Un pueblo preparado para recibir al Señor
17 de diciembre de 2024
Los judíos que estaban realmente preparados para recibir al Mesías eran muy pocos. Pero cuando apareció en la humillación que caracterizó su primera venida, estaban allí para darle la bienvenida.
El servicio especial de Juan el Bautista consistía en preparar «un pueblo bien dispuesto para el Señor» (Lucas 1:17). Él fue el instrumento elegido por Dios para lograrlo mediante su predicación y el bautismo de arrepentimiento. Así, las almas piadosas, marcadas por el arrepentimiento y la fe, aparecieron al mismo tiempo que el propio Mesías se manifestaba a Israel por medio de su bautismo. Sin embargo, el proceso de preparación llevaba mucho tiempo en marcha. Los primeros capítulos de Lucas nos ofrecen un hermoso cuadro de almas piadosas preparadas por Dios unos 30 años antes de la predicación de Juan. Y el libro de Malaquías, 300 o 400 años antes, nos da una visión de una generación similar de fieles creyentes.
1 - Dos corrientes
El Señor Jesús apareció en una época en la que el mundo estaba convulsionado y una expectación general de algún gran acontecimiento agitaba los corazones de los hombres. Las Escrituras dan testimonio de ello entre el pueblo de Israel (vean Lucas 3:15) y la historia secular parece indicar una condición similar en el mundo pagano. Esto es fácil de comprender. El diablo, aunque no es omnisciente, es muy previsor. Conoce la Palabra de Dios y observa atentamente los corazones y los caminos de los hombres. Según la profecía de Daniel 9:26, podía saber cuándo iba a aparecer el Mesías, aunque el pueblo de Dios había descuidado las Sagradas Escrituras y lo ignoraba. Así que el diablo agitó los espíritus, trayendo falsos profetas y falsos “cristos” para confundir las mentes de la gente y nublar su expectativa del Mesías (vean Hec. 5:36-37). Además, había actuado sin interrupción durante siglos entre el remanente de Israel que había regresado del cautiverio, produciendo en ellos la actitud mental y la atmósfera moral que llevarían al rechazo del Mesías cuando apareciera. Así como hubo un trabajo progresivo en la preparación de un pueblo dispuesto a recibir a Cristo, también hubo un trabajo preparatorio en la elección de Barrabás, un ladrón, en lugar de Cristo.
La historia se repite de manera notable. Esto no es sorprendente, si recordamos que en todo tiempo y en toda circunstancia, el hombre sigue siendo hombre, mientras que Dios sigue siendo inmutablemente el mismo. Así, los hombres hacen siempre lo mismo, y Dios actúa siempre con ellos según los principios de su santo y justo gobierno.
En el Nuevo Testamento encontramos indicios de un trabajo preparatorio en relación con la segunda venida de Cristo, ya muy próxima. Las mismas 2 corrientes son claramente visibles en la historia actual. No queremos detenernos aquí en este aspecto del tema, pero lo mencionamos para estimularnos a seguir con mayor interés el desarrollo de estas 2 corrientes absolutamente opuestas. Existían antes de la primera venida de Cristo y arrojan luz sobre el camino del creyente de hoy.
2 - En tiempos de Malaquías – Una tendencia a alejarse de Dios
Veamos primero lo que encontramos en el libro de Malaquías. Sus profecías fueron pronunciadas más de un siglo después del regreso del cautiverio babilónico, cuando un remanente había regresado a la tierra de Israel bajo Zorobabel, Nehemías y Esdras. En los años transcurridos desde aquel regreso, se había desarrollado gradualmente un espíritu altivo y satisfecho de sí mismo entre los que habían sido liberados. No habían caído en la idolatría como sus padres, pero el diablo había nublado su pensamiento con orgullo. Se contentaban con observancias religiosas rutinarias y externas, mientras que sus corazones estaban lejos de Dios. Y cuando el Señor los reprendió por medio del profeta y puso sus pecados ante sus ojos, ellos respondieron con preguntas insolentes, preguntando cuándo habían sido culpables de tales pecados. No podían soportar ningún reproche. He aquí algunos ejemplos.
«Yo os he amado, dice Jehová; y dijisteis: ¿En qué nos amaste?» (1:2).
«Vosotros, oh sacerdotes, que menospreciáis mi nombre. Y decís: ¿En qué hemos menospreciado tu nombre?» (1:6).
«En que ofrecéis sobre mi altar pan inmundo. Y dijisteis: ¿En qué te hemos deshonrado?» (1:7).
«Haréis cubrir el altar de Jehová de lágrimas, de llanto, y de clamor; así que no miraré más a la ofrenda… Mas diréis: ¿Por qué?» (2:13-14).
«Habéis hecho cansar a Jehová con vuestras palabras. Y decís: ¿En qué le hemos cansado?» (2:17).
«Volveos a mí… ha dicho Jehová de los ejércitos. Mas dijisteis: ¿En qué hemos de volvernos?» (3:7).
«Vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado?» (3:8).
«Vuestras palabras contra mí han sido violentas, dice Jehová. Y dijisteis: ¿Qué hemos hablado contra ti?» (3:13).
Estos pasajes muestran que la masa del pueblo tenía ya la actitud que el Señor Jesús describe con la imagen de los niños pequeños sentados en las plazas y que gritan a sus compañeros: «Os tocamos la flauta, y no bailasteis; nos lamentamos, y no os golpeasteis el pecho» (Mat. 11:17). Cuando Jehová les declara su amor, en lugar de alegrarse preguntan: ¿En qué los había amado?, dando a entender que no aceptan esta declaración y consideran duras sus acciones. Dicen ser víctimas, inocentes heridos. Y cuando les muestra claramente sus pecados, en lugar de arrepentirse, simplemente se niegan a admitir que tales pecados existan entre ellos.
Desgraciadamente, en toda la profanación de las cosas de Dios que marcó aquel tiempo, los sacerdotes fueron los cabecillas (Mal. 2:1-10). En lugar de guiar al pueblo hacia Dios, ellos mismos se habían «apartado del camino» y habían «hecho tropezar a muchos en la ley»; habían «corrompido el pacto de Leví» (v. 8). Se preguntaban: «¿Qué aprovecha» servir a Dios y «que guardemos su ley» que nos ha confiado? (3:14). El pueblo estaba infectado por el mismo espíritu. Si pensaban en traer una ofrenda, examinaban cuidadosamente sus rebaños y traían al Señor el animal más miserable que encontraban. Y al mismo tiempo, en el orgullo de sus corazones, se consideraban por encima de toda crítica. El peso de la opinión pública estaba totalmente a favor de este espíritu: «Decimos, pues, ahora: Bienaventurados son los soberbios, y los que hacen impiedad no solo son prosperados, sino que tentaron a Dios y escaparon» (3:15). Fue así como se desarrolló la corriente de iniquidad religiosa que culminó en el grito: «Quita a este, y deja en libertad a Barrabás» (Lucas 23:18).
3 - En la misma época – El apego a Dios
Sin embargo, otra corriente había iniciado su curso, cobrando fuerza poco a poco por la acción del Espíritu de Dios, aunque mucho menos visible. En la superficie tenía poca fuerza, pero estaba ahí. «Los que temían a Jehová hablaron cada uno a su compañero» (Mal. 3:16). En medio de este remanente que había regresado del cautiverio, comenzaba a surgir un verdadero remanente de personas temerosas de Dios.
Tres cosas caracterizaban a estas almas piadosas:
1) Pensaban en el nombre de Jehová (v. 16). El nombre de una persona indica lo que es y expresa cómo se la conoce. Aquellos pocos que temían a Dios se preocupaban por la gloria de Jehová y por lo que Él es. En consecuencia, juzgaban las cosas no por cómo les afectaban a ellos mismos, sino por cómo afectaban al nombre y a los intereses de Jehová. Habían invertido el orden vigente entre el pueblo y habían dado el primer lugar a los intereses de Jehová.
2) Servían a Dios (v. 18). Sus pensamientos dirigidos hacia el nombre de Jehová encontraron su expresión práctica en el servicio. No se limitaban a pensar. Este es un punto importante, porque a veces los verdaderos creyentes, cuyos pensamientos están en la dirección correcta, carecen de práctica. Pensar sin servir es casi tan malo e ineficaz como servir sin pensar.
3) Hablaban entre sí (v. 16). Sus palabras, así como sus pensamientos y acciones, estaban bajo el control de Dios. El corazón estaba lleno, la boca hablaba, y podían disfrutar de felices intercambios fraternales y compañerismo en las cosas de Dios. ¡Cuánto agradaba todo esto a Dios!
Esta segunda tendencia condujo a la hermosa confesión de Pedro: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo!» (Mat. 16:16).
4 - En la época del Nuevo Testamento – La tendencia al rechazo del Mesías
Algunos siglos más tarde, encontramos también las 2 corrientes. Los primeros capítulos de Mateo continúan la historia de la primera, y los primeros capítulos de Lucas la historia de la segunda.
Mateo 2 pone ante nosotros a los grandes hombres de aquel tiempo, entre ellos venerables sacerdotes y escribas, y a la corte del rey Herodes. ¿Y qué encontramos allí? Una situación que parecería casi increíble si la profecía de Malaquías no nos hubiera preparado para ello. El Mesías, el libertador largamente esperado, ha nacido, ¡y Jerusalén no sabe nada de ello! Pasaron los meses, y las autoridades religiosas y civiles seguían sin tener la menor sospecha de que este gran acontecimiento había tenido lugar. Entonces, unos sabios de Oriente, probablemente medio paganos, llegaron a Jerusalén con la noticia: «¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?» (v. 2). Ellos son los que instruyen a los hombres que se supone que son el vínculo entre Dios y su pueblo. De hecho, Malaquías había dicho: «Los labios del sacerdote han de guardar la sabiduría, y de su boca el pueblo buscará la ley; porque mensajero es de Jehová de los ejércitos» (2:7). Pero aquí, los sacerdotes no tenían ningún conocimiento que guardar. Los medio-paganos reciben antes que ellos las buenas nuevas que vienen de Dios, y se convierten en los instructores de los sacerdotes ignorantes. Entre el nacimiento de Cristo y la llegada de la noticia a las autoridades transcurrió un período comparativamente largo, de modo que Herodes tuvo que fijar en 2 años el límite de edad de los niños pequeños de Belén a los que ordenó dar muerte, en su vano esfuerzo por asegurarse de que el Mesías fuera asesinado. De este modo, Dios cubrió de desprecio el orgullo de los sacerdotes que Malaquías ya había reprendido.
Pero eso no es todo. ¿Cuáles fueron los efectos de la noticia traída por los magos cuando llegó? «Cuando el rey Herodes oyó esto, se turbó, y toda Jerusalén con él» (v. 3). No nos sorprende que Herodes se turbara, pues era un extranjero en el trono de Israel. Pero los líderes espirituales del pueblo de Dios, y el pueblo mismo, estaban turbados. En lugar de acoger esta venida con gran gozo, estaban consternados. Parecía una intrusión, algo que alteraba sus planes. No estaban preparados para que Dios se inmiscuyera de repente en medio de sus asuntos. La corriente de preparación del diablo para el rechazo de Cristo había cobrado mucha fuerza. Si el grito: «Quita a este, y deja en libertad a Barrabás», parecía probable a la luz de las palabras de Malaquías, ahora parece cierto e inevitable.
5 - Al mismo tiempo – Un pueblo preparado para recibir al Mesías
Volvamos ahora a los 2 primeros capítulos de Lucas. ¡Qué contraste! Lejos de la hostilidad innoble y sin sentido de los religiosos y de la corte malvada y cruel de Herodes, había unos pocos creyentes, más conocidos en el cielo que en la tierra. Zacarías e Isabel, María y José, Simeón y Ana, y los pastores que cuidaban sus rebaños en la zona de Belén eran algunos de ellos. Era un pueblo en contacto con el cielo. A uno de ellos se le apareció un ángel del Señor. Gabriel visitó a otro. A otros se les apareció un ángel y luego una multitud de las huestes celestiales. Para algunos de ellos, la venida del Mesías era conocida antes de que apareciera. Su inminente nacimiento fue tema de conversación entre 2 santas mujeres. Y cuando se produce el gran acontecimiento, los piadosos pastores están informados el mismo día. No necesitan que vengan sabios de oriente a contarles el nacimiento del Rey de los judíos.
En estas personas encontramos las 3 características que hemos visto en Malaquías. Pensaban en el nombre de Jehová, como podemos ver en las palabras inspiradas de María (Lucas 1:46-55) y Zacarías (v. 67-79). Servían a Dios y hablaban entre ellas, como vemos en Ana, «sirviendo noche y día con ayunos y oraciones» (2:37). Habiendo visto con sus propios ojos al niño Jesús en el templo, «hablaba del niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalén» (v. 38). Estas 3 características no solo estaban presentes, sino que se intensificaron. Salen a la luz cosas que van más allá de lo presentado en Malaquías. En Simeón vemos al Espíritu Santo obrando con notable energía. Aunque en aquel tiempo el Espíritu todavía no podía morar en el creyente, se nos dice que «el Espíritu Santo estaba sobre él» (2:25). Había tenido una revelación del Espíritu (v. 26) y fue guiado por el Espíritu al templo en el momento justo para encontrarse con el niño Jesús (v. 27).
Así pues, Simeón es un profeta. Sus palabras a María, la madre de nuestro Señor, muestran que previó el rechazo y la muerte del Mesías (v. 34-35). Muestran un notable espíritu de devoción y amor. Este anciano creyente había vivido su larga vida esperando «la consolación de Israel». Y ahora, justo antes de que se le cierren los ojos, se le permite ver, siendo todavía un niño, al que es el cumplimiento de su esperanza. Sabe que no podrá ver el día de la manifestación del Mesías a Israel. Pero ¿se lamentará de su suerte, sabiendo que debe morir cuando el cumplimiento de su esperanza está a la vista? Todo lo contrario. Dice sencillamente: «Ahora, Soberano Señor, despide en paz a tu siervo» (v. 29). No solo ha visto de antemano la tragedia de la cruz, sino que el amor de su corazón está centrado en el Cristo de Dios. Si Cristo tiene que partir, él también lo hará con gusto. No tienen ningún deseo de vivir si Jesús ha de morir.
He aquí, pues, un pueblo moralmente preparado para recibir al Señor. Así como en Mateo 2 encontramos, de forma acentuada, la imagen de Malaquías del pueblo orgulloso e incrédulo, la imagen de Malaquías del resto piadoso de su tiempo se encuentra de forma acentuada en Lucas 1 y 2, donde los que esperaban al Mesías lo acogen con gran gozo. Simeón está presentado como un centinela que espera a Cristo, Ana como una testigo de Cristo. Estaban preparados.
6 - Conclusión
Esta es una historia conmovedora, pero puede ser alegre o triste, según se mire. Lo mismo ocurre con nuestra situación actual, en la medida en que estemos conscientes de ella. Es fácil hablar de lo que ha sido, o incluso de lo que será, pero es muy difícil estimar correctamente la situación actual.
Nos acercamos al final de la historia de la Iglesia. La venida del Señor está cerca. La marea de iniquidad religiosa que ha de terminar en apostasía aumenta año tras año. Las negaciones de la Palabra divina son cada vez más atrevidas y blasfemas. La gente del mundo se vuelve cada vez más inconsciente y olvidadiza de Dios. ¿Y los creyentes? ¿Qué pasa con ellos? ¿Siguen hasta cierto punto la misma tendencia?
Hagámonos personalmente esta pregunta. Sin duda nos pondrá de rodillas ante la presencia de Dios. La segunda venida de Cristo está cerca. Las 2 corrientes de las que hemos hablado vuelven a estar claramente visibles. Que cada uno de nosotros se pregunte: “¿A cuál de las 2 pertenezco? ¿Estoy entre los vigilantes y testigos?” El Señor nos dice: «Estén ceñidos vuestros lomos y encendidas vuestras lámparas; y sed vosotros semejantes a hombres que esperan que su señor regrese de las bodas» (Lucas 12:35-36).
F. B. Hole