La fe preparada para el día malo

Efesios 6:10-24


person Autor: John Nelson DARBY 89

flag Tema: La lucha cristiana


1 - El origen de la guerra cristiana

Las mismas bendiciones de la Iglesia nos colocan en un tipo de conflicto que no tendríamos sin esas bendiciones. Por lo tanto, estamos expuestos a más fracasos y maldad. Un judío podía hacer muchas cosas que serían monstruosas en un cristiano, y no sentir ninguna mancha de conciencia. Habiendo sido rasgado el velo, brilla la luz, y la consecuencia es que la luz que proviene del lugar santísimo no puede tolerar el mal. ¡Bendito sea Dios! Tenemos poder para hacer frente a las dificultades de nuestra posición; y esta Epístola señala los recursos que Dios ha preparado para los santos.

La Iglesia está sentada «en los lugares celestiales en Cristo Jesús» (Efe. 2:6), bendecida con todas las bendiciones espirituales en los lugares celestiales en Cristo (1:3). Por eso se nos dice que tenemos que luchar contra el poder espiritual de maldad en los lugares celestiales (6:12). Estamos arrastrados a un conflicto en el mismo lugar de la fuerza; porque cuanto más cerca estamos de Dios, más fuerza necesitamos para caminar.

Israel, cuando entró en el país, encontró desesperadas las consecuencias del pecado. Qué terrible matanza en Hai, a causa del pecado de Acán (Josué 7), y las consecuencias de no pedir consejo a Jehová sobre los hombres de Gabaón continuaron durante generaciones, incluso en tiempos de Saúl (2 Sam. 21). En el país, donde Dios estaba y ocupaba su lugar, las consecuencias del pecado eran proporcionales.

Un efecto de nuestro privilegio es llevarnos a este conflicto. Además, si usted y yo tenemos más conocimiento que muchos otros cristianos, habrá más deshonra y fracaso entre nosotros que entre otros cristianos, a menos que andemos según la luz.

2 - La fortaleza y su fuente en Cristo – Efesios 6:10

«Fortaleceos en el Señor» (Efe. 6:10). Aquí está el lugar de la fuerza –una fuerza que solo se encuentra en él. Sea cual sea el instrumento que él quiera utilizar, no hay otro objeto de fe que el Señor mismo. Aunque no hay nada más bendito que el ministerio de la Palabra; si he contribuido a la conversión de un alma, por la bendición de Dios, esa alma se apegará a mí, y con razón; es de Dios, y Dios lo reconoce (pues si rompe lo que es de la carne, crea lo que es del Espíritu: Dios la da, se puede abusar de ella, pero Dios establece el vínculo entre el que es bendecido y el instrumento de la bendición); sin embargo, no podemos ejercer nuestra fe depositándola en el hombre, no podemos ponernos en dependencia del hombre. Es cierto que existe este vínculo, pero es porque el alma es llevada a Cristo. Solo eso es conversión. Y ahí reside la fuerza. No hay fuerza sino en Cristo. No tengo ninguna, en ningún momento, excepto cuando mi alma está en comunión secreta con él, y (a través de él) con Dios Padre. Ahora bien, el poder directo de Satanás se dirige a este punto: impedir que nuestras almas vivan de Cristo.

3 - Las preocupaciones y las dificultades nos alejan de Cristo y Satanás se sirve de ellas

Lo que nosotros llamamos deberes, pero que Dios llama «preocupaciones» (véase Mat. 13:22; Lucas 8:14; etc.), a menudo nos separan de Cristo. Cansan y oprimen el alma; y si los santos no echan todo esto sobre Cristo, se irritan con cosas que distraen la mente. El hombre dice: “No disfruto de Cristo”; no sabe cómo, pero piensa que es por la presión de preocupaciones inevitables, cuando en realidad es el efecto y el resultado de haber buscado su recurso en otra parte que en Cristo. El alma se ha afligido porque no ha encontrado a Cristo en el sufrimiento, y esto la ha impulsado hacia algo que no es Cristo, algo que (a los ojos humanos) es bastante prometedor. Así es como se aficiona a las cosas triviales. A lo que nos lleva el Espíritu es a estar fortalecidos «en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efe. 6:10). De nada sirve hablar de preocupaciones: Satanás está detrás de ellas; de nada sirve hablar de dificultades: Satanás está detrás de las dificultades, haciendo que socaven el poder de la Palabra en nosotros; y podemos estar seguros de que, si no estamos en comunión, Satanás tendrá ventaja sobre nosotros, porque esas preocupaciones, etc., no conciernen a Cristo. Todo lo que tengo que hacer, es por Cristo. Él nos hará sentir nuestra dependencia, pero nunca será falsificada.

Cuando estamos oprimidos por las tormentas de la vida, siempre es verdad que no estamos en la fuerza de Cristo, porque él es más fuerte que la tienda, la familia o cualquier otra preocupación. Puedo estar ocupado en algo que no debería hacer; si no puedo hacerlo «por el Señor», no debo hacerlo. Ciertamente la fuerza de Cristo nos lleva a través de todo, cualesquiera que sean las dificultades: podemos sentirlas, podemos gemir bajo ellas; pero cuando puedo decir, con David: «Me ceñiste de fuerzas» (Sal. 18:39), el enemigo puede venir contra mí –el arco de bronce será quebrado. El Señor ha hecho lo ha hecho triunfar de todo.

4 - El poder de Cristo actúa cuando hay una debilidad

Es en las dificultades donde aprendemos esta fuerza. Por eso, en las pequeñas cosas, el creyente tiende a olvidar que toda nuestra dependencia consiste en estar «fortalecidos en el Señor», es decir, en no perder la conciencia de nuestra debilidad. Pablo dice: «Me acerqué a vosotros con debilidad» (1 Cor. 2:3): «por fuera luchas, por dentro temores» (2 Cor. 7:5). Esto no quiere decir que el santo pueda decir “soy fuerte” ante las dificultades: estas hacen que nos apoyemos en Cristo cuando estamos en dificultades, y la fuerza siempre está ahí: «Mi poder se perfecciona en la debilidad» (hay conciencia de debilidad). Toda la verdad de esto se encuentra en el espíritu de dependencia, que veamos o no la luz. Pablo dijo: «Me gloriaré más bien en mis debilidades» (2 Cor. 12:9) –¿por qué? Porque le hicieron apoyarse en Cristo. La fe en ejercicio está fortalece, y Cristo da luz al que despierta: «Resplandeció en las tinieblas la luz a los rectos» (Sal. 112:4). La razón por la que un santo que ha tenido mucho gozo, a menudo cae en deficiencias, es que esto le ha alejado de la conciencia presente de su dependencia; la misma bondad del Señor le ha hecho disfrutar de sí mismo y siempre hay una tendencia a que la carne se cuele.

5 - Vestíos con toda la armadura de Dios – Efesios 6:11 y 6:13

5.1 - Moisés orando durante la batalla contra Amalec

Después de mostrar dónde reside la fuerza del cristiano, el apóstol dice: «Vestíos de toda la armadura de Dios» (6:11). Lo importante es que se trata de la armadura de Dios. Sin ella, no se puede resistir a Satanás. Lo que no es de Dios falla. Puedo haber sido bueno discutiendo y haber confundido a un adversario con la verdad, pero no le hice ningún bien y me hice mucho daño a mí mismo, porque actué en la carne: Satanás estaba trabajando en mí, no Dios. Cuando tengo la armadura de Dios, es por la fe y en una comunión secreta con Dios. Cuando perdemos eso, perdemos toda la fuerza; todo lo que sabemos será inútil –incluso la Palabra de Dios, porque es «la espada del Espíritu», y entonces queda encerrada. La fortaleza es siempre el efecto de tener que ver con Dios en un espíritu de dependencia. En el ejercicio de esta dependencia, puedo tener un sentido tan bendito de Su poder que puedo triunfar sobre cualquier cosa; pero ya sea en la prueba o en el triunfo, seré fuerte por tener un sentido de dependencia. Si las manos de Moisés no se alzaban, Amalec prevalecía (Éx. 17). Un espectador podría haberse asombrado al ver que Amalec prevalecía a veces, y comenzaría a calcular la organización (las ventajas o desventajas de la disposición de los combatientes) en que se encontraba Israel; pero el secreto cuando Amalec prevalecía era que las manos de Moisés permanecían suspendidas. Esto no se debió a que Josué no estuviera en el lugar bendito para hacer la obra de Dios, sino a que el acto de dependencia hacia Dios quedaba suspendido. Si mis pensamientos se han ejercitado sobre un hermano y al andar por las calles, yendo hacia él, me alejo de Dios, no le haré ningún bien, por muchas cosas que le diga.

5.2 - El ejemplo de Jonatán y de Saúl. Sencillez de la dependencia en Dios

Véase el contraste entre Jonatán y Saúl (1 Sam. 14) –entre la confianza en Dios que supera las dificultades, y el fracaso por uno mismo, con todos los recursos de la realeza. Jonatán sube sobre sus manos y sus pies, confiando en Dios, y el enemigo cae ante él. Saúl, viendo desarrollarse la obra del Señor, sin conocer el pensamiento de Jehová, llama al sacerdote. Puede que tuviera una buena intención, pero ciertamente no la sencillez de la dependencia de Dios (cuando preguntó qué debía hacer); y lo echa todo a perder con su insensato juramento. Se dijo de Jonatán: «Ha actuado hoy con Dios» (1 Sam. 14:45). Dios estaba con él, y él tenía fuerza y libertad. Cuando caminamos en dependencia de Dios, siempre hay libertad ante Dios. Jonatán sabía lo que tenía que hacer, y tomó miel, porque caminaba en libertad, porque Dios estaba con él, mientras que Saúl, por legalismo, se esclavizó a sí mismo y al pueblo. Si no dependemos de Dios, las mismas cosas que deberían ser nuestra armadura serán armas contra nosotros, golpeando a los amigos en lugar de a los enemigos, o haciéndonos daño a nosotros mismos.

5.3 - La armadura indispensable

Observe que dice: «Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las artimañas del diablo» – «Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo», etc. (6:11, 13). Si viera a alguien ir a la batalla sin escudo, casco, etc., diría que está loco. En teoría, puede que no lo tengamos; pero si vivimos lo suficientemente cerca de Dios como para estar prácticamente en conflicto, necesitaremos «toda la armadura». Si oramos sin escudriñar la Palabra, o si leemos la Palabra sin orar, corremos el riesgo de quedarnos sin guía. Jesús dijo: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis, y os será concedido» (Juan 15:7). Sin esto, corro el riesgo de pedir algo insensato que no se me concederá.

La debilidad consciente hace que un santo no se atreve a moverse sin Dios. No puedo ir al encuentro de un enemigo con la Palabra y sin oración. Si me siento como una oveja en medio de lobos (Mat. 11:16), debo estar consciente de mi debilidad. Puedo, como un anticuario, estar ocupado con la teoría de la armadura, pero si no me la pongo, no estoy en verdadera dependencia de Dios.

5.4 - Resistir a las asechanzas del diablo

Debemos resistir las asechanzas (artimañas) del diablo: no se dice a su poder. En cuanto las veo, puedo evitarlas. Pero, al fin y al cabo, no es conocer a Satanás lo que hace inteligente, ni ser capaz de descubrir sus «asechanzas» o artimañas, sino permanecer en la presencia de Dios. Siempre ha sido así con Cristo. Incluso el afecto de Pedro trató de apartarlo de la cruz (Mat. 16:22). Jesús resistió a Satanás y desenmascaró sus artimañas; no solo recibía siempre las cosas de lo alto, sino que las recibía en un espíritu de dependencia de Dios. Tan pronto como sabemos que la cosa es de Satanás, se acaba la tentación si andamos con Dios. Cuando el diablo vino a nuestro Señor (Mat. 4), Cristo no le dijo directamente: Tú eres Satanás; eso solo habría sido una demostración de Su poder. Actuó como un hombre obediente y así frustró al tentador. Cuando el diablo exige adoración, dice: «¡Vete, Satanás!». Para discernir sus «acechanzas» o artimañas, debemos ver si lo que se nos ofrece nos aleja de la obediencia a Cristo; si es así, no importa quién lo ofrezca, debo rechazarlo. El diablo tiene este carácter de sutileza (no siempre de oposición abierta), como la serpiente (véase 2 Cor. 11:3); pero el lugar de la obediencia a Dios siempre lo irritará.

5.5 - ¿Cuándo es el «día malo»?

La expresión «el día malo» es notable (6:13). Significa, de una manera general, todo el tiempo presente, porque ese es el tiempo de las tentaciones de Satanás; pero hay ciertas circunstancias que hacen que el poder de Satanás se ejerza más en un tiempo que en otro. Hay un momento en que el alma está probada. Es diferente marchar enérgicamente contra Satanás, ejercitar los triunfos de la victoria, gozar de los triunfos; podemos marchar con una energía que vence toda oposición, o en la debilidad consciente de estar apenas en pie. Un alma a menudo tiene un «día malo» después de triunfar por medio de Cristo. Puede haber exaltación en el recuerdo del triunfo, y aparece una nueva fuente de prueba y dependencia. Puede que renuncie al mundo y sea tan feliz en la estima y el amor de los cristianos, que eso hace aflorar un poco de la carne en un nivel bajo. Un santo se encuentra a menudo en este estado, después de haber proseguido su camino durante algún tiempo, fortalecido por sus antiguas conquistas. Comienza una nueva batalla y, si no está preparado para ella, es derrotado durante un tiempo. El lugar de la fuerza está siempre en verse obligado a apoyarse en Dios. Como ya lo hemos notado a propósito de David, qué contraste entre sus cánticos de liberación y de acción de gracias a Dios, y las palabras de lamento: «No es así mi casa con Dios» (2 Sam. 23:5).

El santo que siempre teme a Dios siempre es fuerte, porque Dios siempre está con él; el secreto de su fuerza es que tiene a Dios de su parte. Tendemos a fijarnos en los medios, incluso en los buenos medios, y nos olvidamos de Dios. La mayor victoria se ha obtenido a menudo cuando más miedo hemos tenido de ser vencidos; los cánticos más brillantes son cuando un día malo nos ha obligado a apoyarnos en Dios. El alma teme y, en dependencia, las dificultades caen ante nosotros. Puede que no seamos capaces de explicar el porqué del éxito, pero el secreto está en que las manos estaban levantadas. El Señor siempre cumple sus planes.

6 - Los lomos ceñidos con la verdad y la coraza de la justicia – Efesios 6:14

«Estad, pues, firmes, teniendo los lomos ceñidos con la verdad». La verdad nunca es verdaderamente nuestra a menos que nuestros afectos sean mantenidos en orden por ella. Puedo predicar una verdad hermosa, y muchos se regocijan en la verdad, pero el alma que no está en comunión con Dios en la verdad expuesta, no ha ceñido sus lomos con la verdad.

«Y vestidos con la coraza de la justicia». Una persona que no tiene una conciencia pura, Satanás la ataca en su andar; pero si la conciencia es buena, tiene la «coraza», y por lo tanto no piensa continuamente en ataques allí. Si Satanás me acusa, digo: “Cristo es mi justicia”. Pero aquí, es Satanás quien perturba mi conciencia. Si no soy sincero en mis confesiones ante Dios, no tengo la «coraza». Si la tengo, no tengo necesidad de que siga mirando mi propio pecho, puedo seguir adelante con la seguridad de que no estoy ocultando nada a Dios, sino que estoy caminando en buena conciencia delante de él. El Señor puede protegernos en la batalla, pero no podemos llevar adelante el conflicto si no llevamos puesta esa parte de la «armadura completa». Sin duda hay un recurso en la gracia de Dios, en todos nuestros fallos, pero el lugar adecuado es tener una buena conciencia. Ese es el lugar de la libertad y de la fortaleza.

7 - Los pies calzados con la preparación del Evangelio de paz – Efesios 6:15

«Y calzados los pies para estar preparados a anunciar el evangelio de la paz». El Evangelio de paz es nuestro en Cristo, pero debo tener el espíritu de paz en mi corazón. La paz fue hecha para nosotros, para que podamos permanecer en paz. Es la paz que «sobrepasa todo entendimiento» (Fil. 4:7) –«la paz de Dios» que debe guardar nuestros corazones y pensamientos. No hay lugar tan lleno de paz como el cielo –allí no hay bazar: miríadas de adoradores todos en concordia, mientras hay 1.000 armonías en torno al centro de la gloria de Dios. El alma en comunión con Dios vivirá en un espíritu de paz. No hay nada más importante para hacer frente a la agitación del mundo, que adoptar este espíritu de paz. Cuando el espíritu de paz no reina en el corazón, ¿cómo puede el santo caminar como si siempre tuviera paz? Tal hombre puede hacer prueba de una fidelidad infalible, pero no puede caminar como Jesús caminó. Nada mantiene el alma en tanta paz como una firme confianza en Dios. Sin ella un hombre estará continuamente excitado, apresurado y lleno de ansiedad. Si la paz de Dios guarda vuestros corazones, tendréis el triunfo de ella; no se oye nada que difiera de ella, que no esté en perfecta armonía con ella. Nos caracteriza una firmeza inflexible, pero también la calma; y nada mantiene el alma tan tranquila como el sentimiento de la gracia. Es signo de poder y, además, va unido a la humildad. Toda la gracia ha venido a nosotros. El sentimiento de no ser nada, junto con el espíritu de paz, da fuerza para vencer todas las cosas.

8 - El escudo de la fe – Efesios 6:16

«Sobre todo, tomando el escudo de la fe, con el que podréis apagar todos los dardos encendidos del maligno». Todo «dardo encendido» se apaga con la confianza en Dios. El cristiano no debe temer de levantar la cabeza en el día de la batalla, porque Dios está con él y por él. Esta confianza no está quebrantada por los pensamientos abominables que Satanás hace nacer en su espíritu. Todo está extinguido por esta confianza.

9 - El yelmo de la salvación – Efesios 6:17

«Tomad el yelmo de la salvación». Levanto la cabeza porque estoy a salvo. La salvación es mía. La fuerza comienza en el interior. Primero tenemos nuestros lomos ceñidos con la verdad, nuestros pechos cubiertos con la justicia, nuestros pies calzados con la preparación del Evangelio de paz, etc., y entonces podemos tomar (nuestra única arma ofensiva) «la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios». No hay nada más peligroso que utilizar la Palabra cuando ella no ha tocado mi conciencia. Me pongo en manos de Satanás si voy más allá de lo que tengo de Dios, de lo que mi alma tiene en posesión, y si la uso en el ministerio público o privado. No hay nada más peligroso que manejar la Palabra sin la guía del Espíritu. Hablar con los santos acerca de las cosas de Dios más allá de lo que tengo en comunión es totalmente pernicioso. Habría mucho que no se diría y se dice si tuviéramos cuidado de eso y si la Palabra no se usara de manera impura. Nada separa más de Dios que la verdad dicha fuera de la comunión con Dios; hay un peligro poco común en eso.

10 - Toda clase de oraciones – Efesios 6:18

10.1 - En todo tiempo

«Orando en el Espíritu mediante toda oración y petición, en todo momento, y velando para ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos», etc. La expresión «en todo momento» no está utilizada en referencia a otras cosas; la oración es la expresión y el ejercicio de la dependencia. Si alguien me hace una pregunta y yo la respondo sin hablarlo con Dios, es más probable que la respuesta aleje de Dios que acerque de él. Es como Ezequías (Is. 39) cuando llegaron los embajadores y él los dirigió a sus tesoros en vez de al Señor que lo había curado. Cuando surge una pregunta o una dificultad, ¿nos dirigimos a Dios? Puede que nos hayamos vuelto a Dios antes, y que la cosa haya sido resuelta; deberíamos tener ese poder de oración para que no haya dificultad en ninguna circunstancia –eso es súplica continua; deberíamos estar equipados con toda buena palabra y toda buena obra. Y así fue con Jesús. Había orado antes, de modo que, cuando llegó la copa, estaba preparado para beberla.

10.2 - Por el Espíritu

Un deseo expresado a Dios, en la confianza de un niño hacia su padre, es escuchado; pero no es necesariamente una oración «en el Espíritu». Cuando vivimos realmente en el poder de la comunión, tenemos esa energía de súplica que cuenta con respuestas (1 Juan 3:21-22; 5:14-15), y el apóstol habla aquí de alguien que está en comunión. Así debería ser para nosotros; deberíamos caminar en la libertad de Cristo, para no ser atrapados o expulsados de la comunión por las preocupaciones, codicias y ansiedades de esta vida, aunque sea un «día malo».

Supongamos que usted comienza el día con un suave espíritu de oración y de confianza en Dios; en el transcurso del día, en este mundo perverso, encontrarás 1.000 causas de agitación; pero si usted está espiritualmente ejercitado, viviendo para ver las cosas en las que Dios está ejercitado, todo se convertirá en tema de oración e intercesión según el pensamiento de Dios. Así pues, la humildad y la dependencia deben caracterizar todas las acciones de un santo. En lugar de estar llenos de pesar por lo que nos encontramos, si caminamos con Cristo, veremos sus intereses en un hermano o en la Asamblea. ¡Qué cosa tan bendita es llevarlo todo a Dios! ¡Llevarlo todo a él, en lugar de murmurar constantemente acerca de las deficiencias! Esta es nuestra posición: ponernos toda la armadura de Dios y no dejarnos sorprender por Satanás. Si no somos rectos nosotros mismos, no podemos interceder por los demás. Las palabras del versículo 18 se refieren a un hombre que camina con «toda la armadura».

10.3 - Por todos los santos y por mí – Efesios 6:18-20

El apóstol podía orar por cada uno, pero necesitaba aún más las oraciones de los santos porque tenía más preocupaciones que los demás (6:19-20). Siempre tenía necesidad de sus oraciones, como vemos (6:19). Caminando en pleno afecto por sí mismo, confiaba en que la gente cuidara de él; caminando como Pablo, no puede ser de otra manera. También aquí (6:21-22), y a los santos de Colosas, les dice que envió a Tíquico para que les informara de su estado, «para que vosotros también conozcáis lo que nos concierne». Da por adquirido su amor. También nosotros, si caminamos en el amor del Espíritu, podemos contar siempre con el interés de los demás por nuestros «asuntos». En el mundo, sería orgulloso suponer que los demás se interesan por nuestras preocupaciones; pero el santo conoce el amor del Espíritu y confía en los santos y cuenta con ellos.

Volvamos al primer gran principio: «Fortaleceos en el Señor», etc. A pesar de Satanás y de todo lo que puede hacer para obstaculizarnos, tenemos el privilegio de depender individualmente de Dios. Todo puede parecer sombrío, pero el Señor nos dice «sed fuertes». Esta fuerza siempre va acompañada de humildad de corazón. Pase lo que pase, cuando descansamos en el Señor, somos fuertes. Pero nuestra dependencia debe ser simple y únicamente respecto a Dios.