Índice general
1 - Capítulo 1 – ¿Qué es la Asamblea?
La Iglesia, la Asamblea del Dios vivo
1.1 - Generalidades
1.1.1 - No hay Asamblea antes de Pentecostés
En el Antiguo Testamento, Dios tenía un pueblo, Israel, con el que había hecho un pacto; pero este no era la Asamblea, que tiene una relación mucho más íntima y bendita con Cristo que la que Israel tiene con su Dios. Solo una vez en el Nuevo Testamento se hace referencia al pueblo de Israel como «la asamblea en el desierto» (Hec. 7:38). Era, en cierto sentido, una asamblea convocada desde Egipto; pero el contraste es grande con la Asamblea del Nuevo Testamento, la única Asamblea.
El Antiguo Testamento presenta tipos y “sombras” de la Asamblea: así la esposa de José, la esposa de Moisés, el tabernáculo donde habitaba Dios; pero la Asamblea de Dios misma no existía en ese tiempo.
Sin embargo, la Asamblea ya estaba presente en el pensamiento y la guía de Dios incluso antes de la fundación del mundo. Era el «misterio escondido desde los siglos en Dios» (Efe. 3:9); «misterio silenciado por tiempos eternos (pero ahora revelado)» (Rom. 16:25-26).
La palabra «Asamblea» (ecclesia) se encuentra por primera vez en Mateo 16:18, en la boca del Señor diciéndole a Pedro: «Tú eres Pedro (Petros, en griego, una piedra) y sobre esta Roca (en griego, petra) edificaré mi Iglesia». Por lo tanto, habla de ello en tiempo futuro, ya que dice: «Edificaré», no: “He construido” o “Edifico”. El texto griego habla de una acción futura, un punto en el que todos los exégetas y traductores están de acuerdo, aunque algunos quisieran interpretarlo de otra manera.
El segundo pasaje que menciona a la Asamblea se encuentra en Mateo 18:17, donde se dan instrucciones sobre las faltas personales que requieren disciplina. Es evidente que se trata de una alusión a algo futuro; de lo contrario, ciertamente, mientras el Señor estaba con sus discípulos, se le habría presentado el caso de un hermano culpable.
1.1.2 - El inicio de la Asamblea [1]
[1] El título de la obra original es “La Iglesia del Dios Vivo”, una cita de 1 Timoteo 3:15. La palabra «Iglesia» corresponde a la palabra griega «ecclesia», traducida en las versiones francesas, ya sea por «Asamblea», que es el significado común, o por «Iglesia», que es la forma hispanizada de la palabra griega. En esta edición utilizamos la traducción V.M. 2020 para citas de la Biblia en el NT., que siempre utiliza el término: «Iglesia». Para el texto actual, aparte de las citas, hemos respetado generalmente la elección del autor traduciendo «Iglesia» por Iglesia, y «Asamblea» por Asamblea. Pero, a menos que el contexto proporcione una aclaración, los 2 términos deben considerarse equivalentes. En el resto del texto, cuando una de estas palabras se escribe con mayúscula –Asamblea o Iglesia– designa a la Asamblea en su conjunto, distinguiéndose así de una asamblea local. Cuando se trate del tema general de la Asamblea o cuando no sea necesaria la distinción, se ha escrito sin mayúscula. Nota del traductor.
Ninguna otra Escritura habla de la Asamblea hasta el día de Pentecostés en Hechos 2, el día en que la Asamblea comenzó. Cuando el Señor estuvo en la tierra, no edificó una asamblea; se presentó a su pueblo Israel como su verdadero rey, su Mesías, y reunió a su alrededor a un remanente de verdaderos creyentes y discípulos, mientras que los líderes de Israel lo rechazaban cada vez más.
Estos fieles creyentes en el día del Señor siguieron a su Mesías individualmente, y luego se convirtieron en el núcleo de la congregación cuando se formó en el día de Pentecostés. En ese día fueron bautizados con el Espíritu Santo, para ser el Cuerpo de Cristo, así unidos con su exaltado Salvador en gloria (1 Cor. 12:13). Ya no eran creyentes aislados, sino un cuerpo constituido, el Cuerpo de Cristo, miembros unos de otros, unidos por el Espíritu de Dios descendido del cielo que ahora habitaba en ellos. Tal fue el comienzo de la Asamblea del Dios vivo.
Esta es la Asamblea: la suma total de todos los que creen en Cristo, bautizados con el Espíritu de Dios en un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo. El mismo Espíritu los une al Señor y los unos a los otros. Esto lo veremos en detalle un poco más adelante.
De todo esto se deduce claramente que la enseñanza que hace que la Asamblea comience con Juan el Bautista es totalmente errónea e infundada en las Escrituras.
También debe ser obvio que el uso común del término «iglesias» o «la iglesia» para referirse a los edificios utilizados para servicios religiosos no tiene base en las Escrituras y es probable que sea engañoso. La Iglesia no es un edificio físico, sino un Cuerpo de creyentes nacidos de nuevo, piedras vivas que constituyen un templo santo en el Señor (Efe. 2:19-22; 1 Pe. 2:5). Esta verdad será objeto de un estudio más adelante.
Hasta ahora nos hemos detenido en lo que no es la verdadera Iglesia. Veamos ahora con más precisión lo que es, a la luz de las Escrituras.
1.1.3 - Llamados fuera
Si volvemos al significado de la palabra «ecclesia», notamos que la Asamblea del Dios vivo es, por lo tanto, una compañía de personas convocadas, llamadas fuera del mundo; son aquellos a quienes Dios ha llamado a sí mismo por el Evangelio de su gracia, y que han aceptado este Evangelio y al Salvador a quien este presenta. De este modo, están separados del mundo; las Escrituras hablan de ellos como aquellos que son «santificados en Cristo Jesús» (1 Cor. 1:2), que significa “apartados” en Cristo.
Esto se confirma en Hechos 15:14 por las palabras de Santiago: «Simeón ha referido cómo Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de entre ellos un pueblo para su nombre». Esto es la Asamblea: un pueblo sacado de las naciones para su nombre por la acción soberana del Espíritu Santo. Si la Asamblea se hubiera acordado de esto, no se habría instalado en el mundo, no se habría vuelto mundana; habría permanecido separada de él, conservando el carácter celestial de aquellos que verdaderamente fueron atraídos del mundo a un Cristo rechazado y glorificado.
El capítulo 2 de Hechos nos presenta a los creyentes como una compañía verdaderamente separada. Los 120 estaban reunidos en el aposento alto, lejos del mundo que había crucificado a su Salvador, y perseveraban unánimes en la oración. Entonces el Espíritu descendió del cielo y todos fueron llenados de él y comenzaron a proclamar en otras lenguas las maravillas de Dios. Entonces Pedro anunció a Cristo a la multitud, instándolos a arrepentirse y a ser bautizados en el nombre de Jesucristo, y así salvarse de esta generación inicua tomando posición por Cristo y separándose de la nación que lo rechazaba. Los que recibieron su palabra fueron bautizados, y unas 3.000 almas fueron añadidas a esta compañía apartada. Tal fue el comienzo de la Asamblea de Dios, la Iglesia llamada fuera del mundo.
La Asamblea comenzó en Pentecostés con creyentes judíos, y más tarde se agregaron gentiles a ella (Hec. 10), siendo ambos reconciliados en un solo Cuerpo con Dios a través de la cruz para ser un nuevo hombre (Efe. 2:14-16). Por supuesto, no todas las verdades acerca de la Asamblea fueron reveladas en ese momento; fue Pablo, más tarde, el administrador especial de este misterio, quien lo dio a conocer en sus Epístolas escritas desde su prisión; pero la Asamblea del Dios vivo comenzó, no obstante, en Pentecostés. El libro de los Hechos cubre un período de transición, desde el judaísmo hasta la plena libertad del cristianismo.
1.1.4 - Añadidos por el Señor
Fíjense en la frase de Hechos 2:47: «Y cada día el Señor añadía a la Iglesia los que iban siendo salvos». No fueron los hombres los que se adhirieron por su propia voluntad, como ahora se unen a esta o aquella iglesia; fueron añadidos por el Señor mismo. A los que salvó, los añadió a la Asamblea por su Espíritu, y «ninguno de los demás osaba juntarse con ellos; pero el pueblo los tenía en grande estima. Cada día se añadían al Señor más creyentes» (Hec. 5:13-14). Tal era el poder y la santidad de esta Iglesia de los primeros días que los inconversos no se atrevían a unirse a ella. Pero tan pronto como un alma era salvada, era añadida al Señor, no a los hombres ni a ninguna organización, y se unía naturalmente con los creyentes y se añadía a la Asamblea de Dios.
Los mismos principios permanecen hoy en día, porque sigue siendo cierto ahora que el Señor añade diariamente a los que van siendo salvos. Si alguien no está salvo, no puede unirse a la verdadera Iglesia de Dios. Él puede unirse a una iglesia en la tierra, pero nadie pertenece a la verdadera Iglesia a menos que haya nacido de nuevo. También debería ser cierto hoy que ningún inconverso se atreva a unirse a la asamblea local de creyentes; pero, ¡ay!, la Asamblea ha perdido su poder y ya no es así.
¡Cuán consolador debería ser para cada creyente, en estos días de confusión, desorden y apostasía en medio de la cristiandad en la tierra, saber que, tan pronto como se convierte, es añadido por el Señor a la verdadera Iglesia de Dios, a la cual solo pertenecen los verdaderos creyentes! Forma parte de «la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo» (Hebr. 12:23) y debe regocijarse porque su nombre está escrito en el cielo en el libro de la vida, del cual nunca será borrado (Lucas 10:20; Apoc. 3:5).
Es la única Iglesia que se conoce en las Escrituras. La Biblia nunca presenta a los creyentes como pertenecientes a ninguna iglesia, excepto a la Iglesia de Jesucristo. Tampoco encontramos ningún registro de pertenencia a tal o cual iglesia; los creyentes están simplemente unidos al Señor y añadidos por él a la Asamblea. La única membresía conocida por las Escrituras es la de un miembro del Cuerpo de Cristo.
Haremos algunas aplicaciones prácticas de estas verdades para nuestro tiempo; si alguien está unido por el Señor a su verdadera Iglesia, ¿por qué debería unirse a otra iglesia si ya pertenece a la única Iglesia que Dios reconoce?
Los creyentes deben tener comunión unos con otros, adorar y servir al Señor juntos; deben edificarse unos a otros y orar los unos por los otros, como ya unidos en el Señor, como «miembros unos de otros» (Rom. 12:5); pero la Escritura nunca nos dice que nos unamos a una iglesia cuyos estatutos el hombre ha establecido. Se nos exhorta en Efesios 4:3 a «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz», una unidad ya hecha por el Espíritu, no una unidad de propósito o doctrina que tendríamos que lograr. Debemos reconocer la unidad de los verdaderos creyentes hecha por Dios y actuar en consecuencia; y no tenemos necesidad de reconocer la existencia y autoridad de ningún otro; estos son algunos de los principios prácticos que se derivan de ser añadidos por el Señor a la Asamblea del Dios vivo.
La Iglesia se presenta en la Escritura bajo las 3 figuras del Cuerpo, la Esposa y la Casa. Ya hemos aludido brevemente a 2 de estas figuras, pero ahora las veremos con un poco más de detalle. Comenzaremos con la Iglesia como Cuerpo.
1.2 - El Cuerpo de Cristo
Este es un tema que se trata en varias Epístolas, pero primero veremos lo que se dice al respecto en Efesios 1:22-23; después de hablar de la resurrección de Cristo de entre los muertos, de su glorificación y exaltación en el cielo, «por encima… de todo nombre que es nombrado», el apóstol dice que Dios «ha sometido todas las cosas bajo de sus pies, y lo ha dado por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud del que todo lo llena en todo».
La muerte, resurrección y glorificación de Cristo en el cielo son el fundamento de la Asamblea. Antes de que el Cuerpo de Cristo pudiera ser formado en la tierra, él mismo tenía que estar en el cielo como Hombre, como Cabeza del Cuerpo, después de haber hecho la obra de redención para los hombres pecadores. Cristo fue exaltado primero en el cielo como Cabeza sobre todo; entonces su Cuerpo fue formado por el Espíritu Santo, a quien envió del cielo.
La Iglesia, pues, es su Cuerpo en la tierra, su complemento, la plenitud del Hombre místico glorificado, del mismo modo que Eva fue necesaria para la plena realización de los pensamientos de Dios hacia el primer Adán. Como miembros del Cuerpo de Cristo, los creyentes están unidos a él, su Cabeza, a la diestra de Dios, y deben asumir un carácter celestial tal como él lo hace. Esta es una verdad muy importante, y solo la realización práctica de la unión con un Cristo ascendido en el cielo puede producir este carácter celestial.
Escribiendo a los corintios, el apóstol inspirado les dijo: «Así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:12-13).
Este pasaje y los versículos que siguen usan la imagen del cuerpo humano con sus diversos miembros para mostrar que la Asamblea es un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo. Aunque el cuerpo humano está formado por un gran número de partes diferentes, presenta una unidad maravillosa. «Así también es Cristo», dice el apóstol. Fíjense en estas palabras «Cristo», que significa: Cristo y su Cuerpo, la Asamblea. El cuerpo humano, con su unidad y, sin embargo, con la diversidad de sus miembros, es, pues, imagen de Cristo y de su Asamblea, que es su Cuerpo espiritual.
1.2.1 - Un Cuerpo
La Iglesia de Cristo no es más que un Cuerpo, aunque sus miembros son una multitud, cada uno diferente de los demás, esparcidos por toda la tierra. «Nosotros, siendo muchos, somos un solo cuerpo en Cristo, y cada uno, miembros unos de otros», escribe Pablo a los romanos (Rom. 12:5). Dijo a los corintios: «Nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo Cuerpo» (1 Cor. 10:17); «Todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo» (1 Cor. 12:13); y a los efesios: «[Hay] un [solo] cuerpo» (Efe. 4:4). Esta es la verdad divina concerniente a los que componen la Iglesia de Jesucristo. Sin importar su nacionalidad o raza, ahora son «un solo cuerpo en Cristo». Esto era cierto en los días de los apóstoles y sigue siendo cierto hoy en día. La Palabra de Dios no dice: “había un solo cuerpo” o “habrá un solo cuerpo”, sino «[hay] un [solo] cuerpo».
La cristiandad puede estar muy fragmentada, pero Dios ve a sus hijos en la tierra, los verdaderos creyentes, como «un solo cuerpo en Cristo», independientemente de las diferentes organizaciones eclesiásticas humanas a las que pertenezcan, por muy divididas y dispersas que puedan estar. Estas divisiones son para vergüenza de ellos porque esta pluralidad de sistemas y cuerpos religiosos distintos es contraria al pensamiento y a la voluntad de Dios y no está reconocida por él. Lo que Dios reconoce en la tierra es solo el Cuerpo de Cristo, y solo eso es querido por él.
Sin embargo, a Dios le complace reconocer que todos sus hijos poseen vida divina en medio de varios sistemas religiosos en los que se mezclan creyentes y no creyentes, y los considera parte del Cuerpo de Cristo que su Espíritu ha formado.
1.2.2 - La unidad visible
En los días de los apóstoles, los creyentes formaron literalmente un solo Cuerpo visible en la tierra; Los hombres que los rodeaban podían ver su unidad; no había divisiones en medio de ellos; todos los cristianos de la misma localidad se reunían en el mismo lugar y se unían en una feliz comunión. Esta comunión se extendió a todos los cristianos y a todas las reuniones cristianas en otras ciudades de la provincia y en todos los demás países, como atestiguan los Hechos y las Epístolas. Por lo tanto, era evidente para todos que estos cristianos eran «un solo cuerpo en Cristo», un organismo vivo que funcionaba bajo la dirección y el poder del Espíritu Santo. Esto era lo que Dios deseaba y había ordenado y debería haber continuado así.
Desgraciadamente, esta feliz unidad visible fue pronto alterada y destruida. Los inconversos se disfrazaron de creyentes y hombres malvados se infiltraron entre los fieles (Judas 4) y la Iglesia en la tierra se convirtió en una casa grande con vasos de honor y vasos de deshonra (2 Tim. 2:19-21). Más tarde, surgieron divisiones, provocadas por la voluntad propia y el abandono de la Palabra de Dios; la unidad del Cuerpo de Cristo ya no era visible y, sin embargo, seguía existiendo. La ruina, la división y la confusión que caracterizan a la cristiandad hoy muestran hasta qué punto nos hemos desviado del pensamiento y de la voluntad de Dios, quien declara que solo hay un Cuerpo de creyentes.
Aunque esta unidad del Cuerpo de Cristo no es visible hoy, sin embargo, existe, y se verá de nuevo cuando el Señor reúna a su pueblo en torno a él; y cuando Cristo venga a reinar sobre la tierra, la Asamblea, que es su Cuerpo, se manifestará con él en toda su maravillosa unidad.
La unidad del Cuerpo de Cristo ha sido justamente comparada a una cadena tendida a través de un río: se ve a ambos lados, pero se hunde en el medio, dando la impresión de que está rota en su centro; así es con la Iglesia de Cristo: se vio en su unidad en el principio, así será ahora; es una a los ojos de Dios hoy, incluso si esta unidad no es visible a los ojos de los hombres (según C.H. Mackintosh).
1.2.3 - La responsabilidad
Pero a pesar de que la cristiandad está hoy tan fragmentada, no por ello estamos exentos de la responsabilidad de dar testimonio, de manera visible, de la unidad de la Iglesia de Cristo. No debemos limitarnos a mantener la verdad teórica de la unidad del Cuerpo, sino que estamos llamados a mostrar esta importante verdad en nuestra comunión cristiana, a dar testimonio concreto frente a todo lo que la contradice.
Para usar la frase de otro: “El primer paso para confesar la unidad de la Iglesia de Dios es romper las divisiones de la cristiandad. No nos detengamos a preguntarnos cuál será el segundo paso. Dios nunca da luz para 2 pasos a la vez. ¿Es cierto que hay un solo Cuerpo? Sin duda, ya que Dios lo dice. Ahora, entonces, las divisiones, las sectas, los sistemas de la cristiandad se oponen abiertamente a la mente, a la voluntad de Dios y a su Palabra. Eso es exactamente. ¿Qué debemos hacer entonces? Para salir de ella. Podemos estar seguros de que este es el primer paso en la dirección correcta. Es imposible dar un testimonio real de la unidad de la Iglesia de Dios mientras se permanece asociado a lo que la contradice en la práctica. La verdad de esto puede ser mantenida por el intelecto mientras que al mismo tiempo la supera en la realidad del progreso práctico. Pero si uno quiere dar testimonio de la verdad de la unidad del Cuerpo, el primer paso, el primer deber, es separarse resueltamente de todos los cismas y sectas de la cristiandad. ¿Qué sigue? Mirar a Jesús, y esto hasta el final. ¿Dirán ustedes que es para formar una nueva secta o para unirse a algún nuevo cuerpo? De nada. Es solo huir de las ruinas que nos rodean para encontrar nuestros recursos en la suficiencia total del nombre de Jesús, es mantener nuestros ojos fijos en él en medio de las olas tumultuosas hasta el día en que lleguemos en paz al puerto de descanso y gloria eterna” (C.H. Mackintosh).
1.2.4 - Los diversos miembros
Ahora consideraremos los diversos miembros del Cuerpo de Cristo y sus funciones, tal como se presentan en 1 Corintios 12. Se mencionan diferentes partes del Cuerpo, como el pie, la mano, la oreja o el ojo, así como sus diversas funciones y la necesidad que tienen unas de otras. Luego, en el versículo 28, el apóstol dice: «Dios los ha puesto en la iglesia: primero a los apóstoles, segundo a los profetas, tercero a los maestros, luego a los que hacen milagros, después los dones de curar, de ayudar, de gobernar, y diversidad de lenguas». Estos son algunos de los diversos dones o miembros específicos del Cuerpo que se encontraron en la Iglesia primitiva.
Efesios 4:8, 11 nos dice que Cristo «subiendo a lo alto», «dio dones a los hombres», «a unos apóstoles, a otros profetas, a otros evangelistas; y a otros pastores y maestros». Estos, sin duda, son los dones permanentes que se encuentran en la Iglesia a partir de entonces, los que permanecen hasta el regreso de Cristo, como se afirma en el versículo 13.
Estos miembros del Cuerpo –dones especiales del Señor– enumerados en los pasajes anteriores, son los más prominentes, los miembros más eminentes, por así decirlo, dados «para su edificación» (del cuerpo de Cristo). Discutiremos la naturaleza y función de estos dones más adelante cuando analicemos el ministerio en la Iglesia.
Pero el apóstol, en 1 Corintios 12, se cuida de enfatizar la importancia y utilidad de los miembros menos honorables del Cuerpo. Ningún miembro puede decir a otro: «No tengo necesidad de ti», «los miembros del cuerpo que parecen ser más débiles, son mucho más necesarios», dice el apóstol inspirado. «Pero Dios ordenó el cuerpo, dando mayor honor al que le faltaba; para que no haya división en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos por los otros. Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él» (v. 24-26).
Estas son consideraciones muy prácticas que se derivan del hecho de que somos miembros del Cuerpo de Cristo. Conciernen a nuestra vida diaria y a nuestras relaciones mutuas, tanto en lo material como en lo espiritual, y debemos tener cuidado de aplicarlas a diario.
También leemos en Efesios 4:15-16: «…la cabeza, Cristo; de quien todo el cuerpo, bien coordinado y unido mediante todo ligamento de apoyo, según la actividad de cada miembro, lleva a cabo el crecimiento del cuerpo para su edificación en amor». Este versículo nos recuerda que incluso una parte tan pequeña como una articulación debe realizar su función asignada por la Cabeza, Cristo, y que cada parte debe trabajar eficazmente para asegurar el buen funcionamiento y crecimiento de todo el Cuerpo. Esto es absolutamente cierto del cuerpo humano, y también lo es el Cuerpo espiritual de Cristo.
1.2.5 - Un lugar asignado por Dios
«Ahora Dios colocó a cada uno de los miembros en el cuerpo como él quiso» (1 Cor. 12:18). Aquí encontramos la soberanía de Dios dando a los creyentes su lugar en el Cuerpo de Cristo, un lugar y una función muy específicos para cada miembro, según le plazca. Nadie puede elegir su lugar o lo que quiere hacer en el Cuerpo de Cristo. Cada persona recibe su lugar de la mano de Dios y es calificada por él para realizar, como un miembro del Cuerpo distinto de los demás, el trabajo preciso que se le ha asignado. «A cada uno su tarea» son las palabras del Señor en Marcos 13:34.
1.2.6 - La Cabeza dirige a los miembros
Se deduce, por lo tanto, que es absolutamente contrario a la enseñanza de la Escritura que sea el hombre quien designe, el hombre que aspire a tal o cual oficio o posición en la Asamblea de Dios. Nadie tiene derecho alguno a elegir predicar o enseñar, etc. o para designar a otra persona para que lo haga. Él debe ser llamado por el Señor para esto. Si este es el caso, estará calificado y preparado por Dios para esta obra y esto será obvio para la congregación. Él es responsable ante el Señor de cumplirlo en dependencia de Cristo, la Cabeza, que lo llamó.
Depende de cada uno, hermano o hermana, aprender del Señor, a través de la comunión personal y el trabajo del corazón, cuál es su lugar en el Cuerpo de Cristo y qué trabajo se le ha dado para hacer en ese lugar. Es la cabeza la que regula los movimientos y el funcionamiento del cuerpo humano, y así también es Cristo, la Cabeza de la Asamblea, la Cabeza del Cuerpo espiritual, quien debe regular los movimientos y el trabajo de sus diversos miembros.
En nuestro cuerpo, el control de las extremidades por parte de la cabeza se realiza por medio del sistema nervioso que conecta la cabeza con cada extremidad y cada parte del cuerpo. En el Cuerpo espiritual, este control y dirección de los miembros por Cristo, la Cabeza, está realizado por el Espíritu Santo que mora en cada uno de ellos y los une juntos y a la Cabeza en el cielo. Si el Espíritu no se contrista, producirá obra en nuestros corazones para algún servicio al Señor, y nos conducirá allí bajo la dirección de Cristo, la Cabeza del Cuerpo. Pero esto implica que debemos someternos al Espíritu Santo y no apagarlo.
Si los lectores acuden a Hechos 13:1-5, encontrarán un ejemplo de la dirección de la Cabeza por medio del Espíritu Santo. Mientras los profetas y maestros de la congregación de Antioquía ministraban al Señor, «el Espíritu Santo dijo: Separadme a Bernabé y a Saulo, para la obra a la que los he llamado». A continuación, la asamblea expresó su comunión con ellos. «Después de ayunar y orar, pusieron sobre ellos las manos y los despidieron». Entonces se dice expresamente: «Ellos, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia». Este es el orden en el que sucedieron las cosas en ese momento, y así es como Dios quiere que siempre sucedan para nosotros.
1.2.7 - El Cuerpo como organismo vivo
Después de lo que acabamos de exponer, debe ser evidente que la Asamblea de Dios no es una organización establecida por el hombre, sino un organismo vivo, compuesto de miembros vivos, en el que mora el Espíritu de vida, unido con la Cabeza viva en el cielo, bajo su dirección y control. ¿Hay alguna diferencia entre estas 2 cosas: una organización y un organismo? Ciertamente: la primera es una sociedad formada por hombres; el segundo, un ser vivo formado por Dios.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos muestra el funcionamiento de este organismo vivo, la Asamblea, en sus comienzos. Al recibir energía y dirección de su Cabeza al cielo a través del canal del Espíritu Santo, los diversos miembros del Cuerpo fueron e hicieron la obra de Dios en ausencia de cualquier líder u organización en la tierra. Y todo se hizo en armonía, y además en unidad, una unidad como nunca se produce por una organización o una empresa humana colectiva. De hecho, hay una «unidad del Espíritu» que se nos exhorta a guardar. También experimentaron que tenían una Cabeza viva en la gloria, y que Cristo no está en el cielo sin intervenir; por el contrario, es una presencia viva y plenamente suficiente. Él siempre ha sido suficiente para las necesidades de su Asamblea, en todas las circunstancias difíciles y en todos los eventos, a lo largo de los siglos, y así será hasta el final, si tan solo confiamos en él. ¡Que podamos tener esta experiencia, que él es nuestro líder glorificado en el cielo, totalmente suficiente para todo!
1.2.8 - Contraste con el tiempo actual
Sin embargo, si hoy miramos a nuestro alrededor en la cristiandad, vemos que prácticamente todo está en marcado contraste con lo que era la Iglesia en los días de los Hechos y de las Epístolas, cuando respondía al pensamiento de Dios. En lugar del funcionamiento de un organismo vivo, hay en todas partes organizaciones eclesiásticas, cada una con su cabeza y una jerarquía, etc., teniendo autoridad sobre los demás miembros. Cristo y el Espíritu Santo son prácticamente suplantados por la maquinaria humana de los grupos religiosos organizados según los métodos del hombre. Y esto sucede no solo en las personas que no tienen la vida de Dios pero que todavía tienen una apariencia religiosa, sino también en los verdaderos creyentes, aunque quizás en menor grado.
Amados, no debería ser así. “¿Qué dice la Escritura?”, es lo que debemos estar buscando, y «Así dice el Señor» es lo que debe ser nuestra regla en todo asunto de caminar y doctrina. Cualquier cosa que no esté de acuerdo con su Palabra es contraria a su voluntad y debe ser abandonada. Que el Señor, el líder de la Asamblea, guíe a los lectores y al escritor de estas líneas a tomar en serio estas verdades trascendentales concernientes al Cuerpo de Cristo, y a caminar en ellas en separación de todo lo que las contradice.
1.3 - La Casa de Dios
En el Antiguo Testamento, Dios habitó en medio del pueblo de Israel, en el Lugar Santísimo del Tabernáculo, en el propiciatorio rociado con sangre, y más tarde en el templo. Pero, como Pablo declara a los atenienses, desde la muerte y resurrección de Cristo, Dios «no habita en templos hechos por mano de hombre» (Hec. 17:24). Su Casa, su morada en la tierra, es ahora la Asamblea (1 Tim. 3:15), y esto nos lleva a considerar la segunda imagen de la Asamblea, la Casa de Dios.
En Efesios 2:19-22 leemos: «Así, pues, ya no sois extranjeros ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos y de la familia de Dios; edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular; en quien todo el edificio bien coordinado crece hasta ser un templo santo en el Señor; en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu».
Cada vez que alguien es salvo, es una piedra añadida al edificio espiritual, y este, encajando bien, crece hasta convertirse en un templo santo en el Señor. En este sentido, la Iglesia es un edificio inacabado, que estará terminado cuando la última alma sea salva en este tiempo de la Iglesia o tiempo de la gracia, y entonces el Señor vendrá a buscar los suyos.
También Pedro, en su Primera Epístola, nos habla un poco de la Casa de Dios: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual, un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por Jesucristo» (2:5). Aquí los creyentes están presentados como piedras vivas, colocadas sobre Cristo, la Piedra viva, formando una casa espiritual.
Ya hemos notado que el Señor dijo en Mateo 16:18: «Sobre esta Roca [es decir, él mismo] edificaré mi Iglesia, y las puertas del hades no prevalecerán contra ella». Así vemos cómo Cristo edifica su Casa, la Asamblea, desde el día de Pentecostés hasta el día de hoy, y cómo ha resistido a pesar de los ataques contra ella a lo largo de los siglos, cuando Satanás ha tratado de destruirla por medio de la violencia y la astucia.
En este edificio espiritual vivo, formado por verdaderos creyentes, Dios habita mediante el Espíritu. Él ha sido su hogar, su templo, su morada desde su formación durante el descenso del Espíritu Santo del cielo (Hec. 2). Pablo escribe a los creyentes en Corinto: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?» (1 Cor. 3:16). Colectivamente, los creyentes en Corinto eran el templo y la casa de Dios en esa localidad, y esto es cierto para los creyentes en todas partes hoy en día. Esto es lo que es la Casa de Dios. No es un edificio hecho de piedras, etc., como a menudo pensamos o decimos, sino un edificio espiritual hecho de piedras vivas, es decir, los creyentes.
1.3.1 - El orden y la responsabilidad
Estos son los puntos principales concernientes a la Iglesia considerada como la Casa de Dios. Porque Dios «no es [Dios] de desorden» (1 Cor. 14:33), y si habita en su Casa, debe ser en orden y según su mente. Tenemos la responsabilidad de mantener esta morada pura y santa, porque «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová» (Sal. 93:5). Por lo tanto, debe haber disciplina y orden en la Iglesia, porque es la morada del Dios santo.
Pablo escribía su Primera Epístola a Timoteo para que él y nosotros supiéramos «cómo debes comportarte en la casa de Dios (que es la Iglesia del Dios vivo)» (1 Tim. 3:15). Así vemos que debe haber una conducta que conviene a la Casa de Dios y que el orden, la santidad y la disciplina están ligados al hecho de que somos la Casa y la morada de Dios. Proponemos considerar estos temas en detalle cuando nos acerquemos al aspecto local de la Iglesia.
Digamos de nuevo de paso que la disciplina está en relación con la Asamblea como la Casa de Dios y no como el Cuerpo de Cristo. El pensamiento principal en relación con el Cuerpo de Cristo es la gracia, la posición, la unión vital con Cristo, la Cabeza glorificada. De este Cuerpo, ningún poder humano puede cortar un miembro; ni ningún miembro puede ser añadido a ella por un poder humano; en la Casa de Dios, por el contrario, uno puede ser excluido de la comunión por un acto de disciplina. La santidad de la Casa de Dios requiere que se tome tal decisión si alguien en comunión tolera un mal grave en su propia vida (vean 1 Cor. 5:13).
1.3.2 - Dos aspectos de la Casa de Dios
En los pasajes que hemos considerado (Efe. 2 y 1 Pe. 2), tenemos un aspecto de la Casa de Dios: es un edificio que Cristo construye, y en el que solo los verdaderos creyentes entran, como piedras vivas. Cristo es el constructor y el edificio es perfecto. En este aspecto, la Casa de Dios y el Cuerpo de Cristo se confunden; ambos solo albergan a los verdaderos creyentes.
Pero en 1 Corintios 3, tenemos otro aspecto de la Casa de Dios, donde el hombre es el constructor, su responsabilidad y la consiguiente bancarrota asociada con ella. Leemos: «Somos colaboradores de Dios; vosotros sois su labranza, edificio de Dios. Según la gracia de Dios que me fue dada, como arquitecto sabio puse los cimientos, y otro edifica encima» (v. 9-10). Entonces el apóstol habla de lo que está edificado sobre este fundamento: oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, hojarasca, así como del fuego que probará la obra de cada uno en el día del juicio, cuando todas las cosas sean manifestadas, y aquel cuya obra haya resistido la prueba del fuego recibirá una recompensa.
Es evidente que la madera, el heno y el rastrojo no lo soportarán, son malos materiales traídos al edificio de Dios por la obra del hombre. Así, bajo este aspecto de la Casa de Dios en la tierra, donde la obra de construcción se confía al hombre, hay bancarrota, y las personas que son cristianos nominales sin fe personal, a menudo se mezclan con los verdaderos creyentes.
Al principio, en el tiempo de los apóstoles, la casa hecha por el hombre se confundió con el Cuerpo de Cristo y la Casa construida por Cristo. El Señor añadió a la Asamblea a los que eran salvados y todos los que habían sido traídos a la Casa de Dios en la tierra eran verdaderos creyentes. Pero pronto un hombre, Simón el mago, que profesaba ser salvo, fue bautizado e introducido en los privilegios de la Casa de Dios, de la compañía cristiana. Más tarde resultó que este hombre no se había convertido y no era recto ante Dios.
Esta fue quizás la primera bancarrota y el primer material malo, madera, heno, paja, que fue traído al edificio de Dios por el hombre. No era una piedra viva, por lo tanto, no era un miembro del Cuerpo de Cristo. Ahora había algo de la Casa que no pertenecía al Cuerpo; los 2 ya no eran lo mismo: la casa se hizo más grande que el Cuerpo.
La introducción de materiales mezclados en la Casa de Dios ha continuado desde entonces, por lo que ahora es de gran importancia distinguir entre estos 2 aspectos de la Casa de Dios: la Casa construida por Cristo de manera perfecta y la casa construida por el hombre, marcada por la imperfección y la ruina, con materiales mezclados.
Ya al final de la vida del apóstol Pablo, la Casa de Dios se había convertido en una «casa grande», con vasos a honor y vasos para deshonra, vasos de oro y plata, vasos de madera y tierra, de modo que para ser «un vaso para honra, santificado, útil al dueño», era necesario separarse de los vasos para deshonra de la casa grande (2 Tim. 2:20-21). Esta es la casa construida por medio de los hombres.
Digamos para concluir nuestras observaciones sobre este tema, que es el bautismo en agua, la marca externa de la profesión cristiana, lo que coloca a una persona en la Casa de Dios, en cuyo edificio participa el hombre, mientras que es el bautismo del Espíritu Santo el que introduce a alguien en el Cuerpo de Cristo, como hemos visto anteriormente.
1.4 - La Esposa de Cristo
Llegamos ahora a la tercera imagen de la Asamblea de Dios en las Escrituras. La encontramos en Efesios 5:22-32 donde Pablo muestra que la Asamblea es la esposa de Cristo y que la naturaleza de esta relación íntima y bendita entre Cristo y su Asamblea es el modelo de la relación y conducta de esposos y esposas: «Maridos, amad a vuestras mujeres, como también Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por [la] Palabra; para presentarse a sí mismo la iglesia gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada. Así deben los maridos amar a sus propias mujeres, como a sus mismos cuerpos. El que ama a su mujer, se ama a sí mismo. Porque nadie aborreció jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, así como Cristo a la Iglesia; porque somos miembros de su cuerpo, de su carne y de sus huesos. Por esto, el hombre dejará a padre y a madre, y se unirá a su mujer; y los dos serán una sola carne. Este misterio es grande; pero yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia» (Efe. 5:25-32).
1.4.1 - El afecto, la intimidad y la asociación
Bajo esta figura de la esposa encontramos a la Iglesia presentada como el objeto de los afectos más tiernos e íntimos de Cristo, el objeto de su amor y cuidado, así como un esposo digno de ese nombre ama a su esposa y la cuida, aunque aquí es más bien lo celestial lo que es un modelo para la tierra. Esta figura también pone ante nosotros la relación más íntima que existe entre Cristo y la Asamblea, la que se caracteriza por la mayor cercanía posible, el vínculo dulce e íntimo que une a marido y mujer. Esta estrecha asociación futura de Cristo y su congregación en la hora venidera de su reinado y gloria también está presentada por Eva asociada con Adán en su posición de gobernante sobre toda la creación. Veremos esto más adelante, en otros pasajes.
La Asamblea del Dios vivo, entonces, es la esposa de Cristo, a quien él amó con amor infinito, y a quien adquirió para sí mismo al precio de su propia sangre, derramada para redimirla del pecado y de la perdición. Esto es lo que ha hecho por ella en el pasado, para tenerla para sí mismo para siempre como objeto de sus profundos afectos, y para compartir con ella su gloria y dominio en el día venidero.
Presentemente, en su amor inmutable, él cuida de ella incesantemente, alimentándola, cuidándola, santificándola y purificándola con agua lavada por la palabra –la aplicación del poder purificador de la Palabra de Dios por el Espíritu– a fin de que ella pueda ser moralmente apta para esta posición de asociación íntima con él en su gloria y dominio. En el futuro, su amor por la Asamblea se manifestará cuando se la presente como su gloriosa esposa, sin mancha ni arruga. Ella estará con él, su amado Esposo, para siempre. Como dijo otro: “Él es el que puede presentársela a sí mismo, porque es el autor de su existencia, de su belleza, de esa perfección en la que debe aparecer en el cielo para ser digna de tal esposo y de la gloria que reina allí”.
Esta es la parte bendita de la Iglesia como la Esposa de Cristo, y este es el amor que cada uno de sus componentes debe gustar ahora, porque el amor que disfrutaremos en el puro esplendor de la eternidad es el mismo amor con el que él nos ama ahora en la noche oscura de este mundo. ¡Oh, que nuestros corazones descansen en este amor infinito!
1.4.2 - El afecto y la fidelidad
Así como encontramos nuestro gozo en el amor que él tiene por nosotros, su esposa, así los afectos de nuestros corazones deben estar –y estarán– dirigidos a él, nuestro Esposo, en un deseo ardiente por él, nuestro Esposo, y esto durante su ausencia y en la escena de su rechazo, en una consagración fiel a su persona. Recordemos las palabras de Pablo a los corintios y comprendamos que se aplican a todo creyente: «Os he prometido a un solo esposo, para presentaros como virgen pura a Cristo» (2 Cor. 11:2).
Como cristianos, estamos desposados a Jesucristo y tenemos que serle fieles, preservarnos para él como una virgen casta, no estar contaminados por el mundo que lo crucificó, no dando nuestro amor y afectos en el presente siglo al enemigo de nuestro amado, sino guardando para él todo nuestro amor y todo nuestro corazón, sirviéndole fielmente, viviendo para él en la feliz espera de su venida a buscarnos y de ese día de bodas. Esta es una responsabilidad que brota de esta relación íntima con Cristo.
1.4.3 - La presentación
Además, nuestro pasaje en Efesios 5 nos recuerda que esta bendita relación implica las nociones de autoridad y sumisión, como en las relaciones matrimoniales: «Cristo es cabeza de la iglesia, siendo él mismo el Salvador del cuerpo. Pero como la iglesia está sometida a Cristo, así las mujeres lo han de ser a sus maridos en todo» (v. 23-24). Habiendo hablado ya de Cristo como la Cabeza de la Asamblea, solo tocaremos el tema de la sumisión de la Iglesia, la Esposa de Cristo, a su Cabeza.
Esta sumisión a Cristo es otra responsabilidad muy importante que proviene de este bendito privilegio de ser la esposa de Cristo. Esto significa que nosotros en la tierra debemos obedecer a su Palabra, no hacer nuestra propia voluntad o seguir nuestros propios deseos, sino más bien las instrucciones que él nos ha dado en la Biblia. No debemos hacer lo que nos parezca más apropiado o mejor, para nosotros mismos personalmente o para la Iglesia colectivamente, sino que debemos buscar en las Escrituras el pensamiento de Cristo, y conformar nuestra conducta en sumisión a él, nuestra Cabeza. De ello se deduce que la Iglesia nunca tiene que enseñar o promulgar reglas, doctrinas, etc. Su lugar es estar sometida a las enseñanzas dadas por Cristo en su Palabra. El Señor enseña y edifica a través de los dones que ha dado a la Asamblea, bajo la dirección y el poder del Espíritu que presenta la Palabra.
Si la Iglesia no hubiera olvidado esto y perdido de vista su llamado celestial como la esposa de Cristo, ¡cuán diferente sería todo hoy; no existirían todas estas sectas y agrupaciones cristianas antagónicas, con sus diversas regulaciones y doctrinas, etc. Porque si todos estuvieran sometidos a Cristo, encontrarían en su Palabra la unidad de pensamiento y su camino para su Asamblea. El Espíritu nos enseñaría a cada uno de nosotros lo mismo, y cada creyente dependiente caminaría en obediencia en el único camino de Su voluntad. Entonces todos estarían juntos en la bendita unidad del Espíritu, como la esposa sometida a Cristo.
¡Qué hermoso sería, y qué testimonio daría entonces la Iglesia de Cristo en el mundo! Así fue al principio de la historia de la Iglesia, y así sería ahora si todos estuvieran sometidos a Cristo, la Cabeza, y lo conocieran verdaderamente como el Esposo. Por lo tanto, la razón de las divisiones y la confusión entre el pueblo de Dios hoy en día es que la Iglesia no ha estado ni está completamente sometida a Cristo. La voluntad del hombre ha estado obrando, y la ruina ha llegado.
Pero, aunque a la iglesia le ha faltado sumisión, no es menos apropiado que cada creyente esté sometido a la voluntad de Cristo y a su Palabra. En los mensajes del Señor a las 7 asambleas de Asia, que nos hablan proféticamente de la historia de la Asamblea y de lo lejos que se ha apartado de su Palabra, la exhortación que concluye cada carta está dirigida a cada uno: «Escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apoc. 2:7, 11, 17, 29; 3:6, 13, 22). ¡Que cada lector escuche, obedezca y camine en separación de todo lo que no está de acuerdo con su Palabra y en sumisión a Cristo!
1.4.4 - La esperanza y el destino
Hemos considerado cuál es la parte de la Asamblea, la esposa de Cristo, compuesta de creyentes nacidos de nuevo: amada por el Señor, introducida en su intimidad, asociada a él, llamada a ser fiel y sometida a su Esposo; ahora podríamos detenernos un poco en su esperanza y destino. La naturaleza misma de la relación esposo-esposa hace comprender fácilmente que lo que la Iglesia espera, y que cumplirá sus deseos, es estar unida a él y estar a su lado para siempre. Estar unidos a Cristo y participar de su gloria es la única esperanza y destino propios de la Iglesia.
Todo esto está implícito en los versículos de Efesios 5 que consideramos anteriormente, donde se nos dice que Cristo se presentará a sí mismo la Asamblea sin mancha ni arruga. Esto se cumplirá el día de la boda, el día de la unión nupcial, que debe ser la espera y el deseo ardiente de la Asamblea desposada con Cristo.
Entonces ella lo verá tal como es y será como él, inmaculada y pura (1 Juan 3:2-3). Nada más puede satisfacer los verdaderos afectos de la esposa tal como deberían encontrarse en la Asamblea.
Esta bendita esperanza de la Iglesia le fue dada por Jesús mismo en los conocidos y amorosos versículos de Juan 14:2-3. En ella anuncia a los creyentes que les va a preparar un lugar en la Casa de su Padre, que volverá y los llevará a él, para que donde él esté, ellos también estén. Esta es la promesa hecha por el Esposo a su esposa, y la seguridad de que el deseo de su corazón es que donde él está, ella también esté.
El anhelo de Cristo de tener a su esposa también se expresa conmovedoramente en su oración sacerdotal al Padre, como se registra en Juan 17:24: «Padre, deseo que donde yo estoy, también estén conmigo aquellos que me has dado, para que vean mi gloria». Esto es lo que se ha propuesto a sí mismo para su Asamblea, lo que quiere para ella: presentársela en la gloria. Y este debe ser siempre el deseo ardiente, la esperanza de su esposa.
La Iglesia es celestial en su origen, y está unida a Cristo, su Cabeza, en la gloria. Ella debe ser celestial en su carácter en la tierra, porque su «vida está escondida con Cristo en Dios» (Col. 3:3), y su destino es unirse con Cristo en el cielo y compartir su gloria para siempre. Todas las promesas hechas a la Iglesia son celestiales, mientras que todas las hechas a Israel son terrenales; por lo tanto, nunca deben confundirse.
Así hemos visto, en la Escritura, que el destino y la esperanza propios de la Iglesia, como esposa de Cristo, es estar unida y asociada con él en la gloria celestial, ser como él, conforme a su imagen. Por lo tanto, es evidente que no tiene base bíblica pensar, como se escucha a menudo, que la misión de la Iglesia es mejorar el mundo y convertirlo a Cristo. También es cierto que tal espera es en vano.
La misión de la Iglesia es, sin duda, representar y manifestar a Cristo en este mundo, a medida que el Evangelio está proclamado a los que están perdidos; pero la esperanza de mejorar el mundo entero y convertirlo a Cristo nunca se da en la Escritura. Por el contrario, la Palabra deja claro que «los hombres malos y los impostores irán de mal en peor» (2 Tim. 3:13) y que Dios tendrá que intervenir en el juicio para poner fin a toda maldad del hombre. La esperanza y el destino de la Iglesia, entonces, es ser llevada al cielo con él, como indica 1 Tesalonicenses 4:13-18, no mejorar o convertir el mundo.
Vayamos ahora a algunos pasajes del Apocalipsis que nos hablan del destino futuro de la Iglesia en su unión y asociación con Cristo. Sin lugar a duda, Apocalipsis 4:1 describe el momento en que ella está llevada al cielo; ella es parte de esa compañía de los redimidos que adoran en los capítulos 4 y 5 y que están representados por los 24 ancianos. Durante todo el tiempo en que se derramarán juicios sobre la cristiandad apóstata y sobre este mundo impío, como se describe proféticamente en los capítulos 6 al 19 de este libro, la Asamblea de los verdaderos creyentes está segura en gloria con su amado Salvador.
Luego, en el capítulo 19, encontramos lo que concierne a las bodas del Cordero: «¡Alegrémonos y regocijémonos, y démosle gloria! Porque han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado. Y a ella le fue dado estar vestida de lino fino, resplandeciente [y] puro; porque el lino fino son las acciones justas de los santos» (v. 7-8). La falsa novia, la iglesia apóstata, habiendo sido juzgada en el capítulo 17, y la verdadera habiéndose preparado, puede tener lugar el glorioso acontecimiento del matrimonio de Cristo y la Iglesia adquirida por su sangre. Luego viene con su iglesia para ejecutar el juicio sobre los vivos y reinar con ella sobre la tierra (19:11 al 20:6). En Apocalipsis 21:9-27, la esposa del Cordero está descrita con precisión en toda su gloria como «la santa ciudad, Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios, teniendo la gloria de Dios». (Los lectores tendrán la amabilidad de leer todos estos versículos). Entonces será la metrópoli celestial del reino de Jesucristo en la tierra y reinará con él por 1.000 años.
Apocalipsis 21:1-8 describe la escena y el estado eternos después de que los 1.000 años del reinado de Cristo hayan terminado y los primeros cielos y la tierra hayan pasado. Entonces habrá nuevos cielos y una nueva tierra. Es allí donde leemos: «Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, desde Dios, preparada como una novia engalanada para su esposo. Y oí una gran voz del trono, que decía: He aquí el tabernáculo de Dios está con los hombres, y habitará con ellos; y ellos serán su pueblo», etc.
Este es el destino eterno de la Iglesia, la esposa de Cristo. Es a la vez la ciudad santa del Milenio, la esposa adornada para su esposo, y ahora el Tabernáculo, la morada eterna de Dios. ¡Qué destino tan glorioso es el de la «Asamblea del Dios vivo»! Que nuestros corazones estén más afirmados y que fluya un afecto cada vez más ardiente por nuestro Esposo celestial, que ha adquirido para nosotros todas estas bendiciones con el don de su vida en el Calvario.
1.4.5 - Resumen
Al concluir este primer capítulo sobre lo que es la Asamblea del Dios vivo, queremos recordar algunos de los principales pensamientos que se nos han presentado en respuesta a la pregunta planteada al comienzo de nuestro capítulo. Hemos visto en la Palabra de Dios que la Asamblea no comenzó hasta Pentecostés, y que está compuesta por creyentes nacidos de nuevo, bautizados con el Espíritu Santo para formar el Cuerpo de Cristo, y añadidos por él a su Asamblea, de la cual él es la Cabeza en el cielo. Son llamados, separados del mundo, y siempre vistos por Dios como un solo Cuerpo en todo el mundo, a pesar de todas las divisiones que puedan existir en medio de ellos.
La Asamblea nos está descrita de 3 formas: el Cuerpo de Cristo, la Casa de Dios y la Esposa de Cristo. Como Cuerpo, está formado por diversos miembros con la responsabilidad de actuar para él en el lugar que le ha sido preparado y asignado, bajo el control de Cristo, la Cabeza. Como Casa de Dios, la Asamblea es su morada en la tierra y es responsable de mantener el orden y la santidad de Dios allí. Como la Esposa de Cristo, su parte, su esperanza, su destino, es amarlo, disfrutar de su intimidad, ser fiel y sumisa a él, y estar para siempre con él, asociada con él en su gloria.
Después de esta visión general de la Iglesia o Asamblea en su conjunto, entenderemos más fácilmente lo que las Escrituras enseñan acerca de lo que es una asamblea local y el orden que reina en ella. Este será el tema del Capítulo 3.