El cristiano y el mundo


person Autor: Biblicom 62

flag Tema: El mundo


«No améis al mundo, ni las cosas que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él» (1 Juan 2:15)

«¿No sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Aquel que quiere ser amigo del mundo, se hace enemigo de Dios» (Sant. 4:4).

1 - ¿Qué es el mundo?

He aquí una pregunta, de suma importancia, que forzosamente se presenta al atento examen de todo creyente serio y reflexivo. ¿Qué es este mundo, del cual la Palabra le exhorta a conservarse sin mancha? (Sant. 1:27).

La Escritura emplea la palabra mundo en tres sentidos diferentes. En primer lugar, significa literalmente, el orden, el sistema, la organización de la vida humana; luego, la tierra en sí misma es llamada «el mundo», porque constituye la escena sobre la cual se desarrolla este sistema; por fin, llamamos «mundo» al conjunto de los individuos que viven conforme a este sistema. Se puede, pues, distinguir entre la escena del mundo, las personas del mundo y el sistema del mundo.

Cuando leemos en la Palabra que «Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores» (1 Tim. 1:15), bien podemos entender que él vino a la escena de este mundo, y que entonces se halló, inevitablemente, en contacto con el sistema del mundo, que tanto le odiaba. Él decía de sus discípulos: «No son del mundo, como yo no soy del mundo» (Juan 17:16), es decir que, al contrario de los demás hombres que encontraban su razón de vida en este sistema, ellos no formaban parte de él. Cualquiera que sea amigo de este sistema, es enemigo de Dios (Sant. 4:4). La característica de tal sistema es de gobernarse a sí mismo, sin dependencia alguna de Dios.

Consideremos, como ejemplo, la organización militar: Cuando un hombre es llamado a filas, lo halla todo organizado en vista de sus necesidades: el habilitado provee su sueldo, el encargado del vestuario le proporciona el uniforme, otro le facilita las armas y el equipo, etc.; sus idas y venidas, su alojamiento, están determinados por los reglamentos; a horas fijas se hallan establecidas la diana, la instrucción, la parada, la lista, etc.…; desde su llamada a filas, el soldado se halla sometido a esta organización, de manera que no puede emprender nada por iniciativa propia. La organización de ese sistema es tan minuciosa y metódica, que ha sido calificado, a veces, de manera muy significativa, de “pequeño mundo”. Sin embargo, no es más que una pálida imagen de aquel inmenso sistema llamado «el mundo» que rige todas las necesidades del hombre, así como al ejercicio de sus facultades.

2 - El mundo provee a todas las necesidades del hombre natural

El hombre necesita vivir en sociedad; por eso el mundo no dejó de organizar su sistema social, y se ha esmerado en hacerlo de un modo completo y perfecto. La posición social es el todo para el hombre; no escatima ningún esfuerzo para alcanzarla y no hay gasto que le parezca excesivo para llegar a ese propósito. Considerad esta inmensa escala social, «la sociedad», con sus miríadas de criaturas humanas, de las cuales unas se esfuerzan por ascender a los más altos puestos, mientras que otras hacen lo posible para mantenerse en la posición adquirida. ¡Qué atractivo y terrible poder tiene este sistema social para absorber el espíritu y el corazón!

Además, el hombre necesita un gobierno o poder político para la protección de su vida, de su propiedad, de sus derechos, a lo cual el mundo provee plenamente.

Y ¿qué arreglo más completo no hay para lo que llamamos los negocios? Las ocupaciones, en este mundo, forman un destacado conjunto de los más notables. Los hombres que solo están dotados de fuerza física hallan ocupaciones adecuadas a sus capacidades; los espíritus inventivos pueden dar libre curso a su genio; los de formación artística se manifiestan en el mundo de la escultura, de la pintura, de la música o de la poesía; los sabios trabajan para resolver sus problemas; los escritores componen sus libros; incluso las codicias y el lujo de unos proporcionan a otros sus medios de subsistencia.

3 - El hombre es religioso por naturaleza

El hombre es una criatura tan compleja que necesita de numerosas y diversas cosas para su satisfacción; le hace falta algo de negocios, de política, de sociedad, de estudios y, por fin, hasta un poco de religión. El hombre es, por naturaleza, religioso. La palabra «religión» que nosotros usamos a menudo no se halla mencionada más que cinco veces en toda la Escritura. Notemos que religión no significa piedad, pues los adoradores de los ídolos son religiosos. La religión es parte integrante de la naturaleza del hombre, lo mismo que su inteligencia o su memoria; por consiguiente, el sistema del mundo que provee, de manera tan completa, a cuanto al hombre atañe, no puede menos que ofrecer un alimento a esta inclinación religiosa de su naturaleza. Así, al que sea sensible a agradables impresiones, o que tenga afición a lo «bello», el mundo le presentará armoniosa música, imponentes ceremonias, ritos religiosos. Al que sea de naturaleza independiente y de carácter comunicativo, el liberalismo le permitirá dar rienda suelta a sus sentimientos. Si, por el contrario, uno es de carácter callado, reservado o reflexivo, hallará satisfacción en una severa ortodoxia. Si otro es concienzudo, haciendo poco caso de sí mismo, y cree indispensable hacer penitencia de un modo u otro, también podrán satisfacer sus aspiraciones en este sistema del mundo, etc.… Existen, pues, creencias, doctrinas y sectas adaptadas a cada variedad de carácter, a toda forma de sentimiento religioso en la carne.

4 - El mundo es un orden de cosas completo

¿Puede haber sistema más admirable y completo? Nada deja de lado. La satisfacción y el pretendido gozo que contiene son suficientes para que aquella gran multitud movediza de la humanidad se halle siempre en actividad y goce de un relativo contentamiento. Los corazones se aprestan siempre a buscar lo que les pueda satisfacer, los espíritus se hallan atareados; si alguna cosa viene a faltar, inmediatamente se recurre a otra. La aflicción y aun la muerte no se dejan de lado en la organización del sistema de este mundo; se provee a los funerales, a los vestidos de luto y a las visitas de pésame, se dispensan palabras de simpatía, nada se olvida; de tal manera que, en poco tiempo, el mundo es capaz de elevarse por encima de sus duelos, y de volver de nuevo a su acostumbrada esfera de ocupación.

Pero hoy día Dios lleva a algunos –muy pocos, por cierto– de los que están en el mundo, a comprender cuánto hay en él, negocios, política, educación, gobierno, ciencias, invenciones, ferrocarriles, telégrafos, organizaciones sociales, instituciones de beneficencia, reformas, religión, etc., son parte integrante del sistema de este mundo, de un sistema que va completándose cada día. Lo que se llama “progreso del siglo” no es otra cosa que el desarrollo de este elemento mundano.

Ahora bien: la relación actual de Cristo con semejante mundo también debe ser la nuestra. La posición que Cristo ocupa en el cielo, y la que no ocupa en esta tierra, suficientemente nos muestran cuál debe ser la nuestra.

5 - Satanás es el dios de este siglo (o mundo)

A los que pregunten los motivos por los cuales tal actitud debe caracterizarnos, respondemos: ¿No sabéis que Satanás es «el dios de este siglo» (o mundo)? ¿«El príncipe de la potestad del aire» (2 Cor. 4:4; Efe. 2:2), el director de este sistema monstruoso? Es su energía, su genio inspirador y su príncipe. Cuando Jesucristo estuvo en la tierra, el diablo fue a ofrecerle todos los reinos de la tierra y su gloria, por cuanto –decía– «me ha sido entregada, y la doy a quien quiero. Si tú, pues, te postras ante mí, todo será tuyo» (Lucas 4:5-7). Estos versículos descorren el velo, y ponen en evidencia el verdadero objeto de todo culto religioso del hombre. La Escritura habla de Satanás como de alguien «lleno de sabiduría, y acabado de hermosura», y cómo él se disfraza de «ángel de luz» (Ez. 28:12; 2 Cor. 11:14). ¿Cómo extrañarse, pues, de que los hombres, tanto los indiferentes como los más reflexivos, sean engañados y seducidos? ¡Cuán pocos son los que tienen los ojos abiertos para discernir, por medio de la Palabra de Dios y la unción del Espíritu Santo, el verdadero carácter del mundo! Algunos hay que creen haber escapado al lazo de la mundanería porque abandonaron lo que llamamos “los placeres mundanos” y se hicieron miembros de determinadas iglesias, o de asociaciones religiosas; pero no se dan cuenta de que siguen permaneciendo en el sistema del mundo de igual modo que antes. Solo que, Satanás, príncipe de este siglo, les hace pasar de un departamento a otro, a fin de adormecer sus conciencias inquietas, haciéndoles sentirse más satisfechos de sí mismos.

6 - ¿Cuál es el remedio?

Pues, siendo las cosas así, naturalmente se nos presenta esta pregunta: ¿Cuál es el remedio? ¿Cómo podrán escapar de su influencia los que andan por el camino ancho y que hasta hoy vivieron en conformidad a este sistema? ¿Cómo les será posible discernir lo que es del mundo y lo que es de Dios? Dice el apóstol: «Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios» (Rom. 8:14). La forma normal de la vida cristiana es la de ser gobernada por Cristo, de la misma manera que el cuerpo de un hombre se halla dirigido por su cabeza; cuando se está sano, no se mueven la mano ni el pie, a no ser que lo mande la cabeza. Es precisamente en el mismo sentido que Jesucristo es la cabeza del cristiano (1 Cor. 11:3), el cual se halla entonces sometido a Él en todas las cosas, sean de poca o de mucha importancia. Así es como el cristianismo hiere la mundanería en su misma raíz; mientras que la voluntad propia del hombre es el principio fundamental sobre el cual se halla edificado todo el sistema del mundo, el principio de la vida cristiana es la dependencia de Dios y la obediencia a Su voluntad.

7 - El gran objetivo de Satanás

El gran objetivo de Satanás es el de establecer para el hombre un sistema que se sustituya enteramente a la dirección del Espíritu de Dios; esto será su obra maestra de los tiempos del fin, y la característica prominente de la gran apostasía que se acerca rápidamente. Entonces, Satanás se manifestará abiertamente y en su misma persona, como dios de este mundo, lo que, de momento, está aún escondido en misterio.

¿No ha avanzado suficientemente el tiempo para los cristianos de despertar del sueño espiritual y de examinar si de una manera u otra no están asociados a un sistema que madura para el juicio?

Pero, dirán algunos, ¿cómo podemos impedir esta situación? ¿No nos hallamos sometidos a ella, aun a pesar nuestro, por nuestro comercio y nuestras diversas profesiones, como miembros del gobierno y de la sociedad? ¡No podemos abandonar nuestras ocupaciones diarias! –Claro, es una necesidad que cada uno admite; pero debemos notar que el hecho que cada uno la admita prueba que no es de Dios: «Y esta es la victoria que venció al mundo, nuestra fe» (1 Juan 5:4). La fe no repara en las circunstancias exteriores, en lo que es posible o imposible; la fe no considera lo que se ve, sino que confía en Dios. A nuestro alrededor, muchas personas nos pueden aconsejar acerca de lo que conviene hacer o evitar en la sociedad humana, pues lo que conviene al hombre es su regla y medida; pero el hijo de Dios va recto en su camino, no presta ningún cuidado a lo que esas personas dicen, puesto que lo que conviene a Dios es la regla y medida de él. Puede ser que ellas tengan claramente trazado el camino que siguen y el cual será perfectamente razonable y satisfactorio; mas ello no tiene ningún valor para el cristiano que anda por la fe: este bien sabe que lo que se considera universalmente como el buen camino debe ser, al contrario, el camino de perdición, pues es el camino ancho (Lucas 16:15).

8 - ¿Debe el cristiano meterse en política?

Por ejemplo, muchos estiman que un buen ciudadano, un cristiano, debe interesarse por el gobierno de su país, y debe votar, contribuyendo así a llevar al poder a hombres honorables. Pero Dios habla muy diferentemente. Repetidas veces en su Palabra, y de diversas maneras, él me dice que, como hijo suyo, no soy ciudadano de ningún país ni miembro de sociedad alguna: «Nuestra ciudadanía está en los cielos» (Fil. 3:20); desde entonces no tenemos otro quehacer que el de las cosas celestiales. «En la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo me ha sido crucificado, y yo al mundo» (Gál. 6:14). Si las cosas terrenales absorben mis pensamientos y mi corazón, me constituyo en enemigo de la cruz de Cristo (Fil. 3:18). «No os adaptéis a este siglo» (Rom. 12:2).

9 - Nuestra conducta frente a las autoridades

¿Qué tenemos entonces que ver con las autoridades? Pues, someternos a ellas, ya que Dios las ordenó; cuando imponen sus tributos, satisfacerlos, y hacer rogativas por los reyes y por todos los que están en eminencia (1 Tim. 2:1-2). Resulta, pues, que lo único que un cristiano puede realizar en política, es someterse a las autoridades sobre él establecidas, «no solo por causa del castigo, sino también por causa de la conciencia» (Rom. 13:5). Sin duda alguna que en Cristo él es «heredero de todo», incluso de la tierra en la cual el sistema mundano opera hoy día; pero como a Abraham en el país de Canaán, Dios no le da ni siquiera «donde asentar un pie» (Hec. 7:5) como herencia actual suya: «El justo vivirá por la fe» (Hebr. 10:38).

Si, pues, el verdadero hijo de Dios deja de tomar posición definida en cosas de política, no es tanto que crea malo el adherirse a una opinión, sino que ha dado su voto y su adhesión al Hombre que está en los cielos, y que Dios ha ensalzado como Rey de los reyes y Señor de los señores. Además, las cosas terrenales perdieron todo interés para él, porque ha hallado cosas de mayor valor y atractivo. También ve que el mundo es impío en su espíritu y en su esencia, y que sus reformas y progresos más preciados van apartando progresivamente de Dios el corazón del hombre. Desea dar testimonio de Dios y de su verdad, anunciando el juicio venidero en el día de la aparición de Cristo, cuando los hombres se congratularán creyendo estar en paz y seguridad; y espera que, por medio de él, algunos aprenderán a liberarse de los lazos en los cuales Satanás aprisiona a toda la humanidad.

10 - Contra la corriente

Nosotros que somos salvos, hemos de estar en un lugar aparte, como habiendo tomado posición con Cristo rechazado, ante el mundo que le ha crucificado; manifestados como hombres de una raza celestial: «irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha, en medio de una generación depravada y perversa, entre los cuales resplandecéis como lumbreras en el mundo» (Fil. 2:15). Esta es la misión ¡y cuán elevada!, de los hijos de Dios. Pero cuesta mucho el vivir de esta manera. Debemos ser semejantes a una roca solitaria en medio del ímpetu de un río caudaloso. Todo cuanto la rodea está moviéndose; todo tiende a hacerla vacilar, una continua e implacable presión se ejerce sobre ella. Pero se mantiene en pie en medio de una interminable oposición la cual, tarde o temprano, la arrastraría, si no pudiera contar con la firmeza de la Roca.

Cuando vamos poniendo en práctica las palabras de Dios, entonces es cuando se levanta la tormenta contra nosotros. Ser miembro de lo que se llama “una iglesia” es cosa fácil; también lo es el hacer como todos los demás; el ser hombre honrado y buen ciudadano no ocasiona ninguna persecución. Uno puede reunir todas estas cualidades y, sin embargo, seguir la corriente mundana. Pero resplandecer como luminares por Dios en el mundo es cosa que provoca la enemistad; por doquiera que se ve a Cristo, se le odia. Si lo ven en mí, me odiarán por este motivo; pero si, al contrario, gozo de buena reputación, si nadie me reprocha nada como cristiano, ¿qué significa eso para mí? Que no siendo manifestada la vida de Jesús en mi cuerpo mortal, no se puede ver a Cristo en mí.

11 - Una posición clara

Así van las cosas: cuando un alma ha llegado realmente al conocimiento de Dios, o más bien a ser conocida de él, se siente atraída hacia las cosas celestiales por su unión con Cristo, no tiene ningún deseo de participar en el sistema u orden de cosas del mundo y bien puede pensar: ¿cómo sería posible que yo retornara a tan débiles y miserables principios? Alguien que ha venido a ser hijo de Dios, que posee la vida, la vida eterna en Cristo, que es identificado con la Cabeza glorificada (verdad que le ha sido revelada por la Palabra y el Espíritu) ¿cómo podría tener intereses en el mundo, habiendo conocido a Dios? Si vemos a un niño comiendo una fruta medio podrida y ácida en un huerto, mientras que tiene a su lado un árbol cargado de las más sabrosas frutas, deduciremos forzosamente de ello que aquel niño no conoce lo que es una buena fruta. Del mismo modo, si un hombre se compromete de corazón en algunos de los componentes del orden de cosas de este mundo, nos preguntaremos: ¿es posible que este conozca a Dios?

Es por eso que las palabras de Dios no se nos presentan como mandamientos formales, tales como: “No votarás”, “Serás honorado en este siglo malo”, “Sufrirás el oprobio”. Al contrario, estos nos son presentados de tal modo que el discípulo amante, de quien el corazón egoísta fue quebrantado y que no siente otra necesidad que la de conocer los pensamientos de su Señor, pueda descubrir el secreto estando más con Cristo para asemejarse cada día más a Él, como liberado del «presente siglo malo» (Gál. 1:4).

Ya no son los antiguos mandamientos de la ley mosaica: “harás”, “no harás”. Sin embargo, la voluntad de Dios puede discernirse perfecta, clara y fácilmente con tal de que el ojo sea sencillo (sin visión doble). Dios cuida maravillosamente de que un corazón que le ama pueda enterarse de ella sin dificultad, mientras que un corazón falto de sinceridad busca inevitablemente disculpas y escapatorias para caminar en una senda de maldad. Puede hallarse una aplicación de esta verdad en una familia. Imaginémonos a un hijo cariñoso, apegado a sus padres, obediente, que haga lo posible para conocer los propósitos y la conducta de su padre: tendrá el sentimiento de sus deberes, y todo le será fácil y natural. Mientras que otro hijo que se halla en las mismas condiciones, goza de los mismos privilegios y conoce bien los pensamientos e intentos de su padre –o a lo menos tendría que conocerlos–, pero ya que busca satisfacer sus propios deseos, se pone a decir: “Yo no lo sabía, nunca me dijiste que no debía hacer esto o aquello, o ir a tal o cual lugar”.

12 - ¿Debemos salir del mundo?

Antes de terminar, quisiera insistir sobre otro punto. Por cierto, no podemos evitar el contacto con el orden de cosas del mundo, pero aquel contacto jamás debe ser el de la comunión: «¿Qué armonía de Cristo con Belial?» (2 Cor. 6:14-18). «No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del maligno» (Juan 17:15). Jesús, que no era de este mundo, padeció en él, y vivió como extranjero: el aislamiento y la tribulación fueron para él cosas vividas y sentidas, y será lo mismo para nosotros en la medida en la que sigamos fielmente sus pasos. ¿Cuántos hay entre nosotros, cristianos, que buscan su satisfacción y bienestar en el impío sistema del mundo, encontrándose en él como en su propia casa? ¿Tendríamos casa propia en esta tierra donde Cristo no está? No olvidemos que somos viajeros sin domicilio, peregrinos fatigados y verdaderos extranjeros, si en verdad somos de Cristo.

Mientras estemos en el mundo, no podemos sustraernos a su contacto. Pero, ¿no ocurre a veces que tenemos contacto con él en numerosos asuntos para los cuales no hay la menor necesidad de ello? No lo tendríamos, sin duda alguna, si llevásemos siempre en nuestro cuerpo la muerte de Jesús.

Numerosas son las tretas y engaños por los cuales el Enemigo seduce hasta el corazón de los hijos de Dios: Reuniones religiosas, obras de caridad, sociedades fraternales o cofradías, cosas en las cuales la carne puede complacerse y que se sustituyen a la vida que tenemos en la fe del Hijo de Dios (Gál. 2:20). Los creyentes de los tiempos antiguos que recibieron el testimonio (conservado hasta nosotros) de haber agradado a Dios, fueron despreciados (Hebr. 11:36-37). Otros vinieron a ser la escoria del mundo, el deshecho de todos hasta hoy (1 Cor. 4:13). Tenían su ciudadanía en los cielos; mas nosotros ¡preferimos ser gente honorada y considerada por este mundo! Es que nos conformamos demasiado al sistema u orden de cosas del mundo; a partir de eso no puede haber conflicto entre él y nosotros; el resultado es que somos súbditos desleales de Cristo, evitando la cruz y el oprobio que a ella atañe.

Sin embargo, la Palabra de Dios permanece sin alteración: «Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos» (2 Tim. 3:12).

Amados hermanos, hay una senda estrecha, ¡ojalá seamos de los que la siguen!

Tenemos ya nuestros pasaportes. Estamos sellados con el Espíritu Santo y no esperamos otra cosa que la voz de mando, para ser arrebatados a su encuentro, en las nubes, para estar siempre con el Señor. ¡Qué bendita esperanza!

«Gracia y paz a vosotros de Dios nuestro Padre, y del Señor Jesucristo; quien se dio a sí mismo por nuestros pecados, para librarnos del presente siglo malo, según la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén» (Gál. 1:3-5).