El sueño de Jacob

Génesis 28


person Autor: Hamilton SMITH 87


Este capítulo del Génesis presenta la primera etapa de la huida de Jacob de Beerseba, en la tierra de la promesa, a Padan-Aram, en la tierra de Mesopotamia.

El capítulo anterior había pintado un triste cuadro de la familia del patriarca Isaac. El fracaso marca a todos los miembros de la familia. Isaac es visto como un anciano débil, dominado por sus apetitos; Rebeca, conspirando a espaldas de su marido, pide a su hijo Jacob que dañe a su hermano y engañe a su padre. Jacob, escuchando el malvado consejo de su madre, miente deliberadamente a su padre y suplanta a su hermano; y Esaú, descubriendo la traición de Jacob, trama asesinar a su hermano a la primera oportunidad.

Como resultado de esta corrupción y engaño, Isaac tiene que enviar a Jacob lejos de casa; Rebeca pierde a su hijo favorito y nunca lo vuelve a ver; Esaú se convierte en un dolor para sus padres; y Jacob, durante 20 años, se convierte en un vagabundo en tierra extraña, desterrado de la casa de su padre y de la tierra de la promesa.

En la primera etapa de su viaje, Jacob descubre cierto lugar donde pasa la noche. Allí lo vemos como un hombre solitario, con una piedra por almohada, solo el cielo sobre él y la oscuridad cerrándose a su alrededor. Sin embargo, por extraño que pueda parecernos, es en este lugar solitario, mientras yace en este lecho de piedra a causa de su pecado, donde Jehová sale a su encuentro. Jehová nada tenía que decirle junto al lecho de su padre, en el lugar donde había pecado; pero en ese lúgubre lugar donde su pecado lo había arrojado, Jehová viene y transforma su lecho sin comodidad en un lugar de corrección y consuelo.

A pesar de los muchos fracasos de Jacob, era un hombre de fe, y bendecido por Dios. Si sus fracasos, en efecto, solo le trajeron pruebas y penas, su fe le granjeó una buena reputación y un lugar entre los grandes hombres de Dios del Antiguo Testamento (Hebr. 11:9, 21). No es diferente para el creyente de hoy. Por un lado, Dios no es indiferente a nuestros fracasos, a nuestras maneras carnales de hablar y actuar; y por estas cosas debemos sufrir bajo su gobierno. Pero, por otro lado, Dios no es indiferente a lo que hay de él en cada creyente, según las palabras de Hebreos 6:10-12: «Dios no es injusto para olvidarse de vuestra obra y del amor que mostrasteis hacia su nombre». Lamentablemente, a veces somos demasiado justos al tener en cuenta los fallos de los demás, y demasiado injustos al olvidar lo que hay de Dios en cada uno de nuestros hermanos.

Hay 2 cosas, pues, que Jacob debe aprender en esta ocasión trascendental. En primer lugar, para su consuelo, debe aprender que todos sus fallos no alterarán el propósito de Dios de bendecirlo en su gracia soberana. En segundo lugar, para su corrección, deberá aprender que la gracia soberana de Dios no detendrá su mano que lo disciplina a causa de esos mismos fallos. La gracia soberana de Jehová no dejará de lado su fiel gobierno hacia él. Las circunstancias de Jacob no han cambiado; todavía debe seguir su camino solitario como un vagabundo, y pasar largos años en el trabajo y la esclavitud, en la casa del extranjero, como resultado de su pecado contra su padre y contra su hermano. Cosechará lo que sembró. Si Jacob engañó a su padre con pieles de cabra, en los años venideros será engañado por sus propios hijos con la sangre de una cabra. La gracia soberana por la que somos bendecidos no altera esta ley memorable: «Todo lo que el hombre siembre, eso también cosechará» (Gál. 6:7).

Sin embargo, el mismo pecado por el que Jacob tuvo que sufrir se convirtió en la ocasión para manifestar la gracia y la misericordia de Dios hacia el que sufría. Para darle a conocer esta gracia, Jehová se le aparece en sueños. Jacob ve una escalera colocada en la tierra, cuya cima llega hasta el cielo. Ve a los ángeles de Dios que suben y bajan por la escalera. Y lo que es aún más maravilloso, ve que «Jehová estaba en lo alto de ella» (Gén. 28:13). En la cima de la escalera está el Señor de gloria, en la base hay un hombre fracasado y solitario. Entre Jehová, arriba, y Jacob, abajo, hay mensajeros celestiales de Jehová y guardianes celestiales de los santos, que suben y bajan.

Luego, lo más maravilloso de todo, a este hombre débil y fracasado, el Señor de gloria se revela en su gracia soberana como Dador.

En primer lugar, Jehová asegura incondicionalmente la tierra prometida a Jacob y a sus herederos. Dice: «La tierra sobre en que estás acostado te la daré a ti y a tu descendencia».

En segundo lugar, Jacob no solo tendrá la tierra prometida, sino que tendrá la presencia de Jehová; no solo el don, sino también el Dador, pues, le dice Jehová: «Yo estoy contigo».

En tercer lugar, no solo tendrá la presencia de Jehová, sino que tendrá el apoyo de Jehová, pues le puede decir: «Te guardaré por dondequiera que fueres». Si Jehová estaba con él, estaría con él para preservarlo.

En cuarto lugar, cuando terminen sus días de peregrinación, Jehová hará volver a Jacob a la tierra que le dio, pues Jehová le dice: «Y volveré a traerte esta tierra».

El pecado de Jacob puede alejarlo de su hogar; la gracia del Señor lo traerá a casa. Noemí, después de 10 años de errancia, dice: «Jehová me ha vuelto con las manos vacías» (Rut 1:21); cada oveja que levanta la trae a casa, y nada más que su casa servirá para sus ovejas.

Podemos extraviarnos y vagar, podemos flaquear y caer, podemos fracasar gravemente, pero al final él nos traerá a casa.

Por último, Jacob puede contar con la fidelidad de Jehová a su propia palabra, pues le dice: «No te dejaré hasta que haya hecho lo que te he dicho». Sea lo que sea o lo que haga Jacob, y seamos lo que seamos o lo que hagamos, él sigue siendo el mismo. Aunque seamos infieles, «Él permanece fiel; porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim. 2:13).

Su cumplimiento en el Nuevo Testamento

El escritor de la Epístola a los Hebreos se refiere a aquella hermosa escena de Génesis 28. En Hebreos 13:5 leemos: «Dijo: No te dejaré, ni te desampararé». Así pues, la promesa hecha a Jacob es apropiada para el cristiano. Podemos concluir con razón que la historia de Génesis 28 es una sombra de las cosas buenas futuras. En el Génesis, Dios habla a uno de los padres en un sueño; en la Epístola a los Hebreos, ya no tenemos la revelación parcial de un sueño, sino la revelación plena en la persona del Hijo.

En el Génesis, Jacob es visto como un peregrino a punto de emprender un viaje por el desierto, con promesas extremadamente grandes y preciosas para sostenerlo en su viaje y finalmente volverlo a traer a casa. En la Epístola a los Hebreos, tenemos una aplicación del sueño de Jacob, que le da un significado más pleno y rico para el cristiano. En esta Epístola, se ve al creyente como un extranjero en este mundo, y como un peregrino que va a otro mundo (Hebr. 11:13; 13:14); y hay una Persona gloriosa ante nosotros, y grandes verdades para sostenernos en nuestro viaje y llevarnos al fin a la gloria.

El sueño de Jacob se abre con una visión de Jehová en gloria en lo alto de la escalera: así la Epístola a los Hebreos se abre con la gran verdad de que el Señor de gloria está «en las alturas». El Hijo, terminada su obra en la tierra, «se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas». A lo largo de la Epístola, esta gran verdad nos está presentada.

En Hebreos 1:3, está presentado como sentado a la diestra de Dios, a causa de la gloria de su Persona; en Hebreos 8:1, está allí como nuestro Sumo Sacerdote; en Hebreos 10:12 está allí como prueba de que su obra está terminada, y en Hebreos 12:2 está allí como habiendo recorrido el camino de la fe y alcanzado la meta.

Sin embargo, si Jehová estaba en la cima de la escalera de Jacob, en la base había un hombre pobre, débil y desfalleciente, envuelto en dolencias y rodeado de tentaciones. Así, en la Epístola a los Hebreos, cuando llegamos al capítulo 2, encontramos una compañía de personas reunidas en el camino hacia la gloria. Se habla de ellos como de muchos «hijos» que han de participar de la gloria, pero que, por el momento, participan de la sangre y de la carne; y, como tales, están sujetos a tentaciones, acosados por debilidades y necesidades, expuestos a persecuciones, expuestos a la contradicción de los pecadores y a la oposición de los adversarios (Hebr. 2:14-18; 4:15-16; 10:33; 12:3; 13:3).

Luego, en el sueño de Jacob, entre Jehová arriba y Jacob abajo, había ángeles que subían y bajaban. Así en la Epístola a los Hebreos, entre el Señor de arriba, presentado en Hebreos 2, leemos que los ángeles son espíritus ministradores enviados para servir a los herederos de la salvación (Hebr. 1:13-14).

Volvemos a aprender, en la Epístola a los Hebreos, las dos grandes lecciones que Jacob tuvo que aprender en Luz. En primer lugar, somos bendecidos por la gracia soberana de Dios que nos ha resucitado y nos ha hecho herederos de la gloria a la que nos conduce por una escena en el desierto. En segundo lugar, la gracia soberana de Dios que nos ha llamado a la gloria, no deja de lado el gobierno de Dios que nos disciplina en el camino de la gloria (Hebr. 2:10; 12:6).

Además, podemos ver en la Epístola cuán rica es la provisión que Dios ha hecho para nuestro camino en el desierto. De hecho, encontramos en esta Epístola una respuesta a cada bendición que la gracia ha asegurado a Jacob. La primera gran verdad que Jacob aprendió antes de dar un paso en su viaje, fue que el final del viaje estaba asegurado. La Tierra prometida estaba asegurada para Jacob y sus herederos. Así, en la Epístola a los Hebreos, encontramos una y otra vez que el cielo nos está asegurado. En Hebreos 2:10, somos llevados a la gloria; en Hebreos 3:1, participamos del llamamiento celestial; en Hebreos 4:9, se nos reserva un descanso. En Hebreos 6, nuestro Precursor, Jesús, ha entrado hasta dentro del velo. En Hebreos 9:24, Cristo ha entrado en el mismo cielo, para presentarse ahora por nosotros ante la faz de Dios. Así, de diversas maneras, se nos recuerda esta gran verdad: como la tierra fue una vez asegurada para Jacob, así el cielo está asegurado para el cristiano. Cualesquiera que sean las dificultades que tengamos que afrontar, cualesquiera que sean las pruebas que se interpongan en nuestro camino, aunque a cada paso se interpongan valles oscuros, caminos difíciles y muchas tempestades, la gloria brilla ante nosotros. Dios quiere que prosigamos nuestro camino de peregrinación a la luz de la gloria a la que nos conduce.

Además, Jacob no solo tuvo el don de la tierra, sino también la presencia del Dador. Así, como cristianos, no solo tenemos en vista el cielo como meta, sino que tenemos la presencia del Señor con nosotros en el camino hacia el cielo. Al principio y al final de la Epístola, el autor cita pasajes del Antiguo Testamento para demostrar que el Señor está presente con su pueblo. En Hebreos 2, citando el Salmo 22, dice: «En medio de la asamblea cantaré alabanzas»; y de nuevo cita a Isaías 8: «Aquí estoy con los hijos que Dios me ha dado» (v. 13). Al final de la Epístola, se citan las palabras de Jehová a Jacob, para mostrar que, a lo largo de nuestro camino, el Señor está con nosotros. «No te dejaré, ni te desampararé» (13:5). Las citas del principio de la Epístola muestran la asociación del Señor con su pueblo colectivamente: la cita del final muestra su presencia con cada uno individualmente. Por desgracia, aunque no siempre estemos conscientemente con él, desea que sepamos que está con nosotros.

También Jacob tuvo la seguridad del apoyo de Jehová, pues decía: «Te guardaré por dondequiera que fueres». Del mismo modo, la Epístola a los Hebreos nos revela de manera muy feliz la gracia sacerdotal del Señor que nos sostiene en nuestro camino por este mundo. El Señor, en “lo alto de la escalera”, protege a sus santos débiles y fracasados que están en lo más bajo. En Hebreos 7, aprendemos que aquel que es hecho más alto que los cielos «viviendo siempre» para los que están en camino hacia el cielo. Es cierto que el que está abajo debe vivir siempre para el que está arriba, del mismo modo que Pablo pudo decir: «Para mí el vivir es Cristo» (Fil. 1:21); pero si a menudo dejamos de vivir para él, él nunca deja de vivir para nosotros.

Más adelante, la Epístola despliega el efecto del Señor, en lo alto de la escalera, viviendo para el hombre que está abajo. En primer lugar, de Hebreos 2, aprendemos que él puede socorrernos en nuestras tentaciones, y que lo hace como aquel que sí mismo sufrió, siendo tentado. Resistir a la tentación implica sufrimiento. El Señor, cuando fue tentado, prefirió sufrir antes que ceder a la tentación; y ahora, en los momentos de nuestra tentación, él puede ayudarnos a sufrir antes que pecar cediendo a la tentación. También aprendemos, de Hebreos 4:15, que él se compadece de nuestras debilidades. No es insensible a la debilidad corporal de los suyos, pues no solo conoció la tentación, sino también el cansancio, el hambre y la sed. Por último, intercede por nosotros según su perfecto conocimiento de nuestras necesidades. Así tenemos el apoyo de aquel que no solo vive, sino que vive «siempre»; y viviendo siempre, es capaz de salvarnos hasta el extremo –hasta que el viaje de la tierra termine en la gloria del cielo, y el tiempo sea cerrado por la eternidad.

Entonces Jehová dijo a Jacob que lo llevaría a la tierra que le había dado. Así que, en la Epístola a los Hebreos, aprendemos que no solo el Señor ha asegurado a su pueblo la gloria, sino que muy pronto él llevará a su pueblo a la gloria, como leemos, él está «llevando a muchos hijos a la gloria» (2:10); y es solo un «poco de tiempo» de espera, y alcanzaremos esa gloria; «Porque dentro de muy poco tiempo, el que ha de venir vendrá: no tardará» (Hebr. 10:37).

Por último, así como Jacob tiene la seguridad de que Jehová será fiel a su palabra –que hará lo que ha dicho–, así nosotros tenemos la seguridad de la inmutabilidad de la Palabra de Dios. En Hebreos 1, nos está dicho que Dios habló en el Hijo; en Hebreos 2, somos advertidos que si la palabra de los ángeles fue firme, cuánto más la palabra del Hijo. En Hebreos 6:16-18, aprendemos que Dios no solo habló, sino que confirmó su palabra con un juramento, y la palabra y el juramento se describen como dos cosas inmutables. Luego, en Hebreos 12, tenemos la solemne advertencia de que cuando Dios habla, su palabra se cumple, hasta que el reino del hombre es sacudido y destruido y viene el reino eterno, un reino inquebrantable. Y se nos recuerda que, si Dios ha hablado, podemos confiar con la mayor seguridad en lo que ha dicho (Hebr. 13:5-6).

Así pues, en esta Epístola, tenemos una interpretación del sueño de Jacob. La Epístola comienza presentando a Cristo en gloria. Luego nos dice quién es esta Persona gloriosa, pues leemos de él: «Tú permaneces» (1:11) y «Tú eres el mismo» (1:12). Como el tiempo pasa, otros pasan, y como los años cambian, otros cambian; en Cristo en la gloria hemos encontrado a aquel que nunca pasará y que nunca cambiará. Luego, a medida que avanza la Epístola, nos enteramos de la obra de gracia que realiza Cristo: lleva a muchos hijos a la gloria y, mientras los conduce por ese camino, los sostiene en sus tentaciones, se compadece de sus dolencias e intercede por ellos en sus necesidades. Nos representa en el cielo, ante la faz de Dios, y dentro de «muy poco» viene para recibirnos en la gloria. Así aprendemos dónde está Cristo, quién es Cristo, lo que está haciendo y lo que volverá a hacer dentro de muy poco. Cuán bendita, entonces, es la posición del hombre en la parte inferior de la escalera, si camina a la luz del glorioso Hombre que está en la cima.


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