Inédito Nuevo

La buena batalla


person Autor: E. L. BEVIR 1

flag Tema: La lucha cristiana


En la primera parte de 2 Timoteo 4 (hasta el v. 8), el apóstol habla como alguien que ha peleado la buena batalla, y como alguien que desea que Timoteo continúe, hasta el final de su carrera, llevando una vida activa al servicio del Señor. Desde el principio de su carrera, Pablo no conoció descanso ni tregua con el enemigo, y, como el conocido héroe que, desenvainando la espada por una causa justa, arroja la vaina, el apóstol comenzó la lucha. Aquí se describe el final de la batalla, y el pasaje es solemne.

La misión está presentada ante Dios y ante el Señor Jesucristo como Juez; su aparición y su reino son el gran fin de todo servicio responsable. No se trata simplemente de una lucha magnífica ante miles de espectadores, como le gustaba ver al mundo romano, sino de la defensa de Dios y la proclamación activa de su gracia, cuando todo el peso de las pruebas de los «últimos días» pesa sobre el siervo y todo el poder del enemigo se despliega contra él. De ahí el mandato: «Predica la Palabra». No se trata solo de seguir predicando, sino de predicar esa Palabra que es la Palabra de Dios, la plena revelación que se nos ha dado de su mente. Debemos ser más activos que nunca, a tiempo y a destiempo, aprovechando cada oportunidad para presentar a las almas las grandes verdades del cristianismo. Este es el ministerio asiduo del hombre de Dios: «Convence, reprende, exhorta con toda longanimidad y enseñanza» (v. 2). No se trata de un teólogo que pronuncia dogmas ex cathedra, sino de la aplicación paciente de la Palabra de Dios a las necesidades de las almas.

¿Y el resultado? Timoteo nunca será un predicador popular. Llegará el momento en que ya no se soportará la sana doctrina, en que los hombres tendrán un deseo fatal de oír sermones nuevos y lisonjeros, y en que se darán maestros según sus propios deseos. La “plaza pública” donde se predica el Evangelio está hoy ciertamente atestada de predicadores, pero no de los que predican la Palabra. Una cosa es predicar acerca de la Palabra, y otra muy distinta es predicar la Palabra de Dios misma; hay en verdad un gran peligro en tratar de complacer el oído popular. El oído del pueblo es tan falso como incierta es su voz. Bienaventurado el hombre de Dios que continuará predicando la Palabra hasta el fin, cuando la gran masa se haya apartado y haya prestado oídos a las fábulas.

Ahora es el momento de hacer prueba de sobriedad y de resistencia. No todos pueden estar tan libres de las excitantes influencias del mundo como para tener opiniones verdaderamente sólidas y un juicio claro. Resistencia –trabajo activo de búsqueda de almas (el trabajo de un evangelista), y cumplimiento del servicio completo. Es una carrera maravillosa, que debe terminarse con energía y vigor suministrados por el Señor por medio del Espíritu de Dios.

Es ahora cuando Pablo habla del final de su propia carrera, y podemos contemplar al hombre que ha librado la buena batalla.

Pablo estaba a punto de servir como libación; era el precioso final de una vida entregada y un maravilloso privilegio. Había llegado el final de su historia terrenal, y antes de abandonar la arena desde la que su propia vida había ascendido a Dios en sacrificio, podía decir que había combatido la buena batalla, completado su trayectoria y guardado la fe. Había recibido su misión del Señor de gloria y la había cumplido. Había sido una lucha dura, y toda Asia Menor había estado en desorden durante parte de ella. Se acercaba el momento en que debía descansar de sus fatigas, y era la propia espada de Nerón la que iba a darle descanso.

Este es un pasaje muy hermoso de la Escritura, que debería hacer que nos preguntemos si cada uno de nosotros desea terminar su carrera según el Espíritu del Señor. No me refiero «al tiempo» de nuestra partida como un exiliado en una mina siberiana, sino a terminar su carrera, en la que el amor activo de Dios actúa en el vaso de barro, y el resultado es la verdadera entrega y fidelidad.

Por supuesto, el apóstol tenía un servicio especial, que le pertenecía solo a él; pero creo que no se puede negar el hecho de que cada uno de nosotros está en la tierra para el Señor de gloria, y es cuando se ocupa ese lugar por la fe cuando comienza la lucha, que continuará hasta el final. El peligro en estos días es que los santos se cansen de la guerra y de lo que puede parecer una lucha sin esperanza si no se ejerce la fe, y colgarán la espada en la pared y esperarán en deshonrosa facilidad a que la batalla termine. Pero este no es el caso aquí y, por la gracia del Señor, seguramente otros continuarán la buena batalla.

Pablo había guardado la fe: la grande y preciosa responsabilidad que el Señor le había confiado (que implicaba la gloria de su bendita Persona y los felices efectos de su actual posición en el cielo); la había mantenido hasta el final, a pesar de todos los ataques e intentos de corrupción del enemigo.

Este pasaje debe estimularnos a una mayor diligencia, pues el apóstol, al hablar de la recompensa del Señor por su fidelidad, quiere asociarnos a él. La corona de justicia no solo se le debe dar a él, sino a todos los que aman la aparición del Señor.

Estamos muy agradecidos por tener un Juez justo. Él no comete errores al administrar la justicia, ya sea a los santos o a los pecadores. Hemos visto tanta injusticia que nos cuesta imaginar un Juez justo. Pero el Juez justo dará una corona de justicia a Pablo y a todos los que aman su aparición. El establecimiento de este reino, cuando los santos glorificados reinen con Jesús, está visto como el fin o la terminación de la guerra. Y todos aquellos que están por él, y que han luchado lealmente por él durante su ausencia, recibirán en ese día el honor y la gloria debidos a su fidelidad. Así es como un verdadero cristiano ama la aparición de Cristo. Asociado a él, espera el momento en que, con todos sus santos en la luz, el Señor tomará su gran poder y reinará.

Será como un espectáculo grandioso y magnífico después de la batalla, cuando el Señor venga a reinar gloriosamente con sus santos, y el sol se avergonzará y la luna se confundirá ante Su majestad. La sola idea de su aparición nos infunde valor para pelear la buena batalla hasta el final. No es que los días mejoren o las dificultades disminuyan, sino que él nos basta y toma nota de cada intento de ser fiel a su bendito nombre.

La batalla sigue su curso, y todavía no hay orden de cesar el fuego; todo lo que tenemos que hacer es mantenernos firmes frente al enemigo, confiando en que el Señor mismo nos sostendrá y nos mantendrá así en el poder de su gracia por medio del Espíritu Santo, para que podamos en nuestra medida terminar nuestra carrera con gozo, y resistir hasta el final los pretenciosos ataques del enemigo.


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