Índice general
La oración en secreto
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1 - Una tarea urgente y personal
¿No tenemos tiempo para orar? Debemos tomarlo.
«Pero tú, cuando ores, entra en tu cuarto y cerrando tu puerta, ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre que ve en lo secreto, te recompensará» (Mat. 6:6).
La falta de tiempo para orar en secreto en el dormitorio es la causa de la poca fuerza vital que vemos con demasiada frecuencia, y hace que la «carne» tome el control.
Esto tiene que cambiar. ¿No queremos orar por un cambio radical en los hábitos del pueblo de Dios? Nadie puede delegar en otro la tarea de hacer tales oraciones; otro no lo puede hacer en nuestro lugar, como no podría tomar alimentos en nuestro lugar para que nuestro cuerpo prospere. Cada uno debe luchar individualmente en secreto; la hora de oración congregacional no es suficiente, aunque ciertamente es un bendito privilegio.
2 - La oración descuidada
¿No han abandonado muchos poco a poco la oración en secreto hasta interrumpir por completo su comunión con Dios, como si Dios ya no existiera para ellos en absoluto? Esto no son simples palabras; todos los que frecuentan algo a los santos lo saben por experiencia. Dios tiene fieles que le oran, estamos convencidos –e incluso nos alegramos de saberlo. Nunca le han faltado fieles que clamen a él día y noche, aunque solo sean un remanente.
Pero la terrible marea de decadencia de estos últimos días está barriendo a muchos de ellos, incluso de entre el pueblo de Dios. El gran enemigo de las almas no podría haber ideado una artimaña más mortífera para degradar a los santos que privarlos del apoyo del trono de la gracia. Cuando falta la oración en secreto, enferma la cabeza y el corazón periclita (comp. Is. 1:5). La falta de oración en secreto provoca una disminución del deseo del alimento celestial. La persona que se vuelve extraña a su cuarto de oración se convierte en presa fácil de la tentación; en cada oportunidad, Satanás le saca ventaja. Nada sale como debiera, todo se vuelve contra él, pues el camino que aleja al alma de Dios está lleno de espinas. Si un hermano falta 1 o 2 veces a una reunión de oración, podemos hablarle de ello y exhortarle, porque nos damos cuenta de su ausencia. Pero cuando se trata de su ausencia de su cuarto de oración, esto escapa a la observación, y solo nos damos cuenta de ello cuando entramos en contacto con él y sentimos que algo está minando la vida espiritual. ¿Quién puede medir la pérdida eterna causada por descuidar la oración en secreto?
3 - La comunión vivida
¡Qué distinto es el caso de quienes se ocupan celosamente de que el Señor reciba siempre su porción! Sus idas y venidas, su vida entera, prueban que han estado donde cae el rocío celestial. Su Padre, que los ha visto en secreto, los recompensa públicamente. Aunque no lo sepan, llevan consigo, dondequiera que van, la serenidad de esos lugares secretos donde se da gracias a Dios en todo momento y se habla con él como con un amigo. Hay algo único en ellos; y es de temer que sean pocos los de esta clase, –pocos en contraste con la multitud que corre de un lado para otro y para la que la habitación y la hora, a solas con Dios, son extrañas. No es sorprendente, pues, que los santos se vuelvan tan mundanos como puede serlo un hombre de mundo. Tampoco lo es que nos esforcemos en vano por inculcarles los preceptos más sencillos de la Palabra de Dios. «La comunión íntima de Jehová es con los que le temen» (Sal. 25:14). Abraham, que estaba en íntima comunión con Dios, conoció el destino de Sodoma mucho antes de que los habitantes de aquella ciudad pensaran, ni siquiera en sueños, que había peligro alguno. Fue el mismo Abraham quien se apresuró de madrugada a ofrecer a Isaac en sacrificio por orden de Jehová, aunque ello supusiera romper sus lazos naturales más íntimos. Los hombres de comunión son hombres de obediencia. Y eran hombres de oración, que en todo momento invocaban el brazo del Dios Todopoderoso. Hombres de Dios que, en apariencia, eran los que menos necesidad tenían de orar por sí mismos: eran precisamente los que más disfrutaban estando solos en la alcoba.
4 - Imitar al Señor Jesús
Nuestro mayor modelo, el propio Señor Jesús, era un hombre de oración. Leemos que se levantaba mucho antes del amanecer e iba a un lugar tranquilo a orar. Sigámosle dondequiera que vaya. Si él necesitó la asistencia del poder celestial para estar fortalecido en la hora de la tribulación, ¡cuánto más nosotros! No debe haber incertidumbre sobre este asunto de extrema importancia.
Insistamos a los hijos de Dios para que oren en secreto, pues es un requisito vital de la vida espiritual. El Padre ve en secreto y recompensará públicamente. El mayor servicio sigue siendo inútil e infructuoso si no tiene su origen y su fuente en la oración en secreto. Que cada uno de nosotros se pregunte: “¿Me gustan los lugares secretos para hablar con el Señor, para renovar mis fuerzas, para luchar con la ayuda de Dios y vencer?».