La ira de Dios

Romanos 1:18


person Autor: Maurice KOECHLIN 22

flag Tema: Dios

(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)


«La ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres» (Rom. 1:18). Dios la manifestó y la ejecutó en infinidad de ocasiones.

En los primeros tiempos, después de la caída, antes del diluvio, por muy grande que haya sido la maldad de los hombres descrita en Génesis, allí no era cuestión de la ira de Dios hacia el hombre; sino que se nos dice que Dios se arrepintió de haber hecho al hombre.

«Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. Y dijo Jehová: Raeré de sobre la faz de la tierra a los hombres que he creado, desde el hombre hasta la bestia, y hasta el reptil y las aves del cielo; pues me arrepiento de haberlos hecho. Pero…» (Gén. 6:5-8).

Está ese «pero» de salvación para el hombre; porque ¿cuál habría podido ser la decisión del Creador respecto a él, la cual merecía?: Ser aniquilado; la completa destrucción de todo aquello que Dios había creado para él y puesto bajo su dominio. «Dejaos del hombre, cuyo aliento está en su nariz; porque ¿de qué es él estimado?» (Is. 2:22).

Bendito sea Dios, hubo ese primer «pero», el de la gracia. La gracia que perdura todavía, en la cual estamos. «Y se arrepintió Jehová». Este arrepentimiento de Dios no es un arrepentimiento humano, el del despecho que el hombre experimenta cuando sigue un camino que le decepciona y descubre que ha cometido un error. Es el sentimiento divino de misericordia y amor del Dios que es amor y que amó tanto al mundo –es decir, a las personas– que dio por él a su Hijo unigénito.

«Irrevocables son los dones y el llamamiento de Dios», dice la Escritura (Rom. 11:29). «Convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo» (Joel 2:13).

Con estos caracteres se revela Dios a sí mismo en sus propias palabras cuando Moisés le dice: «Te ruego que me muestres tu gloria. Y le respondió: Yo haré pasar todo mi bien delante de tu rostro, y proclamaré el nombre de Jehová delante de ti; y tendré misericordia… y seré clemente» (Éx. 33:18-19). «Y pasando Jehová por delante de él, proclamó: ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado…» (34:6-7). Cualquiera puede conocer esta palabra de Dios, pues Dios no la ha sellado. La proclamó para que todos puedan oírla.

Palabra maravillosa que habla de misericordia, de verdad, de perdón, de paciencia. Dios reserva la misericordia a millares a pesar de la maldad del hombre llevada al colmo.

Toda esta primera parte de la declaración divina hecha a Moisés se refiere al primer «pero», el de la gracia. Dios obra en misericordia para con su pueblo terrenal y para con la cristiandad; sin embargo, ejecuta juicios gubernamentales en disciplina.

Este primer «pero» terminará después de una larga paciencia, y el día de la ira de Dios vendrá (1 Tes. 1:10) como ladrón en la noche. «Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos, de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina» (5:1-3).

La palabra ira simboliza la violencia, la palabra cordero, la mansedumbre. Estas palabras asociadas en Apocalipsis –la ira del Cordero– nos dicen que el tiempo de la gracia ha terminado para dar paso al tiempo de la ira de Dios.

Son muchos los pasajes en los profetas y en Apocalipsis que describen los efectos terroríficos de esta ira de Dios que caerá sobre el pueblo de Israel infiel e incrédulo, sobre la cristiandad apóstata y sobre todos los «moradores de la tierra».

«Cercano está el día grande de Jehová, cercano y muy próximo; es amarga la voz del día de Jehová; gritará allí el valiente. Día de ira aquel día, día de angustia y de aprieto, día de alboroto y de asolamiento, día de tiniebla y de oscuridad, día de nublado y de entenebrecimiento… Y atribularé a los hombres… en el día de la ira de Jehová… porque ciertamente destrucción apresurada hará de todos los habitantes de la tierra» (Sof. 1:14-18). «Antes que venga sobre vosotros el furor de la ira de Jehová» (2:2). «Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quién podrá sostenerse en pie?» (Apoc. 6:15-17). «Y el ángel arrojó su hoz en la tierra, y vendimió la viña de la tierra, y echó las uvas en el gran lagar de la ira de Dios» (Apoc. 14:19).

Ese día de la ira solo llegará una vez que Dios agote todos los recursos de su gracia y su bondad para con nosotros, ya sea para misericordia, ya para juicios gubernamentales; pero llegará.

Entre tanto, Dios «de ningún modo tendrá por inocente al malvado» (Éx. 34:7), pero es paciente.

El hombre intenta poner en desacuerdo los caracteres con los cuales Dios se revela: misericordia, gracia, amor, cuya expresión es el arrepentimiento de Dios. No los comprende; no quiere reconocer «las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios»; «insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos» (Rom. 11:33) para él; aparta de sus pensamientos la ira venidera de Dios. «Todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación» (2 Pe. 3:4), dicen los burladores.

No obstante, en su larga paciencia y en su gracia, el Señor, por su Palabra, no quiere atraer las almas con la amenaza de la ira venidera, sino con el amor manifestado en la cruz por ellas, amor que debe llevarlas al arrepentimiento y a apegarlas a él. «El Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido» (Mat. 18:11), «nos libra de la ira venidera» (1 Tes. 1:10).

Dios mismo vino en la persona de su Hijo; «Vino», «descendió del cielo». «El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano» para que aquél que cree en el Hijo tenga vida eterna y la ira de Dios no esté sobre él (Juan 3:35-36).


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