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Los bienaventurados
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¿No es la felicidad en este mundo lo que el hombre desea y no puede alcanzar? Busca esta felicidad en vano en las cosas de este mundo. Pero, aunque poseyera todos los bienes, todas las riquezas, todos los placeres que el mundo puede dar, como Salomón, no sería feliz, y tendría que decir como él: «¡Vanidad de vanidades! todo es vanidad» (Ec. 1:2).
La Palabra, sin embargo, declara que hay bienaventurados, y que se trata de hombres que están en la tierra y no de criaturas celestiales. En el cielo será la felicidad perfecta, solo habrá bienaventurados, no hace falta decirlo; pero, ¡en la tierra!
Muchos pasajes nos hablan de los bienaventurados, pero todos nos dicen que el gozo que implica esta palabra es de una naturaleza muy diferente a la felicidad que el hombre busca. Su origen y lo que lo procura son totalmente ajenos a los bienes de este mundo; solo pueden encontrarse en nuestra relación con Dios, en lo que él es, en lo que es para nosotros y en lo que hace por nosotros. Podemos resumir en dos verdades básicas lo que la Palabra dice que puede hacer al hombre dichoso: La confianza en Dios y en su Palabra, y la obediencia a esa Palabra.
1 - La confianza en Dios
«Bienaventurados todos los que en él confían» (Sal. 2:12).
«Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza» (Sal. 40:4).
«Dichoso el hombre que en ti confía» (Sal. 84:12).
«El que confía en Jehová es bienaventurado» (Prov. 16:20).
«Bienaventurados todos los que confían en él» (Is. 30: 18).
«Guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado» (Is. 26: 3).
¿Por qué es bienaventurado el hombre que espera y confía en Dios? Porque Dios es amor, un Dios misericordioso y bondadoso. Si los Salmos han sido siempre un gran consuelo para las almas, es porque muestran lo que Dios es en bondad en todas las circunstancias y en todas las pruebas de la vida, para aquellos que confían en Él:
• Él es su Dios (Sal. 63).
• Un escudo, una roca y un lugar fuerte (Sal. 18).
• Su pastor (Sal. 23).
• Su luz y su salvación (Sal. 27).
• Su fuerza (Sal. 28).
• Su refugio, su ayuda en tiempos de angustia (Sal. 46).
• El padre de los huérfanos, el juez de las viudas (Sal. 68).
• Su bondad atrae a los que han probado algo de ella. «Gustad, y ved que es bueno Jehová; dichoso el hombre que confía en él» (Sal. 34: 8).
• «Cuán preciosa, oh Dios, es tu misericordia! Por eso los hijos de los hombres se amparan bajo la sombra de tus alas» (Sal. 36:7).
Es a la sombra de estas alas que el alma es bienaventurada y puede cantar de alegría.
¿No encontramos también en los Salmos la expresión de los sentimientos que el Hombre perfecto experimentó en su confianza en Dios? «Guárdame, oh Dios, porque en ti he confiado» (Sal. 16). ¡Sentimientos de paz y amor!
El primer paso en esta confianza es el del alma que, reconociendo su estado de perdición, se acerca a Dios, confiesa sus pecados y se pone en las manos del Dios Salvador. Es bienaventurada cuando recibe su palabra y cree en Aquel que perdona todas nuestras iniquidades y sana todas nuestras enfermedades. «Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad, Y en cuyo espíritu no hay engaño» (Sal. 32: 1-2).
Bienaventurado sea también el que se confía a las manos de Dios cuando se trata de disciplina. «Bienaventurado el hombre a quien tú, Jah, corriges» (Sal. 94: 12). Es lo que hizo David bajo el peso del pecado y en su gran angustia; confió en Dios cuando le dijo al profeta Gad: «Caigamos ahora en mano de Jehová, porque sus misericordias son muchas» (2 Sam. 24:14).
También dice: «Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, que anda en sus caminos» (Sal. 128). «Bienaventurado el hombre que teme a Jehová, y en sus mandamientos se deleita» (Sal. 112:1). Este temor de Dios no es un temor que nos aleje de Él, sino que nos mantiene en su dependencia y nos hace caminar en la santidad, en la separación del mal. «Se compadece Jehová de los que le temen» (Sal. 103:13). «Cuán grande es tu bondad, que has guardado para los que te temen, que has mostrado a los que esperan en ti, delante de los hijos de los hombres» (Sal. 31:19).
2 - Obediencia a Su Palabra
«Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios y se guían por ella» (Lucas 11:28). «El obedecer es mejor que los sacrificios» (1 Sam. 15:22). El camino del que la Palabra llama bienaventurado no está exento de pruebas y sufrimientos, pero es el camino en el que se puede caminar con Dios y es la felicidad de los fieles seguirlo en obediencia. Disfruta del hecho de lo que Dios es para él en amor; está en su comunión. Si se encuentra con sufrimientos, tiene ante sí la esperanza. Para él, «los sufrimientos del tiempo presente no son dignos de ser comparados con la gloria que debe sernos revelada» (Rom. 8:18). «Pero si incluso padecéis a causa de la justicia, dichosos sois» (1 Pe. 3:14), dice el apóstol Pedro. ¿Acaso el sufrimiento por el nombre de Cristo no alegró a los discípulos porque habían sido considerados dignos de sufrir reproches por Su nombre?
La palabra bienaventurado que encontramos tan a menudo en la Palabra incluye el disfrute interior del corazón que está en relación con Dios y la felicidad de hacer su voluntad. «El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado, y tu ley está en medio de mi corazón» (Sal. 40:8). También incluye el gozo de recibir todas las bendiciones que corresponden a nuestro estado y que nos dispensa Aquel que nos ama, como la alegría de la esperanza de la gloria.
Los bienaventurados pronunciados por el Señor en su Sermón del Monte, que se refieren más particularmente a sus discípulos, a los fieles del remanente, pueden aplicarse a los cristianos de todos los tiempos; les dice que cuando se trata de la conducta, del testimonio, de las persecuciones, su recompensa está en el cielo, que es grande, y esto es lo que puede hacerles regocijarse y emocionarse de alegría.
La feliz confianza del creyente es inquebrantable; se apoya en Aquel que es «la fortaleza de los siglos», que es siempre el «Mismo». «Hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré» (Is. 46:4). Descansa en Jesús, aquel cuyo nombre llena nuestros corazones de alegría, seguridad y paz, Aquel que esperamos del cielo.
M. Koechlin
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1935, página 100