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Sin compromiso
Un mensaje a los jóvenes cristianos — 1 Reyes 13:1-19, 23-25, 30-32
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Lo que os tengo que decir se puede resumir en dos palabras: “Sin compromiso”. Hoy en día no es así, ya que entre los hombres la mejor manera de llegar a un acuerdo es a través del compromiso. Si partimos de pensamientos bastante distantes, podemos acercarnos poco a poco, mientras que si uno mantiene su punto de vista y el otro el suyo, las diferencias serán irreconciliables. El compromiso es la fuente de mucho éxito en los negocios y la política, pero es el secreto del fracaso en las cosas de Dios. Si ustedes quieren tener éxito en este ámbito, deben buscar el camino divino y ceñirse a él sin una sombra de compromiso. Recuerden esa palabra en 2 Corintios 6 donde el apóstol Pablo quiere que los corazones de los creyentes se ensanchen, y luego tiene este pasaje muy llamativo que comienza: «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (v. 14). Les había hablado con maravillosa delicadeza de varios temas en la Epístola anterior. Había dado mucha información personal en los primeros capítulos de la Segunda Epístola. Había encontrado lo que les animaba, pues veía señales de la obra del Espíritu Santo, y sentía que ahora podía decirles cuál era el origen de todos sus problemas. ¿Por qué habían sido tan vacilantes en los grandes puntos fundamentales de la doctrina? ¿Por qué esta grave inmoralidad en su seno? ¿Por qué esta introducción en su asamblea de los métodos y formas de los gentiles? La razón es que tenían sus lazos con el mundo, en gran medida sin cortar. Su separación estaba fallando. En lugar de ser como un cable eléctrico bien cargado de electricidad celestial y aislado del mundo, la separación se había roto y la energía se filtraba. Estaban permitiendo en medio de ellos muchas de las cosas malas del mundo con las que se estaban comprometiendo. Podría recurrir a este versículo de Efesios 5:11: «No participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino antes reprendedlas». El cristiano debe ser inflexible cuando se trata del pecado, el mal o el mundo.
Tenemos maravillosas ilustraciones de esto en el Antiguo Testamento. El hombre que defiende a Dios es el que adopta una actitud intransigente ante el mundo. Enoc es quizás el primer gran ejemplo. Sabemos que vivió algo más de un tercio de la duración de la vida humana en la era antediluviana. Sus días fueron muy cortos comparados con los de sus contemporáneos, y caminó con Dios. Pero cuando llegamos al Nuevo Testamento, encontramos que este hombre era un testigo inflexible. El mundo se convirtió en un lugar bastante difícil de vivir para Enoc. ¿Se ha fijado en Hebreos 11: «Por la fe Enoc fue trasladado para no viese la muerte»? (v. 5). Lo he leído muchas veces antes de darme cuenta de que era algo extraordinario. En el curso normal de las cosas, habría tenido la esperanza de vivir otros 500 o 600 años. Creo que, si no se lo hubieran llevado, lo habrían matado por decir tales cosas en aquellos días sin ley, en que la corrupción y la violencia llenaban la tierra. Les dijo que el Señor venía en medio de sus santas miríadas para ejecutar el juicio. Este es el hombre de fe y fidelidad inflexible que deja su huella para Dios. Compare a Abraham con Lot, y tiene la cosa presentada casi a la perfección. Lot se convierte en una advertencia, mientras que Abraham es llamado «amigo de Dios» (Sant. 2:23).
En el incidente que hemos leído esta noche, un hombre de Dios sin nombre es llamado a dar testimonio en una gran crisis en la historia de Israel. La división entre las dos tribus y las diez acababa de consumarse. Jeroboam, con una buena dosis de previsión mundana, podría haber dicho: “Después de todo, la religión es una fuerza muy poderosa y, a pesar de todo el sentimiento que ha despertado la tiranía de los días de Salomón, después de todo, la ira no arde para siempre. Los viejos lazos se afirmarán, y la atracción de la antigua relación, y los corazones de mi pueblo volverán a este rey que es del linaje de David. Sobre todo, están las fiestas a Jehová a las que se supone que todo varón debe ir. ¿Puedo dejarlos ir y entrar bajo la influencia de la gran casa que construyó Salomón? No es políticamente correcto. Debo encontrar la manera de desviarlos a un nuevo centro” (véase 1 Reyes 12:26-27). Así que colocó los becerros en Betel y Dan. Lo hizo de una manera muy eficaz. Dice: «He aquí tus dioses, oh Israel» (1 Reyes 12:28). Falsos dioses. Hizo una casa –un templo falso. Puso sacerdotes –falsos sacerdotes. Ordenó un banquete, un falso banquete. Había falsos sacrificios, un falso altar y falso incienso. Hizo que las mentes de toda la gente se volvieran hacia estas cosas falsas. Fue una gran crisis. La mayor parte de Israel se alejó totalmente del verdadero Dios.
Dios llamó a un hombre desconocido. Nótese que no todos los profetas son llamados hombres de Dios. No se trata de un individuo cualquiera, aunque no se da su nombre. Tenía instrucciones específicas de no comer pan ni beber agua, y de no volver por donde había venido. Debía aparecer como un meteorito en el cielo, caer y entregar su mensaje, y no tener comunión con la cosa maldita. No comas pan ni bebas agua. No vuelvas por el mismo camino, donde podrías encontrarte con alguien que te reconociera por haber estado allí un día o dos antes. Tuvo que entrar directamente en el avispero. Tenía que entregar su mensaje sin ningún tipo de compromiso, y marcharse.
1 - La primera prueba
Ahora, fue puesto a ruda prueba. Creo que veréis cómo la prueba se divide en cuatro etapas. La primera prueba, que fue muy grave, fue cuando se presentó de repente en presencia de Jeroboam, que estaba allí junto al falso altar, y pronunció su mensaje. Dios iba a levantar, en días venideros, a un individuo de la casa de David, cuyo nombre (Josías) fue dado, y él profanaría ese altar. Los huesos de los hombres que quemaban incienso allí serían quemados en el altar. Profetizó muy explícitamente la desgracia total y el derrocamiento de esta cosa idolátrica que había hecho Jeroboam. Llegó la primera prueba. Jeroboam era un hombre enérgico. Había liderado una revuelta casi inmediatamente después de los días felices de Salomón, y debía ser un hombre de carácter fuerte. Dijo: «¡Prendedle!» (1 Reyes 13:4). Aquí está el hombre de Dios absolutamente indefenso en presencia del gran rey. Ahora tiene que enfrentarse a la violencia del mundo. Es una gran prueba. Más de un hombre bueno se ha encogido de hombros. La violencia del mundo suele ser la primera prueba. Pues bien, el hombre de Dios no se echó atrás. El poder de Dios estaba claramente con él. Jeroboam extendió su mano, pero encontró su brazo paralizado. Todo vestigio de fuerza había desaparecido de esa extremidad. El rey se quedó allí absolutamente impotente para llevar su brazo a su lado. En un instante, el rey estaba a los pies del profeta, rogándole que pidiera a Jehová que quitara esta plaga. El profeta se ha enfrentado con éxito a la tormenta que ha surgido de la violencia del mundo. Podemos ser llevados a estar en presencia de la violencia del mundo, y muy a menudo nos da fuerza en lugar de privarnos de ella. Recuerdo a un siervo de Dios hablando de un joven que se había convertido. Sus antiguos amigos, a los que se lo contó, le enseñaron el puño y le dijeron: “Te lo vamos a sacar de la cabeza”. Él respondió: “Lo intentaron, pero no lo sacaron; al contrario, lo reforzaron». Fue fortalecido, y la violencia del mundo no lo sacudió.
2 - La segunda prueba
Unos minutos después, el profeta se somete a una prueba más severa. El versículo 7 es la protección del mundo. Ahora que el profeta ha establecido algún derecho sobre el rey al curarlo, la situación cambia. El rey dice: «Ven conmigo a casa, y comerás, y yo te daré un presente». Ahora, hombre de Dios, ¡presta atención! Sí prestó atención. Esto dio lugar a la sorprendente declaración: «Aunque me dieras la mitad de tu casa, no iría contigo» (v. 8). El mundo ahora lo halaga y le sonríe. “Ven y te sientas a mi mesa real” dice Jeroboam, “te daré una recompensa”. Esto es algo muy difícil de rechazar, y sin embargo se negó. Ha superado la prueba. El mundo a veces se vuelve contra nosotros y quisiera tratarnos con gusto como amigos. Es mucho más difícil. Muchos cristianos habrían caído en la prueba del apóstol Pablo en Hechos 16. Una sirvienta con espíritu de pitonisa se adelantó y, con aparente justicia, halagó a los apóstoles, diciendo: «¡Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, que anuncian el camino de salvación!» (v. 17). Fue una buena publicidad del diablo, pero la publicidad del diablo no ayudará a la obra de Dios. Ningún siervo de Dios será ayudado por ello. Si le entrevistaran para un determinado puesto de trabajo y en ese momento viniera un hombre de dudosa reputación y le dijera: “Hola, amigo, bienvenido”, sus posibilidades de ser contratado se esfumarían. El empresario se diría: “Tiene muy mala compañía”, y no conseguiría el trabajo. De la misma manera, la protección del diablo no es buena para usted ni para mí.
3 - La tercera prueba
Ahora, en el versículo 15, tiene la tercera prueba, por el viejo profeta, que repite la invitación del rey casi con las mismas palabras. «Ven conmigo a casa, y come pan». Esta es la prueba de las asociaciones religiosas. He aquí un profeta, un hombre que brilla en el ámbito religioso, un hombre que, tomándolo al pie de la letra, habla en nombre de Dios, y sin embargo permanece sereno en medio de toda esta idolatría, pues no oímos que haya pronunciado una palabra de protesta. Tal vez en su corazón y en su mente no le gustaba, pero está bastante claro que no dijo nada en contra. Podemos preguntarnos si, en medio de todas estas cosas, se preocupaba mucho por su Dios. Envía un mensaje al hombre de Dios para que entre en su casa y coma pan. Soy religioso. No soy un rey idólatra. Una vez más, el hombre de Dios resiste la tentación. Se encuentra en presencia de esta nueva prueba de asociaciones religiosas. Es una prueba que se nos presenta una y otra vez. “Es por una buena causa”, dicen; “es religioso”. Cuidado con la comprometiente religión mundana. Una vez más, por gracia, el hombre de Dios sacude la cabeza y dice: «No». No es tan nítida y clara como la forma en que se dirigió al rey. Le dice al viejo profeta: «No podré volver contigo», como si le hubiera gustado hacerlo. No dijo: “No quiero”, como si su voluntad estuviera realmente comprometida. Fue como si hubiese dicho al hombre religioso: “Puede que no lo haga. Sería muy bonito, pero no estoy libre para hacerlo”.
4 - La cuarta prueba
Se niega hasta que el viejo profeta, con sus artimañas, dice una vez más (v. 18): «Yo también soy profeta como tú, y un ángel me ha hablado por palabra de Jehová, diciendo: Tráele contigo a tu casa, para que coma pan y beba agua». Pero le mintió. El hombre de Dios es puesto a prueba por alguien que pretende estar en el mismo terreno religioso que él: la falsa imitación religiosa. Aquí había un hombre que tenía todos los atributos externos de un verdadero profeta. “Soy cristiano, como tú”, dicen: “Soy muy feliz aquí. Puedo establecerme entre esta gente. Tengo palabras del Señor. He tenido una revelación”. Estaba mintiendo. Uno se pregunta si estaba mintiendo conscientemente. Quizás fue víctima de las ilusiones. No vio un ángel del cielo. Tal vez era un demonio, un ángel caído. Seguramente el hombre de Dios debería haber respondido: “Dios nunca se retracta de sus instrucciones”. Nunca inicia una empresa sin prever todas las eventualidades, y en medio de ella, cancela su programa. Dios comienza previendo todo, y sus instrucciones desde el principio se mantienen hasta el final. Debería haber sabido que lo que Dios empieza, lo lleva a cabo. Atrapado en esta imitación religiosa, el hombre de Dios cayó. Dios intervino, y utilizó esos labios mentirosos para decirle al hombre de Dios su destino –un destino terrible en el gobierno de Dios. Dios nos advierte con ejemplos solemnes. Hay varios ejemplos de ello: Acán en los días de Josué, al principio de la conquista de la tierra; y Ananías y Safira al principio de la historia de la Iglesia. Aunque el hombre de Dios fracasó en la cuarta prueba, le agradó a Dios en su gobierno hacer un ejemplo de él, para que tú y yo aprendiéramos la lección de que no debemos comprometernos. Tengamos mucho cuidado cuando el compromiso os llegue a través de la imitación religiosa. Puede ser alguien que era como el viejo profeta de Betel. Tal vez una vez fueron verdaderos profetas del Señor, pero han retrocedido y se complacen terriblemente en desviar a los demás. Se sienten más cómodos en sus mentes si pueden llevar a los demás al camino del compromiso. Puede que algún pobre santo recalcitrante le ponga a prueba de esta manera, o quizás –no quiero pronunciarme sobre el viejo profeta de Betel– alguien que solo hace una profesión religiosa.
Ha escuchado mucho de la verdad y el desarrollo de la Palabra de Dios. Mi llamamiento es el siguiente: Si desea ser para el Señor y tomar partido por él, tenga cuidado de no dejarse llevar por el camino del compromiso. Cuando vaya por el mundo, los hombres le dirán: “Sabemos tanto como tú. Somos verdaderos cristianos como tú”. Sin embargo, siguen con el mundo, aprobando el mundo, hablando las cosas que al mundo le gustan, introduciendo esas cosas falsas que arrasan con el verdadero cristianismo. Por la gracia de Dios, dejemos que el “no compromiso” sea nuestra consigna. Sé obediente a las instrucciones que Dios nos ha dado en su Palabra. La obediencia habría salvado al hombre de Dios que venía de Judá.
(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 20, 1928, páginas 150)