Habla a los hijos de Israel, y diles que se hagan franjas en los bordes de sus vestidos, por sus generaciones; y pongan en cada franja de los bordes un cordón de azul.
Las franjas con el cordón de azul en los vestidos de los hijos de Israel tenían un significado especial. El cordón de azul, que representa lo celestial, era una ordenanza para su travesía por el desierto. Su propósito era unir su camino terrenal con las cosas del cielo, donde Cristo está a la diestra de Dios.
Estas franjas, con su borde azul, no se colocaban en las partes más visibles de los vestidos. Se colocaban en el dobladillo de la túnica, cerca del suelo. Esto les recordaba que los detalles más pequeños de la vida, incluso las cosas comunes y cotidianas, debían reflejar lo celestial. El cordón de azul les recordaba constantemente que ellos pertenecían a Aquel que es celestial, “para que os acordéis, y hagáis todos mis mandamientos, y seáis santos a vuestro Dios” (v. 40).
Al considerar las instrucciones prácticas para nuestro llamamiento celestial en el Nuevo Testamento, vemos reflejada una belleza maravillosa en las figuras del Antiguo Testamento. Estos detalles incluyen todas las áreas de nuestra vida y se fundamentan en el hecho de que los creyentes están conectados con el cielo y con Cristo. Los mandamientos de la Ley eran prohibiciones para la carne, que exigían justicia de un hombre injusto. En cambio, los mandamientos del Nuevo Testamento están dirigidos a la nueva vida, que necesita ser guiada en medio de un mundo malo. No buscamos arreglar el mundo, sino que venimos del cielo para que nuestros corazones sean santificados, obedientes y consagrados al Señor. Que nuestro carácter refleje la naturaleza celestial mientras caminamos en este mundo.
F. G. Patterson