Y estaban asombrados en gran manera, y decían: Todo lo ha hecho bien; aun a los sordos hace oír y a los mudos hablar.
(Marcos 7:37 NBLA)
El versículo de hoy concluye un largo capítulo en el que Marcos muestra la diferencia entre los líderes religiosos y sus enseñanzas, y las personas necesitadas que simplemente creían y confiaban en el Señor Jesús. Primero, hubo una mujer pobre de origen sirofenicio (Mr. 7:26), quien, a pesar de ser de una nación considerada maldita, creyó y reconoció que no tenía derechos especiales. Ella expresó su fe con palabras. En respuesta, el Señor, con su poderosa palabra, liberó a su hija de la opresión demoníaca. Cuando la madre regresó a casa, presenció la maravillosa intervención del Señor. En Mateo 15:28, el Señor elogió su gran fe.
Después de esto, el Señor sanó a un hombre sordo que tenía dificultades para hablar. Él también creyó. Este acto de sanidad, que tuvo lugar en aquel tiempo, representa lo que Dios está haciendo en esta época de gracia. Pronto actuará de manera similar en el remanente judío, ya que la mayoría del pueblo de Israel todavía rechaza al Mesías. El versículo de hoy resume el impacto que el Señor tuvo: hubo gran asombro, algo que Marcos destaca con frecuencia.
Tanto los discípulos de aquella época, como nosotros, necesitaban aprender la misma lección a partir de estos hechos: los caminos de Dios son diferentes a los caminos del hombre, y las personas que confían en sí mismas y en sus riquezas no pueden entrar en el reino de Dios. Los discípulos quedaron asombrados y se preguntaron entre sí: “¿Quién, pues, podrá ser salvo?” (Mr. 10:26). Sin embargo, los líderes judíos se opusieron al Señor, a sus enseñanzas y a sus milagros. “Y lo oyeron los escribas y los principales sacerdotes, y buscaban cómo matarle; porque le tenían miedo, por cuanto todo el pueblo estaba admirado (asombrado) de su doctrina” (Mr. 11:18). Reconocer y asombrarnos de manera adecuada nos ayudará a dar al Señor el lugar que le corresponde.
Alfred E. Bouter