Fijar la mirada en Jesús

4 de enero de 2023

No miro hacia atrás: Dios conoce mis esfuerzos inútiles, mis horas perdidas, mis pecados y remordimientos; yo abandono todo, a Aquel que borra la memoria de ellos y que, lleno de gracia, perdona, y luego olvida (comp. Miq. 7:19; Is. 38:17).

No miro hacia delante: Dios ve todo el futuro, conoce el camino, corto o largo, que me llevará a su Casa; el Señor Jesús estará conmigo en toda prueba y llevará la carga que se me haya hecho demasiado pesada (Mat. 11:28-30).

No miro a mi alrededor: entonces me llenaría de temores; ¡la vida es tan turbulenta como el mar y el mundo es tan oscuro! El mal reina, las guerras arrecian, ¡y qué vanas son las promesas de consuelo y bienestar que el mundo da!

No miro dentro de mí: eso me haría infeliz, porque nada tengo en mí en lo que fundamentar mi confianza; no veo más que defectos e imperfecciones, y débiles esfuerzos que se reducen a polvo.

Pero miro hacia arriba, «al cielo», a Jesús; allí mi corazón puede descansar, y mis temores se calman; allí está el verdadero gozo, el amor, y la luz que disipa la oscuridad. Allí se saborea la paz perfecta y se cumple toda esperanza.


«No fijando nuestros ojos en las cosas que se ven, sino en las que no se ven; porque las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas» (2 Cor. 4:18).

Algunos de los profesores modernos nos exhortan a mirar el “buen lado de las cosas”, para que podamos completar fácilmente el viaje de la vida. Es bastante obvio que el apóstol no miraba hacia este lado. Él, no dice: “Nuestros ojos no se fijan en el lado malo de las cosas”. No, ni siquiera lo miraba. Vivía en las realidades eternas, de las que el Dios vivo es la fuente, Cristo el centro y la fe el poder que las realiza. Así era de Pablo, así debe ser de nosotros. Ser insensible es imposible; ser indiferente es despreciable; estar por encima de todo ello es el precioso privilegio de cada cristiano.


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