La estrella de la mañana

Apocalipsis 2:28


person Autor: John Nelson DARBY 84

flag Temas: Jesucristo (El Hijo de Dios) La esperanza personal del regreso del Señor La esperanza de la Iglesia


1 - El remanente fiel antes del día de Jehová, según Malaquías 3 - 4 y Lucas 2

«Le daré la estrella de la mañana» (Apoc. 2:28). ¿Quién es el que ve la estrella de la mañana? Es el que vigila durante la noche. Todos ven el sol en su resplandor; pero los que ven la estrella de la mañana y la obtienen como su porción, son solo los que no son de la noche, aunque saben que moralmente es de noche y esperan mirando hacia la estrella de la mañana. No son hijos de la noche, sino del día, y por eso esperan el día. Cuando se levantó la estrella que saludaba a Jesús, nacido rey de los judíos, allí estaban los Ana y los Simeón que esperaban el consuelo de Israel. ¿Y quiénes eran los amigos de Ana en aquel oscuro día? Simplemente aquellos que esperaban la redención de Israel, y fue a ellos a quienes les hablaba de él. En ellos se cumplieron las palabras de Malaquías: «Los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero». Vemos que se conocían, y gozaban de consuelo en el espíritu por medio de la verdad de Jesús, según lo que sigue en el profeta: «Mas a vosotros los que teméis mi nombre, nacerá el Sol de justicia, y en sus alas traerá salvación». Se trataba de un pequeño grupo de pobres despreciados que eran poco conocidos y de los que nadie se ocupaba; pero “esperaban” la redención en Israel, conscientes de la ruina y del mal, porque vivían para la gloria de Dios y el privilegio de ser su pueblo. En ellos, por débiles que fueran, encontramos una marca de fe mucho más brillante que en Elías cuando hizo descender fuego del cielo. No estaban poniendo en orden el templo, sino que hablaban juntos de los pensamientos de Dios. Elías ponía en orden las cosas exteriores, pero no tenía fe para las interiores [1]. Elías no tenía una simple confianza en la gracia indefectible de Dios hacia el remanente.

[1] Nótese aquí el carácter de Cristo. Él mismo, perfecto bajo la ley, según la paciencia inagotable de su gracia, lo soportó todo e hizo oír la voz del pastor a todas las ovejas del redil. El pobre Elías, devoto como era, hace caer fuego sobre los desobedientes, pero no alcanza a los 7.000 que Dios conocía. Cristo se niega a hacer bajar el fuego. Él trae el juicio, mientras que guardaba la ley e hizo oír a toda costa la voz de Jehová a los más pobres, a los más culpables, a los más escondidos del rebaño. La consecuencia –así como la causa– es que las ovejas del rebaño son Suyas, y que todo poder de juicio le es dado sobre todos.

La ley era la medida de lo que él entendía; pero los Ana y los Simeón tenían el secreto de Dios en sus almas («La comunión íntima de Jehová es con los que le temen, Y a ellos hará conocer su pacto», Sal. 25:14), y caminaban por la senda estrecha y silenciosa de la fe, no poniendo orden en el templo, sino hablando a todos los que esperaban el consuelo en Israel. Pero, ¿estaban satisfechos con el estado de las cosas? No, sino que, en la separación del mal, esperaban la consolación de Israel, que era la única que podía corregir el mal. Y así es hoy. Los cristianos no pueden cambiar a Jezabel, ni pueden mezclarse con los meros adoradores del templo, los pretendidos sistemas religiosos de hoy. Caminan, mientras los dejan al juicio del Señor, lejos de los violentos ataques dirigidos contra ellos, en tranquila separación de todo mal y, durante la larga noche oscura y dolorosa, esperan y velan pacientemente la estrella matutina del día de gloria. «Al que venciere… le daré la estrella de la mañana» (Apoc. 2:26, 28); y esa estrella de la mañana es Cristo mismo. Así lo conocen quienes, a pesar de la noche, no son de la noche, siendo hijos del día. Para el mundo, la estrella de la mañana se habrá ido antes de que este viera el sol, antes de que saliera el sol, antes de que aparezca el día. Pero antes de que salga el sol, está la estrella de la mañana para los que velan en la noche. El mundo verá el sol; pero la estrella de la mañana habrá desaparecido, en lo que al mundo se refiere, antes de que salga el sol. Así que nos iremos para estar con la estrella de la mañana antes de que el día de Cristo aparezca al mundo; y cuando Cristo aparezca, también apareceremos con él en gloria.

2 - 2 Pedro 1:19, la palabra profética y su anuncio

Tres pasajes se refieren a esta estrella de la mañana, a la que es importante exponer. En 2 Pedro 1:19 dice: «Tenemos más firme la palabra profética, a la cual hacéis bien en estar atentos (como a una lámpara que brilla en un lugar oscuro) hasta que el día amanezca y el lucero de la mañana se levante en vuestros corazones». Los profetas de Israel profetizaron el pleno día de bendición sobre la tierra, diciendo: «Levántate, resplandece; porque ha venido tu luz» (Is. 60:1). «Para justicia reinará un rey» (Isa. 32:1). Y su testimonio fue confirmado a los discípulos por la visión en el monte santo. También profetizaron de los acontecimientos que vendrían sobre el mundo y su juicio bajo todas sus formas de voluntad y de poder rebeldes –de Nínive y Babilonia, y de las bestias que se levantarán sobre la tierra– también profetizaron de Jerusalén y de su porción a causa de su alejamiento de Dios: y el juicio estuvo así indicado, de modo que había una luz de advertencia en medio de las tinieblas de este mismo mundo, y esta luz era un recordatorio para quien le prestara atención, para evitar el crimen de la voluntad humana que conduce al juicio divino. Hacían bien en prestarle atención, hasta que la estrella diurna surgiera en sus corazones, pues era luz en un lugar oscuro. Pero la propia estrella del día era algo aún más excelente.

3 - La noche está avanzada y el día se acerca

Porque las profecías son claras, su advertencia es nítida; me advierten que no me mezcle con el espíritu del mundo, cuyo juicio está anunciado. En el Apocalipsis se habla de espíritus impuros, como ranas, que salen hacia los reyes de la tierra y de todo el mundo, para reunirlos para la batalla del gran día de Dios Todopoderoso. Aunque no entiendo exactamente quiénes son las ranas y qué representan, el significado de la profecía está claro. No son potencias del bien; pues ellas conducen a los reyes de la tierra a la batalla del gran día de Dios Todopoderoso. Así pues, la profecía es bien esta luz que brilla en un lugar oscuro, en la noche de la historia del mundo en ausencia de Cristo. Pero la estrella de la mañana es Cristo mismo, como vemos en Apocalipsis 22. Él es la estrella brillante de la mañana. Él será el Sol de Justicia para el mundo cuando aparezca; pero entonces será el juicio. Los impíos serán ceniza bajo la planta de sus pies (Mal. 4:3) –como rastrojo (Mal. 4:1)– y el día del Señor como fuego. Pero la estrella aparece a los que velan, antes de que el sol aparezca al mundo, como puedo entender de la advertencia profética de que este lugar oscuro va a ser juzgado, que «la noche está muy avanzada, y el día se acerca» (Rom. 13:12); sin embargo, ahora es de noche, piense lo que piense la gente. Y quiero la estrella de la mañana en mi corazón (la esperanza de Cristo antes del día, viniendo a recibir a la Iglesia para Sí –porque la estrella de la mañana se da a los vencedores) para animar mi alma a través de la larga y lúgubre noche, más oscura ahora que entonces, pero aún lejos de terminar, mientras que las tinieblas de la noche se espesan cada vez más, hasta que el alba del siguiente día despunta al otro lado del cielo y la estrella de la mañana aparece para fijar la mirada del alma vigilante que aguarda, y para alentar el corazón con una esperanza segura y cierta. ¿Y qué deseamos de las cosas de este oscuro lugar, que ahora está bajo juicio por haber clavado al Hijo de Dios en la cruz? No busquéis, pues, las riquezas, los honores, el poder de este mundo, sobre el que Cristo viene a ejecutar juicio. Un rayo de la gloria de Cristo marchitará de golpe toda la gloria de este mundo manchado, como una hoja de otoño. Por tanto, no sigáis mezclándoos con el mundo y amasando riquezas. ¿Qué haríais con ellas cuando venga Cristo? Recuerde que el Señor está cerca. Pero, ¿me mantengo separado del mundo simplemente porque va a ser juzgado? Desde luego que no. Toda mi porción para el tiempo y la eternidad está en Cristo; la estrella del día se ha levantado en mi corazón. He sido separado del mundo por el afecto, no por el miedo.

4 - La venida de Cristo como la estrella de la mañana

La venida de Cristo como la estrella de la mañana es distinta de la salida del sol; porque cuando el sol salga sobre el mundo, será para juzgarlo (Is. 2 y Mal. 4:1-3). Pero además y antes de todo esto, tenemos nuestra parte en Cristo; no somos de este mundo, somos redimidos de él, pertenecemos al Señor Jesucristo, y nos uniremos a él en lo alto antes de que se manifieste para el juicio de este mundo; por tanto, los truenos del juicio no pueden alcanzarnos, porque estaremos sentados con él en el cielo, de donde proceden los juicios. En Apocalipsis 4, tenemos una imagen muy bendita y consoladora de la posición de la Iglesia. Allí vemos a los 24 ancianos sentados en sus tronos, alrededor del trono, del que salen truenos, relámpagos y voces: y permanecen perfectamente imperturbables. Pero, ¿es esto insensibilidad? Ciertamente no, pues cuando se menciona a Dios mismo en su santidad, inmediatamente se inclinan y arrojan sus coronas ante él. Esta santidad no causa temor, cuando las criaturas vivientes proclaman la absoluta santidad de Aquel que está sentado en el trono; es su adoración la que estalla, y se inclinan y arrojan sus coronas ante él en el pleno sentido de la bendición de Aquel que es el único que está sentado en el trono. Cristo, entonces, es esa estrella de la mañana, y si el día ha comenzado a brillar, si la estrella del día se ha levantado en nuestros corazones, sabemos que estamos asociados con Cristo mismo, estando dentro de ese lugar del cual procede el juicio.

5 - El Espíritu y la esposa dicen: «¡Ven!»

Al final del Apocalipsis encontramos el lugar de la Estrella (Apoc. 22:16). El Señor nos conduce de nuevo desde el testimonio profético hacia sí mismo: «Yo, Jesús, envié mi ángel»; «Yo soy la raíz y la posteridad de David» (esto está en conexión con que Él es la fuente y el heredero de la promesa, como Rey de Sion; «Domina en medio de tus enemigos», Sal. 110:2), y «la estrella resplandeciente de la mañana». Pero, en el momento en que él se presenta como la Estrella Brillante de la Mañana «Y el Espíritu y la esposa dicen: ¡Ven!»; el Espíritu Santo en la Iglesia dice: «¡Ven!». Esta respuesta se relaciona con él mismo. Su mención atrae y despierta la respuesta del Espíritu. Es el carácter con el que la Iglesia misma tiene que hablar respecto a Su venida. Dios, en el amor de su propio corazón, ha asociado a la Iglesia con Jesús, y la mera mención de su nombre despierta el grito: «¡Ven!», pues toca una cuerda que da una respuesta inmediata; por eso no dice aquí: «Sí, vengo pronto». La cuestión aquí no es cuándo vendrá, sino que es él mismo quien viene. No habla de su venida, por bendito que sea ese pensamiento, sino que sí mismo se revela; y esto es lo que despierta la respuesta del corazón por el poder del Espíritu Santo. Somos para él, y estaremos con él: no puede haber menos que esto, pues nos llama: «Su Cuerpo». ¡Qué lugar tan glorioso! No meramente maravilloso, sino glorioso –la identificación con el Cristo de Dios. Ninguna explicación de las escrituras proféticas (por hermosa y verdadera que sea –por útil que sea como solemne advertencia al mundo) podrá jamás ocupar el lugar, en el alma enseñada por Dios, del conocimiento de su unión viva con un Jesús que viene, y de la presente espera de él mismo. Una mera explicación de su venida como doctrina no es la propia esperanza del santo. Esta esperanza no es una profecía; es la expectativa real, bendita y santificadora de un alma que conoce a Jesús, y espera verlo y estar con él.

Solo la esposa oye la voz del Esposo, que hace nacer inmediatamente el deseo de su venida. Él le responde asegurándosela; luego termina el Apocalipsis, dejando esto como la expectativa de ella, independientemente de lo que él le haya comunicado antes sobre el juicio de este mundo, al que ella no pertenece. El Señor Jesús es representado como saliendo él mismo, y viniendo a tomar a su esposa para que esté con él. Entonces, mientras el mundo dice «¡Paz y seguridad!» (1 Tes. 5:3), una destrucción repentina viene sobre ellos, y no escaparán.

6 - Relación estrecha y conocida con el Señor

Pablo termina 1 Tesalonicenses 4 con estas palabras: «Así estaremos siempre con el Señor» (v. 17). ¿Eso es todo? Sí, eso es todo, pues para el corazón que ha aprendido a amarlo, no puede decir más. Luego añade [2]: «Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, hermanos, no tenéis necesidad de que se os escriba» (1 Tes. 5:1). Sois los niños del día, eso es lo que esperáis. Ninguna explicación de esto, como doctrina, puede tocar el corazón. No se puede hacer entender una relación a una persona: para entenderla, se debe estar sí mismo en esa relación. Un alma no vivificada puede entender de alguna manera lo que significa la profecía; pero solo el sentido y el gusto de estar en relación con Cristo mismo puede dar el deseo de su venida personal. Y, ¿por qué? Porque es necesario que la relación sea conocida. En Apocalipsis 22:16 se conoce la relación, se despierta el afecto y la respuesta es inmediata.

[2] No tengo ninguna duda sobre la conexión directa de 1 Tesalonicenses 5 con 1 Tesalonicenses 4:14 (1 Tes. 4:15-18 es un paréntesis).

7 - El afecto a Cristo nos aleja del mundo y produce la paz

Tomemos el caso de una mujer que espera a su marido; él llama a la puerta. Ni una palabra sale de su boca; pero su esposa ya sabe quién está en la puerta, porque es el que ella ama quien está allí, y así se despiertan los sentimientos y afectos naturales propios de una esposa, cuando la cuerda está tocada por aquello que actúa sobre ella. Pero entonces el lazo debe estar en el corazón; el afecto debe estar allí para producir la respuesta; la cuerda que vibra con esa bendita verdad debe estar allí para ser despertada por ella. Hay tal conciencia de unión con Jesús, por el poder del Espíritu de Dios, que en el momento en que se habla de él en ese carácter, se toca la cuerda, y el grito instintivo es: «¡Ven!». Ninguna cantidad de inteligencia, simplemente, producirá eso. Y ¡qué diferencia entre esperar al Señor Jesús, porque ha hecho de mí y de sus santos una parte de él y de su esposa, y esperar su venida para juzgar a los pobres pecadores! Ahora fíjese en el efecto práctico de esta espera de Jesús: nos saca del mundo de una vez y nos lleva al cielo. Si mi corazón es recto en sus afectos por él, miro demasiado hacia arriba para prestar atención a las cosas que me rodean. Hay muchas cosas a mi alrededor en el mundo, mucha agitación y tumulto; pero estas no perturban la bendita calma de mi alma; porque nada puede alterar nuestra indisoluble relación con un Jesús que viene, como nada debe confundirnos en la esperanza.

8 - El juicio tendrá lugar, pero nosotros esperamos al Señor, no el juicio

Ver la venida del Señor Jesús para la Iglesia cambia el carácter de mil pasajes de la Escritura. Tomemos como ejemplo los Salmos, los que hablan de los juicios sobre los impíos, como «el justo… sus pies lavará en la sangre del impío» (Sal. 58:10). No lo decimos nosotros. Es la lengua de los judíos, y también de los judíos piadosos, que serán liberados por la vara del poder que golpeará a sus enemigos, cuando todas las tribus de la tierra se lamenten por él. Pero, ¿es mi deseo que mis enemigos sean destruidos para llegar a Cristo? Desde luego que no. Los dejaré para estar con él. Es un pensamiento triste en verdad, aunque reconocemos el justo juicio de Dios, que este juicio se cumpla sobre aquellos que lo desprecian a él y a su gracia. Pero, en lo que a mí respecta, voy directamente a Cristo en el cielo. Mi lugar está en él, mientras él está escondido en Dios, en la más íntima y estrecha unión. Pertenezco a la esposa, soy miembro de su Cuerpo, de su carne y de sus huesos. Cuando nos aferramos a este bendito centro, Cristo, y con él, por lo tanto, a Dios mismo, entonces todos los pasajes de la Escritura caen en su lugar; y obtenemos una comprensión espiritual, por el Espíritu Santo, de las cosas en el cielo y nuestra conexión con ellas, y de las cosas en la tierra y nuestra separación de ellas; y, sobre todo, nuestros corazones están en su lugar, porque, estando fijos en Jesús mismo, lo esperamos. Cuando él aparezca, apareceremos con él en gloria, y estaremos con el Señor para siempre.

9 - El efecto de esperar al Señor en la conducta del creyente

Que el Señor nos dé tal comprensión de la redención y de nuestra posición en él, que podamos poner nuestros corazones en él, de modo que nos conduzcamos diariamente como hombres que esperan a su Señor, que ha prometido venir y llevarnos con él, velando en medio de una noche de tinieblas, conscientes de que es de noche, aunque no somos de la noche, sino velando y esperando el día, teniendo la estrella de la mañana levantada en nuestros corazones. Que el Señor nos guarde de los ídolos, y especialmente de todo lo que tiene el sabor de Jezabel, para que estemos en el temor de contristarlo en cualquiera de esas cosas que han venido a estropear y corromper lo que él una vez plantó tan hermosamente, para ser la manifestación de su gloria en este mundo oscuro y malvado.