Índice general
Esclavos
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1 - Esclavos redimidos y liberados
«Jamás hemos sido siervos de nadie», le dijeron los judíos al Señor Jesús, mientras estaban bajo el severo gobierno de los romanos (Juan 8:33). De la misma manera, todos los hombres están desde su nacimiento en una situación de esclavitud y se imaginan a sí mismos como libres. «Todo aquel que comete pecado, esclavo es del pecado», dice el Señor (v. 34). Pero él vino «para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del Señor» (Lucas 4:19). Por su obra en la cruz, hizo al diablo impotente, con el fin de liberar a los que estaban en esclavitud toda su vida (Hebr. 2:14-15).
Los creyentes son redimidos. El verbo «redimir» expresa particularmente la liberación de una condición de esclavitud. Hemos sido redimidos «de toda iniquidad» (Tito 2:14) y rescatados de nuestra «vana manera de vivir» (1 Pe. 1:18). También nosotros (esto concierne especialmente a los judíos) hemos sido redimidos de la maldición de la ley (Gál. 3:13; comp. 4:5).
Esta redención implica que se ha pagado un precio: es «la preciosa sangre de Cristo» (1 Pe. 1:19). Dos veces el apóstol recuerda a los corintios: «Habéis sido comprados por precio», y saca las consecuencias importantes (1 Cor. 6:20; 7:23). Ya no somos a sí mismos; pertenecemos a Cristo.
El Señor Jesús pagó este precio, por un lado, para que le perteneciéramos, y por otro para liberarnos, es decir, para emanciparnos. Jesús ya había hablado de esta emancipación cuando dijo: «Si, pues, el Hijo os hace libres, seréis verdaderamente libres» y «la verdad os hará libres» (Juan 8:36, 32). Sin embargo, el tema se trata en detalle en las epístolas a los Romanos y a los Gálatas (comp. 6:16-22; 8:2ss.). Así, «Cristo nos hizo libres para la libertad» (Gál. 5:1). Se trata de mantenerse firme en esta libertad y no permitir que nos mantengan bajo un «yugo de servidumbre», sea cual sea ese yugo.
2 - Esclavos y hombres libres
Somos tanto esclavos como hombres libres. El Señor dijo a los discípulos: «El siervo no es mayor que su señor. Si me han perseguido a mí, también os perseguirán; si han guardado mi palabra, guardarán también la vuestra» (Juan 15:20). Con esto deja claro que él es el Amo, y que sus discípulos le pertenecen. Pero en la misma conversación, el Señor dice: «Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de parte de mi Padre, os lo he dado a conocer» (v. 15). Trata a los suyos de amigos, les abre su corazón, les habla de los planes divinos. Toda la «Revelación de Jesucristo» del Apocalipsis es «para manifestar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto» (Apoc. 1:1).
En la Primera Epístola a los Corintios, Pablo recuerda que cada creyente es a la vez «un hombre libre» y «un esclavo». Fue liberado del dominio del pecado y de Satanás y se convirtió en un esclavo de Cristo. Y luego, hablando de la condición de esclavitud terrenal, dice: «Porque el que siendo esclavo fue llamado en el Señor, es libre del Señor; como también el que siendo libre fue llamado, esclavo es de Cristo» (7:22). El cristiano que aún se encuentra en la condición de esclavo se regocija al pensar que se ha convertido en el liberado del Señor. Y el cristiano que se encuentra en la condición de hombre libre recuerda que es el esclavo de Cristo.
La mayoría de los escritores del Nuevo Testamento una o dos veces se presentan, felizmente, como «esclavos de Jesucristo» o «de Dios» (Rom. 1:1; Sant. 1:1; 2 Pe. 1:1; Judas 1; Apoc. 1:1). Todos deberíamos seguir el ejemplo del siervo hebreo que, cuando es declarado libre, sigue sirviendo a su amo porque lo ama (comp. Éx. 21:5). Los «mandamientos» de nuestro Amo «no son gravosos» (1 Juan 5:3).
3 - Los esclavos y sus amos terrenales
En lo que respecta a la posición de los cristianos ante Dios, todas las diferencias raciales, sociales o de otro tipo se borran. «Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres» (1 Cor. 12:13). Y en este sentido, «No hay judío ni griego; no hay siervo ni libre; no hay varón ni hembra» (Gál. 3:28). «Donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, esclavo ni libre» (Col. 3:11). Así somos en cuanto a nuestra verdadera condición ante Dios.
Pero esto no es razón para dejar de lado los deberes de nuestra condición de hombres en la tierra. El apóstol Pedro dice: «Someteos a toda autoridad humana, por causa del Señor» (1 Pe. 2:13). «Criados, someteos con todo respeto a vuestros amos» (v. 18). La situación de estos siervos podía ser difícil. Aquellos que estaban por encima de ellos, no necesariamente creyentes, a veces eran duros con ellos. Sin embargo, se les anima a someterse a sus amos «con todo respeto», «no solo a los buenos y benignos, sino también a los que son poco amables. Porque esto merece aprobación, si a causa de la conciencia ante Dios alguien soporta agravios, padeciendo injustamente» (v. 19). Y a ellos les dirige, como estímulo, las conocidas palabras: «También Cristo padeció por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas» (v. 21).
En la misma línea, el apóstol Pablo a menudo exhorta a los creyentes a someterse a los que ocupan un lugar de autoridad. Y tiene palabras particularmente alentadoras para los esclavos cristianos. No las leamos distraídamente, también nos conciernen a nosotros. Porque, aunque la condición oficial de esclavo ya no existe en los países en los que vivimos, la mayoría, si no todos, estamos en una situación de subordinación. Tenemos por encima de nosotros un amo, un jefe, un superior, a quien debemos la sumisión dentro de los límites en que esto no nos lleve a desobedecer a Dios (comp. Hec. 4:19; 5:29).
En la Epístola a los Efesios, los esclavos son llamados a obedecer a sus amos «con temor y temblor, en sencillez de corazón, como a Cristo… sirviendo… como para del Señor y no para los hombres» (6:5-8). Todo cambia cuando uno ve a Cristo por encima de su amo. La sumisión que se le debe se convierte en sumisión a Cristo. Aunque el amo terrenal sea duro e ingrato, el Señor recompensará al que le sirva fielmente. En la Epístola a los Colosenses se añade: «Y todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor» (3:23-24). Qué privilegio, para los esclavos que no siempre son bien tratados, ver más allá de su amo terrenal, y saber que al servirle a él están de hecho sirviendo a su Amo en el cielo.
En la Primera Epístola a Timoteo, aprendemos que una actitud de insubordinación por parte de los esclavos cristianos tendría graves consecuencias. Despreciaría la fe cristiana: «Todos los que están bajo yugo de servidumbre consideren a sus propios amos como dignos de todo honor, para que el nombre de Dios y la doctrina no sean blasfemados» (1 Tim. 6:1).
Y lo que se presenta en forma negativa en esta epístola a Timoteo se presenta en forma positiva en la epístola a Tito. Los esclavos son exhortados a mostrar «toda buena fidelidad, para que en todo adornen la doctrina de Dios nuestro Salvador» (2:10). Es un gran honor para ellos adornar la enseñanza cristiana con su comportamiento.
4 - Caracteres de los esclavos de Cristo y de Dios
La libertad en la que Dios nos ha colocado no debe ser utilizada como «una oportunidad a la carne», sino para hacer lo que le agrada a Dios, y en particular para servirnos los unos a los otros (Gál. 5:13). Esta libertad no se nos da como un «velo para cubrir la maldad» (1 Pe. 2:16). Después de exhortarnos a honrar «a todos», Pedro nos enseña a dar testimonio y a comportarnos como «siervos de Dios» ante los hombres. Jesús dijo: «Bástele al discípulo ser como su maestro, y al siervo ser como su señor» (Mat. 10:25). «El discípulo bien instruido, será como su maestro» (Lucas 6:40).
Pablo dijo a Timoteo: «Un siervo del Señor no debe altercar, sino ser amable con todos, apto para enseñar, sufrido» (2 Tim. 2:24). La dificultad del fin de los tiempos no es razón para dejar de lado la dulzura y la paciencia que muestran que el siervo sigue los pasos de su Amo.
Por otra parte, la dulzura y la paciencia no deben convertirse en «el temor del hombre», que siempre «trae un lazo» (Prov. 29:25). Servir al Señor muy a menudo lleva a servir a los hombres. Pero si el obrero del Señor tiene como objetivo «agradar a los hombres», pierde su carácter de siervo de Cristo. El apóstol Pablo dice: «Si aún yo agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo» (Gál. 1:10).
5 - Esclavos de los hombres o de Cristo
En la Primera Epístola a los Corintios, el apóstol responde a algunas preguntas que le habían hecho estos creyentes. El hecho de haber sido llevados al Señor ¿debería llevar a algunos de ellos a dejar la condición en la que estaban anteriormente? La respuesta es: «Que cada uno permanezca en la vocación en que fue llamado» (7:20). En particular: «¿Fuiste llamado siendo esclavo? No te preocupes; pero si puedes llegar a ser libre, procúralo más bien» (v. 21). Para el cristiano que está en una posición de subordinación, puede haber situaciones difíciles, dependiendo de lo que exija el superior. Pero los recursos del Señor están ahí para liberar a quien espera en él. Por lo tanto, «no te preocupes». Sin embargo, si uno puede liberarse de una restricción humana para estar más disponible para el Señor, debe utilizarlo.
Sin embargo, el apóstol no solo habla de permanecer en la condición de esclavo o de salir de ella, sino que también considera el peligro de colocarse en ella. A este respecto dice: «Fuisteis comprados por precio; no os hagáis esclavos de los hombres» (7:23). Uno puede convertirse en «esclavo de los hombres», por ejemplo, poniéndose en una situación de dependencia moral de ellos, en la que ya no es libre de servir al Señor y de hacer su voluntad como él nos lo ha hecho comprender. Esto está en línea con la enseñanza de la Segunda Epístola: «No os unáis en yugo con los incrédulos» (2 Cor. 6:14).
Pero no es solo en los niveles humanos como el trabajo o el matrimonio que uno puede ser hecho esclavo o puesto bajo un yugo. También está en el nivel religioso. Tenemos un ejemplo de esto en la Epístola a los Gálatas. El apóstol habla de «los falsos hermanos que se introducían furtivamente para espiar nuestra libertad que tenemos en Cristo Jesús, para reducirnos a esclavitud» (2:4). Se trataba entonces la esclavitud de la ley, pero puede haber otras. «Manteneos firmes y no os sometáis de nuevo al yugo de servidumbre» (5:1). Nuestra libertad de servir al Señor según su Palabra y según nuestra conciencia debe ser cuidadosamente preservada.
6 - Esclavo de sus hermanos
En su servicio al Señor, Pablo decía «a todos me he esclavizado», pero era «para ganar al mayor número» para Cristo. Al mismo tiempo, estaba «bajo la ley de Cristo» (1 Cor. 9:19-21). Había renunciado a sí mismo por amor a las almas, pero no hacía ningún compromiso en la obediencia a Cristo para complacer a los hombres.
Podía presentarse sí mismo a los corintios, con sus colaboradores, como «como siervos vuestros por Jesús» (2 Cor. 4:5).
Esta actitud de devoción no está reservada a los apóstoles o a los que tienen dones sobresalientes. A todos aquellos a quienes la gracia ha liberado, se dirige la exhortación: «Servíos mediante el amor unos a otros» (Gál. 5:13) (¡y el verbo servir aquí tiene el significado de ser un esclavo!).
En conclusión, recordemos la palabra del Señor Jesús: «El Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos» (Mat. 20:28). Sí, «se despojó a sí mismo, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres» (Fil. 2:7). ¡Que su ejemplo esté siempre ante nuestros ojos!
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2008 (página 65)