La firmeza

7 de junio de 2024

Que el siguiente resumen de una meditación pueda ser usado por el Señor para estimular nuestros corazones y fortalecer nuestra fe mientras esperamos el precioso momento de su regreso.

Es urgente que los creyentes estén caracterizados por la firmeza. Dios mismo está descrito como «el Dios viviente y permanece [1] para siempre» (Dan. 6:26); y esto se aplica igualmente a los santos –de hecho, se dice que el primer mártir cristiano (Esteban) se caracterizó por su firmeza.

[1] NdT: o «es firme», «se mantiene firme».

Esta firmeza nunca ha sido tan necesaria como hoy. En el idioma original, la palabra “firmeza” implica no solo tener nuestra atención centrada en un objeto, sino también tener los pies firmemente plantados en el suelo.

En la medida en que nuestros afectos, nuestra atención, nuestras voluntades estén sostenidas por Cristo, ese Hombre bendito en la gloria del cielo, nuestros pies estarán firmemente plantados en nuestros caminos en la tierra. No nos dejaremos llevar por todo viento de doctrina. Hoy en día, se dicen muchas cosas que tienden a perturbar la serenidad del camino cristiano, a minar la fe de los santos, de ahí la importancia del versículo de Juan 1: el pensamiento de que las Personas divinas están allí (están establecidas).

Observamos esto por primera vez en Génesis 18, donde, después de que Abraham trasladara sus tiendas a Mamre, 3 hombres se paran a la entrada de la tienda en pleno calor del día. Este es un punto muy interesante, porque «Mamre» sugiere estabilidad (los encinares de Mamre). Queridos hermanos, ¿no sugiere esto que, si estamos dispuestos a revestirnos de tal firmeza, el apoyo de las Personas divinas aumentará de esta manera; porque las Personas divinas, o al menos una Persona divina –pues sabemos que 1 de las 3 era Jehová– vinieron y estaban a la entrada de la tienda de Abraham, con un propósito específico. La palabra «estaban» en este capítulo indica que esta posición no será abandonada, no es ocasional, sino que se toma permanentemente con un propósito específico en mente. Una lectura atenta de todo el capítulo también nos animará a adoptar hoy una postura clara.

En este capítulo destacan 2 cosas. Dios estaba a punto de revelar sus propios pensamientos a su siervo. Dijo: «¿Encubriré yo a Abraham lo que voy a hacer?» (Gén. 18:17). Saben, queridos hermanos, lo que nos ayudará a mantenernos firmes en este día malo es ser conscientes de que Dios está haciendo algo. Dios está haciendo algo, y en estos días, lo que nos ayudará a mantenernos firmes en el camino de la fe es saber lo que Dios está haciendo. Tendemos a preocuparnos demasiado por lo que hace el enemigo, o por lo que hacen los santos, y por la ruina resultante. No podemos hacer la vista gorda, pero más allá de todo eso, ¡Dios está haciendo algo! En este capítulo, Dios hace 2 cosas, y se las da a conocer a su amigo Abraham. Es bueno ser amigo de Dios. A los jóvenes en particular nos gustaría decirles: “¡Ten cuidado a quién elijes como amigo!”. Abraham era amigo de Dios, y Dios no quería ocultarle a su amigo lo que estaba haciendo. Una de las cosas que le dijo fue que conocía toda la maldad que estaba ocurriendo en aquellos días y que la juzgaría a su debido tiempo. «El pecado de ellos se ha agravado en extremo» (18:20), cuenta Dios mismo; ¡y aquel horrible pecado de Sodoma y Gomorra resurge hoy en nuestros países occidentales! Pero Dios sabe todo esto, y podemos estar seguros de que Dios está haciendo algo al respecto. Se acerca el día en que Dios erradicará de este mundo, y de todo el universo, todo principio de pecado. Dios tiene el asunto en sus manos, y veamos lo que veamos y estemos tristes por el estado de las cosas a nuestro alrededor –la forma en que el mal, la violencia y la corrupción crecen por todas partes– mantengámonos firmes en nuestro camino, sabiendo que Dios tiene todo el asunto en sus manos, y que se ocupará de él a su manera y a su tiempo.

Dios había dicho: «Sara tendrá un hijo» (18:14). Abraham y Sara se rieron de ello, pero debemos reconocer que nada es imposible para Dios. Cuando Dios dijo: «Sara tendrá un hijo», pensaba en Isaac. Leemos en Gálatas que esta «simiente» es Cristo (3:16, 19). Así vemos, en tipo, no solo que Dios juzgará toda esta escena contraria a su pensamiento, sino que introducirá a un Hombre bendito y, a través de él, introducirá otra escena que estará absolutamente de acuerdo con su corazón y su mente. Saber esto ciertamente mantendrá nuestros pies firmemente plantados en el camino cristiano. ¡El mal está aquí! Sí, Dios se ocupará de él. Dios ha presentado a su Hijo amado, el Cristo de Dios, Aquel en quien él dirigirá todo para sí mismo, Aquel que, en el universo, mantendrá todo para el placer de Dios y para la bendición del pueblo de Dios.

En Juan 1, tenemos el hecho maravilloso de la encarnación. Vemos a un Hombre bendito en este mundo; se ha hecho Hombre para siempre. Todo está en sus manos, y Dios triunfará donde el hombre le ha deshonrado. Triunfará en un Hombre bendito, y el mundo venidero estará bajo la autoridad de ese Hombre glorioso. Entonces, cuando el reino sea entregado a Dios, para que Dios sea todo en todos, este Hombre glorioso será visto como Hombre para siempre. Se ha hecho Hombre, y este Hombre bendito será el centro de la gloria de Dios y la alabanza de su pueblo por la eternidad.

La carta a Laodicea (Apoc. 3) muestra un estado de cosas que manifiesta que Cristo es poco apreciado y, sin embargo, a pesar de estas condiciones, dice con gracia: «He aquí, yo estoy a la puerta» (v. 20). Es la misma palabra que indica una posición permanente. Él está a la puerta, conoce toda la situación, y en gracia infinita ha tomado una posición de la que no se moverá; hasta el final de esta dispensación permanece allí en amor, llamando a cualquiera que le abra la puerta para entrar y cenar con él. Qué gracia infinita, qué amor maravilloso, qué constancia en el amor de nuestro Señor Jesucristo hacia su Iglesia y hacia cada uno de nosotros. Él nos espera, en la constancia de un amor que nunca nos dejará marchar. Él está a nuestra disposición para que disfrutemos de su comunión.

Estar ocupados con nuestro Señor Jesucristo –el glorioso Hijo de Dios, amado del Padre, y en cuyas manos Dios ha entregado «todas las cosas» (Juan 3:35)– es esencial para mantenernos «firmes» en nuestro caminar por este mundo.

Veamos el carácter esencial de la obra del Espíritu Santo en nosotros

Romanos 5:2; 2 Corintios 1:20-22

¡Qué bendición es saber no solo que Dios es amor, sino que Dios ama! El amor es de Dios. Y estamos ante Dios por el favor que Cristo ha traído (Juan 1:17), pues la gracia implica un amor que obra. La reserva del amor siempre ha estado en el corazón eterno de Dios, pero Jesús hizo este viaje desde la más alta gloria de la Divinidad hasta la profunda angustia del Calvario, para establecer el reino de amor en el que nos encontramos. Estando justificados, nos regocijamos en la esperanza de la gloria de Dios; es decir, esperamos el día venidero, cuando cada rayo penetrante de la gloria de Dios podrá enfocarse en nosotros, y revele la perfección de la obra de Dios, y la manera maravillosa en que nos ha amado.

Mientras tanto, está escrito que Cristo nos ha dejado «un ejemplo para que sigáis sus huellas» (1 Pe. 2:21). Entonces, ¿cómo hacer? ¿Cómo podemos mantenernos firmes y avanzar por el camino de la fidelidad a la voluntad de Dios? Necesitamos 2 cosas. Necesitamos fe y necesitamos fijar nuestros ojos en este Hombre bendito en quien está el Sí y el Amén a todas las promesas de Dios. Necesitamos estar establecidos en la confianza en esta persona bendita, y necesitamos la presencia y la ayuda del Espíritu Santo de Dios. De ahí la importancia de lo que nos está presentado en la Epístola de Pablo a los Corintios. Allí encontramos 3 aspectos muy bendecidos de lo que Dios ha hecho al darnos su Espíritu. Nos ha ungido, nos ha sellado y nos ha dado las arras del Espíritu. Estas son verdades maravillosas, cuya comprensión daría firmeza y estabilidad a nuestro caminar en el mundo.

Dios nos ha «ungido», es decir, nos ha dado la capacidad de entender su voluntad; nos ha dado la capacidad de caminar con el buen olor que marcaba el camino de Jesús. No podemos hacer esto en la carne, porque la carne nunca puede agradar a Dios. Pero él nos ha dado de su Espíritu, nos ha ungido con su Espíritu, nos ha dado el mismo Espíritu que estaba en Jesús como Hombre en la tierra. Él fue ungido con el Espíritu –«El Espíritu del Señor esta sobre mí; porque me ungió» (Lucas 4:18)– para hacer ciertas cosas, y el Espíritu Santo vino sobre nosotros para que pudiéramos hacer ciertas cosas. La esencia de estas cosas es que tenemos la inteligencia del pensamiento de Dios, y que tenemos la capacidad de seguir su voluntad y caminar en los pasos de nuestro Señor Jesucristo.

Queridos hermanos, ¿podemos concebir una cosa más bendita? Que el poder por el cual Jesús caminó firmemente en la voluntad de Dios en la tierra es el mismo poder que se nos ha dado a nosotros; que el conocimiento que él tenía, como Hombre, de la voluntad de Dios es el mismo conocimiento que tenemos nosotros, pues «tenemos la mente de Cristo» (1 Cor. 2:16). En la unción del Espíritu, Dios nos ha dado la «mente de Cristo» –tal como él pensaba acerca de la voluntad de Dios. No estamos obligados a estar extraviados por las ideas o la filosofía de los hombres, o por las artimañas de Satanás, sabemos, por la unción del Espíritu, exactamente lo que le agrada a Dios que nos ha tomado para su gloria, ¡y por ese mismo Espíritu tenemos el poder de poner en práctica lo que sabemos! Es algo muy bendito

Pero Dios también nos ha sellado, ha puesto su marca en nosotros porque ¡le pertenecemos! Somos suyos. Nos ha reclamado para sí mismo. Hay una dignidad que no se puede expresar con palabras. Dios ha dicho: «¡Son míos!» ¡Qué bendición es comprender realmente en nuestros corazones que pertenecemos a Dios! Somos suyos. Él nos compró a un precio para que fuéramos exclusivamente suyos. Si comprendiéramos esto en nuestros corazones, las glorias de este mundo y sus adornos no serían nada para nosotros. Pertenecemos a Dios, ¡somos suyos! Hemos sido comprados por precio; no somos nuestros, le pertenecemos a él. Somos de su propiedad, y él es Dios.

Entonces Dios nos dio el Espíritu como arras de la herencia y de la gloria en nuestras almas. Todo lo que Dios ha prometido está asegurado en Cristo, y por el Espíritu sabemos que todo será establecido en este Hombre glorioso, y nuestros afectos se regocijan. Estar conscientemente en el goce del amor divino, estar ungido, estar sellado, haber recibido las arras de la gloria venidera, estos son los elementos espirituales de firmeza para el camino del creyente.

F. A. Hughes


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