Los dones de los magos

24 de diciembre de 2020

1 - Oro

«Abriendo sus tesoros le ofrecieron dones: oro, incienso y mirra» (Mateo 2:11).

La Biblia no indica el número de magos que vinieron a Jerusalén buscando al niño –«el rey de los judíos». La tradición dice que había tres, probablemente porque se presentaron tres dones distintos.

Dirigida por Dios, esta visita de los magos no judíos, que vinieron del Oriente, fue un cumplimiento parcial de la profecía de Isaías a Israel, y presagiaba lo que está por venir: «Las riquezas de las naciones hayan venido a ti… Multitud de camellos te cubrirá… traerán oro e incienso» (60:5-6). Esta profecía anuncia el reinado de mil años de Cristo, cuando los pueblos no judíos vendrán para adorar ante él (Zac. 14:16). Estos magos fueron los precursores de esta profecía.

El Evangelio según Mateo presenta a Cristo sobre todo como el rey de los judíos, lo que explica el significado del don de los magos. El oro fue ampliamente utilizado en el templo de Salomón, y caracterizaba su reino (1 Reyes 10:14-21): simboliza la realeza. El oro es también un símbolo de lo divino; así, se ofrece a este niño que, en este evangelio, se llama Emanuel: «Dios con nosotros» (Mat. 1:23).

También podemos notar el título dado a Jesús desde su nacimiento: los magos querían ver «al rey de los judíos que ha nacido» (2:2). Esta expresión, relativa a un bebé recién nacido, puede sorprender. Normalmente, un niño destinado a reinar un día primero lleva el título de príncipe antes de ser declarado rey, pero este no es el caso del Señor Jesús: Él, nació rey. Esto explica la confusión manifestada por Herodes, el rey impostor, y por la ciudad de Jerusalén, con la noticia de su nacimiento. La misma emoción popular se manifiesta de nuevo en Jerusalén cuando se presenta oficialmente como su rey hacia el final del evangelio (21:5, 10).

Así, los magos fueron verdaderamente guiados por Dios cuando ofrecieron a este Rey divino un don de oro y le rindieron homenaje. Este era realmente su título y lo que se le debía ofrecer.

2 - Incienso

«Dijo además Jehová a Moisés: Toma especias aromáticas… y harás de ello el incienso, un perfume según el arte del perfumador, bien mezclado, puro y santo» (Éxodo 30:34-35).

La primera mención del incienso en la Biblia es la de los versículos anteriores que indican la fabricación de este «incienso… bien mezclado»; era el más santo y puro, el reservado para el tabernáculo, y más tarde para el servicio en el templo. El olor que desprendía era exclusivamente destinado a Jehová, como está escrito: «Cualquiera que hiciere otro como éste para olerlo, será cortado de entre su pueblo» (v. 38).

Nos habla como una figura de ese buen olor que Dios encontró en Cristo en su vida de hombre en la tierra, cuya perfección solo él podía apreciar. Cada uno de sus ingredientes se ponía a igual peso y se trituraba muy finamente (v. 35-36). Alguien escribió sobre esto: “Cada carácter de excelencia moral encontraba su verdadero lugar y proporción en Cristo. Ninguna cualidad reemplazaba o desmerecía a ninguna otra; todo era salado, puro y santo, y tenía una fragancia tan buena que solo Dios podía apreciarla.

El incienso se quemaba en el altar de oro, el altar del incienso (v. 1-4), pero también se ofrecía con la ofrenda vegetal, un tipo bien conocido de la humanidad santa y sin pecado de nuestro Señor Jesucristo (Lev. 2:1-2). El significado del incienso en relación con la ofrenda vegetal es entonces muy claro: todo lo que el Señor Jesús hacía en este mundo como Hombre era para el placer de Dios.

Cuando los magos ofrecieron el don del incienso, probablemente no tenían la comprensión espiritual de las cosas que acabamos de considerar; sin embargo, fueron guiados por Dios para ofrecer a este niño lo que simbolizaba lo que sería para Dios en su vida en la tierra. Este Rey divino crecería para ser un Hombre santo y todas sus acciones serían una dulce fragancia para Dios. Jehová ya había hecho proclamar, por Isaías mucho antes: «He aquí mi siervo… en quien mi alma tiene contentamiento» (42:1).

3 - Mirra

«Vino también Nicodemo… trayendo una mezcla de mirra y de áloes, como cien libras» (Juan 19:39).

La mirra se extrae de una planta que crece en Arabia. Se usaba como perfume, especialmente para embalsamar a los muertos. Es interesante notar que esta sustancia aparece en la planta en forma de lágrimas que se endurecen en una especie de resina. La mirra es en las Escrituras un símbolo de sufrimiento y muerte. Además, la palabra griega para mirra es smurna, de la cual se deriva el nombre de la iglesia perseguida: Esmirna. Esta asamblea fue exhortada a no temer lo que iba a sufrir y a ser fiel hasta la muerte (Apoc. 2:10).

La primera mención de la mirra en la Biblia se encuentra en Génesis 37:25. Era una de las sustancias que llevaba la caravana de los ismaelitas que compraron a José como esclavo y lo llevaron a Egipto. Es sorprendente que la mirra se mencione por primera vez en relación con José, que fue odiado y rechazado por sus hermanos y vendido por veinte piezas de plata. ¡Qué imagen de nuestro Señor!

Cuando el Señor Jesús estaba a punto de ser crucificado, le presentaron mirra mezclada con vino para aliviar su sufrimiento, pero él se negó (Marcos 15:23). La mirra aparece así en relación con los sufrimientos de la cruz que Jesús quería soportar plenamente. Cuando el cuerpo del Señor fue quitado de la cruz, Nicodemo vino trayendo, para su sepultura, «una mezcla de mirra y de áloes, como cien libras». Por lo tanto, el don de los magos tenía claramente un significado profético, ya que indicaba que Jesús iba a sufrir y morir.

Salomón describe el deseo del esposo en el Cantar de los Cantares: «Iré al monte de la mirra, y al collado del incienso». Así, en este «monte de la mirra», Cristo nos invita a recordar la intensidad de sus sufrimientos, aunque nuestra adoración (el incienso que llevamos a Dios) no sea más que una colina en comparación con la altura de este monte. ¡Él nos invita a hacerlo hasta que vuelva, «Hasta que apunte el día» (4:6)! La primera acción de los magos cuando vieron a Cristo fue inclinarse y rendirle homenaje. Este es también nuestro privilegio.

B. Reynolds


arrow_upward Arriba