«¡Abba, Padre!»


person Autor: John Thomas MAWSON 16

flag Temas: La familia de Dios: hijos de Dios La adopción, la elección, la predestinación

(Fuente autorizada: graciayverdad.net)


Todas las citas bíblicas se encierran entre comillas dobles ("") y han sido tomadas de la Versión Reina-Valera Revisada en 1960 (RVR60) excepto en los lugares en que además de las comillas dobles ("") se indican otras versiones mediante abreviaciones que pueden ser consultadas al final del escrito.

Otras versiones de la Biblia usadas en esta traducción:

  • JND = Una traducción del Antiguo Testamento (1890) y del Nuevo Testamento (1884) por John Nelson Darby, versículos traducidos del inglés al español por: B.R.C.O.
  • VM = Versión Moderna, traducción de 1893 de H. B. Pratt, Revisión 1929 (Publicada por Ediciones Bíblicas - 1166 Perroy, Suiza).

Ocupémonos de nuevo de este nombre que es en verdad el comienzo de todo lenguaje cristiano. Los «hijitos» conocen al Padre (1 Juan 2:13), y ABBA [1] es el lenguaje del niño; sin embargo, hay una dulzura y una riqueza de significado en dicha palabra que el santo más anciano en la tierra no ha comprendido del todo. Es notable que ella no haya sido traducida a nuestra lengua española, y de hecho Pablo, inspirado por el Espíritu Santo, no nos dio su equivalente en griego en Romanos 8:15 y en Gálatas 4:6. Dicha palabra es dejada allí tal como el propio Señor la usó cuando, en su agonía, se postró en oración en el huerto. Nos es dejada, y nos es dada, y nosotros podemos usar la misma palabra, el mismo sonido, que salió de su boca cuando él se dirigió a su Padre allí.

[1] Esta palabra (ABBA), del arameo, tiene la significación de PADRE (PAPÁ); es la expresión de respeto, y de la perfecta intimidad, entre un hijo y su padre.

Consideremos esta palabra cómo y cuándo el Señor la usó, pues entonces podemos obtener una entrada más completa en su significado. Sus discípulos no pudieron velar con él en esa hora solemne, pero ahora nosotros podemos mirar hacia atrás y contemplarle a él allí. ¡Qué santa e incuestionable sumisión, y qué confianza impregnó su oración! Él se arredró de lo que estaba ante sí, si hubiera sido posible él habría pedido ser librado de ello, [2], pero la voluntad del Padre era suprema. Su voluntad debía ser cumplida cualesquiera que pudiesen ser el costo y el padecimiento, leemos, «¡Ahora está turbada mi alma! ¿Y qué diré? ¡Padre, sálvame de esta hora! mas por esto mismo vine a esta hora» (Juan 12:27, VM, JND), y así, cuando la agonía pasó, él dijo, «La copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?» (Juan 18:11).

[2] N. del T.: Compárese con Mateo 26:39; Hebreos 5:7-8.

Es Marcos quien nos dice que Él dijo, «Abba, Padre» (Marcos 14:36). Marcos que escribe de él como el Siervo perfecto. Su senda de servicio le había llevado a esta hora oscura cuando tuvo que decir, «Mi alma está muy triste, hasta la muerte» (Marcos 14:34). ¿A quién podía él recurrir? Solo a Aquel a quien él servía con esa santa y perfecta consagración y en quien estaba toda su confianza; él pone el asunto completo en sus manos diciendo, «mas no lo que yo quiero, sino lo que tú» (Marcos 14:46). Una vez más decimos, ¡qué bienaventurada sumisión, qué confianza, y qué intimidad! Y qué corazón puede concebir el afecto con el que el Padre lo contemplaba en aquel entonces. Él había dicho, «Por eso me ama el Padre, porque yo pongo mi vida,… Este mandamiento recibí de mi Padre» (Juan 10:17-18). ¿Acaso no fluyó ese amor sobre él en el huerto? Y, ¿no era él consciente de ello? Ciertamente fluyó, y ciertamente él lo era, y nos parece que en presencia de esa efusión de confianza y santa sumisión a la voluntad del Padre, y de ese flujo descendente de inefable afecto aprendemos algo de lo que el nombre, Abba, implica. «Abba» describe una relación en la que, el conocimiento de un amor perfecto, encuentra una respuesta en perfecta confianza. Así es como lo vemos revelado. Fue perfectamente revelado en y por él.

Pero nosotros hemos sido llevados, conforme a la gracia inimaginable, a esta relación, y el nombre, Abba, puede estar en nuestros labios cuando dirigimos nuestras oraciones a Dios. El nombre describe para nosotros el carácter de la relación. No se trata de una relación de esclavitud o de temor. No permanecemos a distancia sino que nos acercamos. Implica una santa intimidad unida con la más profunda reverencia. Describe un amor hacia nosotros, y un cuidado por nosotros, que nos atraen y nos unen con vínculos inquebrantables a Aquel que lleva ese nombre, un amor y un cuidado que crean dentro de nosotros una confianza y una sumisión cada vez mayores. En vista de los padecimientos de este tiempo actual de los que habla Romanos 8, y que muchos de los hijos de Dios están sintiendo profundamente, este nombre es el más dulce, el más bienaventurado. Es siendo conscientes de esto que podemos decir, «sabemos que todas las cosas cooperan juntas para el bien de los que aman a Dios, los que son llamados según su propósito» (Rom. 8:28, VMA).

Y Gálatas 4:6 nos ayuda. «Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!». Este es el Espíritu de Dios, pero en este carácter especial y activo de esta manera especial. Es el Espíritu de Su Hijo, y ciertamente si hemos de conocer el significado de este clamor debemos contemplar a su Hijo.

«Me llamaréis: Padre mío, y no os apartaréis de en pos de mí» (Jer. 3:19), fue la palabra de Dios a un pueblo reincidente en días antiguos, y nos parece que ese nombre, Abba, es el que nos guardará de vagar, y nos preservará de la preocupación. Nosotros descansaremos en el conocimiento de sus perfectos amor y cuidado por nosotros, y cualquiera que pueda ser nuestra porción en el futuro, la sumisión a su voluntad y la confianza en su amor impregnarán nuestras vidas hasta que los padecimientos de este tiempo actual den lugar a la gloria que será revelada en nosotros, que somos los hijos amados y los destinados herederos de Dios.

Traducido del inglés por: B.R.C.O. – Octubre 2019.-


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