Cristo: el recurso divino

5 de enero de 2024

F. B. Hole

En la larga historia del conflicto entre el bien y el mal, Dios nunca ha sido tomado por sorpresa. El Antiguo Testamento traza el curso de este conflicto durante un período de 4.000 años. Durante este periodo, según toda apariencia, cada nueva batalla llegó el declive del bien debido al fracaso de las personas o pueblos que Dios había tomado como siervos y combatientes. Este fracaso se generalizó tanto que, en la época de Malaquías, parecía que el bien se tendría que retirar de la lucha desigual para dar paso a la ejecución de un juicio irresistible que barriera el mal. De ahí las últimas palabras del Antiguo Testamento: «No sea que yo venga e hiera la tierra con maldición» (Mal. 4:6).

Pero el Nuevo Testamento se abre con la reaparición del bien encarnada en Jesús, y de repente el viento cambia; es a través del descenso y la humildad, hasta el punto de sufrir la muerte, que la posición inatacable de la Redención fue tomada. Fue allí donde la gracia y la verdad se encontraron, donde la justicia y la paz se entrelazaron, y es desde allí desde donde irán a la victoria final.

A lo largo de la oscura noche de la derrota del bien, de la que el Antiguo Testamento da fiel testimonio, los hombres de fe han sido sostenidos por la estrella parpadeante de la promesa mesiánica. Con el paso de los siglos, no solo aumentó el número de estas promesas relativas a Cristo, sino que se hicieron más claras y precisas, de modo que se pudo escribir la lista de Hebreos 11. Se pudo decir de ellos: «En la fe murieron todos estos, no habiendo obtenido las promesas; pero las vieron y las saludaron de lejos, y confesaron que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra» (v. 13). Si lo que vieron vagamente los animaba y tenía tanto impacto en ellos, ¿no nos fortaleceremos y animaremos nosotros?, que vivimos a la luz de la revelación del Nuevo Testamento –nosotros, “de quienes las almas están iluminadas por la sabiduría de lo alto”–, al ver cómo Dios mismo siempre ha vuelto a su Recurso en Cristo; cómo cada nueva catástrofe, encontrada en la larga prueba del primer hombre, no hacía más que subrayar la excelencia, la estabilidad y el triunfo que manifestaría el «segundo hombre», el Señor del cielo.

Las alusiones al Mesías, en forma de tipos, himnos y profecías, están esparcidas por las páginas del Antiguo Testamento como estrellas en la oscura bóveda de un cielo nocturno, pero no todas son igual de distintas e importantes, al igual que las estrellas no son todas de igual magnitud. Se notará, sin embargo, un hecho sorprendente: que algunas de las más grandes profecías, verdaderas estrellas de gran magnitud, brillaron en grandes crisis, cuando los pensamientos queridos del corazón de Dios, confiados por un tiempo a algún representante del «primer hombre», fueron socavados. Veamos brevemente algunos ejemplos.

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