Vencer


person Autor: Frank Binford HOLE 119

flag Temas: Combatir por la verdad La lucha cristiana


Consideremos las grandes y felices realidades que son la base de una vida llena de victorias espirituales.

Normalmente, la vida cristiana está hecha de victorias, porque Dios nos ha dado todo lo que necesitamos para ganarlas. En los 3 pasajes que hemos mencionado, se habla de vencer. Hay 4 puntos de los que depende una vida victoriosa, y Dios los proporciona. Tenemos que considerar cuidadosamente cómo utilizamos lo que Dios nos proporciona, para que lo que digamos tenga un aspecto práctico. Aunque la Epístola de Juan contiene muchas advertencias, se caracteriza por la victoria. Sin embargo, el gran libro victorioso de la Biblia es el Apocalipsis, donde se alcanza el clímax y se manifiesta la victoria de Dios.

No voy a tratar el tema que se presenta en Romanos 7 y 8. A menudo oímos hablar de “victoria sobre el pecado”, cuando no es la palabra “victoria” sino «liberación» la que se encuentra en este pasaje: «¿quién me liberará?» (7:24). Cuando se trata de la obra del pecado en la carne, necesitamos ser liberados de esa confusión y esclavitud interior en la que el pecado nos ha sumido; lo conseguimos en Cristo y por su Espíritu. Cuando estamos liberados de ella, podemos enfrentarnos a los enemigos externos y descubrir que podemos vencerlos.

En 1 Juan 2, se habla de los que han vencido al maligno; sabemos quién es: nuestro gran adversario, el diablo. En 1 Juan 4, se habla de la victoria sobre los falsos profetas; estos hombres hablaban con un espíritu que no era el Espíritu de Dios, y los hijos de la familia divina los vencieron. En 1 Juan 5, se trata claramente de la victoria sobre el mundo. Empezaremos por esta última.

Lo primero que hay que destacar es que «todo el que ha nacido de Dios vence al mundo» (5:1). Algunas personas piensan que la victoria pertenece a los cristianos mayores y más avanzados, pero esta afirmación es para todos nosotros. El cristiano [1] nacido de Dios tiene una naturaleza conforme a Dios, que es amor, y totalmente inconforme con el mundo –de hecho, superior al mundo–, de modo que es victorioso sobre él. El mundo tiene grandes atractivos para la vieja naturaleza, pero ninguno para la nueva.

[1] “El mundo tiene grandes atractivos para la vieja naturaleza, pero ninguno para la nueva”. (Nota del editor: en este artículo, lo que se dice del cristiano no se aplica a los que se llaman cristianos sin tener la vida divina).

Pero no debemos tomar esta afirmación al revés y decir: “No soy vencedor del mundo, luego no soy nacido de Dios”. Subrayamos que en esta Epístola el apóstol Juan hace afirmaciones abstractas. Esta es una de ellas. El apóstol es como un químico analítico, pero en el ámbito espiritual. Descompone las cosas en sus elementos primitivos y muestra cuáles son las propiedades esenciales de estos elementos. No pide que se piense en las diversas combinaciones y mezclas en que se encuentran ordinariamente los elementos. Así, la propiedad esencial de la nueva naturaleza que poseen los nacidos de Dios es esta: es victoriosa sobre el mundo.

Durante diluvio, cuando las aguas comenzaron a retroceder, Noé soltó un cuervo y una paloma. Al cuervo, que tiene una naturaleza impura, le gusta especialmente la carroña. La paloma, que es muy diferente, no se siente atraída por la comida del cuervo. El cuervo pronto encontró algo para satisfacer sus gustos y nunca regresó. La paloma no encontró nada hasta que apareció tierra firme. La carne en nosotros, como el cuervo, puede alimentarse de cosas corruptas, pero la que ha nacido de Dios, como la paloma, solo se alimenta de lo que es puro. Recordemos que en la Escritura la paloma simboliza el Espíritu de Dios. Ahora bien, así como la paloma “resiste victoriosa” ante la carroña, lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Tiene que vencer: está en su propia naturaleza. Recordemos que miramos las cosas en abstracto.

Pero cuando miramos las cosas de un modo práctico, reconocemos que son muy diferentes. Al nacer de Dios, nuestros gustos y deseos son nuevos; tenemos ante los ojos todo un mundo que antes no conocíamos, y sin embargo conocemos bien la terrible tendencia de la carne a arrastrarnos, su amor por el mundo y el mal que hay en él. Siendo nacidos de Dios, debemos ganar la victoria; el secreto es este: ¡alimenta a la paloma y deja morir de hambre al cuervo!

Es lo que dice el apóstol Pablo en Gálatas 6, pero en la figura de sembrar para la carne o para el Espíritu. Es como un hombre que sale a sembrar con un cesto de semillas a cada lado. En uno hay trigo, y en el otro, cizaña. Puede sembrar uno u otro, y la cosecha depende de uno u otro. A menudo podemos meter la mano en el cesto de la cizaña y esparcirla por el camino: si es así, no nos extrañemos de la mala cosecha. El Espíritu Santo nos exhorta a sembrar lo que viene de Él para cosechar la vida eterna: en otras palabras, no alimentar al cuervo, sino a la paloma. Joven cristiano, escuche esto y anímese: al haber nacido de Dios, tenemos una naturaleza victoriosa sobre el mundo.

Pero hay una segunda cosa en 1 Juan 5. La victoria sobre el mundo es «nuestra fe» (v. 4). El versículo 5 muestra que es la fe cristiana en que «Jesús es el Hijo de Dios». Jesús es efectivamente el Cristo, pero nuestra fe va más allá, cree que es el Hijo de Dios. Juan escribió el Evangelio para que nuestras almas se fortalecieran en esta fe. Si Jesús brilla ante nuestra fe como el Hijo de Dios, le conoceremos como el que vino del Padre a este mundo. ¿Quién es el que triunfa en este mundo, sino el que, por la fe, ha descubierto el centro de una esfera mucho mejor y más luminosa que este? La expresión «Jesús es el Hijo de Dios» no debe convertirse en un artículo de credo, o en una verdad puramente teológica, sino que debe ser la fuerza vital de nuestra alma.

Se cuenta la historia de un hombre del que Dios se sirvió mucho otrora. Cuando era estudiante, ganó muchos premios y fue alabado por los directores, que le decían: “Si hace esto y aquello, si sigue este curso, haremos de usted un gran hombre”. Pero, como era un recién convertido, respondió: “Os lo agradezco, pero ¿me haréis un gran hombre para qué mundo?”. Sin duda se sorprendieron, pues no tenían otro mundo a la vista que este. Así que no siguió el camino que le trazaban, pues tenía en mente ese otro mundo. Pasó su vida sirviendo al Señor, especialmente explicando las Escrituras. Creía de verdad que Jesús era el Hijo de Dios, el Maestro y el Centro de un mundo más luminoso que este. Con esta luz, este mundo ya no le atraía; lo derrotaba.

Que Dios nos dé la gracia de tener ese sentimiento y de cultivarlo.

En 1 Juan 4:4 se refiere a los falsos profetas: agentes del diablo, animados por el espíritu del anticristo. Los hijos de Dios pueden vencerlos porque el Espíritu de Dios mora en ellos. El capítulo 3 termina con: «el Espíritu que nos dio», y sabemos que nos ha sido dado para morar con nosotros para siempre. Es de este Espíritu del que se habla cuando se dice: «Mayor es el que está en vosotros, que el que está en el mundo». El que está en el mundo es aquel a quien la Escritura se refiere como el dios y gobernante de este mundo. El Señor dijo: «Viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí» (Juan 14:30). Él tiene algo en nosotros, porque tenemos la carne en nosotros, pero como el Espíritu Santo mora en nosotros, tenemos a alguien más grande en nosotros.

El espíritu de las tinieblas obra en el mundo por medio de falsos profetas. Abundan, por desgracia, en los púlpitos de un cristianismo que ya no se distingue del mundo. Este espíritu de las tinieblas, que inspiró a los falsos profetas de antaño, sigue actuando, pero Aquel que está en nosotros es más grande que él. En esto radica nuestra victoria.

En 1 Juan 2:14, el apóstol se dirige a los que llama «jóvenes». Les dice que son fuertes y que han vencido al mal, porque «la Palabra de Dios permanece en vosotros». Debemos insistir en la Palabra «permanece», porque tiene un gran significado. La Palabra no puede morar en mí si no la conozco. Debo leerla y familiarizarme con ella (no solo mentalmente, aunque es estupendo memorizarla) para que la verdad contenida en la Palabra pueda iluminar realmente mi interior. Es entonces cuando la Palabra entra en mis afectos, cuando la aprecio, cuando dirige mi conciencia y comienza a gobernar mi vida. Aquí reside la fuerza. Este es el camino para vencer a los malvados.

El mismo Señor Jesús venció a Satanás por medio de la Palabra de Dios. Él es, «sobre todas las cosas, Dios bendito por los siglos» (Rom. 9:5), pero, habiéndose hecho hombre, ocupó plenamente el lugar del hombre sin avasallarlo con su poder divino. Como hombre humilde y dependiente, obtuvo al instante la respuesta adecuada de la Palabra de Dios; así venció a Satanás. Solo utilizó esta arma, y es la única arma eficaz que tenemos. Si permanece en nosotros, la usaremos eficazmente.

Resumamos brevemente: tenemos 3 adversarios: el «maligno», los «falsos profetas» y el «mundo». Sin embargo, para nosotros, la victoria depende de 4 «cosas». 1) Está la obra de Dios, por la que nacemos de él; 2) el Hijo de Dios, como objeto de nuestra fe; 3) el Espíritu de Dios, que habita en los hijos de la familia divina; 4) la Palabra de Dios, que debe habitar en nosotros. Todo esto se nos presenta en abstracto, para que podamos captar su verdadera naturaleza y carácter, sin que nuestra mente se vea nublada por las complicaciones de nuestra vieja naturaleza en la práctica. Dicho esto, debemos abordar estas cuestiones de manera práctica. No las consideremos como una agradable utopía, donde la victoria es nuestra solo en teoría. No, estas cosas, conocidas en abstracto, deben tener una realidad concreta.

1) Hemos nacido de Dios, pero la carne sigue en nosotros, como señala esta Epístola; el secreto de la victoria práctica a este respecto será, por tanto –volviendo a nuestra figura–, alimentar a la paloma y matar de hambre al cuervo. Alimentarse de las Escrituras, servir al Señor, orar, todo esto alimentará a la paloma. La literatura ligera y vulgar no alimenta a la paloma, sino al cuervo; lo mismo hacen muchas otras cosas que cada uno debe ver por sí mismo. Alguien dirá: Tengo una inquietud, dime qué debo hacer para quitarme esta preocupación. Nosotros decimos: Esta preocupación, este ejercicio, es bueno para usted; se resolverá rápidamente si se pregunta: “¿Esto alimentará a la paloma o al cuervo?” Es sencillo y práctico, se trata de eso. Ganará si elige lo que alimenta a la paloma y deja lo que alimenta al cuervo.

2) Entonces, «nuestra fe» está en Jesús como Hijo de Dios. Un judío esperaba al Mesías –tal era su fe– que restauraría todas las cosas en la tierra. Esta fe no sacó su corazón del mundo. Pero eso es lo que hace «nuestra fe». Estamos llamados a conocer al Hijo de Dios en la gloria. ¡Oh, si lo tuviéramos ante los ojos de nuestros corazones, brillando intensamente! El mundo no sería más que una pequeñez para nosotros, y podríamos vencerlo.

3) Luego, el Espíritu de Dios. ¿Qué dice la Escritura: «No contristéis al Espíritu Santo de Dios»? (Efe. 4:30). Entristecerlo nos haría absolutamente impotentes; abandonados a nuestros propios recursos, seríamos muy pequeños ante los falsos profetas controlados por el espíritu del anticristo. Solo el Espíritu dentro de nosotros es más grande que el Espíritu en el mundo.

4) Por último, la Palabra de Dios. Debe estar no solo en nuestras manos o mentes, sino implantada en nuestros corazones y permanecer allí para dirigir nuestras vidas.

Dios quiera que así sea. Si queremos ser vencedores, estos versículos nos muestran el camino. Siguiendo este camino, por gracia, pasaremos de la derrota a la victoria.


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