El Trono

Apocalipsis 4


person Autor: Hamilton SMITH 84


En medio de la ruina de la Iglesia, en la responsabilidad y el fracaso de aquellos que han tratado de responder al pensamiento del Señor en un día de ruina, es un inmenso consuelo que hay una escena a la que en la fe podemos dirigirnos, donde nuestros afectos pueden fluir libremente y todas nuestras asociaciones ser puras y felices. Tal escena la tenemos ante nosotros en los capítulos 4 y 5 del Apocalipsis.

Nada podría ser más oscuro o más lúgubre que la última fase de la iglesia profesa, tal como se describe en el final de Apocalipsis 3. Allí encontramos a la que profesa el nombre de Cristo en la tierra jactándose de sus riquezas, satisfecha de su condición y, sin embargo, no solo es indiferente a Cristo, sino que realmente lo rechaza, de modo que Cristo se encuentra afuera, a la puerta. Como en la antigüedad, la nación de Israel selló su perdición al rechazar a su Mesías, y su casa les fue dejada desolada, así hoy la cristiandad está sellando su perdición al rechazar a Cristo, y muy pronto será escupida de su boca. Tal es el solemne cuadro de Apocalipsis 3, cuyo cumplimiento vemos desarrollarse hoy a nuestro alrededor.

En tal condición de cosas, qué alivio para el corazón pasar en espíritu a las escenas representadas en Apocalipsis 4 y 5. En la apertura de estos capítulos hemos dejado la tierra con su puerta cerrada para Cristo, para encontrar una puerta abierta en el cielo para aquellos que pertenecen a Cristo. No es una gran dificultad tener puertas cerradas ante nosotros en la tierra, si hay una puerta abierta para nosotros en el cielo y una invitación a ir allí y pasar adentro, por la puerta. Al pasar dentro, dejamos atrás la escena en la que los hombres nada quieren de Cristo, para encontrarnos en una escena en la que Cristo es todo en todos.

Para entender el libro del Apocalipsis debemos recordar la triple división dada por el Señor a Juan, tal como se registra en Apocalipsis 1:19, donde se le dice al apóstol: «Escribe, pues, las cosas que has visto, y las que son, y las que han de suceder después de estas». En la visión de Cristo tenemos la primera división: las cosas que Juan había visto. En las siete iglesias, presentando todo el período de la Iglesia, tenemos la segunda división: «Las que son». A partir de Apocalipsis 4, tenemos la tercera división, «las que han de suceder después de estas» –es decir, después de que se cierre la historia de la Iglesia en la tierra.

1 - Apocalipsis 4:1

El primer versículo de esta nueva sección se abre con la expresión «después de esto», y de nuevo al final del versículo leemos «lo que debe suceder después de esto». Es evidente, pues, que estas palabras se refieren a la tercera división y nos llevan a la parte estrictamente profética del libro. Las cosas que han de suceder se refieren claramente a los acontecimientos futuros que ocurrirán en la tierra y que forman la crisis de la era actual, e introducen las bendiciones de la era venidera: la tierra milenaria. Los capítulos 4 y 5 son introductorios, dándonos una visión de las cosas en el cielo para que podamos conocer la actitud de Dios hacia los eventos en la tierra, y explicándonos también el lugar de los santos de esta época, y de las anteriores, durante estos eventos.

El gran tema del capítulo 4 es el «trono» de Dios, mientras que el capítulo 5 se ocupa del «libro» en el que se relatan todos estos acontecimientos. Debemos aprender que detrás de todo lo que ocurre en la tierra está el trono de Dios que gobierna, y que cada acontecimiento está de acuerdo con los consejos establecidos de Dios.

Cuando la iglesia profesa corrupta haya cerrado la puerta a Cristo en la tierra, se descubrirá que hay una puerta abierta en el cielo a través de la cual la verdadera Iglesia, como lo hizo Juan, puede pasar para estar con Cristo en el cielo. El que llama a Juan de la tierra al cielo se identifica con el que le habló por primera vez de las siete iglesias. Sabemos que es el Señor mismo. Así, también será la propia voz del Señor la que nos llamará para encontrarnos con él en el aire.

El punto de vista desde el que vemos las cosas hará una gran diferencia en cuanto a cómo las vemos. Estamos invitados, como Juan, a pasar en espíritu a escenas celestiales y ver todo lo que aún queda por suceder en la tierra, desde el punto de vista del cielo. Somos partícipes del llamamiento celestial, y como hombres celestiales debemos ver estos acontecimientos venideros. Si no se conoce el llamamiento celestial de la Iglesia, y no se acepta la posición celestial, fracasaremos en la interpretación correcta de estos acontecimientos venideros, al estar ocupados con los sucesos actuales en el mundo que nos rodea, porque estos nos distraen.

2 - Apocalipsis 4:2-3

El resultado inmediato del llamado fue que Juan «estaba en espíritu». Al igual que Pablo, cuando fue arrebatado al tercer cielo, no tenía conciencia del cuerpo, estaba totalmente absorto por las grandes vistas y temas del cielo. Estaba allí como testigo para dar testimonio a la Iglesia de todo lo que le fue revelado. Pablo, cuando fue arrebatado al tercer cielo, «oyó palabras inefables que no le es permitido al hombre expresar» (2 Cor. 12:4). A Juan, por el contrario, se le dice que escriba las cosas que vio, y que «no selle las palabras de la profecía» (Apoc. 1:19; 22:10). La diferencia parece ser que Pablo ve las cosas que pertenecen al círculo interior de la Casa del Padre, mientras que Juan, aunque nos conduce verdaderamente a las escenas celestiales, y nos habla de las cosas celestiales, son acontecimientos en relación con la tierra. Es nuestro feliz privilegio aprovechar lo que Juan ha escrito de las cosas que vio y oyó. Así, en espíritu, podemos pasar a esta escena celestial, respirar su aire puro y deleitar nuestras almas con las cosas que hablan de Cristo. En toda esta gran escena nada hay que se refiera a la carne o que nos desvíe de Cristo.

Lo primero que vemos es un trono, además el trono está colocado «en el cielo». El trono es el emblema del gobierno y de la autoridad: la garantía del orden, la bendición y la seguridad en todo el universo. La caída del primer hombre fue en realidad una disputa al trono; el pecado es una rebelión contra el trono; la infidelidad es una negación de la existencia del trono, el orgullo aspira al trono, y el diablo desafía al trono. Qué bendición, entonces, que después de miles de años de rebelión contra el trono, pasemos al cielo y encontremos el trono colocado «en el cielo», inalterable, imperturbable e inamovible. Doce veces se menciona el trono en el transcurso del capítulo, de modo que podemos decir realmente que en este pasaje el gran tema es la gloria del trono de Dios.

Incluso ahora los cielos gobiernan, aunque de manera oculta. Nuestro gran Sacerdote «se sentó a la diestra del trono de la majestad en los cielos», y desde ese trono vive siempre para interceder por los santos que pasan por este mundo (Hebr. 7:25; 8:1). Para el creyente el trono es un trono de gracia. Del trono que ve Juan está a punto de salir el juicio. Hoy el mal abunda, la rebeldía prevalece, y cada vez más el mundo está marcado por la violencia y la corrupción, y Dios soporta desde hace mucho tiempo el mal para dar a los hombres tiempo para el arrepentimiento, y dar a conocer su gracia. Sin embargo, la fe sabe que, detrás de todo, el trono de Dios permanece impasible en el cielo. La conciencia de que Dios está detrás de todo, y que su trono permanece con toda su gracia disponible para los santos, con todo su infinito poder intacto, a pesar del mal de los hombres, mantendrá al alma en la calma del cielo mientras camina en medio de la agitación de la tierra.

Además, vio «sobre el trono uno sentado». Esta gloriosa Persona no es descrita, pero se usan piedras preciosas como símbolos para exponer su gloria. Debemos recordar que Dios es visto en conexión con el trono. No es el corazón del Padre revelado por el Hijo que habitó en su seno, lo que está ante nosotros, sino la gloria de Dios expuesta en Cristo sobre un trono en relación con el gobierno del universo. Las piedras preciosas son símbolos que exponen el resplandor de la gloria divina en el gobierno. Se ve en el cielo, aunque todavía no se manifiesta en la tierra. En la tierra vemos el desgobierno del hombre y la longanimidad de Dios. Si el resplandor del trono se hubiera manifestado sobre un mundo pecador, habría implicado un juicio para todos. La visión nos lleva más allá del día de la gracia a un tiempo en el que la Iglesia habrá sido arrebatada al cielo, para ser seguida por el resplandor del trono brillando en juicio sobre la tierra.

Además, Juan ve «un arco iris alrededor del trono, semejante a una esmeralda». De Génesis 9 sabemos que el arco iris habla del pacto eterno entre Dios y toda criatura viviente sobre la tierra. Habla de la bendición para la tierra, asegurada por la promesa divina, pero de la bendición después del juicio. El arco iris viene después de la tormenta, así como la promesa de bendición de Dios viene después del juicio del diluvio. El arco iris que rodea el trono es la señal segura de que más allá del juicio de las naciones habrá bendición para la tierra.

3 - Apocalipsis 4:4

Alrededor del trono Juan ve veinticuatro tronos; y sobre los tronos «veinticuatro ancianos». El hecho de que los ancianos no representen seres angélicos se hace claro en el versículo 11 del capítulo 5, en el que encontramos a los ángeles descritos como una compañía distinta de pie alrededor de los ancianos. El número veinticuatro parece ser una alusión a los veinticuatro grupos del sacerdocio instituido por David para los «oficiales» o «príncipes del santuario». En los días de David estaban investidos de un carácter real y sacerdotal y representaban a todo el sacerdocio (1 Crón. 24:5). Los santos de este día tienen el carácter de «sacerdocio real» para mostrar las virtudes de Dios (1 Pe. 2:9). Así, los ancianos parecen simbolizar a los santos del Antiguo Testamento, así como a la Asamblea, en su totalidad, asociada a Cristo en la gloria. Cristo es visto en su trono a punto de reinar, y los santos son vistos con él en su reinado –porque él está en el trono y ellos también lo están. Se habla de ellos como «ancianos», lo que significa madurez espiritual. Ya no «conocen en parte» (1 Cor. 13:12); son inteligentes en la mente del cielo. No se les ve como espíritus de difuntos, sino con cuerpos de gloria vestidos con ropas blancas, lo que habla de su carácter sacerdotal (Éx. 28:40-43). En sus cabezas hay «coronas de oro», lo que habla de su carácter real. Han terminado su peregrinaje terrenal en el que han sufrido por Cristo: ahora son coronados para reinar con Cristo.

No hay más que seguir las alusiones a los ancianos a lo largo del Apocalipsis para ver lo verdaderamente representativos que son de los santos en la gloria:

  • En primer lugar, los ancianos se encuentran en el cielo asociados al trono antes de que comiencen los juicios. No están en la tierra; no pasan a través de los juicios, ni son, como la multitud de santos con túnicas blancas descrita en Apocalipsis 7, sacados de la gran tribulación, sino que se encuentran en el cielo antes de que comiencen los juicios.
  • En segundo lugar, son una compañía redimida, como aprendemos del siguiente capítulo, versículos 8 al 10.
  • En tercer lugar, son una compañía de adoradores, como aprendemos de Apocalipsis 4:10; 5:14; 11:16 y 19:4.
  • En cuarto lugar, son una compañía de santos inteligente, que conocen el pensamiento del cielo Apocalipsis 5:5 y 7:13-17.

4 - Apocalipsis 4:5

El carácter del trono está claramente indicado por la solemne declaración de que «del trono salían relámpagos, voces y truenos». Los relámpagos y los truenos son los acompañantes del juicio, no los símbolos de la misericordia y de la gracia. Hoy la misericordia fluye de un trono de gracia; en el día milenario un río de agua que llevará bendición a la tierra fluirá del trono de Dios y del Cordero. En el solemne intervalo entre la terminación del día de la gracia y el comienzo de la gloria del Reino, el trono ejecutará el juicio sobre las naciones, simbolizado adecuadamente por los relámpagos y los truenos.

Además, el apóstol ve «siete lámparas de fuego ardiendo delante del trono, que son los siete Espíritus de Dios». Aquí, ciertamente, tenemos una presentación simbólica del Espíritu de Dios en su plenitud: pero presentado en conexión con el fuego del juicio, recordándonos que, como con Israel, así con el mundo, Dios va a limpiar toda la inmundicia: «Con espíritu de juicio y espíritu de devastación» (Is. 4:4). Los que hoy rechazan a Aquel que habla en gracia desde el cielo, encontrarán en el día venidero que «nuestro Dios es fuego consumidor» (Hebr. 12:29).

5 - Apocalipsis 4:6

Ante el trono hay «un mar de vidrio, semejante al cristal». Ante el santuario, en tiempos de Salomón, había un mar de agua para uso de los sacerdotes (1 Reyes 7:23-26). Aquí el mar se ha convertido en vidrio como el cristal, símbolo de la pureza fija y absoluta del trono. En el cielo no puede entrar nada que contamine.

6 - Apocalipsis 4:6-8

Por último, el apóstol ve en medio del trono y alrededor del mismo «cuatro seres vivientes». Parecen ser símbolos de los ejecutores del gobierno de Dios. Son cuatro en número, indicando probablemente la plenitud del gobierno de Dios que se extiende a cada cuadrante del globo terráqueo. Estar «llenos de ojos» simbolizaría la plenitud del discernimiento en el gobierno de Dios, al que nada se le oculta. El león, el becerro, el rostro como un hombre y el águila voladora, pueden significar que el gobierno de Dios se caracterizará por la fuerza, la firmeza, la inteligencia y la rapidez de la administración. Dicen incesantemente: «Santo, santo, santo es el Señor Dios, el Todopoderoso, el que era, y que es, y que viene». Atestiguan de la absoluta santidad del gobierno de Dios, resistente en poder e inmutable en carácter. Los ejecutores del gobierno de Dios se convertirán en ocasión de gloria y acción de gracias hacia Aquel que se sienta en el trono por los siglos de los siglos.

7 - Apocalipsis 4:9-10

Además, el gobierno de Dios suscitará la adoración de los santos, que utilizarán las coronas que Cristo les ha dado para manifestarle su perfecta sumisión. Ellos arrojan sus coronas ante el trono y reconocen que el Señor es digno de recibir la gloria y el honor y el poder, porque él es el Creador de todo, y para su placer todas las cosas son y fueron creadas. El pecado ha estropeado la hermosa creación, de modo que ahora toda la creación gime y se afana en el dolor; pero los santos en el cielo, compartiendo la mente del Señor, pueden discernir que todo el mal será tratado en el juicio, de modo que una vez más Dios puede complacerse en su creación, incluso como antiguamente, cuando la obra de la creación estuvo terminada. «Vio Dios todo lo que había hecho; y he aquí que era muy bueno» (Gén. 1:31).

Así, como preludio de los juicios venideros, somos llevados al cielo para ver el trono del juicio en el cielo, que no ha sido alterado por la maldad de los hombres: para ver la gloria de Aquel que se sienta en el trono; para aprender en el arco iris que todas las promesas de Dios para la bendición de la tierra seguirán a los juicios del trono; para aprender que los santos de las épocas anteriores, y del período actual, estarán a salvo en el cielo antes de que caigan los juicios; para aprender que los juicios del trono se llevarán a cabo en la plenitud del Espíritu según la perfección del gobierno de Dios y que, como resultado, el Señor será adorado y alabado como el Creador; y toda la creación, limpia de todo mal, volverá a ser para su placer. Recordemos que estas cosas están escritas para que incluso ahora podamos entrar en ellas, por fe, y así mantenernos en perfecta calma mientras aún estamos en un mundo de confusión.

Extraído de «An Outline of Sound Words», Vol. 21-30 (The Throne)