Las bodas del Cordero


person Autor: John Thomas MAWSON 11

flag Tema: Las bodas del Cordero


«Han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado. Y a ella le fue dado ser vestida de lino fino, resplandeciente y puro; porque el lino fino son las acciones justas de los santos» (Apoc. 19:7-8).

En estos últimos capítulos del Apocalipsis, vemos a una mujer vestida de púrpura y escarlata, llamada en el lenguaje inequívoco de la Escritura «la gran ramera», y a la esposa del Cordero vestida de lino fino, resplandeciente y limpio; el contraste entre ambas es sorprendente, tanto en su carácter como en su destino. Los capítulos 17 y 18 describen la magnificencia, el poder, la vasta influencia, la horrible corrupción y el terrible destino de la primera. El capítulo 19 nos muestra la pureza y la bienaventuranza de la segunda, cuyo destino es la gloria del Cordero. El nombre de la primera es un «misterio: La gran Babilonia, madre de las rameras y de las abominaciones de la tierra». Esta es Roma. Ella profesa ser la verdadera iglesia, la fiel esposa del Cordero, pero es falsa, y niega, en principio y en la práctica, el nombre del Señor, su carácter y su palabra. Estos capítulos muestran que llegará a ser completamente apóstata, y caerá bajo los justos juicios de Dios.

Este misterio, visto en su doble carácter de gran ramera y Babilonia, no es el papado tal como lo conocemos, despojado de su poder temporal y trabajando incesantemente para socavar y destruir solapadamente la llamada fe protestante, sino que es el papado triunfante. En el momento previsto en estos capítulos, habrá reunido en su espléndida pero corrupta unidad a toda la profesión cristiana, y habrá sometido por completo a las naciones occidentales. No solo esclavizará las conciencias religiosas de los hombres, sino que también controlará su política. La mujer cabalga sobre la bestia. Los reyes que ella domina la odiarán por su arrogancia y acabarán por destruirla, cumpliéndose así la voluntad de Dios; pero durante un tiempo ejercerá un dominio indiscutible sobre todos ellos. Todo esto se enseña claramente en el capítulo 17.

Roma se esfuerza ahora por alcanzar esta supremacía universal, pero no puede lograrlo mientras exista la verdadera Iglesia; la presencia del Espíritu Santo en la Iglesia y la mano de Dios que la detiene se lo impiden. Pero en la venida del Señor, indicada en 1 Tesalonicenses 4, la verdadera Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo y que será la esposa del Cordero, será arrebatada al cielo; eliminado el obstáculo, la Roma apóstata alcanzará rápidamente la meta de su ambición. La verdadera Iglesia, que el Señor llama: «Mi Iglesia» en Mateo 16, no es una gran organización, mantenida por el poder y la sabiduría humanos, sino que está formada por todos aquellos que han reconocido sinceramente a Jesús como su Señor y Salvador, todos aquellos que tienen un vínculo vital con él como Hijo de Dios; no son solo cristianos profesos. Están unidos en un solo Cuerpo con Cristo, que es su Cabeza en el cielo. Esta unidad, que es de Dios, durará para siempre; la otra unidad, que es del diablo, irá a las profundidades de la perdición. Pero Roma avanza rápidamente hacia su objetivo, lo que demuestra que estamos en «los últimos días». El creciente amor a los ritos y prácticas populares en las iglesias estatales, y el poder e influencia que ya ejerce, son prueba de ello. Oh cristianos, seamos bien conscientes de la situación. Hay 2 grandes unidades en la cristiandad, y están creciendo hasta completarse. El Espíritu de Dios es el poder de una, y el espíritu del mal obra en la otra. Debemos estar de todo corazón en lo que es de Dios y separarnos de lo que es corrupto y del diablo. «¡Salid de en medio de ellos y separaos!, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda» (2 Cor. 6:17). «Salid de ella, pueblo mío, para que no participéis en sus pecados, y para que no recibáis de sus plagas» (Apoc. 18:4).

El capítulo 19 se abre con la adoración de las huestes celestiales; se regocijan y alaban a Dios por haber juzgado a la falsa iglesia corrupta que, en lugar de ser testigo de Cristo en la tierra y, por tanto, canal de su bendición, la ha corrompido con su propia corrupción. «Verdaderos y justos son sus juicios», dicen, apartando sus ojos de la destrucción de lo malo para regocijarse en lo que es eternamente bueno. Celebran la supremacía de Dios Todopoderoso; si él reina, nadie puede frustrar sus propósitos eternos que tienen a Cristo y a su Iglesia –el Cordero y su esposa– en su centro. Sí, antes de la fundación del mundo Dios tenía en mente que su amado Hijo tuviera una esposa; y en este capítulo la hora ha llegado, y todo el cielo se regocija con gran alegría. Juan puede decir: «Y oí como la voz de una gran multitud, y como el sonido de muchas aguas, y como el sonido de fuertes truenos, diciendo: … ¡Alegrémonos y regocijémonos … Porque han llegado las bodas del Cordero, y su mujer se ha preparado». Es la alegría de Dios que llena todos los corazones y cuya dulce melodía resuena hasta los confines del cielo. El Padre se alegra porque ha llegado la hora del cumplimiento de su designio para gozo de su Hijo; el Hijo se alegra porque ha llegado la hora de que vea el fruto del trabajo de su alma y quede satisfecho; el Espíritu Santo se alegra porque su obra está terminada y el Esposo está satisfecho de la esposa que le ha traído. En cuanto a nosotros, que amamos al Salvador, ¿no podemos alegrarnos anticipando su gozo, que sin duda compartiremos los que formamos parte de su esposa?

Para comprender los propósitos de Dios, no debemos descuidar ninguna parte de la Palabra de Dios. Las Sagradas Escrituras no son fragmentarias, sino que forman un todo completo, por eso se dice: «Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia» (2 Pe. 1:20). Esto significa que ningún pasaje está aislado; cada parte está relacionada con todas las demás. Así vemos que el principio del Génesis está ligado al final del Apocalipsis. Este designio del corazón de Dios para la alegría de su Hijo amado se expresó por primera vez en la creación del hombre. Fue creado a imagen y semejanza de Dios y destinado a dominar la creación inferior; su inteligencia quedó demostrada cuando Dios le trajo los animales, y fue capaz de dar a cada uno un nombre que lo caracterizaba. Pero no solo tenía mente, sino también corazón, pues Dios mismo tiene corazón además de mente. Pero ningún animal, ni ninguno de los poderes de que estaba dotado, podía satisfacer su corazón. Entonces Dios dijo: «No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para él» (Gén. 2:18). Dios lo sumió en un profundo sueño y le quitó una costilla para construir una mujer. Cuando Adán despertó, pudo decir: «Esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gén. 2:23). Ella formaba parte de sí mismo y satisfacía su corazón.

El Nuevo Testamento nos dice que Adán era una figura de Aquel que había de venir, Cristo. Él tendrá el dominio universal, y en esa posición de gloria y poder tendrá una compañera que será más que cualquier otra cosa para él: ella satisfará su corazón. Pero antes tuvo que entrar en el sueño profundo de la muerte. Esto es lo que prefiguró el sueño de Adán, y como resultado de su muerte compró a su Iglesia: «Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por la Palabra; para presentarse a sí mismo la iglesia gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efe. 5:25-27).

Que nadie piense que es una especulación enlazar de este modo el principio y el final de la Biblia; la propia Biblia dice que la unión de Eva y Adán ilustra la de Cristo y la Iglesia, en Efesios 5: «Este misterio es grande; pero yo lo digo con respecto a Cristo y a la Iglesia» (v. 32).

Nótese que estamos hablando de las bodas del Cordero. En el Apocalipsis, el Señor tiene varios grandes títulos. En el capítulo 5 es el León de la tribu de Judá; en el capítulo 12 es el hijo varón que pastoreará las naciones con vara de hierro; en el capítulo 16 es el Rey de reyes; en el capítulo 22 es el Alfa y la Omega. Sus glorias son grandes y variadas, y tiene muchas coronas sobre su cabeza, pero cuando llegan las bodas, se le conoce como el Cordero y no por ninguno de estos títulos. El gozo del día de las bodas está ligado a los sufrimientos del Calvario. Es Aquel que se inclinó bajo el juicio de Dios hasta la muerte, quien verá el fruto del trabajo de su alma y recibirá a su Iglesia, una Iglesia gloriosa, que no tiene mancha ni arruga ni cosa semejante. Él fue el Cordero del sacrificio, soportó verdaderamente lo que éramos nosotros, siendo hecho pecado por nosotros, para que pudiéramos llegar a ser la justicia de Dios en él; el dolor por el que tuvo que pasar entonces, tendrá una respuesta plena de alegría en el día venidero.

Este gran acontecimiento tendrá lugar en el cielo, donde la Iglesia debe ser completa y perfecta, y así será, «porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor» (1 Tes. 4:16-17). Ninguno de los santos redimidos por la sangre faltará en esta gloriosa compañía; todos estarán allí, no por su fidelidad, sino por el valor de la sangre de Cristo; estarán allí, aceptados en él, el Amado.

«Y su mujer se ha preparado». Ella no se prepara para el cielo; su aptitud para estar en esa morada inmaculada de amor eterno es Cristo mismo, pues él «nos fue hecho sabiduría por parte de Dios, y justicia, y santificación, y redención» (1 Cor. 1:30). Pero ella se prepara para la boda vistiéndose de lino fino, brillante y puro, porque el lino fino es la justicia de los santos. Hablamos de las justicias, no de la justicia. Solo Cristo es nuestra justicia, pero al ser hechos justos en él, los santos pueden hacer buenas obras en la tierra, y estas son el lino fino, brillante y puro, que será el vestido de boda de la esposa del Cordero en ese gran día. En los países orientales, creo que la esposa es presentada al esposo con las vestiduras que sus propios dedos han confeccionado. Lo mismo sucederá con la esposa del Cordero, pues se le ha dado lino fino, brillante y puro. Pero, ¿cómo y dónde se fabricará este lino fino?

Supongamos que un príncipe quiere aparecer en una gran ocasión oficial con un traje que él mismo ha diseñado y confeccionado, pero no ha encontrado tela ni telar que le satisfagan. ¿Qué debe hacer? Debe inventar un telar que pueda producir la tela, y entonces podrá hacer su obra como le plazca, para alabanza de su genio. Así, cuando Dios se propuso dar una esposa al Cordero, definió el vestido que ella debía llevar: debía ser de lino fino, brillante y puro; pero ¿dónde en la tierra lo encontraría entre los hombres? En tiempos del Antiguo Testamento, Dios dio a los hombres la oportunidad de producirlo; les dio la Ley, un telar perfecto para este fin. Pero fracasaron miserablemente, y después de siglos de paciencia con ellos, Dios tuvo que decirles: «todas vuestras justicias son como trapo de inmundicia» (Is. 64:6). «Los que están en la carne no pueden agradar a Dios» (Rom. 8:8).

Entonces, ¿tenía Dios la intención de fracasar? No. Si puedo usar mi ilustración –él ha levantado un nuevo telar capaz de tejer lo que él desea. El Señor Jesús vino al mundo para hacer la voluntad de Dios. Obedeció a Dios perfectamente, y hacia el final de su vida llevó a 3 discípulos al monte santo y allí fue transfigurado ante ellos, y «sus ropas se volvieron resplandecientes, y muy blancas, tanto como ningún lavandero en la tierra las hubiera podido emblanquecer» (Marcos 9:3). Esta blancura era sobrenatural, celestial, emblemática de la vida de justicia que había vivido en la tierra. Era esta vida la que Dios quería ver reproducida en sus santos, por eso dice: «Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios había preparado antes para que anduviésemos en ellas» (Efe. 2:10). Me gustaría que todos entendieran este versículo, porque todo lo que estoy diciendo se basa en él. Dios tiene ahora un telar que puede tejer esto, y ustedes, cristianos, jóvenes o viejos, son parte de él. En ese telar él produce lino fino, brillante y puro, él ahora reproduce en su pueblo las gracias que brillaron en toda su perfección en Jesús. La vida de Jesús se manifiesta en su carne mortal (2 Cor. 4:10).

Sabemos cómo se hacen los tejidos. Se necesita un telar, un tejedor e hilo. Después de pasar por una serie de procesos, el hilo llega finalmente al telar, y mientras el tejedor trabaja la urdimbre y la trama en el telar, este produce el tejido acabado. Esto es lo que nos dice Filipenses 2:12-13: «Llevad a cabo vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que produce en vosotros tanto el querer como el hacer, según su buena voluntad». Dios es el gran tejedor, nosotros somos el telar; él trabaja en nosotros, nosotros debemos producir el lino fino, brillante y puro. Dios está muy interesado en nuestras vidas y en nuestros caminos como preparación para las bodas del Cordero.

Pero, ¿qué es ese lino fino? Algunos dirán: “Yo serviría al Señor Jesús, pero no puedo pararme en una plataforma y predicar a multitudes, o hacer un gran trabajo para él; soy ignorante y pobre, y vivo en la oscuridad”. No piensen que este lino fino sea predicar o hacer algún servicio espectacular; más de un hombre predica a grandes congregaciones y no produce más que vestidos sucios, pues el yo está en la raíz de sus esfuerzos. Pero una pobre mujer que ama al Salvador produce lino fino en abundancia. Feliz en su amor, comienza su duro día con un cántico de alabanza y acción de gracias a Dios: eso es lino fino. Si alguien le habla con dureza, ella responde con dulzura, y vence el mal con el bien –eso es un poco más de lino fino. No tiene que ser usted grande y famoso para eso, si es paciente y perdona cuando le maltratan, y perdona –ah, eso es difícil, ¿no? ¡Fulano de tal ha hablado mal de usted, fulano de tal ha sido tan malo! Y usted ya lo ha aguantado muy bien; su paciencia se ha agotado, ¡y no puede volver a perdonar! ¿No puede? ¡A usted que tanto le han perdonado! Sí, la gracia se lo puede permitir, será lino fino, brillante y puro, porque eso es lo que hizo Jesús, aquel que «siendo insultado, no respondía con insultos; cuando sufría, no amenazaba» (1 Pe. 2:23) y cuando sus enemigos le hacían de todo, oraba: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lucas 23:34).

El amor, la alegría, la paz, la longanimidad, la benignidad, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre, la templanza, todo es lino fino, brillante, puro, del que no se pierde ni un hilo. Es imperecedero; Dios mismo lo conserva. Cuando usted hizo un acto de bondad por amor a Jesús, tal vez no pensó que sería eterno, pero lo será; una palabra reconfortante de aliento a un santo afligido nunca será olvidada, como tampoco lo será un esfuerzo por ganar un alma para el Salvador. Todo esto contribuirá a la confección del traje nupcial. Todo cristiano tiene el privilegio de contribuir a ello; ojalá caminemos en humildad y obediencia a Dios para que su obra de gracia continúe en nosotros y a través de nosotros. Para eso nos dejó en el mundo, no lo olvidemos. No diga que esto le supera; piense de nuevo en este texto. Usted es hechura de Dios, creado en Cristo Jesús para este fin, ¿no es así? Sí, gracias a Dios, si está salvo por su gracia. Entonces ha sido preparado por él para producir este lino fino. No lo dude, póngase sin reservas en sus manos, y lo producirá.

Este vestido de lino fino, brillante y puro, será un triunfo maravilloso para Dios. Ese día mostrará la realidad de su obra en sus santos. Mostrará que, a pesar del mundo, de la carne y del diablo, que asaltan a sus santos en la tierra y conspiran para hacerlos infieles a su Señor, ellos han producido estas justicias. De este modo, el diablo será derrotado y las acusaciones contra los santos serán acalladas. Es maravilloso que, en este lugar de contaminación, este mundo corrupto, se esté llevando a cabo esta obra, y que nosotros tengamos parte en ella. Permaneciendo cerca del Señor, su amor nos obligará a ser muy diligentes en esta obra.

Después de las bodas, el Señor aparecerá como Rey de reyes y Señor de señores, y sus santos lo acompañarán con esas mismas vestiduras (v. 14). Compartirán su triunfo y su gloria, vivirán y reinarán con él durante 1.000 años (cap. 20).

En el capítulo 21 tenemos una visión final de la Iglesia. Los primeros 8 versículos de este capítulo describen el estado eterno de las cosas, en el que nada cambiará, y vemos la ciudad santa descendiendo de Dios desde el cielo, como una esposa ataviada para su esposo. Cuando los reinos y los gobiernos hayan cumplido su función y hayan dejado de existir, y Dios habite con los hombres y descanse en su amor, la Iglesia permanecerá para siempre como posesión de Cristo. Se la describe como “estando preparada para su esposo” lo que significa que será suya y solo suya, para siempre. ¿No nos emociona pensar que se acerca el día en que seremos entera y exclusivamente para él, sin rival?

Ahora cantamos tristemente:

“Señor, qué debilidad
encuentro en mí,
Ninguna veleidad infantil
iguala mi espíritu errante”.

Pero no será así entonces. Toda inconstancia habrá llegado a su fin, y Cristo será para siempre el único y supremo objeto de nuestros corazones. La esposa del Cordero recibirá Su amor en su infinita plenitud en su corazón, y responderá a él sin reservas. ¡Qué perspectiva tan maravillosa!


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