«Un gusano» pero sin embargo «Jehová de los ejércitos»


person Autor: Frank Binford HOLE 114

flag Temas: Dios y Cristo en la Cruz La expiación, la propiciación, la reconciliación


Una serie de grandes y maravillosos contrastes se encuentran en los Salmos 22, 23 y 24. El Salmo 22 está dividido de forma muy natural en dos partes, por lo que tenemos cuatro secciones en total. El principal contraste es entre la primera parte del Salmo 22, donde se exponen proféticamente los sufrimientos de Cristo, y las otras tres partes que nos dan una idea de los gloriosos resultados que siguen. Es uno de estos sorprendentes contrastes el que hemos elegido como título; el que habla de sí mismo como de un gusano al principio del Salmo 22, es visto como Jehová de los ejércitos al final del Salmo 24.

La primera parte del Salmo 22 termina en la mitad del verso 21.

«Sálvame de la boca del león, y líbrame de los cuernos de los búfalos».

La primera frase del versículo es, pues, el último grito del Mesías sufriente. La segunda frase es su primera expresión de triunfo, cuando aparece, resucitado, para proclamar el nombre de Jehová a sus hermanos.

Así que primero tenemos el notable anuncio profético de los sufrimientos expiatorios de Cristo cuando murió, como el grano de trigo que cayó a la tierra. Después descubrimos la magnitud de la cosecha que resultará de esta siembra. La última parte del Salmo 22 muestra a Jehová recogiendo una cosecha de alabanza y de adoración que lo satisface.

El anuncio profético de los sufrimientos de la cruz se da con una plenitud solo igualada por Isaías 53. No hace falta que nos detengamos a subrayar cómo todo se cumplió con el más mínimo detalle, tal y como se recoge en los cuatro evangelios; otros se han detenido en el milagro que constituye la descripción exacta de todos los horrores físicos de la muerte por crucifixión, siglos antes de la invención de esta temida forma de pena capital. Repasaremos brevemente los diversos sufrimientos que se conjugaron en aquella terrible hora. Que lo hagamos con reverencia y adoración.

Descubría vastas extensiones de sufrimiento que le sobrevinieron, como resultado de la actividad de los hombres caídos y del espíritu del mal que los hizo caer. Los versículos 6 al 8 presentan de manera muy ilustrada el oprobio de los hombres que cayó sobre él. Este fue, en nuestra opinión, el menor de sus sufrimientos, ya que Hebreos 12 nos dice que «soportó la cruz, despreciando la vergüenza» (v. 2). Nada nos duele más que el oprobio y la vergüenza de nuestros semejantes, pero eso es solo porque son nuestros semejantes. Estaba infinitamente por encima de los que lo avergonzaban. En su Deidad y humanidad inmaculada estaba por encima de ellos, por lo que sus burlas no eran nada para él. Pero, por otra parte, los sintió con una agudeza que no podemos conocer. Despreció la vergüenza, pero la sintió según Dios.

En los versículos 12 y 13 tenemos la persecución de los judíos. Los líderes del pueblo lo atacaban con la fuerza y la ferocidad de los toros. Los fariseos militantes eran como fuertes toros de Basán, y, en la medida en que eran agentes especiales de Satanás allí, tenían el mismo carácter que él, el carácter de «león rapaz y rugiente».

Los versículos 14 y 15 describen sus sufrimientos corporales. No era el único a conocerlos, por supuesto. Los dos malhechores crucificados a ambos lados debieron compartirlos, como todos los que en algún momento fueron ejecutados de esta terrible manera. En lo que estaba solo era en su capacidad de sentir las cosas, pues su sensibilidad no había sido embotada por el pecado; todo estaba ajustado a la perfección. Y todo terminó «en el polvo de la muerte». El poder de la muerte es verdaderamente terrible para nosotros, lo era mucho más para él, pues conocía perfectamente la muerte como el juicio original de Dios impuesto al hombre a causa del pecado. Fue en esa muerte en la que él entró. Fue llevado allí por Dios.

También estaba la crueldad de los gentiles, descrita en los versículos 16 al 18. Fueron los soldados romanos los que cumplieron estos tres versículos. No tenían la ferocidad del toro, pues no tenían ninguna animosidad particular contra el Señor, pero carecían totalmente de decencia y de sentimiento. Eran como un perro impuro, una asamblea de malvados. Todo esto lo resentía profundamente.

Detrás de todo esto, detrás de la espada y el perro, estaba el poder de Satanás. Según Hebreos 2:14, es el diablo quien tiene el poder de la muerte; así que, cuando entró en la muerte, estaba entrando en la boca del león. De este modo, se enfrentó al diablo en la misma fortaleza de su poder. Así llegamos al final de la sección que anuncia sus sufrimientos.

Pero en este breve repaso de los sufrimientos hemos omitido hasta ahora lo que viene antes y es infinitamente más importante que todos ellos, que es de hecho el tema principal del pasaje. La copa de sus sufrimientos contenía elementos menores, pero el elemento principal era que estuvo abandonado por Dios. La expiación cumplida reside en el hecho que él fue cargado del juicio de Dios contra el pecado, hasta la muerte. Cuando llevaba el pecado, fue desamparado por Dios, que es santo, y que también debe habitar en las alabanzas de Israel y de muchos otros.

Este abandono es, como hemos dicho, el tema principal; es el tema de los primeros versículos. A continuación, el Sufriente recuerda cómo los padres fueron sostenidos y liberados en su hora de necesidad, lo que hace aún más sorprendente que sea abandonado en este momento supremo. Su desamparo se recuerda de nuevo en el versículo 11. Había sido dependiente desde el principio, sin desviarse nunca de esta actitud, por lo que tenía derecho más que todos los demás al apoyo divino, ya que todos los demás habían abandonado este apoyo. Era la hora de la angustia cuando más necesitaba la luz del rostro de Dios.

Siguen los versículos 12 al 18, en los que, como hemos visto, se relata la persecución por parte de los judíos, sus sufrimientos corporales, el poder de la muerte, la crueldad de los gentiles. Estas cosas se presentan en el versículo 19 como las razones por las que debería disfrutar del apoyo de la presencia de Dios, de modo que se recuerda el hecho de que fue abandonado.

Al observar esto, pronto queda claro que el hecho de que fue abandonado es el tema principal. Sus otros sufrimientos, por grandes que sean, se mencionan solo para que podamos comprender el dolor supremo de su abandono por parte de Dios. Los otros sufrimientos –el oprobio, la persecución de judíos y gentiles, e incluso el poder de Satanás– eran secundarios. Lo esencial de su obra expiatoria fue el hecho de que, al ser hecho pecado en la cruz, fue desamparado por Dios, murió como la Víctima. Dice: «Me has puesto en el polvo de la muerte» (v. 15) –esto no se considera obra de hombres malvados. Isaías 53 dice: «Cuando haya puesto su alma en expiación por el pecado» (v. 10). En ambos casos, el acto es de Dios. Los hombres desempeñaron su parte inicua, pero la gran cuestión era realmente entre él y Dios.

El pecado del hombre hizo necesaria la cruz. El pecado del judío y del gentil la erigió. Pero la obra en sí es totalmente divina. El Padre había enviado al Hijo para que fuera el Salvador del mundo, y la obra quedaba enteramente entre el Enviado y el que lo envió. Podemos alegrarnos de que así sea. Garantiza de una vez y para siempre todo lo que se realizó entonces.

El grano de trigo sembrado, habiendo caído en la tierra y muerto, comienza a aparecer la gloriosa cosecha que se recogerá. El «fruto» abundante que es para el propio placer de Dios aparece primero. La alabanza y la adoración se le deben legítimamente, ya sea que lo consideremos como el Dios creador, como Jehová del pacto, o como el Padre revelado en el Hijo. Lo que se le debe, lo obtendrá.

En la segunda parte del Salmo 22, vemos que Aquel que sufrió se convertirá en el conductor de la alabanza. Sin su muerte expiatoria, no habría alabanza. Cumplida su muerte, se presenta, resucitado, para proclamar el nombre de Dios, y así comenzar la alabanza y tomar la delantera, pues se dice: «En medio de la congregación te alabaré», y de nuevo: «De ti será mi alabanza» (v. 22, 25). Así, lo que fue presentado como un tipo por Asaf, Jedutún, Hemán y «sus hermanos, instruidos en el canto para Jehová» (1 Crón. 25:7), se ve como un antitipo en Cristo y sus redimidos.

El versículo 22 encuentra su cumplimiento hoy, como lo indica Hebreos 2. Nos ha anunciado el nombre de Dios como Padre, y en medio de la congregación –de los llamados a un privilegio y destino celestiales– dirige la alabanza. Las primeras notas del cántico que acabará por elevarse del gran coro universal de alabanza se están pronunciando hoy en la Asamblea de la tierra. Sí, “el cántico comenzado en la tierra”, y el carácter de este cántico es muy elevado, pues responde a la declaración del nombre del Padre; pero, por otra parte, lo cantamos solo con gran debilidad, pues la Asamblea en la tierra está en la debilidad.

Cuando la Asamblea ya no esté en la tierra, los que temen a Jehová se encontrarán todavía entre los diversos pueblos, especialmente entre los descendientes de Jacob o Israel. Estos, a su vez, lo alabarán y glorificarán, incluso en medio de las aflicciones que les sobrevendrán. El Señor Jesús fue por excelencia el sufriente, y encontrarán aliento en la forma en que fue escuchado, incluso en la muerte (v. 23-24).

También habrá «la gran congregación» cuando todo Israel será salvado, según Romanos 11:26. Cuando aquel que una vez dispersó a Israel lo haya reunido como un pueblo renacido, redimido, purificado y reunido, entonces su glorioso Mesías dirigirá la alabanza de Jehová y suscitará sus alabanzas, como indica el versículo 25. Aquí encontramos el comienzo de las alabanzas milenarias, hasta que todos los que buscan a Jehová lo alaben, y todas las tribus de las naciones se prosternen.

No solo se postrarán a sus pies todos los bendecidos y enriquecidos –de los que se habla como «los poderosos de la tierra»–, sino que también deberán postrarse ante él los que desciendan al polvo. Parece que tenemos aquí una alusión a las «ovejas» y «cabras» mencionadas en Mateo 25:31-46. En ese día, ya sea bendecidos o juzgados, los hombres tendrán que reconocer al Señor y darle gloria. Los que son verdaderamente «la posteridad» –el fruto y el resultado de la obra de su alma– lo servirán y serán contados como una nueva generación que entrará en el disfrute que Dios prometió a su pueblo en el principio. La antigua generación incrédula (véase Mat. 24:34) habrá desaparecido entonces, y la historia de los sufrimientos del Salvador será contada a los que nazcan en el Milenio, dando así lugar a nuevas alabanzas.

Así vemos que la cosecha de alabanza comienza en la Iglesia hoy y se extiende al mundo venidero.

El Salmo 23 muestra claramente la cosecha de bendiciones que cosechamos, como resultado de la muerte de Cristo. El que murió como víctima por nosotros, vive en la resurrección como pastor de nuestras almas. Al tener al Pastor vivo, lo tenemos todo. No solo el lobo “desear”, se mantiene a distancia, sino que tenemos satisfacción, restauración, justicia, consuelo y abundante provisión. La «bondad» y la «misericordia» son como dos perros guardianes fieles que siguen cada uno de nuestros pasos, mientras que ante nosotros está la Casa del Padre como nuestro hogar eterno.

Nuestro camino no estará marcado por la ausencia de pruebas, como deja claro el salmo. Por el contrario, se mencionan los enemigos, el mal e incluso la muerte. Este mundo se convierte en «el valle de sombra de muerte» para el santo.

Pero aquí observamos otro contraste sorprendente. Si queremos ver la muerte en toda su fuerza, como el poderoso juicio de Dios contra el pecado, debemos ir al principio del Salmo 22. Fue en el polvo de la muerte donde Jesús fue llevado por Dios mismo, cuando tomó ese lugar por nosotros y llevó nuestros pecados. Lo único que nos queda es la sombra de la muerte. A partir de esto nos aventuramos a una doble aplicación. En primer lugar, este mundo es para nosotros la sombra de su muerte. Murió en la tierra, y este hecho arroja su sombra sobre toda la escena, para todo corazón leal que lo ama. En segundo lugar, cuando el santo llega a la hora de la separación y de la partida para reunirse con Cristo, descubre que no ve la muerte como tal; es solo la sombra de la muerte lo que tiene que afrontar. La muerte fue enfrentada por él, por Cristo, hace mucho tiempo.

El Salmo 23 es tan conocido, y se ha dicho tanto sobre él, que nos contentaremos con estas pocas observaciones. Nos dirigiremos al Salmo 24, que nos muestra que Aquel que sufrió no es olvidado cuando se enumeran los resultados de su muerte. Va a recoger una cosecha de gloria.

Cuando el día milenario llegue finalmente, la tierra será manifiestamente de Jehová y el mundo entero le estará sometido. El monte de Jehová y su lugar santo serán elevados entre los hombres, y se plantea la cuestión de saber quién será apto para subir al uno o para estar en el otro. La respuesta se da en los versículos 4 y 5. La aptitud requerida es una aptitud moral. Estos lugares santos están reservados para los santos, aquellos que tienen las manos y el corazón puros, que se han guardado de toda vanidad y engaño. Los santos que entrarán en el Milenio serán tales de forma general. Serán la generación que busca a Jehová, la simiente que lo sirve y que es contada como una generación, como hemos visto en el Salmo 22. Pero hay Uno que era todo esto, no solo de manera general sino en lo absoluto –intrínsecamente, perfectamente y sin ninguna reserva.

Los corderos de la Pascua y todos los demás corderos utilizados para el sacrificio debían ser sin defecto. Su perfección los calificaba para ser utilizados así. En esto eran tipos. El Señor Jesús era el «cordero sin defecto y sin mancha» (1 Pe. 1:19). Si no lo hubiera sido, no habría podido sufrir como sacrificio por nosotros, como se describe en el Salmo 22. Su perfección lo calificó para bajar a la muerte por nosotros. También lo capacitó para subir al monte de Jehová.

Los últimos cuatro versículos del salmo lo presentan como subiendo a la colina de Jehová y entrando en su lugar santo. Es una espléndida escena milenaria; los lugares santos, tal como los describe Ezequiel (cap. 40-48), pasan ante la visión profética del salmista. En lugar de ser interpretado, este pasaje se toma a menudo para aplicarlo a la entrada de nuestro Señor en la gloria celestial. Esto se admite fácilmente porque él fue glorificado «enseguida» en la presencia de Dios, según sus propias palabras en Juan 13:32. Pero es, estrictamente hablando, la gloria pública venidera lo que está a la vista. No es suficiente que él sea glorificado en privado (en relación con este mundo); también debe tener una gloria pública. Y más especialmente, debe ser abundantemente glorificado en el mismo escenario donde fue públicamente deshonrado. Cuando se levanten las puertas eternas, él entrará, no solo como aquel en quien se encuentra toda perfección moral, sino también como el Rey de gloria.

La pregunta «¿Quién es este Rey de la gloria?», se repite dos veces y se da una doble respuesta.

En primer lugar, él es «Jehová fuerte y valiente, Jehová el poderoso en batalla» (Sal.24:8). Él vendrá simplemente de sus victorias –esas victorias predichas en el Salmo 2, cuando se reirá de los reyes de la tierra y de los príncipes, cuando romperá las naciones rebeldes con una vara de hierro y las hará pedazos como una vasija de alfarero. Pero Aquel que luego ascenderá triunfante a la victoria, es Aquel que sufrió y fue desamparado para ganar una victoria de otro tipo en la cruz.

Por lo tanto, podemos hacer una aplicación de estas palabras, más que una interpretación, y decir cómo, en el pasado,

Por la debilidad y la derrota
Ganó el título y la corona
Pisoteó a todos nuestros enemigos bajo sus pies,
Siendo él pisoteado.

 

Es porque se mostró fuerte y poderoso de esta manera que entrará en su gloria.

Pero hay una segunda respuesta. Él es el «Jehová de los ejércitos» (Sal. 24:10), pues otros están asociados a él. Apocalipsis 19:14 nos muestra que, cuando él salga como guerrero para el juicio, lo seguirán los ejércitos del cielo –sus santos celestiales que serán como él y compartirán sus triunfos. Verá en ellos el fruto del trabajo de su alma.

Comenzamos señalando que hay muchos contrastes en estos Salmos, incluyendo el tomado como título de este artículo. Concluiremos señalando algunos otros:

En el pasado, todo era para él oprobio, despreciado e indiferencia. Al final, aparecerá como el Rey de gloria.

Apareció como el que era dependiente, confiando en Jehová que le dio confianza en los pechos de su madre. Sin embargo, será manifestado como Jehová fuerte y poderoso en la batalla.

Fue desamparado por Dios, y por los hombres, pues tuvo que decir: «No hay quien ayude» (22:11). Entonces aparecerá rodeado de los ejércitos de sus redimidos, estando él, Jehová de los ejércitos, entre ellos.

En otro tiempo, él tomó el lugar del abandono fuera de la puerta. Más tarde, entrará el Rey de gloria.

Dios será alabado (Sal. 22).

Los santos serán guardados por el pastor (Sal. 23).

Por último, sobre todo, Jesús será abundantemente cubierto de gloria (Sal. 24).

Que Dios apresure el día en que el Rey de gloria entrará.

(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 27, 1935, páginas 104)


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