La desilusión y su remedio


person Autor: Frank Binford HOLE 114

flag Tema: La desilusión


1 - Introducción

La desilusión es una de las causas más fecundas de desánimo entre los cristianos, con las consiguientes consecuencias que conllevan, a saber, la decadencia del alma y la deriva en el mundo; y es de temer que hoy esté obrando poderosamente en muchas direcciones.

En tiempos de avivamiento, cuando el Espíritu de Dios está evidentemente actuando, es relativamente fácil para el creyente moverse felizmente en la dirección correcta. Se encuentra arrastrado por la corriente del entusiasmo espiritual y animado por cada contacto con otros creyentes. Pero, por otra parte, cuando, como ocurre siempre, la temporada de avivamiento empieza a decaer, cuando el poder del mal vuelve a manifestarse dolorosamente, y el torrente de prosperidad da paso al retorno de la adversidad, entonces suele aparecer la depresión, acentuada aún más por las altas y a menudo injustificadas expectativas, engendradas por el éxito anterior.

En la actualidad [1], se ha instalado un período de profunda depresión, que abarca prácticamente todos los países protestantes y, especialmente, los de habla inglesa. El declive es ampliamente reconocido, ya que ha reducido las congregaciones en todas partes, y se han acumulado grandes déficits misioneros en personas y medios económicos. Sus raíces, sin embargo, son más profundas y radican en la pérdida de un contacto de fe con Cristo, lo que ha llevado a que se derrame sobre nosotros una avalancha de enseñanzas falsas y destructivas, unidas a una mundanidad caracterizada. Como resultado, asistimos al desánimo y a tristes deserciones en muchas direcciones.

[1] Primera mitad del siglo 20.

Vivimos en la dispensación en la que Espíritu Santo habita en la tierra. Fue precedida por la breve dispensación del Hijo de Dios, encarnado, en la tierra. En los últimos años, se han acumulado los acontecimientos públicos más memorables de la historia de este mundo. Han suscitado las más altas expectativas en algunos corazones, y luego los han abrumado con la más profunda consternación. Lucas 24:13-25, nos ofrece un relato conmovedor de las experiencias internas de 2 de esas personas, revelando las causas de su decepción y mostrando el remedio. Aprendamos de su historia.

Los 2 discípulos de camino a Emaús se alejaban claramente del centro de las operaciones divinas en aquel momento –Jerusalén. Se alejaban porque estaban desanimados, y desanimados porque estaban decepcionados de la manera más profunda. No podemos imaginar las expectativas que había en sus corazones por la llegada del Mesías de Israel. Ante sus ojos parecían tomar forma visiones de emancipación del yugo romano, de renovación nacional, de gloria y esplendor bajo la égida del Hijo de David, en las que esperaban participar en no poca medida. «Nosotros esperábamos que él era el que debía liberar a Israel» (24:21). Ahora bien, esta visión se había desvanecido súbitamente, pues en lugar de subir al trono de David para derrocar a César, había sido levantado por los soldados de César en la cruz donde Barrabás debería haber sido puesto, y todo el pueblo había hecho pesar el yugo de César sobre su cuello con más firmeza que nunca, y eso públicamente, diciendo: «No tenemos más rey que César» (Juan 19:15). El corazón triste e incapaz de resolver el enigma que presentaban por una parte sus derechos, que ellos aceptaban, y por otra, su repentino y sorprendente eclipse, Cleofás y su compañero estaban a punto de abandonar su discipulado y volver a casa.

«Jesús mismo se acercó y caminaba con ellos» (v. 15). Al principio solo les hizo 2 preguntas que sirvieron para describir la historia de su decepción e infelicidad. Pero esto también mostró cómo podía poner su dedo infaliblemente en la raíz de su problema, diciendo: «¡Oh hombres sin inteligencia, y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas!» (v. 25).

Observemos aquí 2 hechos:

En primer lugar, el desánimo de los creyentes se debe a que albergan falsas expectativas que no están justificadas por la Palabra de Dios.

En segundo lugar, tales expectativas injustificadas son mantenidas por los creyentes porque las basan en una visión parcial de las Escrituras y no en «todo lo que dijeron los profetas».

¿No había ningún pasaje de las Escrituras que justificara la creencia en un Mesías que vendría con poder y gloria para liberar a Israel de todo yugo? Ciertamente lo hubo. Se podrían citar multitud de pasajes de este tipo; pero había otros que hablaban de un Mesías humillado, despreciado y rechazado por los hombres, cortado a causa de las iniquidades del pueblo de Dios, y no les hicieron caso. Deslumbrados por los pasajes que hablaban de su gloria, los demás les parecían confusos, misteriosos y oscuros, y se apresuraban a ignorarlos con el pretexto de que eran difíciles de explicar y no tenían ningún interés o beneficio particular. Nunca se les ocurrió que Cristo pudiera primero «padeciese estas cosas» antes de entrar «en su gloria» (v. 26).

Han pasado cerca de 2 milenios desde que Cleofás y su amigo siguieron su triste camino, pero las grandes líneas de su historia siguen siendo vividas por multitudes de cristianos decepcionados.

“Poco después de mi conversión”, dice uno, “busqué y pensé que obtendría una satisfacción total». Reclamaba la acción del “fuego purificador” y creía que el pecado en mí estaba totalmente erradicado. Sin embargo, con el tiempo, descubrí para mi profundo dolor que seguía vivo y activo en mí. Y desde entonces, mi apego a Dios ha sido tan débil. Apenas sé si soy salvado o no.

“Antes era un cristiano serio y trabajador, con un gran celo por las misiones”, dice otro. “Creía plenamente en el advenimiento de un milenio tal y como se describe en la Biblia, y la idea de que el Evangelio triunfara y avanzara de conquista en conquista hasta alcanzar ese objetivo me llenaba de entusiasmo. Sin embargo, últimamente me he dado cuenta de que el número real de conversos, por no hablar de los verdaderos conversos, no sigue el ritmo del aumento de la población mundial. Peor aún, los triunfos reales del Evangelio en los países paganos se ven compensados con creces por los triunfos de la levadura del racionalismo y el ritualismo en los países cristianizados. No tengo palabras para describir mi desilusión. Estoy completamente desanimado”.

“Hace años”, dice un tercero, “me vinculé a un movimiento religioso que creía que iba a obrar una verdadera liberación dentro de la cristiandad. Mi alma fue muy bendecida cuando se me presentó la verdad redescubierta en la Palabra de Dios después de un largo olvido. Y pensé que, efectivamente, había encontrado la “iglesia modelo”, establecida sobre los fundamentos primitivos y apostólicos, que se convertiría en un punto de encuentro para los cristianos de todo el mundo. Pero hoy, ¿cómo se ha empañado el oro fino? ¿Dónde está mi iglesia modelo? La confusión eclesiástica parece ser total, y todo intento de manifestar la unidad y el orden que debería caracterizar a la Iglesia ha terminado en desorden y fracaso. Estoy harto y muy deprimido”.

Se podrían citar muchas otras quejas tan dolorosas, pero solo ilustrarían, como las anteriores, los efectos desastrosos de tener expectativas que no están justificadas por la Escritura en su conjunto.

¿No hablan las Escrituras de la liberación del pecado y de su castigo? ¿No habla del “fuego del afinador», y no tenemos la promesa de ser bautizados con fuego además del Espíritu Santo? ¿No dice que «el pecado no se enseñoreará de vosotros»? (Rom. 6:14).

Leemos todas estas cosas, y más. Pero no olvidemos que: «Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos» (1 Juan 1:8), y que incluso el apóstol Pablo, después de una estancia en el tercer cielo, tenía necesidad de una espina en la carne para evitar que la carne en él se “hinchara” de orgullo. Tomando en consideración todas las Escrituras, aprendemos que es el propósito de Dios que un creyente pueda, en este mundo, ser liberado del poder del pecado. Y estamos protegidos del desastroso error de creer que ya estamos liberados de la presencia misma del pecado, con la consiguiente desilusión y naufragio.

Una vez más, las Escrituras proféticas son indudablemente muy ricas en predicciones de un maravilloso tiempo de bendición para esta tierra, comúnmente llamado el milenio. Cristo extenderá su dominio sobre todas las naciones. Se producirán poderosos movimientos espirituales. Una nación “nacerá en un día”. Los miembros del pueblo de Israel serán “todos justos” y, en todo el mundo, florecerán la rectitud y la paz.

Pero no olvidemos la significativa afirmación de que «cuando tus juicios estén en la tierra, los habitantes del mundo aprenderán la justicia» (Is. 26:9). O la declaración de Pedro en el Concilio de Jerusalén de que el plan divino para la época actual es sacar, de las naciones gentiles, un pueblo para el nombre de Cristo (véase Hec. 15:9).

¿Y qué hay de la multitud de cristianos tan tristemente afligidos por su propia incapacidad y la de sus hermanos y hermanas en la fe en lo que concierne la asociación en el servicio cristiano o en la comunión? ¿Qué creyente que ama sinceramente al Señor Jesús no se encuentra en medio de los escombros de las “denominaciones”, “asambleas”, “comunidades”, “sociedades” u otras asociaciones eclesiásticas? –Que hayan sido fundadas originalmente sobre bases bíblicas o no. En algunos casos, la desintegración visible ha producido solo fragmentos. En otros casos, aún peores, se ha conservado la unidad externa a costa de la pureza. La decadencia y la corrupción crecen a gran velocidad en su seno. ¿Qué hay de las brillantes anticipaciones concebidas, tan despiadadamente disipadas? ¿Qué podemos decir?

De la boca de Cleofás, en nuestro relato, ha salido una frase reveladora. «Esperábamos», dice, «que él era el que debía librar a Israel». Está claro que la redención y la gloria de su amada nación ocupaban el lugar más alto en sus pensamientos. Leía las Escrituras e Israel era el gran tema para él, con el Mesías como siervo, dado por Dios, de la grandeza de Israel. Este es el orden de su importancia relativa en sus pensamientos: Israel primero, el Mesías después. ¡Un gran error, fuente de profunda confusión!

¿Es posible que muchos de nosotros hayamos cometido el mismo error de principio? ¿Las “causas” han absorbido demasiado nuestra atención, hasta que insensiblemente hemos formado pequeños “Israel” de nuestra propia fabricación, cuya prosperidad se ha vuelto más querida para nosotros que cualquier otra cosa? Desde Pentecostés, ha habido muchos movimientos distintos animados por el Espíritu de Dios, inicialmente de origen celestial, y puede que nos hayamos visto arrastrados por la corriente de uno de ellos. Muchas veces los santos se han preocupado tanto por un movimiento que se han aferrado a él, mientras su fuerza vital se agotaba y desaparecía. ¡El movimiento eclipsó al Maestro! ¿Fue así para nosotros?

Sin embargo, hay, gracias a Dios, un remedio, claramente indicado en el pasaje de la Escritura que tenemos ante nosotros. En nuestro análisis, parece estar compuesto por tres ingredientes, que consideraremos por separado.

2 - Todas las Escrituras

Este punto es de suma importancia, ya que se subraya nada menos que 3 veces en el espacio de unos pocos versículos (v. 25-27): «Todo lo que dijeron los profetas», «Todos los profetas», «Todas las Escrituras» son las expresiones utilizadas. Debemos evitar el favoritismo en nuestra lectura de la Escritura –la lectura constante de algunos pasajes y la ignorancia casi total de otros.

También debemos evitar los prejuicios en nuestras interpretaciones de las Escrituras. «Ninguna profecía de la Escritura se puede interpretar por cuenta propia» (2 Pe. 1:20) –es decir, que no debe interpretarse como un pasaje aislado, sino con referencia a todo el testimonio de la Escritura, del mismo modo que el significado de una pequeña figura insertada en una esquina de un gran cuadro de un famoso maestro puede determinarse con mayor precisión mediante el conocimiento de la idea central del cuadro y de la propia pintura en su conjunto.

Incluso más importante que todas las Escrituras,

3 - Cristo

Como tema y centro de toda la Escritura, pues «les interpretó en todas las Escrituras las cosas que a él se refieren». No concernían a “Israel”, sino a “él mismo”. ¡Qué revelaciones fueron hechas a sus asombrados corazones durante el resto de su viaje! ¡No es de extrañar que sus corazones ardieran dentro de ellos!

Así que, después de todo, no todo estaba perdido, aunque la redención de Israel pareciera posponerse indefinidamente. Es Cristo, y no Israel, el centro glorioso de todos los propósitos de Dios. En el curso de esta maravillosa exposición de toda la Escritura, se ha considerado ciertamente Isaías 49:5-6: «Para congregarle a Israel (porque estimado seré en los ojos de Jehová, y el Dios mío será mi fuerza); dice: Poco es para mí que tú seas mi siervo para levantar las tribus de Jacob, y para que restaures el remanente de Israel; también te di por luz de las naciones, para que seas mi salvación hasta lo postrero de la tierra». El tema de cualquier discurso basado en este pasaje de la Escritura debe ser necesariamente: “No Israel, sino Cristo”.

Una cosa más era necesaria para Cleofás y su compañero antes de que la curación de su decepción fuera completa. Su viaje terminó en la tranquila casa de Emaús, y en la cena, cuando el invitado ocupó de repente el lugar del anfitrión y partió el pan, sus ojos fueron abiertos y lo reconocieron mientras desaparecía de su vista. Aquí encontramos lo más importante,

4 - Cristo resucitado

Conocido por la fe como punto de encuentro de su pueblo

En efecto, habían perdido a su Mesías como lo habían conocido antes en carne y hueso. Ahora lo veían por primera vez en las nuevas condiciones de resurrección en las que había entrado, y esta primera visión los transformaba por completo. Por su enseñanza acababan de ver que él mismo era el tema de toda la Escritura. Pero, aunque le escuchaban y su corazón ardía dentro de ellos como resultado, solo le veían con sus ojos naturales y no le conocían. Ahora desaparece de su vista, y lo conocen por la fe. ¡Qué cambio!

Fue entonces cuando su decepción se convirtió en gozo. En lugar de que todo desapareciera, todo estaba asegurado. Su noche de llanto había terminado. Sus almas estaban bañadas en la luz que brillaba del Resucitado. Su Sol no se había puesto bajo un cielo tormentoso para no volver a salir, como habían imaginado. Solo había sufrido un eclipse momentáneo, a favor de ellos, y ahora había salido de la sombra para no volver jamás. Su descubrimiento los transformó. Curada su decepción, no continuaron su deriva durante una hora más.

«Y levantándose al instante, volvieron a Jerusalén y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos… Ellos contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo lo reconocieron cuando partió el pan. Mientras hablaban de estas cosas, él se puso en medio de ellos y les dijo: Paz a vosotros» (v. 33-36).

El descanso y el gozo que llenaban sus corazones en aquel momento pueden ser hoy parte de todo creyente decepcionado, pero solo de la misma manera. Cristo, y solo Cristo, es el objeto de los pensamientos de Dios. Su propósito, por tanto, no es hacer a los santos conscientemente santos y satisfechos de sí mismos, sino conscientemente débiles en sí mismos y satisfechos de Cristo. Su objetivo en el mundo no es la mera filantropía mediante movimientos de conversión a gran escala, sino la elección entre las naciones de un pueblo para Cristo. No le preocupa hoy la construcción de la unidad eclesiástica –ya que esta se ha derrumbado definitivamente–, sino levantar a Cristo como punto de encuentro ante la fe y el amor de su pueblo, para que, convirtiéndose en una realidad viva, sea engrandecido entre los suyos, ya sea con la vida o con la muerte. A medida que esto ocurra, se realizará una gran medida de unidad –la unidad del Espíritu–, aunque quizás no se exprese eclesiásticamente en la forma debida, ya que esta unidad formal se deteriora constantemente, según el gobierno de Dios.

Formemos, pues, querido lector cristiano, cuidadosamente nuestras expectativas a la luz de toda la Escritura, y dejemos que Cristo, su gloria, su fama, sus intereses y, sobre todo, la excelencia del conocimiento de él mismo sean la porción en la que encontremos nuestra satisfacción. Entonces avanzaremos a través de las circunstancias más difíciles con valor y gozo hasta alcanzar la meta radiante, cuando…

“Todo rastro de pecado será eliminado,
Todo el mal será eliminado;
Y moraremos con el Amado de Dios
En el día eterno de Dios”.