Ánimo a los padres


person Autor: Frank Binford HOLE 114

flag Temas: La familia Personas del Nuevo Testamento


1 - Los hijos heredan la carne de los padres

Ser padre nunca es fácil. Ser un padre cristiano es algo aún más serio y cargado de responsabilidad, como sin duda saben aquellos de nuestros lectores que se encuentran en una relación de este tipo.

Tomemos el caso de los padres cristianos con hijos pequeños. Cuando miran a sus pequeños queridos, se dan cuenta de que son los padres de su carne –si podemos adoptar ligeramente la expresión de Hebreos 12:9– y que, por herencia, sus hijos poseen la misma naturaleza caída que saben que hay en ellos mismos, con probablemente una fuerte inclinación a las pasiones y pecados que saben, para su dolor y vergüenza, que se han desarrollado particularmente en su propio caso. Por sí mismos, han tenido la feliz experiencia de la gracia de Dios y la obra regeneradora del Espíritu Santo en ellos; por lo tanto, poseen la nueva naturaleza, y por el Espíritu que se les ha dado como creyentes, saben que están «en Cristo». Sin embargo, todavía no pueden afirmar nada de esto en sus hijos, y son muy conscientes de que el nuevo nacimiento y la fe en Cristo no se transmiten de padres a hijos. Esta es la situación: una situación que tiene mucho que ver con los ejercicios profundos y serios del corazón.

No es raro observar con asombro el espectáculo de jóvenes que se vuelven notoriamente impíos, aunque provengan de hogares eminentemente piadosos; y a veces se sugiere, siguiendo los argumentos e insinuaciones de los tres amigos de Job, que esto se debe a algún pecado grave, o a alguna deficiencia seria en la educación de los padres. Pero uno ya no se sorprende si recuerda lo que acabamos de decir sobre la presencia de la carne, –y también que aquellos que, sin la conversión, se habrían convertido en los peores pecadores, mientras que una vez convertidos, se convierten en los más devotos santos. Los hijos heredan la naturaleza adámica de sus padres, con, probablemente, una acentuación de uno o más rasgos feos particulares que, sin la gracia de Dios, habrían sido prominentes en sus padres; así será hasta que la gracia intervenga también para ellos.

2 - Expectativas de los padres

Pero, ¿tienen los padres cristianos alguna razón para esperar realmente esa intervención de la gracia? En medio de sus ejercicios e incluso de la angustia de su corazón, ¿pueden descansar en la expectativa confiada de una obra de Dios que a su debido tiempo obrará una liberación grande y salvadora para sus amados hijos?

Podemos responder a esta importante pregunta refiriéndonos a los relatos evangélicos y señalando las siete ocasiones en que el Señor Jesús fue abordado por un padre o una madre en favor de un niño. Estas ocasiones son las siguientes:

2.1 - La hija de Jairo

La hija de Jairo: El caso se recoge en Mateo 9, Marcos 5 y Lucas 8. La hija tenía doce años; por tanto, estaba entrando en la edad de la responsabilidad; el padre, un líder de la sinagoga; el desastre inminente era el de la muerte. En su aflicción, Jairo encuentra su recurso apelando al Señor. Es escuchado y, sin embargo, la inminente catástrofe no es evitada de la manera que, sin duda, él esperaba con más o menos fe. Las circunstancias conspiraron para hacer obstáculo, y el Señor no cambió las circunstancias. Sin embargo, el llamamiento de Jairo no cayó en saco roto. Fue respondido con una plenitud de poder que superó la fe del padre, y la niña fue devuelta a la vida.

2.2 - La hija de la mujer cananea

La hija de la mujer cananea: El caso se relata en Mateo 15 y Marcos 7. La madre aquí era una gentil (no judía), de una raza maldita. El mismo Señor estaba en las costas de Tiro y Sidón, una fortaleza del diablo según Ezequiel 28:11-19, y su hija estaba severamente atormentada por un demonio. La pobre mujer, aunque marginada, un simple perro, llevó el caso de su hija a Jesús. No le hizo caso inmediatamente. El Señor se sirvió de la intensidad de su aflicción para provocar en su alma un saludable estado de honestidad, humildad y confesión. Y cuando ocupó su verdadero lugar y, de paso, expresó su fe en el alcance de Su generosidad, que desbordaría hacia una perra gentil como ella, obtuvo la plena satisfacción del deseo de su corazón en la liberación de su hija. Su llamamiento fue eficaz. Ella fue escuchada.

2.3 - El hijo lunático

El caso del hijo lunático de cierto hombre, relatado en Mateo 17, Marcos 9 y Lucas 9, presenta varias características de particular interés. En ausencia del Señor, que estaba en el Monte de la transfiguración, el hombre llevó primero el niño a los otros nueve discípulos, que no lograron expulsar al demonio. El fracaso de los discípulos hizo que el hombre reflexionara sobre el poder del Maestro, y conociendo demasiado bien la particular maldad y obstinación del demonio que mantenía a su hijo en la esclavitud, el padre se acercó al Señor con una fe débil y vacilante, diciendo: «Pero si puedes hacer algo, ¡ten piedad de nosotros y ayúdanos!» (Marcos 9:22). Esto le dio al Señor la oportunidad de demostrar dos cosas. En primer lugar, su poder supremo, que supera cualquier posibilidad de enfrentamiento por parte del adversario. El demonio hizo lo peor que pudo, como si fuera a destruir su pobre caparazón de arcilla al dejarlo, lo que se vio obligado a hacer; sin embargo, el Señor levantó al niño y lo devolvió a su padre en perfecto estado de salud. En segundo lugar, el único «si» que podía introducirse en el asunto se refería a la fe del padre que había hecho la petición dirigida a su gracia y poder: «Lo de si puedes, todo es posible al que cree» (Marcos 9:23). Esta gran declaración de aliento fue hecha con referencia a la petición del padre a Jesús para la liberación y la bendición de su hijo.

2.4 - Los niños pequeños llevados a Jesús

El relato de los niños pequeños llevados a Jesús para que les impusiera las manos y orara por ellos se encuentra en Mateo 19, Marcos 10 y Lucas 18. Este caso también es de especial interés. Los niños en cuestión eran muy jóvenes. Se les describe como «niños pequeños». No está claro quién los trajo. En cada Evangelio, el relato se da en forma impersonal. Es probable que los trajeran los padres; si los trajeron otros, solo hace más notable la acogida del Señor hacia ellos. Los discípulos, además, se mostraron abiertamente hostiles a esta petición, pero él «los tomó en sus brazos y los bendecía, poniendo las manos sobre ellos».

2.5 - Los hijos de Zebedeo

La madre de los hijos de Zebedeo con sus hijos: este caso se recoge en Mateo 20. Los «hijos» ya no eran jóvenes, sino adultos. No eran extraños al Señor Jesús, sino que eran discípulos reconocidos, apóstoles elegidos, al final de su período de instrucción por el propio Señor. La petición de su madre no era para la liberación o bendición física o espiritual, sino para su avance y honor en el reino venidero de la gloria manifestada. El orgullo natural de la madre y el placer que tenía en sus hijos, buscaron a ser satisfechos por el Señor, ¡y se le negó!

2.6 - El hijo de la viuda de Naín

El hijo de la viuda de Naín: Este caso, relatado en Lucas 7, tiene características especiales. El hijo muerto era un adulto, el único hijo de su madre, y ella era viuda. No hay constancia de que la pobre y afligida viuda hiciera ningún llamamiento cuando las dos multitudes se encontraron –un hombre muerto en el centro de una, Cristo, el Príncipe de la Vida, en el centro de la otra. Sin embargo, aunque no haya salido de sus labios ningún grito de auxilio, aunque no haya tenido conciencia de la verdadera identidad de Aquel que es el Viviente, él la vio; se compadeció de ella y le dijo: «No llores más». Él «tocó el féretro; y los que lo llevaban se pararon. Y dijo: Joven, yo te digo: ¡levántate! El muerto se incorporó y comenzó a hablar; y lo dio a su madre».

Tocado en su infinita compasión al ver los lamentos de una madre, sumados al dolor de una viuda, actuó sin que se lo pidieran; y el poder, que era siempre el sirviente de su compasión, efectuó una liberación que ella no esperaba, y secó sus lágrimas.

2.7 - El hijo del señor de la corte

Cierto noble, señor de la corte, cuyo hijo estaba enfermo en Capernaum: este caso se relata en Juan 4. Aquí nos encontramos de nuevo con los alegatos de la fe. El padre fue personalmente a Jesús y le suplicó que viniera a curar a su hijo. La verdadera fe necesita ser probada. Las masas incrédulas solo se satisfacían con signos y prodigios, y la fe que se basa únicamente en las manifestaciones visibles no es la verdadera fe en absoluto. Al ser puesto a prueba, el noble redobló sus súplicas y recibió la palabra: «Vete; tu hijo vive». Aquí triunfó su fe, ya que, sin la menor manifestación visible, el hombre creyó la palabra del Señor y se fue a su casa, encontrándose solo con sus sirvientes en el camino con la alegre noticia de la curación de su hijo, –una curación milagrosamente repentina en la misma hora en que Jesús pronunció la palabra de poder sobre él. No es de extrañar que creyera, al igual que toda su familia. Lo que hay que notar, es que él había creído antes, porque la fe consiste en tomarle la palabra = en coger su palabra –creer lo que Él dice porque lo dice.

3 - Conclusión

3.1 - Razones para esperar la intervención de Dios

Hemos repasado brevemente estos siete ejemplos del Evangelio para obtener una respuesta segura y sólida –porque bíblica– a nuestra pregunta. Esa pregunta era, como recordamos, la siguiente: ¿Tienen los padres cristianos motivos para esperar que Dios intervenga en la bendición de sus hijos?

La respuesta gozosa es: Sí, tienen muchas, muchas razones para esperarlo.

  • ¿Su hijo está en la infancia? El Señor Jesús ha tomado a los niños en sus brazos y los ha bendecido.
  • ¿Se trata de una hija o un hijo afligido por el poder del demonio, o cercano a la muerte, o realmente muerto, o incluso un hijo adulto al que la muerte quiere tomar como presa, y ajeno a todo lo que le rodea? En cada caso, él escuchó y efectuó la liberación.
  • Es cierto que en un caso hubo retraso, se admitió que las circunstancias se interpusieran.
  • En otro caso tuvo que haber primero un trabajo honesto de juicio de sí misma en el alma de la afligida madre gentil.
  • En otro caso, la fe débil y vacilante del angustiado padre tuvo que ser reprendida con suavidad.
  • En otro caso, una fe muy genuina tuvo que ser puesta a prueba para que se manifestara más claramente.

Todos estos pasos espirituales con los padres requerían algún tiempo. Sin embargo, en todos los casos, el clamor fue escuchado y respondido abundantemente.

3.2 - El caso de la respuesta negativa del Señor

Hubo, sin embargo, una excepción, tanto más notable cuanto que los solicitantes eran ya discípulos y siervos del Señor antes de hacer su petición. De hecho, fueron los únicos de los siete de los que se puede decir esto, ¡y fueron los únicos que encontraron un rechazo! Ah, pero no habían venido por la bendición, la curación y la liberación, sino por los honores y el prestigio. Ahí está el secreto de su decepción, y por eso esta excepción es la que confirma la regla.

3.3 - Ánimo

Por lo tanto, los padres cristianos podemos arrodillarnos con confianza para llevar el caso de nuestros hijos al Señor.

Si los traemos con el deseo de exhibirlos y glorificarlos, para que nuestro orgullo natural y nuestro placer en ellos se vean aumentados por su distinción en este mundo o en el mundo venidero, no tenemos ninguna razón para esperar que el Señor actúe.

Si los traemos para que se satisfaga su necesidad desesperada y se cumpla su bendición, Él nos escuchará. Las diferentes circunstancias de nuestro lado no serán un obstáculo. Podemos ser judíos o gentiles, personas de poca o defectuosa fe o de fuerte fe; o podemos estar tan abrumados por el dolor que no hagamos ningún llamamiento audible, no importa. Los niños pueden ser jóvenes o adultos, afligidos en el espíritu o en el cuerpo, o sin aflicción –es todo lo mismo. Él liberará. Él bendecirá. Lo hará a su tiempo, para ejercitar y bendecir espiritualmente tanto al padre como al hijo, –lo que puede implicar una demora–; pero lo hará, y lo hará tiernamente, incluso tomándolos en sus brazos de amor para bendecirlos.

Ya no está en la tierra, para que los corazones angustiados de los padres puedan clamar ante él: “Maestro, te suplico, mira a mi hijo” -o “a mi hija”, según el caso. Está exaltado en el cielo y tiene todo el poder. Pero él no ha cambiado en sus compasiones ni en nada más: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebr. 13:8). Por lo tanto, vuestro clamor será respondido por Cristo que no ha cambiado y es inmutable, de la misma manera inalterable.

¿No es suficiente?

(Extractado de la revista «Scripture Truth», Volumen 18, 1926, páginas 180)