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La fuente de bronce y el mar de fundición


person Autor: William Wooldridge FEREDAY 23

flag Tema: Juzgarse a sí mismo


La fuente de bronce (o quizás de cobre) que se encontraba en el atrio del tabernáculo de Israel (Éx. 38:8), así como el mar de fundición que Salomón colocó en el atrio del templo (2 Crón. 4:2-5; 1 Reyes 7:23), ambos presentan una instrucción para nuestras almas.

1 - La fuente de bronce

En cuanto a la fuente de bronce, es importante observar el lugar que se le asigna en las ordenanzas divinas relativas al tabernáculo. Se pueden dividir en dos partes como sigue:

Así, la primera parte comienza con el arca, el conocido símbolo de la presencia de Jehová, y la más alta manifestación de Él en este período. A partir de aquí, el pensamiento se desplaza hacia el exterior hasta llegar al atrio.

La segunda parte comienza con el aceite para la luz (Éx. 27:20-21), pues la primera lección que Dios quiere enseñar a los que quieren acercarse a Él es que él es luz, y que habita en la luz. Luego viene el sacerdocio (Éx. 28 al 29), pues ¿cómo pueden los hombres débiles y defectuosos tener algo que ver con un Dios santo si no es por medio de él? El altar de oro, el lugar de la adoración sacerdotal, sigue de manera apropiada (Éx. 30:1-10); finalmente, tras la mención del medio siclo para la expiación, tenemos la fuente, sobre el que nos gustaría detenernos un poco.

El agua de la fuente era utilizada por los sacerdotes para eliminar las impurezas que eran contraídas diariamente al arreglar las cosas externas del tabernáculo. Aarón y sus hijos tipifican a Cristo y a los cristianos, pues todos los que creen son constituidos como una familia de sacerdotes, «un sacerdocio santo»; así es como Pedro se refiere a los creyentes (1 Pe. 2:3).

A los sacerdotes de Dios no les bastaba con un lavado completo en su consagración (Éx. 29:4), sino que debían lavarse las manos y los pies, día tras día. El lavado completo (al que sin duda se refiere el apóstol en Hebr. 10:22) es un tipo del nuevo nacimiento, que es dado por la gracia de Dios a todo el que cree en Jesús. La obra de Cristo nos coloca en una posición perfecta ante Dios y nos hace apropiados para acercarnos a Él. Pero la fuente nos enseña que también debemos, en la práctica, estar purificados para disfrutar de su presencia. Esto es lo que el salmista deseaba ya que, en su afecto por la casa de Jehová, el lugar donde habita su gloria, declaraba: «Lavaré en inocencia mis manos, y así andaré alrededor de tu altar, oh Jehová» (Sal. 26:6). Dios exige pureza de pensamiento y de vida a los que se acercan a Él. Recordemos también las palabras del apóstol: «Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar, alzando manos santas» (1 Tim. 2:8).

La fuente fue hecha con los espejos de las mujeres que se reunían a la entrada de la tienda de reunión (Éx. 38:8). Esto evoca el renunciamiento a sí mismo, ya que el espejo es un elemento importante en los accesorios de belleza utilizados por una mujer. La humillación o prescindir de sí mismo se requiere de aquellos que quieren tratar con Dios. Ante él, la carne es incapaz de glorificarse; es obvio que el alma poco se aprovecha de la presencia de un Dios santo si la carne se glorifica. Santiago utiliza el espejo como símbolo de la Palabra de Dios (Sant. 1:22-25). Esta muestra fielmente al hombre tal y como es, cuando lo mira. ¡Qué provisión tan misericordiosa para nuestras circunstancias en el desierto! Si nos dejamos sondear por la Palabra, todo secreto del corazón queda al descubierto, todo motivo impuro es detectado, toda contaminación en la vida práctica es descubierta, tales como Dios las ve. La Palabra es a la vez la que detecta como la que purifica. Es para nosotros hoy lo que el agua de la fuente era para los sacerdotes de Israel. De ahí las palabras del Salmo 119:9: «¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra». De ahí también la instrucción del Señor en Juan 13:10, cuando lavó los pies de sus discípulos antes de ir a la cruz.

Dios insistía sobre la importancia de la pureza en los sacerdotes de antaño: «para que no mueran» (Éx. 30:21). ¿Estamos exentos de someternos a tales recomendaciones bajo pretexto que no vivimos bajo la ley sino bajo la gracia? De ninguna manera. Cuando se descuida la santidad personal, la santa mano de gobierno de Dios se posa sobre el infractor. ¿Por qué? ¿Porque no nos ama? No, sino porque nos ama y quiere que participemos prácticamente de su santidad (Hebr. 12:10). Fue por su ligereza con el mal que el apóstol tuvo que decir a los corintios: «Por esto muchos de entre vosotros están enfermos y debilitados, y bastantes duermen» (1 Cor. 11:30). El mandamiento sigue siendo tan imperativo como antes: «Purificaos los que lleváis los utensilios de Jehová» (Is. 52:11).

Resulta bastante llamativo que no se den medidas en las indicaciones relativas a la fuente, mientras que en relación con las diferentes partes del tabernáculo se dan dimensiones con gran detalle. La omisión en el caso de la fuente está ciertamente llena de significado, como la omisión de los antepasados de Melquisedec en Génesis 14, del que el Espíritu de Dios dice tanto en Hebreos 7. Seguramente es la manera feliz que tiene Dios de enseñarnos que la gracia, que nos perdona y purifica día tras día, sin límites. Esto es siempre absolutamente cierto, por muy graves y frecuentes que sean nuestras contaminaciones: «Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda iniquidad» (1 Juan 1:9).

2 - El mar de fundición

Consideremos ahora lo que la Escritura nos enseña sobre el mar de fundición de Salomón (2 Crón. 4:2-5; 1 Reyes 7:23).

Como se trata de un desarrollo de la fuente, necesariamente tenemos el mismo pensamiento de purificación de los sacerdotes, pero también hay otros pensamientos. El reinado de Salomón es notablemente típico del futuro reinado del Señor Jesús. Fue una época de paz y gloria para Israel, ya que todos los enemigos habían sido derrotados. La disposición del templo evoca, por tanto, diversos caracteres milenarios. Así, los querubines miran «hacia la casa» (2 Crón. 3:13), es decir, hacia el exterior, hacia el pueblo. Esto evoca la justicia divina que mira hacia el exterior para bendecir a la humanidad (comp. con el Sal. 72:2-3 e Is. 32:1). También los dos grandes pilares llamados Jachin («Él establecerá») y Boaz («en Él está la fuerza») nos enseñan que Cristo en el día de su reinado establecerá todas las cosas con poder para su pueblo terrenal. Él mantendrá y preservará de la ruina lo que establece para ellos. Él es el verdadero Booz, el «pariente cercano» redentor (Rut 3:12).

Pero, ¿cuál es el lugar del mar de fundición en todo esto? Si nos fijamos en algunas características, quedará claro. «Estaba asentado sobre doce bueyes, tres de los cuales miraban al norte, tres al occidente, tres al sur, y tres al oriente; y el mar descansaba sobre ellos, y las ancas de ellos estaban hacia adentro» (2 Crón. 4:4). Esto es muy interesante. El buey se asocia en la Escritura con el trabajo paciente del labrador para Dios (1 Cor. 9:9-10); doce es el número de las tribus de Israel. Con toda probabilidad, había conductos que bajaban por la boca de los bueyes y por los que salía el agua, en caso de necesidad. Esto sugiere la palabra del Señor fluyendo a través de Israel en un futuro cercano para la bendición de todas las naciones, pues los bueyes miran en todas las direcciones bajo los cielos. Bajo el poderoso impulso del derramamiento del Espíritu en los últimos días, «ríos de agua viva» (Juan 7:38) fluirán de sus partes internas. En el pasado, la semilla de Jacob ha sido un pueblo fríamente conservador. Incluso han tratado de impedir que el evangelio, que ellos mismos rechazaron, llegue a otros (1 Tes. 2:16; Hec. 13:45; 14:2-19).

Pero cuando el Libertador salga de Sion, y la gracia divina haya obrado en sus corazones, cumplirán el propósito de Dios en su elección, y se colocarán alegremente en la corriente de las operaciones del Espíritu, difundiendo así la bendición a lo largo y ancho: «De Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová» (Is. 2:3). «El remanente de Jacob será en medio de muchos pueblos como el rocío de Jehová, como las lluvias sobre la hierba» (Miq. 5:7). Nótese también la oración del remanente en el Salmo 67: «Dios tenga misericordia de nosotros, y nos bendiga; haga resplandecer su rostro sobre nosotros; para que sea conocido en la tierra tu camino, en todas las naciones tu salvación» (v. 1-2). Al igual que el río (sin duda, literalmente) que saldrá del santuario en ese día, fecundando dondequiera que vaya (Eze. 47), las bendiciones de la redención también fluirán hasta los últimos rincones de la tierra en el día en que el corazón de Israel se vuelva de nuevo hacia Dios. Porque la bendición del mundo espera la conversión de Israel.

En el borde del mar de fundición estaban grabadas flores de lirio, lo que transporta nuestros pensamientos al Cantar de los Cantares, donde encontramos los variados frutos de la gracia que se manifestarán en Israel tras su reconciliación (2:2-16). Una hermosa comparación, ciertamente, que habla de pureza y humildad, dos caracteres siempre deliciosos a los ojos del Señor. Lo contrario se ve en Isaías 45:2-5, donde se habla de una gran corrupción unida a un orgullo farisaico. Estos caracteres odiosos serán entonces reemplazados por el carácter del lirio; en la escuela de las aflicciones, en el día venidero, se aprenderán las santas lecciones de Dios.

No podemos concluir sin una breve referencia a Apocalipsis 4:6. Allí vemos a toda la compañía de los santos celestiales, bajo el símbolo de los veinticuatro ancianos, en la gloria con el Señor. No los vemos, como en Efesios 6, en su armadura, con la espada en la mano, sino como poniéndose el efod sacerdotal, cada uno coronado y sentado en un trono. Los peligros y las necesidades del desierto han desaparecido para siempre. «Delante del trono había como un mar de vidrio, semejante al cristal»: la alusión al mar de fundición en el santuario terrenal es demasiado obvia como para no reconocerla. Pero ya no es un mar de agua, sino de cristal, un testigo silencioso pero elocuente de la pureza inmutable e inalterable que caracteriza el hogar eterno de los glorificados. En la tierra, el agua (la Palabra) es a menudo necesaria a causa de las contaminaciones contraídas en el camino, que se interponen entre nuestras almas y Dios; en el escenario bendito hacia el que vamos, la contaminación ya no es posible. El agua da así paso a un cristal brillante.

Extraído de la revista «Truth for the Last Days» – Vol. 3-1904, p. 304