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5 - Capítulo 5 – La Asamblea: En el día de la ruina

La Iglesia, la Asamblea del Dios vivo


En los capítulos precedentes hemos procurado en primer lugar considerar la Iglesia tal como fue establecida por Dios en el principio, y aprender de las Escrituras cuál es su naturaleza, qué orden debe prevalecer en ella y cómo debe funcionar de acuerdo con el pensamiento de Dios. La hemos visto en su carácter universal y en su aspecto local, y hemos notado lo que debe caracterizar a una asamblea de creyentes reunidos según las Escrituras, localmente y en su relación con otras asambleas. Hemos observado aquí y allá hasta qué punto la cristiandad se ha apartado del modelo primitivo de la Iglesia tal como Dios la instituyó por primera vez, y hemos observado con frecuencia que la iglesia profesa en la tierra (incluyendo a todos los que exteriormente reclaman el nombre de Cristo) se encuentra en un estado general de ruina, decadencia y desorden. Consideraremos ahora a la Iglesia en el día de la ruina y el camino que Dios traza para el creyente en medio de esta ruina.

Este estado de ruina de la Iglesia y de alejamiento de la Palabra de Dios estaba anunciado en el Nuevo Testamento y ya había comenzado en el tiempo de los apóstoles. Es irreparable y empeorará hasta que el Señor finalmente arrebata al cielo a los verdaderos creyentes, su esposa, y vomite la falsa iglesia de su boca, y ejecute juicio sobre ella (vean Mat. 25:10-12; Apoc. 3:16; 18:1-10; 19:11-21).

Según las Escrituras, no hay esperanza de que la Iglesia regrese en la tierra al estado original de pureza, unidad y poder espiritual que experimentó en Pentecostés. Por el contrario, llegará a un estado extremo de apostasía e idolatría, con la gran Babilonia y el anticristo (Apoc. 17 y 2 Tes. 2:1-12). Por lo tanto, lo que conviene al creyente sincero y convencido en un día de ruina no es tratar de llevar a la Asamblea a los días de Pentecostés, sino reconocer con dolor y humillación ante Dios esta condición real de ruina y miseria de la Iglesia (a la que todos pertenecemos) y luchar con celo por la fe en la santidad y en el amor.

5.1 - Las directivas de 2 Timoteo 2

No importa cuán grande sea la ruina en la Iglesia, aquellos que desean agradar al Señor y obedecer a su Palabra no necesitan desesperarse. Dios, que permitió que la decadencia y el desorden comenzaran en la Iglesia en el tiempo de los apóstoles, nos ha dado a través de ellos suficiente luz y dirección para discernir su camino en el día de la ruina. La Segunda Epístola a los Tesalonicenses, la Segunda Epístola de Pedro, las 3 Epístolas de Juan y la de Judas nos dan dirección y ayuda para el día de la decadencia y la apostasía. Además de estas, tenemos instrucciones particulares y definidas para nuestro tiempo, en la Segunda Epístola a Timoteo, que trata especialmente de esta condición de ruina y de los últimos días de la Iglesia. En esta Epístola vemos la luz de Dios, que brilla en la creciente oscuridad y confusión de la cristiandad, y que muestra al alma perpleja cuál es el camino divino en medio de la ruina.

En la Primera Epístola a Timoteo vemos el orden de cosas que debe prevalecer en la Asamblea, y la manera de comportarse en la Casa de Dios, que es la Asamblea del Dios vivo. La Segunda Epístola a Timoteo fue escrita cuando el desorden y el mal ya habían entrado en lo que exteriormente era la Casa de Dios, y no había poder para lidiar con ello en ese momento. En esta Epístola, el apóstol le enseña a Timoteo cómo caminar y qué hacer en tal estado de desorden, mal y abandono de la Palabra de Dios.

Cuando fue escrita la Primera Epístola a Timoteo, la Iglesia era la Casa de Dios, pero cuando lo fue la Segunda, la Iglesia se había convertido en una casa grande donde había vasos a honor y vasos para deshonra. A partir de entonces, era necesario purificarse desprendiéndose de estos vasos de deshonra si se quería ser un vaso a honor, útil al Maestro. Tal es el camino indicado por el apóstol en esta Segunda Epístola a Timoteo.

Esta Epístola trata de la casa grande con sus vasos a honor y para deshonra, y describe claramente el camino divino para el alma fiel y piadosa (2 Tim. 2:19-26). Escrita justo antes de su martirio, es la última de las 14 Epístolas divinamente inspiradas que tenemos del apóstol Pablo; allí encontramos, especialmente en los versículos antes mencionados, las últimas instrucciones de Dios acerca de la verdad concerniente a la Iglesia o a la comunión en la Asamblea, tal como nos fueron dadas por un apóstol especialmente calificado para ese propósito.

Por lo tanto, esta porción de la Escritura es muy importante y requiere nuestra atención especial. Estos versículos nos dan instrucción y dirección divina en cuanto al camino que el creyente individual debe seguir cuando la Iglesia está en desorden, en ruina y apóstata.

5.1.1 - El sólido fundamento

Antes de mostrarle al creyente que desea seguir el camino de Dios qué hacer en el día malo, el apóstol Pablo habla del sólido fundamento de Dios. «Pero el sólido fundamento de Dios está firme, teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos; y: Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor» (v. 19). La iglesia profesa estaba en muy mal estado en el momento en que Pablo estaba escribiendo. Las asambleas se desviaron del camino de la fe; algunos enseñaron falsas doctrinas y trastornaron la fe de otros, como lo hicieron Himeneo y Fileto, de quienes habla el apóstol en los versículos 17 y 18.

Había malas acciones y enseñanzas por todos lados, y estaba destinado a empeorar. Pero en medio de tal fuente de confusión y desaliento, hay una palabra para restaurar la energía y el consuelo: «Pero el sólido fundamento de Dios está firme». Frente a la apostasía que engendra problemas, se vuelve a lo que es invariable y permanente: el sólido fundamento de Dios. Lo que Dios ha establecido permanece como un fundamento inmutable y seguro. El hombre fracasa en todo lo que se le confía, pero lo que es de Dios permanece intacto, y el creyente descansa apaciblemente sobre ese fundamento, por grande que pueda llegar a ser la ruina de lo que profesa el nombre de Cristo.

Anteriormente, Pablo había escrito a los corintios: «Nadie puede poner otra base diferente de la que ya está puesta, la cual es Jesucristo» (1 Cor. 3:11). Él, el Hijo eterno de Dios y el Hijo del hombre, es ese fundamento seguro, esa Roca sobre la cual está edificada la verdadera Iglesia, y contra la cual «las puertas del Hades no prevalecerán» (Mat. 16:16-18). Cristo es la piedra de fundamento de la que profetizó Isaías: «He aquí que yo he puesto en Sion por fundamento una piedra, piedra probada, angular, preciosa, de cimiento estable; el que creyere, no se apresure» (Is. 28:16).

Aquí, en la Segunda Epístola a Timoteo, no se dice cuál es el fundamento. El Espíritu de Dios ha dejado deliberadamente un término general. Sin lugar a dudas, es Cristo Jesús y esto también incluye todas las cosas que Dios nos ha dado en él, que son inmutables y permanentes. ¡Qué estímulo para nosotros en el día de la apostasía, cuando los fundamentos de la fe son socavados y destruidos por hombres malvados! «Cuantas promesas de Dios hay, en él está el sí; y también en él el amén» (2 Cor. 1:20). Cristo y sus promesas son un fundamento seguro sobre el cual el creyente puede descansar.

Entre las muchas bendiciones maravillosas que nos están aseguradas en Cristo, hay 3 que son especialmente dignas de mención:

1. La presencia constante de Cristo con los suyos, en toda su plenitud, es enteramente suficiente. «Estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del siglo» (Mat. 28:20). «Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20). Es, en efecto, una promesa preciosa para el día de la ruina.

2. La morada permanente del Espíritu Santo en el creyente está asegurada para él. «Yo rogaré al Padre, y él os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre… mora con vosotros y estará en vosotros» (Juan 14:16-17).

3. La Palabra de Dios está ahí para nosotros. «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mateo 24:35).

¡Qué aliento y apoyo encuentra el creyente, en el día de la ruina, en la presencia constante del Hijo de Dios, del Espíritu de Dios y de la Palabra de Dios! De la misma manera, el remanente judío fue alentado en los días de Hageo: «Yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos. Según el pacto que hice con vosotros cuando salisteis de Egipto, así mi Espíritu estará en medio de vosotros, no temáis» (Hag. 2:4-5).

5.1.2 - El sello

En el sólido fundamento de Dios está adherido un sello con un lado divino y otro humano: «Teniendo este sello: Conoce el Señor a los que son suyos». Este es el lado divino. En medio de la confusión y la miseria de la cristiandad, el Señor ve y conoce a cada persona que tiene una relación viva con él y que verdaderamente le pertenece. No conocemos a todos los creyentes, ni siquiera en un lugar específico; el Señor los conoce. Este conocimiento que él tiene es un recurso en el que siempre podemos confiar en la ruina actual de la Iglesia.

La marcha de algunos cristianos nominales es tal que es imposible saber si lo que muestran corresponde a algo real. Tales personas deben ser dejadas al Señor, quien conoce a los suyos y manifestará a su debido tiempo a los que realmente le pertenecen y a los que no le pertenecen.

Por otro lado, los verdaderos creyentes que son fieles al Señor a menudo son malinterpretados, calumniados y perseguidos por el mundo o por personas mundanas que se llaman a sí mismas cristianas, porque no siguen al mundo y a la iglesia profesa en su conducta desordenada. La posición eclesiástica de una persona puede ser juzgada y calumniada; puede estar solo, objeto del desprecio de la comunidad cristiana. El Señor conoce cada una de las suyos, cada una de sus circunstancias: esta certeza es un verdadero estímulo y un poderoso apoyo. Él nos entiende, cuando otros pueden dudar de nosotros.

Pero hay otro lado del sello de Dios, el lado de la responsabilidad del hombre. «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor» (2 Tim. 2:19). Quien pronuncia el nombre del Señor y dice ser cristiano está obligado a seguir a Cristo en el camino de la justicia y a apartarse de toda injusticia. Si alguno confiesa el nombre del Señor, debe andar de acuerdo con ese santo nombre y no asociarlo con ninguna iniquidad o injusticia. Como Señor, Cristo requiere obediencia y sumisión a su autoridad.

La separación del mal siempre se enfatiza a lo largo de la Biblia. Se enfatiza especialmente en el día de la ruina como una necesidad primordial para el alma piadosa. Al hacerlo, se da una prueba visible de la actividad de la naturaleza divina, que aborrece el mal, ama el bien y desea obedecer y honrar al Señor. «Dejad de hacer lo malo; aprended a hacer el bien» (Is. 1:16-17). Este es siempre el mandamiento de Dios. El primer paso es separarse del mal; entonces Dios enseñará su voluntad y mostrará el siguiente paso.

Todo lo que no esté sujeto a toda la voluntad de Dios es iniquidad. Es quizás un punto en particular o un sistema religioso el que será para una persona la iniquidad de la cual debe separarse. A veces la iniquidad parece muy agradable al corazón humano, pero si algo es contrario a la voluntad revelada de Dios y contrario a su Palabra, es malo y debemos separarnos.

5.1.3 - La casa grande

«Pero en una casa grande no hay solo vasos de oro y de plata, sino también de madera y de barro; y unos son para honor, y otros para deshonor» (v. 20). El apóstol utiliza aquí la figura de una casa grande, con sus diversos vasos a honor y deshonor. Es una imagen de lo que la cristiandad estaba llegando a ser cuando Pablo escribió esta Epístola. Ya no podía ser definida como «la casa de Dios… la Iglesia del Dios vivo, columna y cimiento de la verdad», como fue cuando se escribió la Primera Epístola de Pablo a Timoteo (3:15). En ese momento, la Iglesia presentaba la verdad al mundo como un pilar, pero después algunas personas enseñaban doctrinas falsas dentro de ella; los incrédulos se habían infiltrado, y había mucha confusión, mezcla y maldad en lo que profesaba ser la Casa de Dios.

Lo que afirmaba ser la Casa de Dios se estaba volviendo rápidamente similar a lo que se encuentra entre los hombres: una casa grande con vasijas mixtas. Ya no tenía ese sello divino exclusivo que la convertía en la Casa de Dios, caracterizada por la santidad y la justicia. Había perdido su carácter de santidad y verdad. Tal era el estado de la Iglesia profesa al final de la vida de Pablo, y esta situación ha continuado y empeorado mucho desde entonces, de modo que la cristiandad es, ahora más que nunca, una casa grande con vasos mezclados, unos para honra y otros para deshonra.

Los vasos de oro y plata son vasos aptos para el servicio de la Casa de Dios. Nabucodonosor una vez se había llevado los vasos de oro y plata del templo de Jerusalén y los había llevado a Babilonia (Dan. 5:2-3). No debía haber vasos de madera ni de tierra en la Casa de Dios. En Romanos 9:21-23 aprendemos que los vasos para deshonra son «vasos de ira ya preparados para perdición» y que los vasos de honor son «vasos de misericordia que él preparó para la gloria». Así, de manera general, los vasos de oro y plata representarían a los verdaderos cristianos; han de ser vasos de honor, «vasos de misericordia», mientras que los vasos de madera y tierra simbolizarían a los de la cristiandad que no se han convertido, «vasos de ira ya preparados para perdición».

Sin embargo, un vaso de oro de honor se puede usar «para perdición», como lo hizo Belsasar cuando utilizó los vasos sagrados del templo en su fiesta idólatra. De la misma manera, en la casa grande de la cristiandad, donde los vasos representan a personas, un verdadero creyente puede hacer algo que deshonre al Señor o estar asociado con vasos para deshonra, convirtiéndose así en un vaso de deshonra. El Señor no puede aprobar el servicio de alguien que se asocia con el mal; en consecuencia, desprenderse de los vasos para deshonra es una condición para ser un vaso a honor (v. 21).

Así es el cuadro divino de la cristiandad, con su mezcla impura de los salvos y los perdidos, de los verdaderos y los falsos creyentes. Este es su estado en el día de la ruina. El conjunto de lo que se llama a sí mismo cristiano se ve como una casa grande con vasos mezclados. Cada cristiano hace parte de ella, independientemente de la rectitud de su corazón y de sus motivos hacia el Señor, porque la casa grande contiene a todos los que se llaman a sí mismos cristianos. Pero el creyente sincero y fiel está llamado a purificarse personalmente de todos los vasos de deshonra en la casa, aunque nunca pueda salir de la casa misma.

5.1.4 - Purificarse a sí mismo

«Si, pues, alguien se purifica de estos, será un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» (v. 21). Cuando la cristiandad ya no responde al carácter divino de la Asamblea, tal como Dios la ha formado, hay un llamado apremiante a la fidelidad y responsabilidad individual de separarse de todo lo que es contrario al honor de Cristo. Es a cada individuo a quien se dirige aquí el llamado a purificarse de los vasos de deshonra, separándose de ellos.

¿Alguien quiere ser un vaso a honor y útil al Maestro? Que se separe, para no contaminarse, de lo que es falso, corrupto y contrario a la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, uno no puede asociarse con aquellos que deshonran a Cristo, niegan su deidad o humanidad perfecta, se aferran a alguna otra mala doctrina, o toleran el mal en la práctica, y al mismo tiempo buscan honrar al Señor en su caminar personal y ser un vaso santificado para el servicio del Maestro. Ningún creyente puede servir verdaderamente al Señor estando en relación con el mal o permaneciendo asociado con un sistema religioso o asamblea que tolera el mal o acepta a los incrédulos. Uno debe ser un vaso puro antes de que pueda ser útil al Señor, y la condición necesaria para ser un vaso santificado y útil, listo para el servicio del Maestro, se establece aquí claramente como siendo la separación de los vasos de deshonra.

Si una asamblea se niega a purificarse del mal que está en medio de ella, como se ordena en 1 Corintios 5, el creyente fiel, después de haber advertido y usado de suficiente paciencia, debe purificarse yéndose. No se puede tener comunión con el mal y ser un vaso puro. «Un poco de levadura hace fermentar toda la masa». «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor». Es cuando estamos separados del mal que comprendemos lo qué es la santidad de Dios, cuáles son sus derechos sobre nosotros y cuán incompatible es su naturaleza con el mal.

Por supuesto, los que procuran obedecer el mandato de Dios de separarse de los vasos de deshonra, de iniquidad y de todo lo que es contrario a la Palabra de Dios, a menudo son criticados y condenados. Como fue en los días de Isaías, así es ahora: «La verdad tropezó en la plaza, y la equidad no pudo venir… la verdad fue detenida, y el que se apartó del mal fue puesto en prisión» (Is. 59:14-15). Una separación para Dios cuesta mucho, pero también enriquece mucho. El dolor de la separación y el reproche que se le atribuye deben ser soportados si se quiere agradar al Señor por encima de todo, y ser un vaso listo para el servicio del Maestro. Entonces se debe aprender que «obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros» (1 Sam. 15:22). El alma obediente experimentará ricas bendiciones y nueva fuerza para sí misma. Algunos pueden insistir en la unidad de la Asamblea, y tolerarán el mal bajo el pretexto de no romper esa unidad y causar división, pero tales pensamientos son condenados y rechazados por las palabras perentorias del apóstol: «Si alguien se purifica de estos».

Cuando la bancarrota y el mal se han instalado en el seno de la Iglesia, es de temer que el deseo de unidad exterior persuada incluso al creyente fiel a aceptar el mal y a caminar en comunión con él antes que romper esa unidad. Pero 2 Timoteo 2:21 establece el principio de la fidelidad individual y la responsabilidad individual de separarse del mal, y coloca este principio por encima de todas las demás consideraciones. La unidad nunca debe buscarse a expensas de la verdad o la justicia, porque esto es contrario a la naturaleza misma de Dios que es luz. En el día de la ruina, la Palabra insiste en la separación del mal más que en la unidad exterior.

Algunos enseñan y sostienen que uno debe permanecer en una iglesia o asamblea (incluso si las cosas no están en orden o son contrarias a la Palabra de Dios) tratando de hacer todo el bien allí para mejorar la situación, o tomando una posición allí como testigo del Señor. De acuerdo con las Escrituras que hemos considerado, debería ser evidente para nuestros lectores cuán errónea y contraria a las directivas divinas es esta enseñanza. Solo se puede ser un vaso santificado, útil al Maestro, y preparado para toda buena obra, si se está separado de los vasos para deshonra. Entonces se puede estar en la mano del Señor para la bendición de las almas. Primero hay que salir del pantano antes de poder ayudar al que está allí.

En los días malos en que vivió Jeremías, Dios le dijo: «Si te convirtieres, yo te restauraré, y delante de mí estarás; y si entresacares lo precioso de lo vil, serás como mi boca. Conviértanse ellos a ti, y tú no te conviertas a ellos» (Jer. 15:19). Jeremías disfrutó de la Palabra de Dios en su corazón y dijo: «No me senté en compañía de burladores, ni me engreí a causa de tu profecía; me senté solo» (Jer. 15:16-17). Así, Dios podía utilizarlo para separar almas preciosas del estado de mal en Israel y asimilarlo a su boca para proclamar su Palabra. Pero no debía volver a aquello de lo que se había separado. «No te conviertas a ellos» o “deja que vuelvan a ti”.

2 Corintios 6:14-18, presenta con fuerza otro mandamiento. «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; pues, ¿qué relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas?… ¡Salid de en medio de ellos y separaos!, dice el Señor, y ¡no toquéis cosa inmunda; y yo os recibiré!, «seré vuestro padre, y vosotros seréis mis hijos y mis hijas, dice el Señor Todopoderoso». Que cada lector preste atención a estas palabras de exhortación y estímulo para caminar fielmente por Cristo en medio del mal de la cristiandad.

5.1.5 - La conducta personal

«Huye de las pasiones juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22). Hemos visto en los versículos precedentes que es necesario

desprenderse de los vasos para deshonra en la casa grande de la cristiandad si se ha de ser un vaso santificado preparado para toda buena obra. Ahora el apóstol nos advierte del peligro de preocuparnos personalmente por el mal que nos rodea y la necesidad de separarnos de él. Aquí se exhorta al creyente acerca de su conducta personal y de las gracias que debe buscar como un vaso separado. No solo tenemos que ocuparnos del lado negativo de la separación del mal, sino que debemos pensar en el lado positivo: buscar la justicia, la fe, el amor, la paz con otros creyentes de ideas afines.

Al separarse del mal eclesiástico en la Iglesia, es de la mayor importancia que el creyente preste atención a su propia conducta y vea que camina de acuerdo con la justicia y de acuerdo con el modelo que tenemos en Cristo. Es inútil reconocer lo que está mal y separarse de ello si uno es defectuoso en su conducta personal. Ella es vista por todos, y aquellos que están enredados en la iniquidad y de quienes nos hemos separado pronto podrán juzgarla como “no cristiana”. Por lo tanto, el apóstol exhorta aquí a Timoteo, y a todo creyente que desee ser fiel, a que se guarde de todo lo que pueda obstaculizar o hacer inútil el testimonio dado al separarse del mal.

Debemos huir de las codicias de la juventud. No solo se deben evitar los deseos mundanos y carnales, sino que también se deben evitar los deseos característicos de la juventud, como la confianza en sí mismo, la ligereza, la impaciencia, la impetuosidad, la independencia, la exhibición de conocimiento y la tendencia a razonar. Todas estas cosas, tan naturales en la juventud, pueden aparecer en un creyente mayor y manchar su testimonio. Un «vaso para honra» no debe caracterizarse por esas codicias típicas de la juventud en su vanidad. Debe huir de cualquier tendencia a abandonarse a estas pasiones juveniles y evitar todo lo que pueda revelar la ausencia de un espíritu sobrio, gentil y humilde que caracteriza a quien camina con Dios.

El creyente que se ha separado debe buscar la justicia, la fe, el amor y la paz. Todos deben caminar en rectitud práctica buscando lo que es justo y apropiado ante Dios y los hombres y actuando en consecuencia. Debemos notar que primero se menciona la justicia, luego la fe, luego el amor y finalmente la paz. Lo primero que hay que tener en cuenta es la justicia, no el amor y la paz. Si el amor y la paz son lo primero, la verdad corre el riesgo de ser comprometida y la justicia sacrificada. El mal corre el riesgo de ser tolerado bajo el disfraz del amor y con el deseo de paz. Debemos buscar el amor y la paz, pero no podemos tener paz a expensas de la justicia, por lo que debemos buscar ante todo la justicia. No puede haber paz en presencia de los malvados y enemigos de Cristo.

Con la justicia, también debemos buscar la fe. Esto mantiene al creyente en comunión con Dios y en su dependencia; el corazón se sostiene en un camino de justicia y de separación del mal. La fe mantiene a Dios ante el alma y nos impide considerar las cosas desde el punto de vista de los recursos y del razonamiento puramente humanos. La fe es necesaria para mantenerse firme en el camino de la justicia. Moisés «perseveró como viendo al Invisible» (Hebr. 11:27).

Sin fe y amor, nuestra búsqueda de la justicia probablemente se convertirá en una actitud fría y legalista con una inclinación hacia la justicia propia. Por eso, la fe y el amor deben estar unidos a la justicia. La fe precede al amor en el versículo que tenemos ante nosotros, porque la mirada debe estar fija en Dios, fuente del amor, para que haya un verdadero amor cristiano en actividad. La justicia y la fe deben dirigir el amor. No puede haber amor verdadero sin obediencia. El verdadero amor a Cristo y a las almas llevará a caminar en justicia y fe.

Cuando la fe está activa, Dios estará delante del alma, su amor llenará el corazón y el caminar se caracterizará por el amor divino. Esto es fundamental para el «vaso para honra». Debe buscar el amor y manifestar el amor de Cristo en todas sus relaciones.

El resultado de la búsqueda de la justicia, la fe y el amor será entonces la paz, una paz sobre una base justa. El creyente separado no debe insistir en su propia voluntad ni provocar disputas, sino seguir «lo que conduce a la paz». «Si es posible, en lo que depende de vosotros, vivid en paz con todos los hombres» (Rom. 14:19; 12:18). Una persona contenciosa y provocadora es una vergüenza para Cristo y demuestra que no busca la justicia, la fe, el amor y la paz.

Los versículos 23 al 25 añaden otras características que deben marcar en su conducta personal a un «vaso para honra» santificado. Debe evitar las preguntas insensatas y sin sentido que generan contestación, y no debe disputar con nadie, sino ser «amable con todos, apto para enseñar, sufrido, instruyendo a los opositores con afabilidad». Las disputas y las contestaciones sobre la verdad o las preguntas insensatas son inútiles y sin provecho. La verdad de Dios debe estar declarada con claridad y gracia y enseñada con toda paciencia, dulzura, humildad, incluso a los oponentes; pero el siervo del Señor no debe disputar con los que se resisten a la verdad.

Estas son las directivas para la conducta personal de los creyentes que procuran agradar al Señor y ser vasos a honor santificados y útiles en medio de la ruina de la casa grande en que se ha convertido la cristiandad. ¡Que el Señor nos conceda la gracia de revestir estos caracteres!

5.1.6 - Con quién asociarse

Volviendo al versículo 22, notamos que el creyente que se ha separado no solo debe buscar la justicia, la fe, el amor y la paz individualmente, sino «con los que de corazón puro invocan al Señor». Se le anima a buscar estas cosas en compañía y comunión de aquellos que hacen lo mismo e invocan al Señor con un corazón puro.

El creyente fiel se encontrará así asociado con otros cristianos en este camino en el que se separa de los vasos para deshonra. Formado divinamente para apreciar la comunión de los creyentes, se alegra ante la perspectiva de tener comunión con otros cristianos en el nuevo camino al que lo ha llamado la fidelidad a Dios y a su Palabra.

No se debe temer el aislamiento que puede resultar de la separación del mal, pero tampoco debe un creyente elegir permanecer solo. Dios obrará en otros corazones para guiarlos a separarse de la iniquidad también y a buscar la justicia, la fe, el amor y la paz invocando al Señor con un corazón puro. Estamos llamados a caminar en comunión cristiana con aquellos que lo hacen. Este es el camino y el círculo de comunión que esta de acuerdo con el pensamiento de Dios para el creyente sincero y convencido en el día de ruina.

Puede que solo haya 2 o 3 personas aquí o allá que reúnan estos rasgos morales. Si esto es así, no debemos despreciarlos, sino reconocerlos como aquellos a quienes el Señor también ha puesto en el corazón el deseo de conocer su voluntad y la energía para hacerla. Es con ellos con los que debo caminar en feliz comunión. El gran número es importante para una mente mundana, pero no debe influir en alguien que quiere ser fiel a Cristo.

El Señor sabía de antemano cuáles serían las circunstancias de la cristiandad en días oscuros y malos, y en su gracia dio recursos. Es por eso que prometió: «Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20). Él sabía que llegaría a eso, que podría haber solo 2 o 3 creyentes aquí o allá que buscarían su aprobación y obedecerían su Palabra, así que, en su ternura y amor, prometió su presencia a esos 2 o 3 que se reunían solo a su nombre. ¡Qué consuelo y bendición encontramos allí! ¿Qué más se puede desear?

Nos gustaría enfatizar aquí que estar solo sin la compañía y la comunión de otros creyentes no es el camino de Dios para un cristiano en ningún momento. No se trata de transigir con el mal, pero tampoco se debe permanecer solo y negarse a identificarse con otros creyentes. 2 Timoteo 2:22 nos dice esto claramente. La voluntad de Dios es que busquemos «la justicia, la fe, el amor y la paz con los que de un corazón puro invocan al Señor». Es posible que no encontremos a nuestro alrededor a nadie con quien encontrarnos, según las Escrituras, pero el Señor ciertamente encontrará creyentes no muy lejos con los que seremos libres para tener comunión.

Algunos podrían llegar a la conclusión de que las condiciones se han vuelto tan malas en la Iglesia que no queda ninguna compañía de creyentes con los que puedan tener comunión libremente, etc., y en consecuencia permanecen solos y alejados de todo. Esto es contrario a las Escrituras y denota un espíritu de orgullo que se considera superior a todos y a todo. Cuando Elías creyó que él era el único que se mantenía firme por Dios, ha debido aprender que había 7.000 hombres que no habían doblado sus rodillas ante Baal (1 Reyes 19:14-18). Dios siempre ha mantenido un remanente de creyentes fieles a lo largo de los siglos como testimonio de sí mismo.

Por lo tanto, como creyente separado, uno debe tener comunión con aquellos que están caracterizados por la búsqueda de la justicia, la fe, el amor y la paz, y por el mantenimiento de una pureza colectiva de corazón. Es con esta compañía que el creyente sincero debe caminar. Aquellos que invocan al Señor con un corazón puro son aquellos que se manifiestan claramente como tales por los caracteres anteriores: conocemos el corazón solo por la vida práctica.

Se ha escrito acerca de este versículo: “Lo que está en la mente del Espíritu de Dios aquí es una pureza colectiva; es decir, una pureza que caracteriza a todo el conjunto. Aquellos que están así reunidos son aquellos que se unen sobre la base de la Palabra en devoción y afecto por el Señor Jesucristo. Tratan de mantener su nombre, su verdad, su honor, lejos de todo lo que sería impropio de él. De esto, creo, es de lo que habla el apóstol cuando escribe: «Los que de corazón puro invocan al Señor»; la pureza de corazón, la integridad de corazón y la consagración personal a Cristo, son los sellos distintivos de la compañía que debo buscar cuando me he separado” (W.T. Turpin).

Cuando se ha hallado una asamblea así reunida de acuerdo con las Escrituras, esta posición debe mantenerse con paciencia, mansedumbre y humildad, como se declara en los versículos 23-25, de los cuales hablamos antes en relación con la “conducta personal”.

En verdad, tenemos suficiente y alentadora guía en 2 Timoteo 2 para discernir el camino de Dios en el día de ruina. ¡Que los lectores y el autor sean encontrados de esta manera hasta que el Señor regrese!

5.2 - Fuera del campamento

Al final de la Epístola a los Hebreos, después de haber expuesto tan maravillosamente la perfección de la persona y obra de Cristo para el creyente, el autor inspirado escribe: «Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo con su propia sangre, padeció fuera de la puerta. Así que salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio» (Hebr. 13:12-13). Aquí tenemos otro principio importante para la conducta del creyente piadoso en el día de la ruina de la Iglesia. Debemos considerar cuidadosamente esta importante verdad.

El apóstol llama la atención en estos versículos sobre el hecho de que Cristo fue crucificado fuera de Jerusalén, el centro del judaísmo. Por lo tanto, se exhorta al creyente a salir a él, que fue rechazado del campamento, y a llevar su oprobio. Pero antes de estudiar la parte de las Escrituras mencionada anteriormente, será útil para una comprensión más clara de nuestro tema considerar primero el campamento de Israel y el ejemplo dado por Moisés al establecer la tienda de reunión fuera del campamento.

5.2.1 - El campamento idólatra de Israel

En Éxodo 32, donde se menciona el campamento de Israel, notamos que cuando Dios fue suplantado en este campamento por la idolatría del becerro de oro, se enojó y el juicio se ejecutó sobre el pueblo (v. 10, 27-28). El campamento de Israel había sido reconocido por Dios como perteneciéndole, y él había habitado en medio de ellos, pero cuando ellos hicieron y adoraron un becerro de oro, ya no pudo reconocerlos como su pueblo.

El hombre había trabajado con su cincel, había formado un dios, le había construido un altar, había instituido un día de fiesta, había ofrecido sacrificios; el pueblo se había sentado a comer y beber y se había levantado para divertirse (v. 4-6). Israel se había corrompido y Dios no podía encontrarse con ellos en este campo idólatra.

En Éxodo 33, Moisés entiende lo que es apropiado para la santidad de Dios en medio de tal mal y actúa separándose del campamento de Israel. «Y Moisés tomó el tabernáculo, y lo levantó lejos, fuera del campamento, y lo llamó el Tabernáculo de Reunión [18]. Y cualquiera que buscaba a Jehová, salía al tabernáculo de reunión que estaba fuera del campamento… Cuando Moisés entraba en el tabernáculo, la columna de nube descendía y se ponía a la puerta del tabernáculo, y Jehová hablaba con Moisés… Y hablaba Jehová a Moisés cara a cara, como habla cualquiera a su compañero» (v. 7-11).

[18] En inglés: meeting tent o tienda/carpa de reunión. Nota del traductor.

Aquí tenemos un ejemplo de lo que significa salir del campamento, y entendemos que es necesario hacerlo si queremos tener la presencia del Señor con nosotros en el día del mal y de la apostasía. Jehová estaba ahora fuera del campamento de Israel, así que Moisés se apartó de él y plantó la tienda fuera del campamento idólatra. Nótese que no solo abandonó el campamento, sino que «lo levantó lejos… del campamento» y llamó a esta tienda separada «Tabernáculo de Reunión». Esta tienda se convirtió entonces en el centro de reunión de todos los que buscaban a Jehová; salieron a su encuentro, fuera del campamento corrupto. Entonces Jehová puso el sello de su aprobación sobre la acción de Moisés y algunos otros y sobre este nuevo lugar de reunión por la columna de nube (símbolo visible de la presencia de Dios) que descendió y se detuvo a la entrada de la tienda de reunión, y por el hecho de que habló con Moisés cara a cara en la intimidad de un hombre que habla con su amigo.

Todo el pueblo en el campamento vio la columna de nube que estaba a la entrada de la tienda de reunión y se pusieron de pie para adorar, cada uno a la entrada de su tienda, mostrando que se daban cuenta de que Jehová ya no acordaba más su presencia al campamento contaminado por la idolatría, y que reconocía el nuevo lugar de reunión fuera del campamento. Y, sin embargo, parece que la mayor parte de ellos no actuó para separarse del campamento inmundo, porque «se levantaba cada uno a la puerta de su tienda» (v. 10) en lugar de salir a la tienda de reunión fuera del campamento. La aplicación de todo esto al estado actual de la cristiandad debería ser muy clara para un alma piadosa. Además de la exhortación directa en Hebreos 13:13 de salir del campamento a Cristo, tenemos la declaración en Romanos 15:4 de que «lo que anteriormente fue escrito, para nuestra enseñanza fue escrito», por lo que sabemos que el ejemplo de Moisés y otros separándose de la idolatría y del mal que había en el campamento de Israel le da al creyente las directivas en un momento en que la cristiandad está en ruina.

La cristiandad ha llegado a ser un campamento idólatra como el campamento de Israel. Cristo ha sido dejado a un lado, y la idolatría se practica en gran parte de la iglesia que afirma ser cristiana. El hombre trabajó con su cincel y creó sus propios dioses.

Los sistemas religiosos se han formado sin tener en cuenta el pensamiento de Dios con respecto a su Iglesia, tal como se revela en las Escrituras; la autoridad de Cristo y la acción soberana del Espíritu Santo han sido prácticamente dejadas de lado por los sistemas humanos.

Se pueden encontrar todas las formas de maldad doctrinal y moral en la cristiandad, que se ha convertido en una “Babilonia” de confusión y corrupción. Apocalipsis 18 nos da una imagen profética de esta Babilonia en su estado final, en el apogeo del desarrollo del mal. Nos habla del juicio que Dios ejecutará sobre ella. Leemos: «¡Cayó, cayó Babilonia la grande, y se ha convertido en morada de demonios, en guarida de todo espíritu inmundo, en guarida de toda ave inmunda y aborrecible!… Salid de ella, pueblo mío, para que no participéis en sus pecados» (v. 2, 4).

Al igual que Moisés en la antigüedad, debemos salir de este campamento idólatra, separarnos de él, alejarnos de su mal y corrupción, si queremos tener la aprobación del Señor y disfrutar de su presencia con nosotros.

5.2.2 - El campamento del judaísmo

Ahora consideraremos este campamento que los creyentes hebreos están llamados a dejar para ir a Jesucristo quien sufrió fuera de la puerta, un verdadero sacrificio por el pecado (Hebr. 13:13). El autor inspirado muestra que Cristo está fuera de este campamento religioso y apóstata del judaísmo, por lo que los que aman al Señor tienen que salir «a él, fuera del campamento, llevando su oprobio».

Esta era la tercera vez que la gloria de Dios había estado fuera de Israel; primero, en el desierto, como vimos en Éxodo 33; luego en Jerusalén en los días de Ezequiel (Ez. 10:18-19; 11:23); la tercera vez, en la cruz donde la gloria de Dios se manifestó a la fe en el rostro de Cristo. Por lo tanto, aquellos que desean buscar al Señor y experimentar su presencia deben salir hacia él al lugar del rechazo y del reproche en el que el mundo religioso de ese tiempo lo ha colocado: fuera de su campamento.

Puede ser útil indagar en la naturaleza del campamento del judaísmo del cual Cristo fue rechazado. En Hebreos 9:1-10 tenemos una descripción de este campamento, cuyas características son las siguientes:

1. Estaba marcado por un «santuario terrenal», un santuario de este mundo, con muebles y utensilios majestuosos (v. 1-2).

2. En este santuario terrenal había una parte interior conocida como el «Santo de los Santos», separada del resto por un velo. Los sacerdotes entraban en la primera parte del Tabernáculo para realizar el servicio de Dios, pero en «el Lugar Santísimo», solo el Sumo Sacerdote podía entrar una vez al año con sangre por sus pecados y por los del pueblo (v. 3-7). Dios estaba dentro y el hombre estaba fuera.

3. Por lo tanto, no había libre acceso a Dios en estas ordenanzas para el culto, «indicando el Espíritu Santo esto: que el camino del Lugar Santísimo aún no había sido manifestado» (v. 8).

4. Había un sacerdocio ordenado, una orden de sacerdotes distintos del pueblo, que se dedicaban al servicio del santuario y oficiaban entre el pueblo y Dios. El pueblo no participaba directamente en este servicio (v. 6).

5. Este santuario terrenal, con sus sacerdotes y sacrificios, no podía dar a los adoradores una conciencia purificada, ni podían perfeccionar o completar ante Dios a los que se acercaban (Hebr. 9:9; 10:1-3).

6. Era un culto ordenado por Dios para la nación de Israel en la carne, e incluía como adoradores a toda la nación en el campamento. Por lo tanto, era una compañía mixta de creyentes e incrédulos (Hebr. 4:2; 1 Cor. 10:5).

7. Era una religión terrenal, establecida en la tierra y adaptada al hombre en la carne, a la que no se atribuía ningún pensamiento de reproche (Gál. 5:11; 6:12-13).

Lo que antecede es un breve esbozo de los rasgos característicos del campamento del judaísmo, que pediremos a los lectores que tengan presente, pues aludiremos a ellos ahora cuando consideremos el contraste que presenta lo que es la parte y posición cristiana, por un lado, y los rasgos comunes del actual campamento de la cristiandad y el judaísmo, por el otro.

Dios envió a su Hijo, el Mesías prometido, a este campamento del judaísmo, pero fue rechazado y condenado a muerte fuera de las puertas de su capital, Jerusalén. La cruz de Cristo puso fin al sistema religioso de este campamento con sus tipos y sombras; ha introducido el nuevo pacto de gracia y perfecta redención en Cristo. Sin embargo, Dios apoyó a esta nación hasta que Esteban fue apedreado. En ese momento, Israel fue completamente dejado de lado como nación y el campamento del judaísmo completamente negado por Dios.

Pero los verdaderos creyentes en Cristo todavía se aferraban al judaísmo, y los creyentes hebreos corrían el peligro de abandonar la profesión cristiana y regresar al campamento. Es por eso que la Epístola a los Hebreos fue escrita, unos 30 años después de la cruz, mostrándoles la plenitud de las bendiciones que tenían en Cristo y su obra, y exhortándolos a salir a Cristo del campamento apóstata del judaísmo ahora rechazado. Este es el verdadero lugar de la Iglesia, porque el vino nuevo del cristianismo no puede ser puesto en los viejos odres del sistema legal del campamento (Lucas 5:37-38). No se puede seguir a Cristo o adorarlo donde él está rechazado.

5.2.3 - El contraste del cristianismo

Sobre el fundamento del único sacrificio de Cristo en la cruz, un sacrificio expiatorio perfecto y definitivo, Dios formó la Iglesia en el día de Pentecostés por el descenso y bautismo del Espíritu Santo, y estableció el cristianismo en su carácter celestial como algo que le pertenecía a él y en lo que él se deleitaba. Con sus verdaderos caracteres tal como se dan en las Escrituras, el cristianismo celestial presenta características exactamente opuestas a las que hemos notado en el campamento del judaísmo. A continuación, damos brevemente las diferencias; los lectores pueden comparar con la lista de puntos específicos del judaísmo, enumerados de manera similar, que encontraron en las páginas anteriores:

1. El santuario cristiano está en el cielo y no en la tierra. Cristo ha entrado en el cielo mismo, y está en la presencia de Dios, como ministro de los lugares santos y del verdadero Tabernáculo (Hebr. 8:2; 9:24).

2. El velo a la entrada del Lugar Santísimo ha sido rasgado y tenemos plena libertad para entrar en ese lugar por la sangre de Jesús, por el camino nuevo y vivo, a través del velo rasgado (Hebr. 10:19-20). Dios vino al hombre en la persona de Cristo, y Cristo vino a Dios por el creyente y abrió el camino para que nosotros entremos en el Lugar Santísimo. Cada cristiano tiene su lugar dentro del velo, en el santuario celestial.

3. De este modo, se accede plenamente a Dios. «Porque por él, los unos y los otros (judíos y gentiles) tenemos acceso por un solo Espíritu al Padre» (Efe. 2:18).

4. Cada creyente en Cristo es santo, un sacerdote real, y tiene el privilegio de ofrecer sacrificios espirituales a Dios. No hay una clase especial de sacerdotes en el cristianismo del Nuevo Testamento que se distinga del pueblo (1 Pe. 2:5, 9).

5. Por el único sacrificio perfecto y definitivo de Cristo, los creyentes tienen sus conciencias purificadas, son santificados y perfeccionados para siempre delante de Dios, y tienen la seguridad de que Dios nunca más se acordará de sus pecados e iniquidades (Hebr. 9:14; 10:10, 14-17).

6. La Iglesia de Cristo está compuesta por un pueblo que tiene una conexión vital con Dios a través del nuevo nacimiento, con exclusión de aquellos que solo tienen una conexión externa con Dios a través del nacimiento natural, como fue el caso de Israel. Solo aquellos que han «nacido de nuevo» forman parte de la Iglesia y pueden adorar a Dios «en espíritu y en verdad» (Juan 3:3; 4:24). No hay mezcla –salvos y no salvos– en la adoración de la verdadera Iglesia.

7. El cristianismo es absoluta y formalmente celestial. «Nuestra ciudadanía está en los cielos» (Fil. 3:20). Por lo tanto, no es adecuado para el hombre en la carne, y es por el contrario un escándalo para un hombre natural. Así, el oprobio de la cruz y el rechazo de Cristo están conectados con la verdadera adoración cristiana. «Todos los que quieren tener buena apariencia en la carne, esos os obligan a estar circuncidados; pero es solo para que ellos no sean perseguidos a causa de la cruz de Cristo» (Gál. 6:12).

Estas son algunas de las características específicas del cristianismo del Nuevo Testamento, en contraste con el campamento judío. Por lo tanto, el verdadero cristianismo no es un campamento religioso en la tierra, sino una compañía de creyentes llamados del mundo, unidos con Cristo, su Cabeza glorificada en el cielo. Es hacia él que los creyentes están llamados a abandonar el campamento de la religión terrena.

5.2.4 - El campamento de la cristiandad

Hemos notado las características y la posición del verdadero cristianismo; un estudio del Nuevo Testamento los mostrará manifestados en la Iglesia apostólica. Pero una ojeada a la historia de la cristiandad desde entonces, y a su condición actual, revela el triste hecho de que muy pronto ha perdido su carácter celestial y los rasgos distintivos de la verdadera posición cristiana.

Lo que solía llamarse cristianismo e Iglesia, que puede llamarse «cristiandad», pronto se estableció en la tierra y se convirtió en una amalgama de judaísmo y de cristianismo. La Iglesia se judaizó rápidamente; los principios del judaísmo, una religión adaptada al hombre en la carne, han sido adoptados, mezclados con un poco de la verdad del cristianismo. Así, la cristiandad pronto llegó a ser un campamento religioso en la tierra, semejante al campamento idólatra de Israel en los días de Moisés y al campamento apóstata del judaísmo.

El campamento del que los creyentes de hoy están llamados a salir es la cristiandad, donde los hombres han reintroducido elementos judíos bajo el disfraz de la gracia. Cualquier sistema en el que la autoridad del hombre está establecida y en la práctica rechaza la autoridad de Cristo (que es el caso dondequiera que se reconoce al “clero” como distinto de los “laicos”) es un campamento del que uno debe separarse.

En cuanto a lo que constituye el campamento, se ha dicho con razón: “Es cualquier lugar donde Cristo es reconocido como Soberano de nombre, pero no en la realidad. A mí me da igual que la autoridad sea más o menos antigua… Dondequiera que haya una organización humana que ocupe el lugar de Cristo, que no esté de acuerdo con la Palabra de Dios tal como se nos da en el Nuevo Testamento y, sobre todo, dondequiera que Cristo no sea reconocido directa e inmediatamente como teniendo autoridad absoluta por su Palabra y por su Espíritu, allí se encuentra el campamento” (S. Ridout).

Esperamos que estos comentarios ayuden a nuestros lectores a discernir cómo es el campamento hoy en día, y les permitan entender mejor el versículo de Hebreos 13:13: «Salgamos a él, fuera del campamento, llevando su oprobio». Y que cada uno de los que entiendan esto, pueda recibir del Espíritu Santo la energía para obedecer este mandato divino. Solo allí, en la separación de todo lo que toma el lugar de Cristo y lo deshonra, se puede saborear su dulce presencia y conocer verdaderamente la adoración en espíritu y en verdad. Esta posición fuera del campamento, con un Cristo rechazado aquí abajo, corresponde a nuestra parte celestial con él arriba. Para poder realmente entrar en el velo como adoradores, tenemos que salir del campamento con Cristo en la tierra. Este es un gran principio que el creyente piadoso debe seguir en el día de la ruina y el desorden de la Iglesia.

5.2.5 - Salgamos hacia Cristo

Nos gustaría enfatizar que salir hacia Cristo es el lado positivo de esta separación del campamento y este debería ser el verdadero motivo y propósito de una ruptura con el campamento. Esta es la única manera de sostener al creyente en las pruebas y tristezas de este camino negativo de separación. Cristo en todas sus bellezas, en sus glorias, él que es suficiente para todo, debe ser el objeto del corazón, aquel a quien el alma desea y por quien se separa. Esta es la razón por la cual el escritor de Hebreos presenta a lo largo de la Epístola las glorias de Cristo, su persona y su obra plenamente suficientes, y luego llama a los creyentes, en el último capítulo, a separarse del campamento del judaísmo.

El alma debe anhelar a Cristo, desear caminar con él, estar bajo su dirección y control del Espíritu Santo. Separarse por cualquier otro motivo no está a la altura del significado de salir del campamento hacia Cristo. Si un hombre se separa de un sistema religioso a causa del mal que hay en él, entonces puede establecer otro sistema, o integrar otro que tenga más verdad y santidad, pero que siga siendo un sistema en el que Cristo no es el único centro de reunión, y en el que no se le da el lugar supremo de autoridad por la libre acción del Espíritu Santo. Tal persona siempre hace parte del campamento de la cristiandad, incluso si está en el límite extremo de ese campamento. Al igual que Moisés, debemos plantar nuestra tienda «lejos, fuera del campamento» (Éx. 33:7), y debemos reunirnos solo alrededor de Cristo. Que los lectores y el autor puedan conocer mejor este bendito lugar con Cristo fuera del campamento.

5.3 - Hechos 27

5.3.1 - El naufragio de Hechos 27

No deja de ser significativo que el libro de los Hechos, que comienza con la formación de la Iglesia el día de Pentecostés y continúa con la narración de sus primeros días de poder y progreso, se cierre con detalles de un viaje a Roma que termina en un naufragio y en el encarcelamiento del apóstol Pablo en Roma. Creemos que la descripción detallada de este viaje, naufragio y encarcelamiento de Pablo, que era el apóstol especial de la Iglesia, nos da una imagen simbólica del viaje de la Iglesia profesante desde su gloria y poder apostólicos hasta sus últimos días de ruina, naufragio y esclavitud por la Roma papal. Seguramente el Espíritu de Dios no registraría para nosotros todos los detalles de este viaje y naufragio si solo tuvieran valor histórico. Quiere que obtengamos de ellos instrucción espiritual, además de hechos, pues «toda la Escritura está inspirada por Dios, y útil para enseñar» (2 Tim. 3:16).

Nuestro propósito no es señalar todos los detalles simbólicos de este viaje que encuentran su contraparte en la historia de la Iglesia profesa, sino obtener de ellos aliento y guía para nuestro camino en el día de la ruina de la Iglesia y su próximo naufragio. Sin embargo, primero notaremos algunas cosas que nos dan un cuadro típico del viaje descendente de la Iglesia.

5.3.2 - Los pasos hacia el naufragio

Aquí, como en cualquier otra parte de la Palabra, el significado de los nombres nos revela una enseñanza espiritual. El nombre de la ciudad desde donde se inició el viaje era “Adramitio”, que significa “no en la carrera”. Hebreos 12:1-2 nos habla de la carrera que hemos de correr hacia la meta celestial. Es evidente, entonces, que cuando la Iglesia dejó de correr en la carrera celestial, y en su lugar se estableció en la tierra, comenzó el viaje que termina en naufragio.

En el versículo 2 leemos de un tal Aristarco que estaba a bordo del barco. Su nombre significa “el mejor gobernante”, pero no oímos nada más de él durante todo el viaje. Sin duda, el mejor gobernante de la Iglesia es el Espíritu Santo, pero la Iglesia profesa pronto dejó a un lado su gobierno y guía y lo sustituyó por una organización y gobierno humanos. Sidón y Chipre, lugares tocados en el viaje, significan “tomar la presa” y “florecer”, lo que sugiere cómo la Iglesia se estableció en el mundo, buscando posesiones, y se ocupó de la naturaleza, la vieja creación, en lugar de realizar la nueva creación en Cristo Jesús.

La segunda nave de Alejandría, en la que se reanuda el viaje, procede de Egipto y habla de este mundo en su independencia de Dios. Sabemos que la Iglesia pronto se unió al mundo y adoptó sus principios en lugar de caminar separada de él. Este barco es el que más tarde se rompe en pedazos. Durante la travesía, el apóstol Pablo les amonestó y les advirtió del desastre que se avecinaba, pero su consejo no fue escuchado.

Así también, la Iglesia ha tenido las advertencias de los apóstoles, las cuales están registradas para nosotros en las Escrituras, pero no han sido escuchadas y la Iglesia profesa va hacia la ruina y el naufragio.

5.3.3 - Sin esperanza de recuperación

A continuación, leemos acerca del viento tempestuoso que se levantó y de los esfuerzos realizados para preservar la nave. Esta tempestad puede hablar de la oposición de Satanás que encuentra la Iglesia. «No aparecieron el sol ni las estrellas durante muchos días; y como nos acometía una gran tempestad, perdimos toda esperanza de salvarnos» (v. 20). Todo estaba oscuro y sin esperanza y tal es el panorama de la Iglesia profesa de hoy. La oscuridad de la mala enseñanza, la apostasía y la ruina moral aumentan y no hay esperanza de recuperación. Las Escrituras proféticas nos señalan tal escena de oscuridad y maldad en los últimos días de la cristiandad.

Segunda de Tesalonicenses 2, Segunda de Timoteo 3, Segunda de Pedro 2 y la Epístola de Judas, todas describen estos días de oscuridad, maldad creciente, y condiciones sin esperanza.

5.3.4 - El aliento y el testimonio de Pablo

Pero en medio de la oscuridad hay ánimo y aliento para los que verdaderamente pertenecen al Señor. Durante la tormenta, el ángel de Dios se apareció a Pablo diciéndole que no temiera, que sería llevado ante César y que Dios le había dado a todos los que navegaban con él (v. 22-25). Así vemos de nuevo que el Señor nunca abandona a los suyos, sino que los anima en los días oscuros de ruina y desesperación. Así, en nuestros días de ruina y oscuridad de la Iglesia, debemos darnos cuenta de la presencia del Señor con nosotros y tener buen ánimo.

Alentado y fortalecido por la presencia del Señor y su mensaje de gozo y seguridad, Pablo exhortó a sus compañeros a tener buen ánimo y les dio testimonio del Señor. «Porque un ángel del Dios de quien soy y a quien sirvo vino a mí esta noche». Dijo claramente a quién pertenecía y a quién servía. Así debe cada creyente testificar por el Señor a sus asociados y decirles de la salvación, seguridad y gozo en Cristo. Pablo testificó, además: «Porque creo a Dios, que sucederá así, como se me ha dicho». Definitivamente declaró su fe en la Palabra del Señor. En medio de la incredulidad y la apostasía de nuestros días, nosotros también debemos decir a los hombres y mujeres: “Creo a Dios. Será tal como nos dicen las Escrituras”. Tanto si la gente cree en la Biblia como si no, debemos afirmar inequívocamente: «Yo creo a Dios», y advertirla del juicio venidero.

También fue alentador para Pablo la seguridad de que Dios le había dado todos los que navegaban con él. Aplicando esto espiritualmente a nuestros días, no debemos quedarnos solos y desesperar, sino testificar fielmente del Señor y contar con Dios para que nos dé almas que naveguen con nosotros hacia el puerto del cielo. No debemos ocuparnos de la decadencia, las tinieblas y la ruina de la Iglesia y estar abatidos, sino caminar con el Señor dando el mensaje de gozo y salvación en Cristo y buscando almas que sean salvas y viajen con nosotros.

El barco iba a perderse, como se le dijo a Pablo, pero no habría pérdida de vidas. Así que la Iglesia profesa como un buque de testimonio terminará en naufragio, pero el Señor tomará de ella a sí mismo en la gloria cada verdadero creyente. Todos los que navegan con Pablo, los que pertenecen a Cristo y creen a Dios como él, llegarán a salvo a la tierra de Emanuel.

5.3.5 - Las cuatro anclas

«Temiendo dar en escollos, echaron de la popa cuatro anclas; y deseaban ansiosamente que amaneciera» (v. 29). Así se mantuvieron a salvo de las rocas y del naufragio durante la noche. Aquí tenemos un importante ejemplo e ilustración del camino de la seguridad para nosotros en nuestros días en medio de las tormentas de la oposición de Satanás. Hay muchas rocas a nuestro alrededor que harán naufragar nuestra fe si caemos en ellas. Escribiendo a Timoteo, Pablo le encargó que tuviera «fe y buena conciencia. Algunos que la desecharon naufragaron respecto a la fe» (1 Tim. 1:19).

Para ser guardados y preservados durante la noche oscura de la apostasía, necesitamos igualmente tener 4 anclas y tener nuestras almas firmemente ancladas por ellas. Creemos que la Epístola de Judas, que describe las tinieblas de los últimos días de la cristiandad, nos da lo que responde a las 4 anclas de Hechos 27:29.

Después de hablar de la terrible apostasía y maldad, Judas se dirige a los creyentes y les dice que hagan 4 cosas:

  1. «Pero vosotros, amados, edificándoos sobre vuestra santísima fe,
  2. orando en el Espíritu Santo.
  3. Conservaos en el amor de Dios,
  4. esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, para vida eterna» (v. 20-21). Estas son 4 cosas necesarias para el día malo; son ejercicios fuertes y prácticos del alma que nos mantendrán alejados de las rocas del mal y de hacer naufragar la fe.

En primer lugar, debemos edificarnos sobre nuestra santísima fe. Debemos aferrarnos a la verdad en todo su poder santificador y preservador, y no rebajar ni una partícula el estándar de la verdad. Pablo dijo a los ancianos de Éfeso: «Ahora os encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, la cual es poderosa para edificaros y daros herencia entre todos los santificados» (Hec. 20:32). Es la Palabra de Dios la que nos edifica y nos hace fuertes y firmes. Debemos alimentarnos de ella, actuar conforme a ella y edificarnos con ella sobre la base de nuestra santísima fe. Esta es una verdadera ancla para nuestras almas.

En segundo lugar, necesitamos el ancla de orar «en el Espíritu Santo». Esta es la acción espiritual más importante que puede haber en cualquier creyente. La oración en el Espíritu es el equilibrio necesario para alimentarse de la Palabra y mantiene el alma fresca ante Dios y en comunión con él. Para la oración en el Espíritu debe haber un caminar en el Espíritu y un auto-juicio ejercitado. La oración es el recurso y la fuente de poder del cristiano en todo momento; es un apoyo especial y un medio de aliento en los días oscuros de ruina y desorden.

En tercer lugar, necesitamos mantenernos en el amor de Dios. Al hacerlo, tendremos una verdadera ancla para nuestras almas en el día del poder de Satanás y de su actividad del mal. No es que debamos amar a Dios, lo cual sin duda debemos hacer, sino que debemos mantener nuestras almas disfrutando de Su amor. Es como mantenernos a la luz del sol; es saludable y proporciona calor y alegría.

Esto significa que debemos tener siempre confianza en Dios y no dudar nunca de su amor, cualesquiera que sean las circunstancias o las pruebas. Nada puede alterar su amor hacia nosotros, ni siquiera nuestros propios fracasos, aunque para disfrutar de su amor debemos caminar en el Espíritu, para que haya una realización consciente de él en nuestras almas. Satanás siempre trata de hacernos dudar del amor de Dios y de interponerse entre nuestras almas y su amor. Pero mantenernos sumergidos en el amor indefectible e inmutable de Dios anclará firmemente nuestras almas contra todo viento y ola de Satanás y nos preservará del naufragio.

Como cuarta ancla se nos exhorta a estar «esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo, para vida eterna». Esta es la perspectiva brillante: la misericordia del Señor a lo largo de todo el camino hasta el final, su venida por nosotros, que nos llevará a la plenitud de la vida eterna. Debido a la gran necesidad del día malo, debido a la angustia, debilidad, y todo lo que causaría que uno se abatiera, la misericordia del Señor es lo que se nos exhorta a buscar. Su venida será una liberación misericordiosa para los suyos de toda la ruina de la Iglesia y también del mal circundante. Por lo tanto, la esperanza de la misericordia del Señor, especialmente en su venida, es un ancla real para el creyente. Nótese que, en Hechos 27:29, echaron las 4 anclas y desearon que llegara el día. El día de su venida es la esperanza y la brillante perspectiva de la verdadera Iglesia.

Las 4 anclas anteriores nos mantendrán impasibles ante cualquier viento tempestuoso durante la noche de la ausencia de Cristo. Además de estas, tenemos el ancla de Hebreos 6:19-20: «La cual tenemos como ancla del alma, segura y firme, y que penetra hasta el interior de la cortina, adonde Jesús entró por nosotros como precursor». Esta ancla está sujeta a nuestro Salvador Jesús en el santuario del cielo.

Volviendo a Hechos 27, notamos que mientras el barco estaba anclado fue preservado, pero que al día siguiente cuando echaron las anclas al mar y cayeron en un lugar donde se encontraban 2 mares el barco naufragó. Esto nos ilustra la importancia de estar anclados y muestra cuán pronto se produce el naufragio cuando se echan las anclas. Si nosotros como individuos abandonamos una o todas las anclas que se nos han proporcionado, significará espiritualmente, para nosotros un desastre. La cristiandad ya está tirando estas anclas de Judas 20. La Biblia ya no se cree en ella. Ya no se cree que la Biblia sea la infalible Palabra de Dios; se abandona la fe, se renuncia a la oración, se desconoce el amor de Dios, y no se cree ni se espera la venida del Señor. Pronto naufragará y Dios la repudiará por completo.

Todos en la nave llegan sanos y salvos a tierra sobre tablas, etc., y al cabo de 3 meses se entra en una tercera nave que tiene el signo de «Cástor y Pólux», hijos de Júpiter y guardianes de la navegación según la mitología pagana. En esta nave se hace el viaje a Roma, donde Pablo es mantenido prisionero. Esto puede simbolizar lo que se enseña en otras partes del Nuevo Testamento, cómo la Iglesia apóstata acabará en la idolatría pagana de Babilonia la grande y del anticristo y toda la verdad paulina será encarcelada por Roma (Apoc. 13:17-18).

Que los que conocemos al Señor testifiquemos fielmente por él en medio de la apostasía y de la ruina de la cristiandad, busquemos almas que naveguen con nosotros, nos aferremos a las anclas y esperemos el día de su venida de nuevo.

5.4 - El testimonio del remanente

Por grande que sea la ruina, la bancarrota y la oscuridad moral de los tiempos o del testimonio en general, encontramos en las Escrituras que Dios siempre ha tenido algunos creyentes con corazones sinceros, separados de las multitudes corruptas e impías, y de aquellos que, sin tener vida, afirmaban pertenecer a Dios. Estos creyentes se caracterizaban por una verdadera dedicación a Dios y a sus intereses. Notamos que Dios nunca se deja sin testigos que brillan en la oscuridad como luces para él. Tales personas son lo que se llama «el remanente», es decir, aquellos que permanecen como testigos de Dios cuando la mayoría lo ha abandonado a él y a su Palabra y se ha corrompido con el mal circundante.

Esta expresión «remanente» (o una expresión equivalente) se menciona varias veces en la Biblia. Esdras, en su confesión a Dios, dice: «Y ahora por un breve momento ha habido misericordia de parte de Jehová nuestro Dios, para hacer que nos quedase un remanente» (Esd. 9:8). En Ezequiel 6:7-8, Dios dijo: «Y los muertos caerán en medio de vosotros… Mas dejaré un resto, de modo que tengáis entre las naciones algunos que escapen de la espada». Y el apóstol Pablo, hablando del pueblo de Israel, dice: «Así también, en la actualidad, existe un remanente según [la] elección de [la] gracia» (Rom. 11:5). Estos son algunos ejemplos de la mención del término «remanente».

De la misma manera que siempre ha habido un remanente de creyentes verdaderos y fieles en el Antiguo Testamento, también encontramos en el Nuevo Testamento que en medio de la ruina y la apostasía de Israel y de la Iglesia, Dios siempre ha tenido un remanente de creyentes fieles y sinceros. Él tiene relaciones con ellos y se manifiesta a ellos de una manera especial. Así, en el día de la ruina y apostasía de la Iglesia que se llama cristiana, los que quieran ser fieles al Señor y a su Palabra no serán más que un pequeño remanente en medio de la vasta masa profesa.

5.4.1 - Las características generales

Por lo tanto, es útil y alentador para todos los que desean ser fieles al Señor en estos últimos días de la Iglesia estudiar lo que caracteriza al remanente de creyentes fieles en todas las épocas y notar cómo han sido sostenidos y alentados por Dios en el día malo. En estas páginas solo podemos enfatizar algunas características de estos remanentes antiguos, pero instamos a los lectores a estudiar este tema en detalle por sí mismos.

Podemos decir desde el principio que, el hecho de que haya un remanente, prueba que el testimonio externo, o el cuerpo profeso, ya sea judío o cristiano, no ha sido capaz de ser un verdadero testigo de Dios. Si todos fueran fieles, sería inútil que unos pocos se destacaran del conjunto. El remanente en cualquier momento siempre será visto como aquellos que sienten y reconocen la ruina general y la ruina del testimonio público, pero que se aferran a Dios y se aferran a su Palabra mientras caminan en separación del mal.

También se observará que cuanto mayor es la ruina del testimonio externo, más rica es la manifestación de la gracia divina en el remanente; cuanto más oscuro es el día, más brillante es el resplandor de la fidelidad individual a Dios. Aunque el hombre siempre ha fallado en cumplir lo que Dios le ha confiado, Dios siempre es fiel y misericordioso; recuerda sus promesas y siempre mantiene un testimonio. Esto se revela mediante el estudio de los «remanentes» en las Escrituras.

Lo que se acaba de decir es sumamente alentador para todo hijo sincero de Dios que siente y reconoce el naufragio y la ruina sin esperanza de la cristiandad. Aunque la Iglesia ha fracasado, es gratificante tener la certeza de que el privilegio del creyente individual es disfrutar de una comunión plena y feliz con Dios, y caminar en un camino de obediencia y bendición tal como en los días más brillantes de la historia de la Iglesia.

5.4.2 - El día de Ezequías

En 2 Crónicas 30 tenemos el relato del despertar en los días de Ezequías, en un momento en que la unidad externa de la nación se había roto y las cosas iban muy mal en Israel. Aunque el llamado y la proclamación de Ezequías a todo Israel y Judá para que vinieran a la casa de Jehová en Jerusalén para celebrar la Pascua fue despreciado por la mayoría y sus mensajeros fueron objeto de burla, algunas de las diferentes tribus se humillaron y vinieron a Jerusalén. Allí celebraron la Pascua en el segundo mes y la fiesta de los Panes sin Levadura con gran gozo. «Hubo entonces gran regocijo en Jerusalén; porque desde los días de Salomón hijo de David rey de Israel, no había habido cosa semejante en Jerusalén» (v. 26).

La gracia de Dios se manifestó a aquellos del pueblo que reconocieron que habían pecado y abandonado a Dios, y que tomaron su verdadero lugar de humillación ante él. Su obediencia a la Palabra de Dios estuvo marcada por mucha debilidad, pero Jehová, en su misericordia, los bendijo ricamente y les concedió un gran avivamiento. No se mostraban a sí mismos como “aprobados por Dios”; no pretendieron ser nada, sino que simplemente tomaron un lugar de humillación y confesión ante Dios, y buscaron obedecer su Palabra. Como resultado, experimentaron un gran gozo y felicidad como no había habido en Jerusalén desde los días de Salomón. ¡Qué ejemplo y estímulo para los verdaderos creyentes de hoy!

5.4.3 - Daniel y sus compañeros

En el libro de Daniel tenemos la historia de Daniel y sus compañeros, en quienes vemos otro ejemplo de un remanente piadoso de creyentes fieles en un tiempo de ruina y mal. Aunque Jerusalén y su templo, donde Dios había puesto su nombre, estaban en ruinas y aunque Israel había sido llevado cautivo a Babilonia, este pequeño grupo de hombres devotos permaneció fiel a la Palabra de Dios en medio de la corrupción y abominación de la idolatría de Babilonia. Caminaron separados de todo y se enfrentaron al horno y al foso de los leones en lugar de transigir con la verdad. Ellos, en sus corazones, tomaron la decisión de no contaminarse. Oraron fervientemente a Dios y recibieron la revelación de sus secretos. Daniel sintió la profunda ruina del testimonio; consciente de los pecados de Israel, los confesó a Dios. Se identificó con todo esto, diciendo: «Hemos pecado, hemos cometido iniquidad» (Dan. 9:5). Confió en las compasiones de Dios e imploró su gracia con una fe que confiaba en sus promesas, lo que resultó en una manifestación de poder y maravillosas revelaciones proféticas. Estas son lecciones maravillosas para nosotros en el día de la ruina de la Iglesia.

5.4.4 - Después del cautiverio

En los libros de Esdras, Nehemías y Hageo, tenemos la historia de un remanente que aprovechó el permiso real para salir de Babilonia, donde estaban cautivos, y regresar a Jerusalén, para reconstruir el templo y la muralla alrededor de la ciudad. Eran solo unos pocos, un pequeño remanente en medio de la nación de Israel, que tenían la adoración de Jehová en el corazón. Cuando regresaron a Jerusalén, no pretendieron ser Israel, sino que incluyeron en su pensamiento a todo Israel. Esto se ve en el hecho de que edificasen «el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés» (Esd. 3:2). «Colocaron el altar sobre su base» y «celebraron asimismo la fiesta solemne de los tabernáculos, como está escrito» (Esd. 3:3-4).

Su primera preocupación fue el culto a Jehová; volvieron al orden divino e hicieron «como está escrito en la ley de Moisés». No han establecido nada nuevo, sino que han vuelto a lo que Jehová había establecido anteriormente. Colocaron el altar en el mismo lugar, donde había estado antes. Celebraron la Pascua con «todos aquellos que se habían apartado de las inmundicias de las gentes de la tierra para buscar a Jehová Dios de Israel» (Esd. 6:19-21). De esta manera formaron una compañía separada del mal y apegada a Dios, y recibieron a los que también se separaron del mal. Cuando las deficiencias y el pecado se infiltraron entre ellos más tarde, hubo confesión, temblor ante Dios y separación del mal (Ez. 9:10). ¡Qué estímulo y qué ejemplo para nosotros en nuestro tiempo de ruina!

En el libro de Malaquías, vemos este mismo remanente unos años más tarde. A pesar de que ocupaban ante Dios la posición que él deseaba, su condición era verdaderamente triste y mala. A pesar de esto, encontramos entre ellos a aquellos que fueron fieles a Jehová y que tuvieron su aprobación. Formaban, por así decirlo, un remante dentro de otro remanente. De ellos, leemos: «Entonces los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero; y Jehová escuchó y oyó, y fue escrito libro de memoria delante de él para los que temen a Jehová, y para los que piensan en su nombre» (Mal. 3:16). ¡Cuán reconfortante es oír hablar de una compañía como esta que, en medio de una terrible escena de mal, honró y amó al Señor, y encontró en él su centro y deleite! Para ellos se escribió un libro de memorias, del cual no oímos hablar en los días de gloria de Moisés, Josué, David o Salomón. Podemos aprender mucho de este piadoso remanente de la época de Malaquías.

5.4.5 - En el Nuevo Testamento

En la Epístola de Judas, donde se enfatizan los terribles males de la cristiandad apóstata, encontramos que hay una cuestión de un remanente cristiano al que se refiere el apóstol. La Epístola está escrita a este remanente, «a los llamados, amados en Dios el Padre y guardados por Jesucristo». En medio del mal y de la corrupción que los rodeaba, se les exhorta a edificarse en su santísima fe, a orar por el Espíritu Santo y a conservarse en el amor de Dios, esperando la misericordia de nuestro Señor Jesucristo (v. 20-21), exhortaciones que hemos considerado antes.

Nos gustaría citar las reflexiones de C.H. Mackintosh sobre este remanente y lo que se debe encontrar en el remanente cristiano de hoy:

“Aquí tenemos un hermoso cuadro del verdadero remanente cristiano y el objeto de sus conversaciones… No hay pretensión, ni suficiencia, ni reivindicación de ser algo, ni voluntad de ocultar el triste y solemne hecho de la completa y desesperada ruina de la cristiandad. Es un remanente cristiano en medio de las ruinas de la cristiandad, un remanente fiel a la persona de Cristo, apegado a su Palabra: creyentes unidos en amor, verdadero amor cristiano, no el amor de una secta, partido, club o clan, sino el amor en el Espíritu, amor a todos los que aman sinceramente a nuestro Señor Jesucristo, amor expresado en verdadera devoción a Cristo y a sus preciosos intereses; un ministerio de amor a todos los que le pertenecen y que buscan reflejarlo en todos sus caminos. No se trata simplemente de descansar en una posición, sin preocuparse por el estado interior, una terrible trampa del diablo, sino que es una sana armonía de los 2 en una vida caracterizada por principios sanos y una práctica llena de gracia. Es el reino de Dios establecido en el corazón, desarrollándose en la práctica a lo largo de toda la carrera.

“Tal es, pues, la posición, el estado, la práctica del verdadero remanente cristiano. Podemos estar seguros de que donde estas cosas se comprendan y se pongan en práctica, habrá una apreciación de Cristo muy rica, una comunión con Dios muy plena, un testimonio de la gloriosa verdad del cristianismo del Nuevo Testamento tan brillante como cualquier cosa conocida en los mejores días de la historia de la Iglesia. En una palabra, habrá algo que glorificará el nombre de Dios, lo que alegrará el corazón de Cristo, y lo que hablará con poder vivo a los corazones y conciencias de los hombres. Que Dios, en su infinita bondad, nos conceda ver brillar estas realidades en estos días oscuros y malvados.

“En la cristiandad, como antiguamente en Israel, se hallará que el remanente está formado por los que son fieles a Cristo, los que se aferran a su Palabra en todos los obstáculos, los que se dedican a sus preciosos intereses, y los que aman su aparición. En una palabra, tiene que haber una realidad viva, no solo para ser miembro de una iglesia o para estar en comunión solo de manera externa, aquí o allá, con esto o aquello. Además, no se trata de pretender ser el remanente, sino de formar parte realmente de él; no es el nombre lo que cuenta, sino el poder espiritual; como dice el apóstol: «Conoceré, no las palabras… sino su poder» (1 Cor. 4:19).

Para terminar, llamaremos la atención sobre los remanentes que los mensajes a las 7 iglesias de Asia en Apocalipsis 2 y 3 mencionan y alientan. Es en la carta a Tiatira donde el Espíritu de Dios se dirige por primera vez a un remanente y es también allí donde tenemos por primera vez la mención del regreso del Señor. Además, ya no se busca un oído comprensivo en la asamblea, sino en el vencedor (vean Apoc. 2:24-29). Esto muestra que cualquier esperanza de la restauración global del cristianismo está aquí abandonada. Pero el remanente que había sido purificado de la enseñanza de Jezabel y de las profundidades de Satanás, está animado a aferrarse a lo que tiene, hasta que venga el Señor; se le promete reinar con Cristo.

A los que están en Sardis y no han contaminado sus vestiduras se les promete caminar con Cristo con vestiduras blancas, y él mismo confesará sus nombres delante de su Padre y sus ángeles (Apoc. 3:4-5). En Filadelfia, tenemos una imagen maravillosa de un grupo de cristianos humildes y débiles que son fieles a Cristo, que guardan su Palabra y no niegan su Nombre (Apoc. 3:7-13). En Laodicea, donde hay una fría indiferencia hacia Cristo y una deplorable satisfacción de sí mismo, es al creyente individual a quien el Espíritu de Dios habla. Cristo está fuera de la puerta de la iglesia y llama: «Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (Apoc. 3:20).

Es a los vencedores a quienes el Espíritu de Dios habla en cada una de estas cartas a las 7 iglesias, y es a ellos a quienes se les dan maravillosas promesas, si son vencedores, y si escuchan la voz del Espíritu. Así aprendemos que cuando todo es ruina, bancarrota y apostasía, el Señor busca vencedores que escuchen su voz y le obedezcan. Son el verdadero remanente de la Iglesia en todos los períodos de su historia. Que el Señor nos permita ser verdaderos vencedores y dar testimonio de un remanente fiel en estos últimos días de la oscura ruina de la Iglesia.

Aquí concluimos nuestras meditaciones sobre este gran y glorioso tema de la «Iglesia del Dios vivo». Hemos considerado cuál es su naturaleza, qué orden ha de prevalecer en sus aspectos universales y locales, y hemos visto sus características divinas, el orden tal como fue instituido por Dios en el principio, y su actual estado de ruina. Hemos hablado del ministerio y de los dones recibidos de la Cabeza glorificada, hemos considerado la relación divina que debería existir entre las diversas representaciones locales de la Iglesia, y hemos estudiado el camino trazado para nosotros en los días de la ruina. Que los lectores puedan, como los judíos de Berea de la antigüedad, recibir la Palabra con toda buena voluntad, y examinar las Escrituras diariamente para ver si es así (Hec. 17:11).