El desafío del aislamiento y del confinamiento
21 de noviembre de 2020
«Jehová estaba con José» (Gén. 39:2-3, 21, 23).
«Se puso junto a él (Pablo) el Señor» (Hec. 23:11).
El aislamiento, o la soledad, es una fuente de mucho sufrimiento. La Escritura utiliza una fuerte expresión: «en la rugiente soledad» (Deut. 32:10, NVI), para mostrar lo que ella puede causar. La soledad puede ser vivida como un doloroso vacío. Por ejemplo, con la pérdida de un pariente o un ser querido. Cuando llegamos a casa por la noche, no tenemos a nadie con quien hablar o con quien compartir una comida. Se puede sentir en una pareja, en una familia, en el trabajo, en el servicio para el Señor o en la vida de la asamblea; y hoy, especialmente, durante esta pandemia. Pero la mayor soledad es la vida sin Dios.
El mismo Señor Jesús experimentó una gran soledad, justo antes de las horas de la crucifixión. En la cruz fue desamparado por su Dios. Murió para que nunca más estuviéramos solos: está con nosotros, y vive en nosotros por medio del Espíritu Santo.
La Palabra de Dios nos ofrece ejemplos de creyentes que debieron conocer el aislamiento y el confinamiento. Durante un corto o largo tiempo, estuvieron aislados de su familia, de sus amigos, de la comunidad de creyentes. Estos ejemplos pueden animar hoy en día a todos aquellos que tienen que enfrentarse al reto del aislamiento.
1 - José en Egipto
Este joven de unos 17 años es rechazado violentamente por sus hermanos, arrancado de su entorno familiar y privado de la cercanía de su padre. Es vendido como esclavo y llevado a un país totalmente desconocido para él. Pero allí, él hace la experiencia de que «Cercano está Jehová a los quebrantados de corazón» (Sal. 34:18). Dios está con él, especialmente cuando está encarcelado por la falsa acusación de una mujer malvada (Sal. 105:18) Tratado con baja ingratitud, languidece en el olvido. Las nubes se acumulan a su alrededor. Pero «Jehová estaba con José» (Gén. 39:21). Y tuvo que aprender a esperar en Dios. Una cosa es dar un testimonio activo de Dios en este mundo; y otra muy distinta es esperar en Dios en la soledad de una prisión.
2 - Los exiliados babilónicos
Arrancados de su país por su pecado de idolatría, los judíos deportados permanecieron 70 años en Babilonia, privados de su acceso al templo de Jerusalén. Pero, a los que se vuelven a Dios en arrepentimiento, Dios les dice: «Aunque les he arrojado lejos entre las naciones, y les he esparcido por las tierras, con todo eso les seré por un pequeño santuario en las tierras adonde lleguen» (Ez. 11:16). No importa lo lejos que estén de Jerusalén por su propia culpa, Dios promete que podrán encontrarlo y adorarlo.
Dios es un Dios de gracia y compasión para su pueblo disperso: teniendo ya en vista su reunión y futura restauración, especifica las características que desea encontrar en Israel. Un pueblo separado del mal (v. 18), un pueblo unido (v. 19), obediente a su Palabra y disfrutando de las relaciones con su Dios (v. 20). Durante este período de gracia, ¿llevamos tales caracteres? ¿Por qué hoy estamos dispersos e impedidos de reunirnos?
3 - Los compañeros de Daniel en el horno
Daniel fue llevado, con otros tres compañeros, en la deportación a Babilonia, y puesto al servicio del rey. Por su fidelidad a Dios y su categórico rechazo a la idolatría, los tres amigos de Daniel fueron arrojados al horno ardiente. Pero de nuevo, Dios está con ellos, bajo la forma de un cuarto hombre, similar a un hijo de Dios (Dan. 3:24-25). Dios también está con nosotros en nuestros hornos (nuestras pruebas), proporcionalmente por supuesto, y quema algunas de las «ataduras» que nos retienen (nos hace libres). La prueba a menudo libera al cristiano de algunos de los lazos con los que el mundo lo había atado y le permite caminar libremente en compañía del Señor Jesús. Esta escena nos muestra lo que el creyente debería hacer (obediencia y fidelidad a Dios), y lo que hace el diablo (persecución). Pero también vemos que Dios cumple sus promesas: «Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti» (Is. 43:2) La prueba es siempre un lugar de cita donde el Señor se reúne con los suyos para hablarles a sus corazones (Oseas 2:14). Y desea hacernos experimentar su simpatía y ternura en estos momentos dolorosos.
4 - Los apóstoles Pablo y Juan
El apóstol Pablo conoció repetidamente el estrecho e insalubre confinamiento de una prisión (Jerusalén, Cesarea, Roma). Durante su primer cautiverio en Roma, deseaba dar a conocer que Cristo era su vida, su modelo, su meta, su fuerza y su alegría a pesar de las condiciones por las que pasaba (véase la Epístola a los Filipenses). Ya había experimentado un terrible encarcelamiento en Filipos; lacerado con azotes y arrojado en la más oscura de las mazmorras, él podía, con Silas, cantar «himnos a Dios» (Hec. 16:25) ¡Qué hermosos frutos para la vida eterna se produjo entonces!
Pablo también debió conocer la agotadora experiencia de ser abandonado por sus hermanos cuando compareció ante sus jueces. Pudo decir sin amargura: «Todos me abandonaron» (2 Tim. 4:16a). ¡Qué solitud para el apóstol! Sin embargo, este tratamiento despiadado y cobarde no provocó ningún resentimiento en el corazón de Pablo. Al contrario, produjo una oración a favor de ellos: «Que esto no les sea tenido en cuenta» (v. 16b). Y añade inmediatamente: «Pero el Señor estuvo junto a mí, y me dio poder» (v. 17).
El apóstol Juan, muy anciano, es exiliado en la desértica y árida isla de Patmos. Aunque separado de la comunidad de creyentes de Éfeso, ¡qué dulce pensamiento saber que está allí por la Palabra de Dios y el testimonio de Jesucristo (Apoc. 1:9)! Juan está solo el día del Señor, pero esto no le impide de ninguna manera disfrutar de la comunión con aquel en cuyo seno le gustaba inclinarse (Juan 13:23). Se le aparece en una gloria extraordinaria y le comunica una revelación única que pone fin a lo que Dios quería revelar a los hombres. «La comunión íntima de Jehová es con los que le temen» (Sal. 25:14) Juan tiene primero la extraordinaria visión del Hijo del hombre como Juez, caminando en medio de las siete lámparas de oro –las asambleas– y luego la visión de las cosas «que han de suceder después» (Apoc. 1:11, 19).
5 - La soledad del Señor
«Soy semejante al pelícano del desierto; soy como el búho de las soledades; velo, y soy como el pájaro solitario sobre el tejado» (Sal 102:6-7).
Estas evocadoras palabras proféticas se aplican al Señor Jesús durante su estancia en el mundo. Era semejante a un pelícano en el desierto. El pelícano es un ave acuática. Si está en el desierto, está lejos de su hábitat natural. Así, el Señor Jesús, que estaba acostumbrado a la preciosa y refrescante comunión con su Padre, se encontraba en una tierra árida, donde se está sediento –una experiencia que sintió profundamente.
Como un búho en lugares desolados, sentía la soledad en su camino en la tierra, mucho más de lo que ningún hombre la ha sentido jamás.
Un gorrión solitario en un tejado es otra ilustración de la soledad que el Señor Jesús sintió, pero en una esfera diferente. El búho estaba en lugares desolados, donde el Señor no podía esperar ninguna comunión; pero el gorrión es un ave muy diferente, porque es sociable por naturaleza. A los gorriones les gusta reunirse, y la casa evoca el lugar donde se puede tener comunión con el otro. Pero aquí, en la cresta del tejado, donde se esperaría compañía, el gorrión está solo. Así, el Señor deseaba la comunión de sus discípulos. Aunque estaban físicamente presentes, no lo entendían ni entraban en sus pensamientos.
La palabra «solo», usada ocho veces en los Evangelios en relación con el Señor, enfatiza el aislamiento moral del Hijo de Dios, sin pecado. En este camino solitario que conducía a la cruz, la perfección y la santidad de nuestro Salvador brillan.
6 - Estaré contigo
«Como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé» (Josué 1:5).
¿No es esa una maravillosa e invaluable promesa hecha a cada hijo de Dios? ¿Sigue siendo una realidad viva para cada uno de nosotros? ¿En los días buenos como en los malos?
Estos momentos de aislamiento y de confinamiento pueden ayudarnos a entender mejor y comprender lo que ha sido la soledad de nuestro Señor, como también a saborear de nuevo su cercanía. Esto es lo que, sobre todo, deseaba Pablo: «conocerle a él... y la comunión de sus padecimientos» (Fil. 3:10). Conociéndolo mejor, la alabanza podrá elevarse más abundantemente de nuestros corazones. ¿No es esto lo que desea el corazón de nuestro Salvador?
Ustedes pueden estar confinados en una habitación de hospital, en un asilo o incluso en su propia casa. En vuestro sufrimiento, Dios se os quiere revelar de una manera especial, inesperada y ciertamente feliz.
La epidemia que nos afecta y nos pone a prueba, ¿no es también una nueva oportunidad para examinar nuestros caminos y cuestionarnos, en nuestro aislamiento? El camino que seguimos, ¿es un camino según nuestros propios pensamientos o un camino aprobado por Dios? ¿Buscamos con cuidado la luz de la Palabra de Dios antes de comprometernos en cualquier camino?
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