Fidelidad en medio de la confusión
15 de agosto de 2024
En un tiempo en que todo es confusión, estamos tentados de abandonarlo todo, porque lo vemos todo perdido, sin esperanza, y estaríamos tentados de decir que es una tarea interminable e inútil tratar todavía de hacer distinciones entre las cosas. Todo es desorden y apostasía; ¿para qué volver a intentar hacer diferencias?
Pero no era así del Señor. Se encontraba en medio de la confusión, pero no formaba parte de ella; igual que estaba en el mundo, pero no era del mundo. Tenía que tratar con toda clase de personas, en toda clase de condiciones, viniendo unas tras otras, cuando todas deberían haber estado estrechamente unidas; pero él siempre seguía sin distracción su camino unido, estrecho y puro. Las pretensiones del fariseo, la mundanidad del herodiano, la filosofía del saduceo, la inconstancia de la multitud, los ataques de los adversarios, así como la ignorancia y las debilidades de los discípulos, eran los elementos morales que encontraba y con los que tenía que tratar cada día.
El estado de las cosas, así como el carácter de los individuos, ejercitaban el corazón del Señor: la moneda del César circulaba en la tierra de Emanuel. Todos los muros de contención habían sido derribados: judíos y gentiles, puros e impuros, se confundían, excepto allí donde el orgullo religioso aún podía mantener esos muros a su manera. Pero la regla de oro de Jesús: «Dad entonces a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios» (Lucas 20:25), expresaba la perfección de su paso en medio de todo. En los días del cautiverio, que también fueron días de confusión, el remanente dio un hermoso testimonio, distinguiendo entre lo diferente y no rechazando todo como si todo estuviera perdido. Daniel era el consejero del rey, pero se negaba a comer su carne; Nehemías servía en palacio, pero no toleraba al moabita ni al amonita en la casa de Jehová; Mardoqueo velaba por la vida del rey, pero no se inclinaba ante el amalecita; Esdras y Zorobabel aceptaban los favores del rey persa, pero rechazaban la ayuda de los samaritanos, y no soportaban los matrimonios mixtos con las naciones; los cautivos oraban por la paz de Babilonia, pero no quisieron entonar los cánticos de Sion en tierra extranjera.
Todo esto es muy hermoso, y el Señor, en su día, manifestó perfectamente este carácter del remanente de Israel. También nosotros vivimos en una época que, en su carácter de confusión, no es inferior a los días del cautiverio o a los días de Jesús; y como ellos, estamos llamados a actuar, no como si ya no hubiera recursos, sino como si todavía supiéramos «pagar a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios» (Marcos 12:17).
Toda esta belleza moral se convierte en un modelo para nosotros.
J. G. Bellett