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4 - Capítulo 4 – La Asamblea: Sus relaciones

La Iglesia, la Asamblea del Dios vivo


Hasta ahora hemos considerado las características que deberían, según las Escrituras, asumir cada asamblea de creyentes reunida en reconocimiento de la unidad del Cuerpo de Cristo, el único fundamento bíblico de reunión, así como en el nombre de Jesucristo, el único centro divino de reunión. Vamos a considerar ahora lo que la Palabra enseña acerca de la relación que debe existir entre tales asambleas.

4.1 - La independencia o la unidad

Sus relaciones mutuas pueden considerarse de acuerdo con 2 principios diferentes. Como muchos enseñan y practican, pueden coexistir como asambleas independientes, unidades individuales, responsables solo ante Cristo, la Cabeza del Cuerpo en el cielo. O pueden, según lo que otros enseñan y practican, mantener un vínculo de unidad vital entre sí, asumiendo cada una de ellas responsabilidades tanto colectivas como locales. La cuestión, en suma, es saber cuál de estas 2 maneras de actuar, que involucran principios diferentes, está de acuerdo con la Escritura. ¿Cuál es el camino trazado para nosotros en la Palabra de Dios? ¿Cuál es el camino que han tomado las asambleas del Nuevo Testamento? Esta delicada cuestión debe ser cuidadosamente considerada a la luz de las Escrituras, porque 2 escuelas distintas de pensamiento y práctica se han desarrollado, por así decirlo, sobre este tema, entre aquellos que profesan estar reunidos sobre una base consistente con las Escrituras.

4.1.1 - Un solo Cuerpo

En primer lugar, quisiéramos repetir lo que hemos subrayado varias veces en el capítulo anterior sobre el aspecto local de la vida de la Asamblea. Así como hay un solo Cuerpo de todos los verdaderos creyentes, así también cada asamblea local es la representación, o expresión, en ese lugar, de toda la Asamblea de Dios. Es parte de esa gran unidad que es la «Asamblea del Dios vivo». Por lo tanto, desde este punto de vista solamente, no puede hablarse de asambleas independientes. Si cada asamblea local es una parte viva de este gran Cuerpo de Cristo en la tierra, entonces debe existir entre las representaciones locales de ese Cuerpo una unidad práctica y comunión en el servicio. Si no es así, solo la verdad del Cuerpo queda anulada tanto en principio como en la práctica.

1 Corintios 12, nos enseña la maravillosa unidad que existe entre los diversos y variados miembros del Cuerpo de Cristo. «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo» (es decir, Cristo mismo y su Iglesia) (v. 12). «Ahora bien, hay muchos miembros, pero un solo cuerpo. No puede el ojo decir a la mano: No tengo necesidad de ti; y tampoco la cabeza a los pies: No tengo necesidad de vosotros… Pero Dios ordenó el cuerpo, dando mayor honor al que le faltaba; para que no haya división en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen los unos por los otros. Y si un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro recibe honor, todos los miembros se alegran con él. Vosotros sois cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno en particular» (v. 20-21, 24-27).

Así como hay una unidad perfecta, un funcionamiento armonioso y una interdependencia completa entre los muchos y diversos miembros del cuerpo humano, así también Dios lo ha ordenado en el Cuerpo espiritual de Cristo. De la misma manera que no hay independencia entre los miembros del cuerpo humano, sino por el contrario una interdependencia total, así tampoco puede haber independencia entre los miembros del Cuerpo de Cristo, si funciona según el pensamiento de Dios. Un miembro no puede decirle a otro: «No tengo necesidad de vosotros». No puede haber división en el Cuerpo de Cristo. La asamblea en Corinto era, en ese mismo momento, la expresión del Cuerpo de Cristo en Corinto, compuesto a su vez por miembros particulares de todo el Cuerpo, la Iglesia universal de Cristo.

Entonces, si lo anterior es cierto para los miembros individuales del Cuerpo de Cristo, ¿no se aplicaría el mismo principio a las asambleas locales, que no son más que la reunión de miembros individuales del Cuerpo de Cristo, reunidos en un lugar dado? Ciertamente. La verdad del único Cuerpo de Cristo no admite ninguna forma de independencia, ni individual ni colectiva.

4.1.2 - Mantener la unidad del Espíritu

No solo hay un Cuerpo, sino que también hay un Espíritu, y Efesios 4:3-4 nos exhorta a esforzarnos por «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz. [Hay] un [solo] cuerpo y un [solo] Espíritu, como también fuisteis llamados a una [sola] esperanza de vuestro llamamiento». «Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:13). Esta es la unidad divina que fue formada por el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, y en la que todos los creyentes están introducidos. Esta unidad está formada por el Espíritu Santo, que tiene el interés más profundo y vigilante en ponerla en funcionamiento y mantenerla, para el cumplimiento de los planes de Dios y para la gloria de su Hijo. No podemos romper esta unidad del Cuerpo de Cristo, hecha efectiva por el Espíritu de Dios, porque fue constituida de una vez y para siempre. Cristo ahora ve a su Iglesia como una e indivisible, independientemente de su aparente estado de división en la tierra. Pero podemos fallar en la manifestación de esta unidad del Espíritu; por esta razón, se nos exhorta a que nos esforcemos por mantenerla en el vínculo de la paz.

Alguien ha escrito: “La unidad del Espíritu es ese poder, ese principio activo, que permite a los creyentes caminar juntos en una relación entre sí que se supone es la unidad del Cuerpo de Cristo. Es la realización moral de esta unidad; y esforzarnos con todas nuestras fuerzas para preservarla, es lo que puede mantener nuestras relaciones con todos los creyentes en conformidad con el Espíritu de Dios, y en la verdad.

Si podemos unirnos con otros creyentes en el nombre del Señor, es sobre el principio de un solo Cuerpo y de un solo Espíritu. Entonces nos esforzamos por mantener la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, y así buscamos permanecer en “la comunión del Espíritu Santo”, que mantiene la unidad del Cuerpo de Cristo.

¿Qué es esta unidad? Es el poder, el principio activo por el cual los creyentes son capacitados para caminar juntos en relaciones consistentes con la armonía del Cuerpo, y como miembros de Cristo.

Además, esta unidad excluye absolutamente todo individualismo. Un creyente no puede tomar un lugar aislado en el Cuerpo de Cristo. Si, en un determinado lugar, puede estar llamado a estar solo, en obediencia a la Palabra de Dios, el principio activo de la unidad lo pone en comunión, y en el mismo terreno, con todos los que, en todo lugar del mundo, caminan en conformidad con esta verdad. Este mismo principio, que excluye todo individualismo, también se aplica cuando él y otros creyentes están reunidos. Uno podría estar tentado a actuar independientemente de los otros miembros de Cristo, a tomar decisiones solo, sin buscar la comunión con el resto de los creyentes. Este principio nos rechaza fuera de cualquier sistema humano, pero nos mantiene en esa unidad que está en conformidad con el pensamiento de Dios.

… Esta unidad es lo suficientemente amplia para todos, porque abarca en su círculo a todos los creyentes, cercanos y lejanos. Ella es incompatible con la presencia en su seno de un mal conocido y aceptado; admitir el mal la llevaría a dejar de ser la unidad del Espíritu. No es solo la unidad de los cristianos, que muchos se esfuerzan por lograr, a menudo negándose a reconocer la verdad de la unidad del Cuerpo de Cristo… ¡Dios atribuye la unidad a Cristo, no Cristo a la unidad! Finalmente, debe ser de la misma naturaleza que Cristo, ya que es la unidad de su Cuerpo; debe ser santa y verdadera en la práctica (Apoc. 3:7)” (F.G. Patterson).

El Espíritu de Dios nos presenta, en la Epístola a los Corintios, una unidad divina de enseñanza y práctica. Y esto no fue dado solo a la asamblea de Corinto, sino para «todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor…». Así, para que la unidad del Espíritu pueda ser preservada, debe haber unidad en la enseñanza y en la práctica general en las asambleas; deben reconocerse mutuamente como pertenecientes a esta unidad divina. Esta unidad del Espíritu no puede manifestarse si las asambleas están solas y actúan independientemente unas de otras. La verdad del único Cuerpo y del único Espíritu exige que las asambleas se esfuercen por mantenerse en el terreno de esta unidad divina, que reconozcan esta relación de unidad recíproca y que traten de vivirla en la práctica.

Por lo tanto, el principio de las asambleas independientes está en marcado contraste y contradicción con la exhortación de Dios de «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz».

4.2 - La unidad en las asambleas del Nuevo Testamento

4.2.1 - La enseñanza de la Epístola a los Corintios

La Epístola a los Corintios es ante todo la Epístola del orden en la Asamblea, como ya hemos señalado en el capítulo 3. Por lo tanto, podemos mirar esta Epístola para comprender qué relaciones deben existir entre las asambleas de creyentes.

En el capítulo 1 (v. 2) vemos el principio de la unidad de las asambleas, enseñado desde el comienzo de la Epístola, porque Pablo lo dirige «a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados santos, con todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, [Señor] de ellos y nuestro». No considera que la asamblea en Corinto exista independientemente de las asambleas de creyentes reunidas en otros lugares, sino que la asocia con «todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo». Y, lo que es más, considera que esta importante Epístola que trata del orden en la Asamblea no estaba destinada solo a los de Corinto, sino también a los creyentes esparcidos por todas partes.

En el capítulo 4 (v. 17), el apóstol indica que les había enviado a Timoteo, quien «os recordará mi conducta en Cristo, tal como enseño por todas partes, en cada iglesia». Había una coherencia total en el andar del apóstol y en su enseñanza; se comportaba de la misma manera, y enseñaba las mismas cosas en todas las asambleas; de este modo, puso ante los creyentes un ejemplo práctico de la unidad que debe existir entre las asambleas, en la enseñanza y en la práctica.

Continuando en el capítulo 7, donde se discute la cuestión del matrimonio, el apóstol dice en el versículo 17: «No obstante, que cada uno viva como el Señor le repartió y como Dios lo llamó. Así ordeno en todas las iglesias». En cuanto a la conducta en las relaciones matrimoniales, debía haber una sola enseñanza, una sola práctica, en todas las asambleas.

En el capítulo 11 (v. 3-16), el tema es el de la mujer, que es llamada a cubrirse la cabeza cuando ora o profetiza. Pablo dice en el versículo 16: «Pero si alguno cree poder discutir, nosotros no tenemos tal costumbre, ni las iglesias de Dios». En cuanto al hecho de que la mujer tenía la cabeza cubierta, había una práctica, un mismo orden en todas las asambleas.

En el capítulo 14 (v. 33), el apóstol escribe: «Porque Dios no es [Dios] de desorden, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos». En todas las asambleas, las cosas debían hacerse «decorosamente y con orden» (v. 40), y en paz.

En el capítulo 16 (v. 1-2) se hace otra mención de la unidad: «En cuanto a la colecta para los santos, haced vosotros también según ordené a las iglesias en Galacia. Cada primer día de la semana, cada uno de vosotros ponga algo aparte, ahorrando según haya prosperado». Aun en relación con el tema ordinario de las colectas, debía haber la misma práctica entre las asambleas de Galacia y todas las demás, apartando cada creyente hasta el primer día de la semana, según Dios lo hubiera hecho prosperar.

En el capítulo 16 (v. 19) leemos: «Os saludan las iglesias de Asia». Aquí encontramos de nuevo el punto de vista colectivo.

Pasando a la Segunda Epístola a los Corintios, vemos que está dirigida «a la iglesia de Dios que está en Corinto, con todos los santos que están en toda Acaya» (cap. 1:1). Aquí el apóstol asocia a los creyentes en Corinto con todos los santos de la provincia de Acaya, de la cual Corinto era parte. Él piensa en ellos, no como si fueran asambleas independientes, sino como una asamblea en toda Acaya.

En 2 Corintios 11:28, tenemos otra expresión de esta unidad. Hablando de su camino de sufrimiento, Pablo dice: «Aparte de estas circunstancias externas, hay lo que me oprime cada día, la solicitud por todas las iglesias». En el corazón de este querido siervo de Dios, las asambleas formaban un todo, y él las llevaba a todas juntas.

¿No nos dan todos estos pasajes una prueba concluyente de que el apóstol inspirado enseñó y practicó el principio de la unidad de las asambleas? Uno debe estar voluntariamente ciego para no discernir esto en los versículos de las 2 Epístolas que acabamos de citar.

Así tenemos, en estas 2 Epístolas, como ha dicho F.B. Hole: “Primero, la asamblea local, la primera esfera en la que se ejerce la comunión práctica, con sus responsabilidades para la disciplina, y lo que está conectado con ella; en segundo lugar, las asambleas aledañas de la provincia, que son las primeras en verse afectadas cuando se produce una caída en una asamblea local; finalmente, la Iglesia entera, en cada lugar, la esfera suprema donde se pueden sentir los efectos de tal caída”. Por último, mantener un testimonio común y unificado de Cristo es ante todo una responsabilidad local, y luego la responsabilidad colectiva de las asambleas de una provincia o de un país, y de las asambleas de todo el mundo.

4.2.2 - Las asambleas de Galacia

También encontramos que la Epístola a los Gálatas no fue escrita para una asamblea, sino «para las iglesias de Galacia». Pablo pensaba en cada uno de ellos como una expresión particular del mismo testimonio unido de Cristo, un testimonio que Satanás trataba de apartar de la esperanza del Evangelio. Por lo tanto, dirige su Epístola a todas las asambleas.

4.2.3 - Romanos 16

En los numerosos saludos de este capítulo, vemos los estrechos lazos establecidos entre los siervos de Dios en Grecia y los creyentes en Roma. Y en el versículo 16, encontramos en la frase: «Todas las iglesias de Cristo os saludan», ese aspecto colectivo de las asambleas que encontramos en las Epístolas a los Corintios y a los Gálatas.

4.2.4 - El Libro de los Hechos

En el capítulo 8 vemos cómo los creyentes de Samaria son llevados a una feliz comunión con los creyentes de Jerusalén, por la venida de Pedro y Juan, y por el descenso del Espíritu Santo sobre ellos después de la imposición de manos por los apóstoles. Jerusalén y Samaria habían sido rivales durante mucho tiempo, y si los creyentes de estas 2 localidades hubieran sido bendecidos por separado e independientemente el uno del otro, su rivalidad podría haber llegado a ser mayor que nunca. Samaria debía reconocer a Jerusalén. No se podía tolerar ninguna independencia.

En el capítulo 9 (v. 31), después de la conversión de Saulo de Tarso, leemos: «Entonces la Iglesia tenía paz por toda Judea, Galilea y Samaria, siendo edificada; y andando en el temor del Señor, y con la asistencia del Espíritu Santo, se multiplicaba». ¿No muestra esto una unidad de las asambleas esparcidas por todas estas provincias? ¿Cómo podría ser de otra manera, si realmente caminaban en el temor del Señor y por el consuelo del Espíritu Santo?

Si vamos al capítulo 15, encontramos un ejemplo vivo de cómo las asambleas del Nuevo Testamento actuaron en unidad, y lo que hicieron cuando la unidad se vio amenazada. Algunos de los creyentes de Judea insistieron en que los creyentes de todas las naciones fueran circuncidados y se sometieran a la Ley de Moisés. Después de mucha discusión entre ellos y Pablo y Bernabé, se había decidido que estos 2 hermanos, acompañados por algunos de Antioquía, debían ir a Jerusalén a ver a los apóstoles y ancianos para arreglar este asunto. El tema había sido presentado a los hermanos allí reunidos en conferencia, y el pensamiento del Señor había sido confirmado, tanto a los creyentes judíos como a los creyentes entre las naciones. Se habían escrito cartas y se habían enviado a los hermanos de las naciones de Antioquía, Siria y Cilicia, por medio de hombres escogidos de entre los apóstoles, los ancianos y toda la congregación de Jerusalén. Cuando se leyó la carta a los creyentes de Antioquía, «se alegraron por la consolación» (v. 31). Se había evitado una división entre las asambleas por una búsqueda común de la voluntad de Dios, y por una acción común; y el resultado fue gozo y consuelo.

Era impensable que Antioquía pudiera actuar de una manera recibiendo a los gentiles de acuerdo con la gracia gratuita de Dios, y que Jerusalén actuara de otra manera, no aceptándolos. No se trata de tal independencia. No hay rastro de tal desorden e independencia a lo largo de las Escrituras; el Espíritu, por el contrario, insiste en darnos todas las pruebas posibles, tanto doctrinales como prácticas, de la existencia de un solo Cuerpo en la tierra, cuya unidad es el fundamento de la bendición, y que todo cristiano debe reconocer.

Hoy en día, ya no tenemos apóstoles, ni «Jerusalén» como en Hechos 15; sin embargo, se establece un principio importante, de modo que lo cumplimos en todas las circunstancias. De acuerdo con este principio, las asambleas y los individuos no tienen derecho a actuar independientemente en asuntos que afectan a toda la Iglesia. Debemos ser diligentes en «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz», usando «toda humildad y mansedumbre, con longanimidad, soportándoos unos a otros en amor». «Donde no hay dirección sabia, caerá el pueblo; mas en la multitud de consejeros hay seguridad» (Prov. 11:14).

4.2.5 - Resumen

Así vemos que en los tiempos del Nuevo Testamento existía entre las asambleas un vínculo práctico de comunión activa, establecido en la verdad, sostenido y fortalecido por el poder eficaz del Espíritu Santo. Había una serie de reuniones de los hijos de Dios, en comunión unos con otros. No solo había el reconocimiento de la verdad del único Cuerpo, sino también una fuente desbordante y positiva de amor y afecto en el único Espíritu. No hay rastro de independencia doctrinal o práctica en las asambleas del Nuevo Testamento, ni hay ningún indicio de la enseñanza de hoy en día, de que cada asamblea local se representa a sí misma. Esta enseñanza concerniente a la independencia de las asambleas es, por lo tanto, una invención del hombre y debe ser rechazada como si no fuera de Dios.

4.3 - Atado en la tierra

El principio de la unidad de acción también se deriva de las palabras de nuestro Señor en Mateo 18:18: «Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo».

Este acto gubernamental de atar o desatar, confiado a la responsabilidad de los creyentes reunidos en el Nombre del Señor Jesucristo, está atado en la tierra y en el cielo, según las palabras del Señor. Fíjese que el Señor no dice: “Todo lo que ataréis en la Iglesia o en la Asamblea, quedará atado en el cielo”, sino «Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo». Esta expresión «en la tierra» ciertamente abarca más que la asamblea local donde se decreta la disciplina. Estas palabras de Cristo muestran que el acto de disciplina realizado en el Nombre del Señor por una asamblea es igualmente obligatorio para todas las demás asambleas de la tierra. Lo que está atado en una reunión de acuerdo con su Palabra está atado en la tierra y ratificado en el cielo, y por esta razón debe ser aceptado como tal por todas las asambleas. Hacer lo contrario sería negar la unidad del Cuerpo de Cristo, y sería actuar como asambleas independientes, en oposición a las palabras del Señor, de que la acción de una asamblea está conectada en la tierra y en el cielo.

Si una persona está excluida por una asamblea local de una manera bíblica, está colocada fuera de la comunión de la Asamblea de Dios en la tierra, y debe estar considerada excluida por cada asamblea en todo lugar. Como hemos señalado anteriormente, la asamblea local representa la Asamblea universal de Dios, y actúa para toda la Iglesia como tal y no para sí misma localmente. Por lo tanto, las palabras del Señor en Mateo 18:18 nos muestran esta unidad de acción para la disciplina.

J.N. Darby ha escrito con razón: “Supongamos que excomulgamos a una persona aquí, y ustedes la reciben en S.; entonces es evidente que no nos reconocéis aquí como un cuerpo reunido en el nombre del Señor, que actúa por su autoridad; porque es sobre este fundamento que descansa la disciplina. Además, se niega formalmente la unidad del Cuerpo. Está claro que, si por fidelidad a Cristo he participado en la exclusión de una persona aquí, no puedo ser fiel a Cristo partiendo el pan con él en otro lugar… Los hermanos reunidos en el nombre del Señor no son infalibles, y expresar una protesta puede tener su lugar; pero si una persona ha de ser recibida en una asamblea y excluida en otra, es evidente que este es el fin de la unidad y de la comunión en la acción. ¿Cómo puedo apoyar la exclusión de una persona aquí, y su acogida en S.? Si esto se hace deliberadamente, obviamente es imposible. Si no estoy en comunión con él aquí, y si estoy en comunión con él allá, la unidad del Cuerpo es aniquilada. ¿Y dónde está, pues, la autoridad del Señor?”.

4.3.1 - Las acciones erróneas

Es posible que una asamblea fracase en el ejercicio de la disciplina y tome una decisión inapropiada. El pensamiento de Dios puede ser dejado de lado por el hecho de un mal estado moral, y tal acción puede necesitar ser corregida. Sin embargo, la acción de una asamblea, aunque sea cuestionable, debe ser respetada ante todo por las demás asambleas. Ninguna asamblea tiene derecho a rechazar de plano un juicio dictado por otra asamblea, porque lo considera injustificado. Eso sería actuar de manera independiente. La pretendida competencia de una asamblea para juzgar los actos de otra asamblea, y para decidir por sí misma si acepta una decisión o no, es ciertamente una negación práctica de la verdad de la unidad del Cuerpo, y una señal de independencia manifiesta.

Creemos que los siguientes pasajes de un escrito de un estimado siervo del Señor muestran el camino de Dios, el que debe seguirse con respecto a los juicios congregacionales y las relaciones inter congregacionales. “Siempre he encontrado que respetar la acción de una asamblea es el camino de la sabiduría y el que Dios honra… Debería, en primer lugar, aceptar el juicio de una asamblea y someterme a él, incluso si lo considero erróneo. La experiencia me ha demostrado que el camino de Dios es respetar el juicio de una asamblea de Dios, al mismo tiempo que se tiene la libertad de protestar ante la congregación e invitarla a reconsiderar su juicio” (J.N. Darby, Cartas, vol. 2, pp. 475, 156, edición antigua en inglés).

“Pero si es cierto que una asamblea local verdaderamente retiene su propia responsabilidad personal, y que sus actos, si son de Dios, obligan a las otras asambleas con respecto a la unidad de un Cuerpo, este hecho no anula otro que es de la mayor importancia, y que muchos parecen olvidar, a saber, que los hermanos de otras localidades tienen tanta libertad para expresar sus pensamientos a los hermanos del lugar para discutir asuntos concerniente a una reunión de creyentes, aunque no sean residentes locales de esta reunión. Oponerse a ella sería una negación solemne de la unidad del Cuerpo de Cristo.

“Mucho más, la conciencia y el estado moral de una asamblea local pueden ser tales que manifiesten ignorancia, o al menos un concepto imperfecto de lo que se debe a la gloria de Cristo y a Cristo mismo. Todo esto debilita tanto la inteligencia, que puede que ya no haya ningún poder espiritual para discernir el bien y el mal. Quizás, también, en una asamblea, el prejuicio, la precipitación o la disposición de la mente e influencia de uno o más puedan desviar el juicio de la asamblea, y hacer que golpee injustamente a un hermano y le cause un daño grave.

“Cuando esto es así, es una verdadera bendición que hombres espirituales y sabios de otras asambleas intervengan y traten de despertar la conciencia de la congregación; lo mismo puede decirse si se presentan a petición de la asamblea, o de aquellos para quienes el asunto constituye la mayor dificultad del momento. En este caso, su intervención, lejos de ser vista como una intrusión, debe ser acogida y reconocida en el nombre del Señor. Hacer lo contrario sería simplemente respaldar la independencia y negar la unidad del Cuerpo de Cristo.

“Sin embargo, los que vienen y actúan de esta manera no deben actuar separados del resto de la asamblea, sino con la conciencia de todos.

“Cuando una asamblea ha rechazado toda protesta, y ha rechazado la ayuda y el juicio de otros hermanos, cuando toda la paciencia se ha agotado, una asamblea que ha estado en comunión y a intercambiado con ella está justificada para anular su acción errónea, y aceptar a la persona rechazada si ha habido un error con respecto a ella. Pero cuando se trata de este extremo, la dificultad se ha convertido en una cuestión de rechazo de la comunión con la asamblea que ha actuado mal y, por lo tanto, ha roto por sí misma su comunión con el resto de los que actúan en la unidad del Cuerpo. Tales medidas solo se pueden tomar después de mucho cuidado y paciencia, para que la conciencia de todos pueda acompañar la intervención como siendo de Dios.

“Menciono estos temas porque puede haber una tendencia a desautorizar la intervención de quienes, estando en comunión, vendrían de otras localidades, y a establecer una independencia de acción en cada asamblea local. Pero toda acción, como he reconocido desde el principio, es principalmente responsabilidad de la asamblea local” [17].

[17] (Le Messager Évangélique 1872, pp. 455-456 y 1955, pp. 21-23).

4.3.2 - Una disposición según Dios

Para resumir lo que pensamos que es el camino de una disposición según Dios, en relación con el ejercicio de la responsabilidad de la asamblea en atar y desatar, así como en el caso de acción errónea en este asunto, podemos expresar los siguientes principios:

1. Normalmente, lo que la congregación ata en la tierra también está atado por Dios en el cielo, según Mateo 18:18. Si un hombre se niega a escuchar a la asamblea que actúa en el nombre de Dios, está mostrando obstinación, que es «como ídolos e idolatría» (1 Sam. 15:23).

2. Debe haber sumisión unos a otros y al Señor en las decisiones de la asamblea (Efe. 5:21). Si no se logra la unidad de juicio en una asamblea local, una de las partes no debe ejercer presión para imponer su juicio a pesar de las observaciones. Por otra parte, si el gran número de los presentes en una asamblea es de la misma opinión, es según la Escritura que los demás se someten a su juicio, aunque lo consideren injusto, excepto en los casos en que esté en juego una cuestión vital.

3. Sin embargo, si el juicio de una asamblea es manifiestamente injusto, y no puede ser reconocido como conforme a la Escritura, no podemos pensar que el Juez de toda la tierra, que hace lo que es justo (Gén. 18:25), pueda exigir a alguien que se someta permanentemente a algo injusto y contrario a la Escritura.

Las palabras del Señor: «Todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo», no son incondicionales ni absolutas; no deben interpretarse como sinónimo de “aprobado en el cielo”. El trono celestial solo puede aprobar lo que es correcto y está de acuerdo con la Palabra de Dios y su Espíritu. La acción de una asamblea puede estar considerada como atada en el cielo, pero si no está de acuerdo con la Palabra y la voluntad de Dios, traerá un yugo miserable, que traerá tristeza y confusión, en lugar de constituir un vínculo de paz, que atrae y une los corazones unos a otros, en santa y feliz comunión, y en la libertad del Espíritu.

4. En el caso de un juicio erróneo e injusto hecho por una asamblea, es necesario actuar con orden y sabiduría divina. Si cada uno hace lo que es bueno a sus ojos, el resultado será confusión, como en los días de los jueces en Israel (Jueces 17:6; 21:25), y la autoridad será anulada, o tenida en nada. «Dios no es [Dios] de desorden, sino de paz» (1 Cor. 14:33).

Tal enfoque sería para aquellas personas o asambleas que están preocupadas por la acción injusta, compartir sus ejercicios de corazón con gracia a la asamblea en cuestión, y tratar de mostrarle «un camino todavía más excelente» (1 Cor. 12:31). Si nuestro ojo es sencillo, buscaremos la gloria de Dios, no el triunfo de nuestros propios pensamientos. Por lo tanto, el principio del perdón en el gobierno se aplicaría tanto a las reuniones como a los individuos.

5. La asamblea local que se encuentra en tal situación debe estar dispuesta a reconsiderar su juicio y acción y asegurarse de que recibirá la aprobación de los hermanos allí o en cualquier otro lugar como siendo de Dios y de acuerdo con Su Palabra

La Palabra de Dios es útil para la «corregir», así como para otros propósitos (2 Tim. 3:16). Las asambleas, al igual que los individuos, deben estar sometidas a ella.

6. En última instancia, la sumisión a la autoridad suprema prevalece sobre la sumisión a la autoridad subordinada; y el llamado a escuchar «escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias» (Apoc. 2:7, 11, 17, 29) tiene prioridad sobre el mandamiento de «escuchar a la iglesia» (Mat. 18:17). Esto está de acuerdo con el principio de que: «¡Es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres!» (Hec. 5:29). Cuando una asamblea actúa de acuerdo con su propia voluntad, o injustamente, actúa «como los hombres» (1 Cor. 3:3). Cristo es siempre la Cabeza de la Iglesia, y todos deben estar sometidos a Él.

7. Por lo tanto, si una asamblea persiste en mantener un juicio que los hermanos consideran injusto y contrario a la Escritura, esa asamblea, al negarse a ser corregida por la Palabra de Dios, manifiesta insubordinación al Señor, la Cabeza de la Iglesia, y pierde su carácter de asamblea. Tal asamblea, en el último extremo, puede tener que ser separada de la comunión de las otras asambleas. Este sería un caso extremo, y tal acción debería decidirse solo después de que todos los esfuerzos de la gracia para elevarla hayan fracasado.

Esperamos que lo anterior ayude a nuestros lectores a discernir más claramente el pensamiento de Dios con respecto a los juicios de asamblea, y el curso de acción apropiado en las relaciones entre asambleas, especialmente cuando surgen deficiencias y dificultades. ¡Que seamos protegidos de acciones extremas, de una forma u otra, y que seamos preservados de la independencia en cualquier forma!

4.4 - Las 7 asambleas de Asia

Los que apoyan el principio de la independencia de las asambleas se refieren siempre a los mensajes dirigidos a las 7 asambleas de Asia, que encontramos en Apocalipsis 2 y 3. Señalan que el Señor se dirigió a cada asamblea individualmente, y no reprochó a Éfeso las faltas e iniquidades de Pérgamo o Tiatira, y viceversa. Llegan a la conclusión de que no somos responsables de lo que sucede en otras asambleas, sino que cada asamblea es sola responsable ante Cristo, su líder, de sus propios asuntos. Examinemos, pues, esta enseñanza para ver si se ajusta a toda la verdad de la Escritura.

Digamos en primer lugar que el libro de Apocalipsis no da enseñanzas sobre el orden en la Asamblea, y no establece los principios de la Asamblea. Ese no es el propósito de este libro. Los 3 primeros capítulos nos presentan una enseñanza muy útil sobre la asamblea, ya que nos recuerda, de hecho, la historia profética del cristianismo. Sin embargo, debemos ir al libro de los Hechos y a las Epístolas de Pablo para encontrar pautas completas sobre la Iglesia, el orden que debe reinar en ella y los principios de conducta y acción. Ya lo hemos considerado en las páginas precedentes: en ninguna parte vemos que se enseñe o se haya practicado la independencia de acción; por el contrario, encontramos en ella que hay unidad, responsabilidad y acción colectivas.

4.4.1 - La responsabilidad local

Con toda evidencia es absolutamente cierto que cada asamblea es, ante todo, responsable hacia Cristo, su Cabeza, de lo que sucede dentro de ella. En primer lugar, está la responsabilidad local de cada asamblea de mantener la santidad y el orden según la Palabra en su propia esfera. Es natural, por lo tanto, que el Señor hable separadamente a las 7 asambleas de Asia, y muestre a cada una lo que aprobaba en ellas, y lo que no correspondía a su santidad o deseos. Pero la verdad completa sobre este tema es que la responsabilidad no se detiene en la asamblea local.

4.4.2 - La responsabilidad colectiva

Así como hay una responsabilidad local, hay una responsabilidad colectiva de defender las verdades de la Palabra de Dios. Esto se deriva del hecho de que somos miembros del Cuerpo de Cristo, que es uno. Las asambleas son parte de este único Cuerpo, por lo que no pueden existir localmente como cuerpos independientes. Son representaciones locales del único Cuerpo de Cristo en la tierra, y los intereses de todo el Cuerpo deben ser el interés y la preocupación de cada una de ellas.

Examinemos ahora los mensajes dirigidos a las 7 asambleas de Asia. El Señor no solo consideraba a cada asamblea responsable de su estado interno, sino que también añadía al final de cada mensaje: «El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias». Nótese que no dijo: “Oigan lo que el Espíritu les dice” o “lo que el Espíritu dice a la asamblea”, sino «lo que el Espíritu dice a las iglesias». Es un plural, que indica tanto la responsabilidad colectiva como la unidad de las asambleas.

Éfeso debía escuchar no solo lo que el Señor tenía que decir a la asamblea local, sino también lo que el Espíritu tenía que decir a todas las asambleas de Asia. Así sucedía con todas las asambleas; cada una tenía que oír lo que el Espíritu decía a las asambleas y a sí misma en particular. No debían ignorar la condición de las otras asambleas, ni ser indiferentes a ella. Cada uno tenía que saber lo que el Espíritu de Dios tenía que decir acerca de la mala conducta o el mal en cada asamblea, y tenían una responsabilidad colectiva por ello.

4.5 - Los ejemplos de unidad en Israel

En el Antiguo Testamento, Dios reconocía a la nación de Israel como su pueblo. Ellos eran los que él había elegido, él era su Dios y habitaba en medio de ellos. En el Nuevo Testamento, Dios saca de todas las naciones una Iglesia a la que reconoce como el lugar de su morada y como su pueblo. Ya hemos señalado que la unidad de principio y acción es lo que caracteriza a la Iglesia del Nuevo Testamento. También encontraremos que el principio de unidad fue el pensamiento de Dios para la nación de Israel, y que la unidad de las 12 tribus siempre fue enfatizada en el Antiguo Testamento.

En el Nuevo Testamento se nos dice que «estas cosas les acontecían como ejemplos, y fueron escritas para advertirnos a nosotros», y que todas estas cosas que le sucedieron a Israel han de servirnos de advertencia, y son tipos, y «sombra de los bienes venideros» (Rom. 15:4; 1 Cor. 10:11; Hebr. 10:1). Por lo tanto, es importante que notemos este principio de unidad en Israel. Porque si la nación de Israel era una, ¡cuánto más lo es el Cuerpo de Cristo (la Asamblea)! Y si la independencia era algo malo en Israel, ¡cuánto más debe serlo en la Asamblea de Dios!

Como ejemplos de la unidad de la nación de Israel, citemos estas líneas de C.H. Mackintosh que resumen acertadamente el punto en cuestión:

4.5.1 - “La nación era una”

“Las ciudades y las tribus no eran independientes unas de otras, sino que estaban unidas por un vínculo sagrado de unidad nacional, una unidad que tenía su centro en el lugar donde estaba la presencia de Dios. Los 12 panes sobre la mesa de oro en el santuario formaban el hermoso tipo de esta unidad, y todo verdadero israelita lo reconocía y se regocijaba en él. Las 12 piedras en el Jordán, las 12 piedras junto a ese río, las 12 piedras de Elías en el monte Carmelo, todas representaban la misma gran verdad: la unidad indisoluble de las 12 tribus de Israel. El buen rey Ezequías reconoció esta verdad cuando ordenó un holocausto y una ofrenda por el pecado para todo Israel (2 Crón. 29:24). El fiel Josías también actuó de acuerdo con esta verdad, cuando ordenó una reforma en todas las tierras que pertenecían a los hijos de Israel (2 Crón. 34:33). Pablo, en su notable discurso ante el rey Agripa, da testimonio de la misma verdad, cuando hablando de la esperanza, dice: «la cual esperan alcanzar algún día nuestras doce tribus, sirviendo a Dios con celo día y noche» (Hec. 26:7).

“Al anticipar el glorioso futuro, vemos esta misma verdad brillar con resplandor celestial en el capítulo 7 de Apocalipsis, donde las 12 tribus son selladas y apartadas para el descanso, la bendición y la gloria, en compañía de una innumerable multitud de naciones. Y finalmente, en el capítulo 21 de Apocalipsis, vemos los nombres de las 12 tribus, escritos en las puertas de la ciudad santa, el asiento y el centro de la gloria de Dios y del Cordero.

“Así, desde la mesa de oro del santuario hasta la ciudad de oro, que desciende del cielo de Dios, tenemos una maravillosa cadena de pruebas evidentes de esta gran verdad, la unidad indisoluble de las 12 tribus de Israel.

“Y si se pregunta dónde se puede ver esta unidad, y cómo Elías, Ezequías, Josías o el apóstol Pablo pudieron haberla visto, responderemos que fue por fe. Al mirar dentro del santuario, pudieron ver los 12 panes, lo que significaba que cada tribu era distinta y, sin embargo, que formaban una unidad perfecta. Nada podría ser más hermoso; la verdad de Dios debe perdurar para siempre. La unidad de Israel se vio en el pasado y se verá en el futuro; y aunque, semejante a la unidad más elevada de la Iglesia, ahora es invisible, la fe cree y mantiene esta verdad y la confiesa frente a todas las influencias contrarias”. (Notas sobre Deut., págs. 129, 130 del 2º tomo en inglés).

4.5.2 - En Jericó

En el caso del pecado de Acán en Jericó, vemos a Dios actuando para disciplinar a Israel sobre la base de su unidad nacional. Cuando Acán, de la tribu de Judá, pecó y tomó del anatema en Jericó, Jehová se enojó con Israel y permitió que fueran derrotados en la batalla de Hai. Cuando Josué le preguntó a Jehová acerca de esto, él respondió: «Israel ha pecado, y aun han quebrantado mi pacto que yo les mandé; y también han tomado del anatema» (Josué 7:11).

El mal no era solo un asunto que afectaba a Acán o a su familia o a su tribu, sino que afectaba a todo Israel. Dios consideraba a todo Israel como responsable, porque todas las tribus eran una sola nación. Para él, toda la nación se identificó con el pecado de Acán y fue contaminada por él. No fue la familia de Acán ni la tribu de Judá la que fue contaminada y considerada responsable, sino todo Israel. Así que «todos los israelitas los apedrearon» (Josué 7:25) y quitó el mal. Entonces se apaciguó la ira de Jehová, y volvió a estar con Israel.

Es el mismo principio que se aplica a la Asamblea de Dios y a las asambleas locales de hoy. Si alguien en una asamblea ha pecado, toda la asamblea está contaminada por ello y ellos son responsables de lidiar con ello, de lo contrario, Dios no puede continuar estando con esa asamblea. De la misma manera, si se tolera el mal en una asamblea, todas las asambleas en comunión con ella están contaminadas por ese mal y deben juzgarlo. La Asamblea es una, como Israel lo fue, y hay una responsabilidad correspondiente. Los principios de Dios nunca cambian, por lo que la lección que Dios le dio a Israel en Jericó también es una lección para la Asamblea, que es confirmada por la enseñanza del Nuevo Testamento.

4.5.3 - El mal en una ciudad

En Deuteronomio 13:12-15, Israel recibió directivas para que se ocupara de un rumor de idolatría en una de sus ciudades. Era necesario indagar, y si el rumor era fundado y la cosa era cierta, debían golpear a los habitantes de esta ciudad y destruirla por completo. Esto no debía dar lugar a ninguna observación; por ejemplo, un habitante del sur de Israel no tenía que decir: “¿Tenemos que ocuparnos con el mal que existe en el norte, o en esta o aquella ciudad? Ningún mal semejante se enseña entre nosotros. Cada ciudad es responsable de mantener la verdad dentro de su territorio. Este es un asunto local; no nos sentimos llamados a inmiscuirnos en sus asuntos”, etc.

Hablar de esta manera habría sido negar la unidad de Israel. Había mal en una ciudad de Israel, y si otra ciudad pertenecía a Israel, se consideraba que el mal también estaba entre sus habitantes. Además, el mandato preciso de Dios era: «Si oyeres que se dice… tú inquirirás, y buscarás y preguntarás», etc.; por lo tanto, estaban obligados, tanto por la unidad de la nación como por el mandato inequívoco de Dios, a investigar el mal del que habían oído hablar y a tratar con él. Se les dijo que preguntaran si «tal abominación se hizo en medio de ti» (v. 14). No se trataba simplemente del mal en una determinada ciudad, sino del mal en Israel, «en medio de ti». Según el pensamiento de Dios, el mal en una ciudad debía preocupar a todo Israel.

Si cada ciudad y tribu hubiera tenido que actuar independientemente, el Sumo Sacerdote podría haber tomado los 12 panes de la mesa de oro y esparcirlos aquí y allá, porque en ese caso la unidad de Israel habría desaparecido. Pero tal independencia no debía ser permitida en Israel, ni es el pensamiento de Dios para sus asambleas.

Por lo tanto, incluso la enseñanza dada a Israel enfatiza el principio de la unidad, la responsabilidad y la acción colectivas; está en línea con lo que hemos visto en el Nuevo Testamento como el camino de Dios para la Iglesia y para las relaciones de asamblea.

4.6 - La búsqueda y los límites de la comunión práctica

Hemos señalado la unidad que existía entre las asambleas del Nuevo Testamento en doctrina y práctica, y hemos visto que en ninguna parte de las Escrituras hay rastro alguno de la teoría de la independencia de las asambleas. La unidad de las asambleas es un hecho, una verdad que está demostrada por la Palabra de Dios.

A veces se designa por “círculo de comunión” al conjunto de asambleas que se reconocen vinculadas a las verdades de la Palabra, mantienen responsabilidades colectivas y caminan junta en comunión práctica y unidad entre sí en el esfuerzo por seguir estos principios divinos.

Aunque al principio este círculo abarca a todos los santos que no están excluidos por la disciplina escrituraria, en el actual estado de ruina y confusión en que se encuentra la cristiandad, el círculo de comunión práctico de las asambleas se limita a aquellos que se someten a la verdad de Dios concerniente a su Asamblea. Si la Escritura prescribe a cada uno de los santos el camino indicado anteriormente, se crea un círculo de comunión local que se extiende también a todos los que, en otros lugares, siguen el mismo camino.

4.6.1 - La necesidad de orden y de disciplina

Buscar cuidadosamente estos límites de la comunión práctica es una necesidad (y debemos reconocerlo con la disciplina que se les atribuye si no queremos ser culpables de independencia). ¿De qué otra manera podría mantenerse el orden y la disciplina establecidos mediante el apóstol Pablo para la Casa de Dios, la Asamblea? El mismo principio que nos hace reconocer a un grupo local de creyentes unidos en la separación del mal, debe hacernos reconocer a un grupo más grande de creyentes reunidos sobre la misma base en otros lugares: un círculo de reuniones.

El peligro sería formar una confederación con su administración central. Por otro lado, las reuniones, al reconocerse mutuamente, no deben hacerlo sobre la base de un acuerdo en torno a una doctrina particular o una confesión de fe. Simplemente buscan caminar juntos en obediencia a la Palabra de Dios. Esta unidad de comunión en la práctica, que el Espíritu de Dios produce por la obediencia a las Escrituras y por la gracia, es la única manera que puede llevar estas reuniones a una representación práctica del Cuerpo de Cristo en medio de la ruina. O se actúa de esta manera, o se reconocen asambleas independientes, lo que equivaldría a negar la verdad del único Cuerpo formado por todos los creyentes. Sobre el tema de la independencia, alguien ha dicho con razón: “El principio de la independencia de las asambleas conduce al laxismo, que autoriza a cada uno a hacer su voluntad y no pone a prueba la conciencia de nadie”.

4.6.2 - Una comunión sin sectarismo

Muchas personas se oponen enérgicamente a esta idea de un círculo de comunión, diciendo que es una enseñanza sectaria, que no de Dios. Pero si los cristianos son reconocidos en todas partes como miembros del Cuerpo de Cristo, y recibidos en la comunión siempre que no hay ningún impedimento bíblico para que lo sean, si no toman ningún nombre sectario, ni siguen ninguna enseñanza particular como marca distintiva, sino que simplemente están reunidos en el nombre de Cristo solamente, tal asamblea de creyentes no es un partido o secta, aunque rehúsan toda independencia y reconocen un círculo de asambleas con el que están en comunión.

F.W. Grant escribió: “Cuanto más lamentamos y rechazamos el fanatismo existente, más nos vemos obligados, y nos regocijamos, a reconocer el Cuerpo de Cristo siempre que sea posible. Y este círculo de comunión, aunque no sea el Cuerpo, nos permite reconocer su unidad en la verdad y en la santidad, en la medida en que esto se puede hacer en el estado de ruina en el que se encuentra la Iglesia. Si uno ama a todos los que pertenecen a Cristo, si se abre la puerta para recibirlos manteniendo la verdad y la santidad, tal círculo no es sectario, sino más bien una protesta contra la intolerancia, mientras que la asamblea que se niega a asociarse con él es verdaderamente sectaria”.

Tenemos que reconocer a todo el Cuerpo de Cristo, pero no a las asociaciones de creyentes que no se conforman a las Escrituras. Por el bien del Cuerpo de Cristo, rechazamos las denominaciones porque no están de acuerdo con Dios, pero por el bien del mismo interés, debemos aceptar un círculo de comunión libre de sectarismo. En cierto modo, cada creyente tiene su lugar en la Mesa del Señor, pero no es en todos los casos que podrá ocuparlo: puede ser que su conducta, sus asociaciones o su estado de ánimo se lo impidan, porque es la Mesa de lo Santo y de lo Verdadero.

Partir juntos el pan en la Mesa del Señor es la expresión más plena de comunión, y comunión significa comunidad de intereses y de juicio. Cuando estos elementos no existen, la verdadera comunión es imposible. No podemos estar en comunión con aquellos que se oponen y hacen la guerra a los principios que Dios nos ha dado para dirigirnos. Una asamblea en una localidad puede extender la comunión solo a las asambleas en otras localidades que tienen en cuenta sus privilegios y actúan de acuerdo con sus responsabilidades de acuerdo con la Palabra de Dios, mientras caminan en santidad, verdad y unidad.

Hemos hablado de esta verdad del círculo de comunión y la hemos defendido como un principio bíblico. Admitimos con tristeza que quienes han tratado de mantener este principio y ponerlo en práctica han fracasado gravemente y se han dividido en diferentes círculos; esto es motivo de humillación y confesión ante Dios. Pero esto no prueba que el principio de un círculo de comunión sea erróneo. El hecho de que el hombre no haya defendido la verdad de Dios no cambia los principios de Dios ni nos da ninguna excusa para no apoyarlos o ponerlos en práctica. Más bien, es una razón para humillarnos ante Dios identificándonos con toda la ruina y el fracaso de nuestros padres y de nosotros mismos; esto debería empujarnos a buscar su rostro a fin de tener la gracia y la fuerza para guardar su Palabra y caminar en justicia.

Aquellos que abogan por la independencia y creen que enseñar la unidad de las asambleas es lo que causa la división, no han sido mejores, y tal vez lo han hecho peor. Los resultados perniciosos de la independencia son claramente visibles.

4.7 - Mantener la unidad en la práctica

Esta verdad del único Cuerpo de todos los creyentes y del único Espíritu que formó esta divina unidad del Espíritu implica que en la práctica existen relaciones de unidad entre las asambleas locales. Son estas relaciones las que la Palabra de Dios pone de manifiesto, como hemos visto, y son las únicas que son bíblicas. En la Primera Epístola a los Corintios, dirigida a «todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1:2), el apóstol escribe: «Os ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que habléis todos una misma cosa, y que no haya divisiones entre vosotros; sino que estéis perfectamente unidos en la misma mente y en el mismo parecer» (1:10).

Satanás siempre está activo para tratar de destruir esta unidad práctica de pensamiento y la feliz comunión entre los creyentes y las asambleas, y lograr la independencia y la división entre el pueblo de Dios. Por lo tanto, se nos exhorta a esforzarnos por «guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz» (Efe. 4:3). Debemos hacer un esfuerzo serio para trabajar por la unidad y la comunión entre los creyentes en la asamblea local y entre las asambleas en las diversas localidades, regiones y países. Consideraremos ahora algunos elementos que contribuyen a alimentar y mantener en la práctica la unidad entre las asambleas de creyentes.

4.7.1 - Los ejemplos de las Escrituras

No tenemos más que seguir el modelo que nos está presentado en la descripción que la Palabra nos da de la Iglesia apostólica. Los saludos con los que concluyen las Epístolas de Pablo, Pedro y Juan son dirigidos, a través del apóstol, de parte de todos los creyentes en una asamblea, a todos los creyentes en la asamblea (o persona) a quienes se dirige. Pablo dirigió saludos a los corintios de parte de las iglesias de Asia, de parte de Aquila y Priscila y de la asamblea que estaba en su casa en Éfeso (1 Cor. 16:19).

El apóstol Pablo también compartió con los creyentes de Roma lo que los creyentes de Macedonia y Acaya habían hecho por los pobres entre los creyentes de Jerusalén (Rom. 15:26). Y excitaba el celo de los corintios y de todos los santos de Acaya al hablarles de las asambleas de Macedonia, las cuales, en un espíritu de sacrificio y consagración, habían dado para proveer a las necesidades de los santos (2 Cor. 8:1-5). Habló a los creyentes en Corinto de la puerta que estaba abierta para él en Éfeso para el Evangelio, y de los muchos adversarios que había allí (1 Cor. 16:9). También debe notarse que pidió a la asamblea de Colosas que se aseguraran de que la carta que les había enviado fuera leída también a la asamblea de los laodicenses, y que ellos leyeran la Carta a Laodicea (Col. 4:16).

En la historia de la Iglesia primitiva que nos da las Escrituras, notemos también cómo los apóstoles, Tito, Timoteo, Apolos y otros siervos del Señor, visitaron las asambleas y, al hacerlo, trajeron buenas o tristes noticias a los creyentes, uniendo así a las asambleas de una manera práctica. Pedro «estaba recorriendo la región»; Pablo y Bernabé contaron a la asamblea de Antioquía todo lo que Dios había hecho con ellos en su primer viaje misionero, cómo se había abierto la puerta de la fe a la gente de las naciones y cómo se habían formado las asambleas (Hec. 9:32; 14:26-27). Más tarde, cuando fueron enviados a Jerusalén por los hermanos de Antioquía, pasaron por Fenicia y Samaria, «contando la conversión de los gentiles; y causaban gran gozo a todos los hermanos». Cuando fueron recibidos en la asamblea en Jerusalén, hicieron lo mismo (Hec. 15:2-4).

Los ejemplos precedentes, tomados de la historia de la Iglesia apostólica tal como nos la ha trazado la Palabra de Dios, muestran la vida común, los afectos divinos y los intereses comunes que emocionaban a las asambleas y a toda la Iglesia. Esta fue una demostración concreta de la verdad del único Cuerpo. Los creyentes y las asambleas estaban atraídos y mantenidos unidos en amor práctico, comunión y unidad, a través de un intercambio de saludos afectuosos, a través de visitas de siervos del Señor de una asamblea a la otra, y a través de comunicaciones a propósito del estado de unos y otros, y de sus actividades.

Que el pueblo de Dios haga lo mismo hoy; que haya intercambios de saludos y visitas afectuosas entre las asambleas. Que los siervos del Señor y los hermanos locales se esfuercen por hacer visitas, ministrar en las reuniones y dar a conocer a los creyentes las actividades, las alegrías, las tristezas y las necesidades de las diversas asambleas. Sintamos y compartamos estas alegrías o cargas y oremos los unos por los otros. La obra de aquellos que se dedican al servicio del Señor, y viajan entre las asambleas para el ministerio de la Palabra, es un servicio muy importante y necesario para mantener la unidad y fomentar la comunión entre las asambleas. Satanás también podría tratar de usarlos para sembrar discordia. Deben tener cuidado.

4.7.2 - Las reuniones de estudio de la Palabra

Organizar reuniones y encuentros especiales para el estudio y la meditación de la Palabra, la oración, a los que se invita a las asambleas vecinas y más distantes, contribuye en gran medida a fomentar el amor práctico, la comunión y la unidad entre las asambleas. El efecto de estas reuniones es acercar a los creyentes unos a otros y dar un renovado interés, energía y celo por la obra del Señor. Los corazones se refrescan en la oración, por el ministerio de la Palabra y por la comunión espiritual con otros creyentes; las asambleas están fortalecidas y reanimadas, sobre todo las más pequeñas. También los creyentes aislados estarán animados. La unidad de la enseñanza y la práctica se mantiene mejor mediante estas meditaciones y discusiones comunes, y se fortalece el vínculo de comunión entre las asambleas.

Se debe alentar a las asambleas a tener reuniones especiales o reuniones de estudio que sean breves o se extiendan a lo largo de varios días, según corresponda. Los días festivos se han utilizado a menudo para reuniones de este tipo, y los creyentes se han beneficiado enormemente de ellos.

4.7.3 - Las cartas y las publicaciones periódicas

Cuando la comunión personal y las visitas a los creyentes y asambleas no pueden manifestarse fácilmente debido a la distancia, la falta de tiempo o la disponibilidad, se pueden escribir cartas de comunión y aliento que contribuyan en gran medida a desarrollar la unidad práctica, los intereses comunes y la comunión entre los creyentes (como: Noticias sobre la Obra). Es también por esta razón que se publican y difunden publicaciones periódicas que presentan la Palabra o temas de interés para los creyentes y las asambleas tanto en el país como en el extranjero.

4.7.4 - La formación de nuevas asambleas

Cuando se va a formar una reunión de creyentes en un lugar, es bueno buscar la comunión de una o más asambleas vecinas, o al menos de la asamblea más cercana a ese lugar. Esto contribuye a la unidad práctica, al gozo y permite evitar el espíritu de independencia. Entonces, si todo está en orden según la Palabra, las asambleas vecinas más antiguas pueden informar a las demás que esta nueva asamblea ha sido formada y recomendarla a su comunión y oraciones. La asamblea o las asambleas más cercanas deben manifestar una comunión práctica con la nueva asamblea desde el principio de su testimonio para el Señor sobre la base del único Cuerpo, y deben ayudarla a continuar en este camino mediante visitas ministeriales ocasionales.

Actuando de esta manera en comunión con otra asamblea, la nueva aprende lo que significa poner en práctica la verdad de que hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu; de entrada, se demuestra que no es una entidad independiente y no puede actuar sin tener en cuenta las asambleas en otros lugares.

A este respecto, nos gustaría llamar la atención de los lectores sobre una verdad expresada por J.N. Darby: “Está muy claro que si 2 o 3 se congregan, forman una asamblea, y si se reúnen según la Palabra, es una asamblea de Dios… Pero si existe tal asamblea, y otra está establecida por la voluntad del hombre independientemente de ella, solo la primera es moralmente, a los ojos de Dios, la Asamblea de Dios, y la otra no tiene tal carácter en absoluto, porque está establecida en la independencia de la unidad del Cuerpo”.

Por lo tanto, al formar una nueva asamblea, debemos estar seguros de que no se trata de un acto de independencia, sino de una medida tomada de acuerdo con la unidad del Cuerpo de Cristo. Por supuesto, si una asamblea, porque persevera en un camino de mal y de propia voluntad, finalmente ha de ser puesta de lado y excluida de la comunión por las otras asambleas como una casa leprosa, ya no puede ser considerada una asamblea reunida sobre la base de las Escrituras. Establecer una nueva reunión en tal lugar, en comunión con las asambleas de otros lugares, no es un acto de independencia, sino que se hace de acuerdo con la santidad y la verdad de la Casa de Dios, que requiere separación del mal (2 Cor. 6:17; 2 Tim. 2:20-21). Decir, como hacen algunos, que ningún versículo de la Palabra justifica la exclusión de una asamblea es decir que no hay ningún versículo que nos exija separarnos del mal.

4.7.5 - Las cartas de recomendación

Hechos 18:27; Romanos 16:1; 2 Corintios 3:1 y Colosenses 4:10, nos muestran que entre los primeros cristianos era costumbre dar cartas de recomendación a los creyentes que iban a las asambleas donde eran desconocidos, y pedían lo mismo a los extraños que venían a tener comunión con ellos. Tal carta probaba que el que la llevaba era un creyente genuino, y que era piadoso en su andar. Esta es una forma válida de presentar a un creyente a una asamblea y asegurarse de que él o ella será bien recibido. Estas cartas también son una salvaguarda contra la recepción de falsos hermanos. Ayudan a desarrollar la confianza y la comunión entre las asambleas y son un factor importante en el mantenimiento del orden y la unidad según Dios. La carta debe provenir de la asamblea y estar dirigida a la asamblea que va a recibir a la persona.

Se debe tener cuidado de no olvidar esta carta cuando alguien va a una asamblea donde no es conocido. Sin embargo, está claro en 2 Corintios 3:1 que tales cartas de recomendación no son una necesidad para alguien que es conocido por muchas personas en una asamblea.

Que el Señor nos ayude, como individuos y como asambleas, a caminar en unidad práctica como miembros del Cuerpo de Cristo, y a mantener la «unidad del Espíritu» en el vínculo de la paz. Que se mantengan estas relaciones verdaderas y bíblicas en unidad, responsabilidad colectiva y comunión entre las asambleas.