tenemos el registro inspirado de lo que dijeron, así que el cuadro presentado es bastante verdadero. Nunca olvidemos la diferencia entre revelación e inspiración. Toda la Escritura es inspirada por Dios, pero no toda palabra en ella es una revelación de Dios. Por ejemplo, cuando Salomón escribió: «No hay cosa mejor para el hombre, sino que coma y beba…» (Ecl. 2:24), no estaba expresando una revelación de Dios, sino su propia insensatez, que se inspiró para dejar constancia a modo de advertencia.

Pero volvamos a nuestra historia: con el permiso de Dios, Satanás afligió al pobre Job con una enfermedad de una virulencia sin precedentes, pero sin quitarle la vida. Su estado era tan espantoso y repulsivo que su propia esposa lo quería llevar a cometer el pecado al que Satanás deseaba arrastrarle. Ella se convirtió, tal vez sin saberlo, en cómplice del plan de Satanás. Pero también en este caso, sostenido por Dios, Job resistió la prueba y no pecó con sus labios. Esta vez la reacción de Job es más negativa que positiva, pero podemos ver que Satanás ha sido derrotado y ha desaparecido de la historia.

El relato podría terminar ahí, si su único propósito fuera mostrarnos cómo el poder de Dios triunfa sobre las malas acciones del adversario. Esto está claramente demostrado, pero también era necesario mostrar cómo este mismo poder, combinado con su bondad, triunfa en la conciencia, el corazón y la vida de su santo probado, transformando finalmente la calamidad más oscura en una rica bendición, tanto espiritual como material.

Los 3 amigos de Job aparecen por primera vez en escena. Nos están presentados al final del capítulo 2, y se nos informa de que acudieron llenos de simpatía y con las mejores intenciones. El relato de sus calamidades y el horror de su estado corporal los conmovió hasta las lágrimas y los asombró de tal manera que durante una semana permanecieron sentados en su presencia, mudos. La realidad superaba con mucho lo que habían oído. Debió ser terrible, para mantener la boca cerrada. Las expresiones de simpatía que habían pensado expresar se congelaron en sus labios.

1.3 - Job 3

Pero la semana de silencio tenía que terminar. Su presencia, sus lágrimas, sus ropas rasgadas, el polvo sobre sus cabezas, conmovieron a Job y le llevaron finalmente a romper el silencio. Abre la boca y maldice su día. No maldice a Dios. Maldijo el día en que nació, lamentando el hecho de no haber muerto cuando su madre le dio a luz. Pensaba que, si nunca hubiera visto la luz, ahora tendría «descanso» y no en esta terrible aflicción. En tiempos de Job había poca luz en cuanto al mundo invisible, pero él sabía que la muerte no significaba la extinción del ser, sino, para un santo, el descanso y la liberación de los problemas causados por los malvados, como los que había conocido de los de Sabá y los caldeos. «Allí los impíos dejan de perturbar» (v. 17) –dejaron de causar problemas. «Y allí descansan los de agotadas fuerzas».

Para la humanidad, casi universalmente, un cumpleaños es ocasión de recuerdo y de regocijo. Para el pobre Job, parecía un momento para lamentarse y maldecir. En los días de prosperidad, había temido la llegada de la adversidad. Ahora le había sobrevenido con una fuerza sin igual. Sus palabras angustiadas, unos 4.000 años después de haber sido pronunciadas, aún evocan nuestra simpatía.

1.4 - Job 4

Habiéndose roto el silencio de una semana, Elifaz se anima a hablar. Sus primeras palabras están marcadas por un espíritu de dulzura y consideración. Reconoce que Job ha ayudado y apoyado a otros, pero formula una pregunta pertinente: «¿No es tu temor de Dios tu confianza? ¿No es tu esperanza la integridad de tus caminos?» (v. 6).

Creemos que es aquí donde ha puesto el dedo en el punto débil de Job, como demuestra el resto del libro. La excelencia del carácter y de los caminos de Job fueron reconocidos por Dios mismo, pero siendo así, qué sutil trampa es hacer de ellos la base de su confianza y esperanza, y construir todo sobre ellos, tanto ante Dios como ante los hombres. Esto es lo que más de un santo muy piadoso ha hecho desde los días de Job.

Pero en el párrafo siguiente (v. 7–11), Elifaz malinterpreta completamente la situación. Pregunta: «¿Qué inocente se ha perdido?». Probablemente no conocía el Génesis, ya que probablemente no se escribió en su época, pero las cosas pasadas se conocían por una tradición cuidadosamente conservada. ¿Qué fue de Abel? Murió siendo inocente. El primer drama registrado después de que el pecado entró en el mundo refuta la posición de Elifaz. El justo Abel fue eliminado. Por tanto, la idea que desarrolla con la imagen de los leones se derrumba. Cosechar el desastre no significa necesariamente que los que cosechan han arado «iniquidad y sembrado» miseria (v. 8).

A partir del versículo 12, el punto de vista de Elifaz se aclara. Comienza a relatar una experiencia propia bastante aterradora: en una visión, un espíritu le dirigió una palabra de advertencia sobre la fragilidad y la impureza del hombre en presencia de su Creador. Lo que oyó era perfectamente cierto. Ningún mortal puede ser más puro ni más justo que Dios; en ambos aspectos está por debajo de la gloria de Dios.

1.5 - Job 5

Elifaz continúa en esta línea y vuelve a referirse a lo que ha visto. El versículo 3 comienza «He visto…», y pasando al capítulo 15, donde se menciona su segundo discurso, vuelve a decir: «Te contaré lo que he visto» (v. 17). Está claro, pues, que la validez de su argumento descansa principalmente en su capacidad de observación. Se basa en sus capacidades para dar su opinión sobre el significado de las desgracias que le ocurrieron a Job.

En este capítulo, algunas de las afirmaciones de Elifaz son perfectamente ciertas: por ejemplo: «Como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción» (v. 7), en este mundo pecaminoso. También es cierto que Dios «prende a los sabios en la astucia de ellos» (v. 13) y que «bienaventurado es el hombre a quien Dios castiga» (v. 17). Pero podemos ver que todo lo que dice lo dice de tal manera que se vuelve contra el pobre Job: había visto a hombres arraigarse y de repente ser maldecidos, además, sus hijos eran aplastados y sus posesiones engullidas por los ladrones; pero estos hombres eran “necios”. Es obvio que todas estas observaciones son una similitud con el caso de Job. Elifaz parece estar diciendo que Job había parecido sabio, pero que ahora estaba atrapado en su astucia.

El consejo que da hacia el final de su discurso es bueno. Job no debe despreciar el castigo del Todopoderoso, sino aceptar la corrección; entonces la marea del mal cambiará y llegará la bendición. Los últimos versículos hablan de la llegada de la liberación de Dios, de una prosperidad renovada: «Sabrás que hay paz en tu tienda; visitarás tu morada, y nada te faltará» (v. 24); tendrás muchos descendientes (v. 25), y vivirás hasta una edad madura (v. 26).

Estos fueron los últimos días de Job, pero en ese momento Elifaz estaba insinuando que la ausencia de tal prosperidad era el castigo de Dios por un pecado pasado que había permanecido oculto. En conclusión, Elifaz afirma con seguridad que lo que dice es cierto: «Es así», declara, porque él lo había examinado y lo había visto así.

1.6 - Job 6

Todo esto lleva a Job a responder. Comienza reconociendo que las flechas que lo alcanzaron procedían del Todopoderoso, pero sus amigos no tienen una idea justa del peso de su calamidad y de su dolor. Los animales bien alimentados no expresan su angustia bramando o aullando, ¡así que él no grita sin motivo! Siente que su comida es «desabrida» y desea que Dios lo suprima por completo en lugar de prolongar su miseria.

En los versículos 14 al 23, Job ataca a sus amigos. Deberían haberse compadecido de él, el afligido, si quisieran caminar en el temor de Dios; pero, en lugar de eso, empezaron a engañarlo. Eran como arroyos que se secan con el calor, justo cuando las caravanas de Temán o Sabá más los necesitaban.

En el versículo 24, su apelación es más directa. Dice a sus amigos que dejen sus vagas insinuaciones y le acusen directamente. Que le muestren en qué se ha equivocado, para que, instruido por ellos, contenga su lengua. Observa con razón: «qué eficaces son las palabras rectas», pero ¿cuál es el efecto de la “argumentación” o el “acoso” de Elifaz? Cuántas veces, entre hermanos en Cristo, las insinuaciones vagas, incluso las acusaciones, han causado estragos, cuando las «palabras rectas», basadas en hechos exactos, habrían resultado eficaces y habrían hecho bien.

1.7 - Job 7

Job continúa respondiendo. Aquí, su discurso parece dividirse en dos partes: versículos 1-10, y 11-21. Al leer la primera parte, nos sorprende el carácter patético de la situación de Job. La siente intensamente y la expresa conmovedoramente. «Meses de clamidad» y «noches de trabajo» eran su estado, de modo que, al igual que el esclavo anhela la sombra de la tarde, o el asalariado su salario, él anhela el final. Como la lanzadera del tejedor, sus días se escapaban, y no tenía esperanza. Su angustioso estado está descrito de forma muy animada, y sus amigos deberían tener más compasión.

En los versículos 11 al 21, Job se dirige claramente a Dios y comienza a dirigirle su amarga queja. Se da cuenta de lo pequeño que es; no es tan grande como el mar o un monstruo marino. En los versículos 13 al 16, grita que sus noches están atormentadas por sueños y visiones aterradoras que él cree que vienen de Dios. Aborrece su vida actual y le dice a Dios que desea morir.

Pero obsérvese cómo cambia el tono de su queja cuando se dirige a Dios. Se da cuenta enseguida de que el hombre es insignificante y pecador. Grita: «¿Qué es el hombre?» Y aunque no puede responder a esta pregunta con la luz que se le dio a David en el Salmo 8, o con toda la luz del Nuevo Testamento, sabe lo suficiente para admitir que el hombre no es lo que debería ser, y que es un milagro que Dios lo tenga en su corazón.

En el versículo 20, va aún más lejos; se da cuenta de que Dios no le abandonará y confiesa su pecado: «Si he pecado, ¿qué puedo hacerte a ti, oh Guarda de los hombres?». Sabe que está bajo la mirada de Dios, que puede ver el error del que no es consciente. ¿Por qué Dios no lo perdona y lo libera de su carga?

Así, Job admite desde el principio cierto sentimiento de culpabilidad, pero, al haber vivido una vida de piedad y rectitud exterior, no se da cuenta de su alcance. Dios inicia el proceso que le llevará a darse cuenta de la magnitud de su culpabilidad.

¿Lo hemos comprendido nosotros mismos? ¿Hemos llegado a la confesión de Pablo?: «Porque sé que en mí (es decir, en mi carne) no habita el bien» (Rom. 7:18).